Que el cine de Víctor Erice debería haber servido de ejemplo a seguir por una cinematografía tan maltrecha como la española, es algo tan sobado que a estas alturas adquiere tintes de leyenda urbana.
¿Es posible que la paciente, milimétrica, sensibilísima trayectoria de este enorme creador corra el riesgo de hundirse en las ciénagas del mito inventado? ¿Preguntará alguien dentro de cicuenta años qué sentido tiene hacer una película cada diez?
Me importa muy poco una vez que sigo asistiendo a la rotundidad de esa obra de arte (que debería serlo también de exhaustivo estudio en las escuelas de cine) que es EL ESPÍRITU DE LA COLMENA.
Pero añadamos también, aunque con toda seguridad las comentemos más adelante, sus otras dos obras en formato largo, EL SUR y EL SOL DEL MEMBRILLO (si obviamos LOS DESAFÍOS), pues considero esta "trilogía" tan imprescindible como inseparable.
Acerca de la que nos ocupa, treinta y cinco años después se reivindica como estandarte de esa "nueva ola" inexistente, que pudo ser pero nunca fue, que ahora, insisto, se toma como modelo para los trabajos españoles más interesantes.
Erice tomó lo más amargo de la españolidad y, con un tacto finísimo, que probablemente beba más de fuentes orientales que otra cosa, dejó caer que en lo gris y cotidiano también se esconde lo mágico, lo inasible, la poesía. La mirada limpia de una Ana Torrent sublime (ojo, que estoy hablando de una niña) nos embarca en la fascinación como vía de escape que supone el cine (acertadísima la elección de FRANKENSTEIN) y la contrapone con el desencanto-derrota anarquista del padre, violadas todas sus convicciones por la intransigencia.
Ponen los vellos de punta esos pocos planos simplísimos donde apenas aparecen una casucha derruida (la guerra), un pozo (la miseria) y el infinito y horizontal campo castellano (la desesperanza). En esa humildad de medios, Erice pone en pie una impresionante parábola sobre vencedores y vencidos. Se muestra el despiadado arrollamiento de la inocencia, el sentimiento de culpabilidad que ha sobrevivido incluso a sus fascistas padres o la crueldad de quien nada se pregunta porque nada quiere saber.
Aparte está la maravillosa fotografía de Luis Cuadrado, la música de Luis de Pablo, aparte está el momento mágico del encuentro de la niña y el "monstruo", y esa vía del tren que marca el fin (o comienzo) de trayecto para según qué personajes, o la recreación simplemente insuperable de Fernán Gómez o la sensación, y eso pasa cada cien o doscientas películas, de estar asistiendo a un punto incógnito en nuestras vidas (llámenlo revelación si quieren) donde, casi en silencio, transmutamos en un ser mejor. Y eso es mucho, demasiado.
Saludos envueltos en dulces zumbidos.
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