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sábado, 22 de junio de 2019

Desde el jergón



Aunque en una órbita completamente diferente, NAZARÍN volvía a encontrar los caminos de Buñuel y Galdós, esta vez en una de sus más famosas "novelas espirituales", en las que el escritor canario sondeaba los recodos del alma virtuosa, sometida constantemente a las agujas de la tentación, y encarnado en la granítica figura del padre Nazario, un cura de origen español que arrastra su imperturbable misericordia por un México que lo mira como a un extraterrestre. De nuevo hay una lección interpretativa de Paco Rabal, perfecto transmitiendo toda la honestidad del padre zarandeado y humillado, pero incapaz de negar socorro a quien lo necesite, ni siquiera a las dos prostitutas que se convierten en fervientes seguidoras suyas, aunque ello levante aún más suspicacias en torno a su discutible, a veces incomprensible, fervor. Todo ello lo compone Buñuel con una sobriedad desarmante, ofreciendo el hueso de la narración original, pero sirviéndose de ese tuétano para detonar sordas cargas de profundidad, no contra la iglesia, sino contra su habitual hipocresía, defendiendo siempre la radical postura del padre Nazario, aunque alentando también la discusión sobre esa religión que debería mirar al desfavorecido, pero se ensimisma en el oropel y el muelle que por principios debería rechazar ¿Cuál es, entonces, la postura más arcáica y desfasada? En ese imposible dilema transita este extraordinario film, que obligadamente necesita de varios visionados para comprenderle sus honduras contextuales, de tan rabiosamente modernas. Como esos tambores de Semana Santa de Calanda sonando en mitad de un desierto mexicano...
Saludos.

viernes, 21 de junio de 2019

Apuntes para la anatomía de un país



¿Cómo se puede poner en imágenes una identidad, una forma de ser? ¿A través de qué intrincado laberinto nos tendría que llevar un cineasta para que, sin abandonar los trámites de una narración más o menos convencional, identifiquemos el corazón del subtexto, quizá enterrado entre capas de inagotable sentido? No hay muchas películas que logren esto, al ser un arte más encorsetado que, por ejemplo, la literatura. Pero hay joyas del cine, obras únicas e irrepetibles por su contexto, su intemporalidad, su magnífica imbricación de lo sublime y lo rastrero. Es decir: por la clarividencia con la que ajustan las flaquezas, miserias y debilidades humanas para, finalmente, conformar un tejido que parece precisamente eso, la identidad de un pueblo, un país. Se puede estar revisando VIRIDIANA toda la vida, siempre encontraremos un nuevo significado, como si de una obra en perpetua renovación semántica se tratase ¿Qué nos quiere contar Buñuel? ¿La dolosa historia de amor truncado del tío que vive obsesionado con su difunta esposa y la beatísima sobrina, a la que hace pasar (en hitchcockiano recurso) por nueva carne? ¿O por el contrario deberíamos quedarnos con la posterior e irreverente relectura (tenebrosa, inasible) del berlanguiano "ponga un pobre a su mesa"? Para ambos contextos hay dos escenas esenciales, por no extendernos demasiado y porque VIRIDIANA, ya digo, es casi infinita en hallazgos. El tacón y el corsé disfrazando la ausencia de la mujer muerta, seguidos de una ceniza sonámbula derramada sobre la cama, como vaticinando la tragedia al no poder existir deseo consciente. Mientras que en el segundo acto, más allá de la fascinante orgía de pobres, a Buñuel le basta un rápido trazo para hablar de la inutilidad de la caridad: Paco Rabal se apiada de un chucho amarrado a una carreta, así que se lo compra al dueño por poca cosa; seguidamente, sin dejar de sostener el plano, una carreta idéntica pasa en dirección contraria, con un perro idéntico amarrado...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

jueves, 20 de junio de 2019

Repugnante confort



En 1970, Buñuel hace suya la inmortal novela de Galdós, TRISTANA, llevándola a su imaginario personal, transformándola en un artefacto completamente nuevo y poniendo del revés, una vez más, a la forma de hacer cine en nuestro país, que no es poca cosa. Buñuel sitúa la historia en los primeros años veinte, casi cuatro décadas después, para trazar un preciso mapa de la España mugrienta, artrítica y beata de una ciudad de provincias, en cuyas despellejadas fachadas se espejea la desfasada figura de Don Lope (impresionante, conmovedor Fernando Rey), un viejo caballero que vive de no se sabe qué rentas y al que cuida su inseparable Saturna (Lola Gaos). De repente, el mundo inamovible de Don Lope queda trastocado para siempre al tener que hacerse cargo de su joven sobrina Tristana (tremendísima Catherine Deneuve), de la que pronto queda prendado y con la que inicia una tormentosa relación que él mismo declara como de "marido y padre", al mismo tiempo. No sé qué se puede añadir hoy día a una obra tan rabiosamente intemporal, si no es la interpretación personal que cada uno va hallando en sus reveladoras imágenes. En mi opinión, se trata de otro corte de mangas, furioso y cínico, de un cineasta que se sabía repudiado en su propio país, al que siempre quiso volver una y otra vez. Buñuel amaba España tanto como la odiaba, como debe ser ¿Y qué otra cosa es, si no, esta TRISTANA? Se trata de amar u odiar, de someter ante la negativa de cariño, y de obtener justa venganza tras el engaño de la (imposible) reconciliación. Hay mucha significación en ese amor hediondo, de calzones orinados y aliento a picadura, y mucho simbolismo no tan desfasado. Porque siempre se pueden parchear las fachadas y suavizar los machismos, pero aquí se siguen tomando las decisiones y los destinos en inaccesibles saloncitos, donde los curas se toman el chocolate caliente de los herejes...
Obra maestra.
Saludos.

miércoles, 19 de junio de 2019

Gente en lugares



Con Buñuel uno siempre tiene la sensación de quedarse atrás, pero en mi caso ya empezaba a ser sintomático, y me estaba dejando algunas de sus mejores películas sin saber muy bien por qué. Por ello, hay mini maratón del genio de Calanda de aquí al Sábado, porque me parece necesario para el normal funcionamiento de este blog y porque en realidad es un placer que he de procurarme. Y empezamos con uno de sus últimos trabajos, LE FANTÔME DE LA LIBERTÉ, una especie de delicia que Buñuel se dio cuando ya prácticamente podía hacer lo que le daba la gana (en Francia, eso sí) y que más bien parece una ampliación socarrona y desencantada del espíritu irreverente e incendiario de su "perro andaluz". Formada por unos particularísimos sketches, que se hilvanan hábilmente unos con otros, la película no deja títere con cabeza, y le atiza a todo: a la familia, a la policía, a los artistas, a los militares, los músicos, la escuela, la burocracia, el poder del sexo, las veleidades de la burguesía... Y, cómo no, a la Iglesia, que se lleva gran parte del escarnio de un Buñuel al que se le adivina sentado con media sonrisa envuelta en humo. Podríamos desgranar aquí los segmentos, que son muchos, pero es casi mejor atender al espíritu implícito en la poderosa intención, que no es otra que situarnos ante una situación absurda para que seamos nosotros mismos (si es que estamos dispuestos a hacerlo) quienes captemos el sentido de lo que parece un sinsentido. La policía se comporta como niños en clase; los frailes se escandalizan ante una escena sadomasoquista, pero que no dista mucho de sus propias flagelaciones; los invasores franceses no se conforman con el aniquilamiento español, sino que pretenden una última forma de ultraje: copular con una noble, muerta siglos antes. El asesinato indiscriminado se recompensa, y el francotirador bien podría ser un Lucanor de nuestros días; mientras, los niños son ignorados porque los adultos les vamos enseñando cómo mentir. Todo ello ocurre mientras un burgués sólo encuentra algo de belleza colocando arañas en unos muebles "demasiado simétricos", mientras sueña que la muerte le espera tras ocho horas de sueño, reflejada en la vacía mirada de un avestruz...
Magistral.
Saludos.

sábado, 11 de febrero de 2017

El cura por la ventana



Finalmente no me he podido resistir, a la memoria de la grandísima e irrepetible Paloma Chamorro, L'ÂGE D'OR. Una película (llamémosla así) que supuso la segunda colaboración entre Buñuel y Dalí, aunque este último apenas tuvo un par de destellos en el resultado final de esta crítica furibunda a las convenciones sociales. Surrealismo o no. Contracultura o no. Verso libre o no. La apuesta de Buñuel es que usted, espectador biempensante, que todo lo tiene confortablemente bien atado en su cabeza, se vea descolocado, herido en su linealidad. LA EDAD DE ORO, del mismo modo que ocurría con UN PERRO ANDALUZ, tiene un par de lecturas posibles, como afilado discurso anti-todo que hay que apender a desencriptar o (este es el que más me gusta) la posibilidad de que Buñuel llegara a pensar como un niño, presumiblemente enfurruñado. Que seríamos más felices siendo más libres, aunque esa libertad nos asuste; que sólo tenemos dos sitios en los que militar: los que se  hacen cruces frente a una imagen inanimada o los que se revuelcan en el barro como si fuese su último día sobre la Tierra. Paloma Chamorro nos indicó el segundo camino, pero no le hicimos mucho caso, la verdad.
Saludos.

miércoles, 1 de enero de 2014

La biblia del ateo



Este asqueroso 2013, en sus últimos coletazos, se llevó por delante a uno de los mejores y más originales músicos de este país. Moría Germán Coppini y yo tenía que dedicarle algo aquí; y como Golpes Bajos fue un grupo inclasificable y un paso por delante de lo que por entonces se llamaba "moderno", no se me ha ocurrido nada mejor que uno de los films que con más elocuencia podría maridar con la elegante irreverencia del combo gallego. En LA VOIE LACTÉE, Luis Buñuel se desquitó a gusto no ya con la arrogante y castradora cultura eclesiástica española, sino con cualquier ámbito, por pequeño que pareciese, relativo a la iglesia católica y el poder que lleva ejerciendo durante dos milenios sobre cualquier intento de libertad humana (esto es: negando toda posibilidad divina). Como tratado surrealista, Buñuel logró algo muy difícil, como es burlarse sin arrogancia y exponer sin mácula o acertijo (los créditos finales así lo atestiguan) lo que la Iglesia, a fuerza de no cuestionarlo, empasta fuera de todo debate. Luego, como divertimento (y es un film muy divertido) nos deja una imposible pareja de peregrinos cuyo objetivo no es hacer el Camino de Santiago, sino abandonarse a placeres carnales como bondad última. Asimismo, la miríada de personajes célebres (Sade, el Diablo, un Papa ajusticiado...) divagan ante la asombrada mirada de los dos caminantes, que cada vez tienen más clara la no existencia de Dios, pero que saben que la única forma de evitar los padecimientos consiste en mentir y pasar por creyente. Buñuel no daba por hecho, simplemente exponía al sujeto que sí da por hecho, a la espera de inevitables contradicciones. Lo que es escandaloso no es negar a Dios, sino jactarnos de que le conocemos en persona. Imprescindible.
Saludos.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Feminismo machista



Creo que pocos títulos (y van unos cuantos) se ajustan tanto a la película aquí comentada como el de hoy; y a lo mejor al genio de Calanda hasta le hacía un poco de gracia, no sé. Lo que sí voy a saltarme es el cuento de que UNA MUJER SIN AMOR es una película de la que Buñuel renegó toda su vida; primero porque el film es, lo queramos y nos guste o no, lo que es, un melodrama muy mexicano/europeísta (por favor, permítanmelo...) con un personaje central que, sin abandonar su hipercondición de mujer desgraciada (aunque pudiente... ¿melodrama era?), extrae su fuerza de un insólito reverb masculinizante, según el que (al menos a mí me ocurrió) algunos mitos de nuestro feúcho siglo XXI quedan obsoletos. A saber: la mujer sin amor no es tal, sólo se casó con un señor mayor y adinerado. Su gesto ante los parabienes dedicados por su recién adquirido amante suele ser una mezcla de disgusto, azoramiento y licuación vaginal envarada. Sus hijos son unos pelmazos, cada uno a su manera, pero ella les pega capotazos constantemente, a sabiendas de que algo falla en el asunto. El asunto es que, mientras no se ve con fuerzas para dejar al carcamal en el INEM afectivo, tampoco le seduce la idea de tirar por el sumidero del aburrimiento sus mejores años. La conclusión es que Buñuel habría hecho esto infinitamente con más salero en España y un par de décadas después, sobre todo por verificar qué retruécanos se le habrían ocurrido para burlar la censura al mostrar un personaje tan sumamente complejo encerrada en una apariencia tan simple; una mujer sin amor porque su verdadera vocación, creo, era tener bigote y nómina pensional... Ahora elucubren todo lo que quieran...
Saludos sin amantes.

sábado, 12 de febrero de 2011

Dejémonos de pamplinas



... y de mediocridades, añado. CET OBSCUR OBJET DU DÉSIR fue el despampanante epitafio fílmico de don Luis Buñuel, un terrible alegato contra la ñoñería, la estupidez y, claro, la mediocridad. Para entonces, que era 1977, Buñuel hacía mucho tiempo que miraba España con otra mirada, mezcla de desdén y ternura paternal mezclada con comprensión; la historia de Mathieu es la historia de un masoquista, un sufridor, la historia de España ¿qué si no? Mathieu no se enamora de Conchita, esa doble figura femenina imposible (Buñuel utilizó a dos actrices para ese papel, Carole Bouquet y Ángela Molina), sino que decide poseerla, para terminar abducido él mismo. El misterio femenino, que devora poco a poco al incauto masculino, es el desquiciante juego que propone Buñuel según la novela de Pierre Louys; un recorrido que tiene mucho de decadente y poco de agradecido, una especie de cuadratura del círculo que abarca desde las dodecafónicas caricias de UN CHIEN ANDALOU hasta 48 años después, nacimiento y muerte de un artista, pero Buñuel siempre vivo, siempre inspirador asimismo de artistas; ente, referencia, astro, guía. CET OBSCUR OBJET DU DÉSIR no es la típica última película que uno podría esperar de un autor total, se escapa su sentido último, y podría haber sido firmada por un principiante sin apoyos previos. Nota final: no se me escapa la correspondencia entre el genio de Calanda y otro ilustre aún en activo, el centenario Manoel de Oliveira; dos ejemplos de cómo ser juguetón, corrosivo y distante. Pura elegancia en la era de lo intrascendente. Imprescindible.
Saludos oscuramente deseados.

domingo, 13 de julio de 2008

Vivamente el domingo

De cómo el genio imparable de don Luis Buñuel sale bien parado incluso en los ambientes más adversos. De la inigualable destreza con la que el maestro de Calanda fue capaz de exportar esa inasible y arcaica significación, tan arbitraria y tan discutible, que es la "españolidad".
A la sazón reverso situacionista de lo Unamuniano, aperturista y perverso, Buñuel fue más que un director de cine, más incluso que un artista. Don Luis fue un arte en sí mismo. Podría haber sacado una buena película incluso de lo más mundano. Inventó el surrealismo; más tarde dio lecciones magistrales de hiperrealismo (tan de moda actualmente); finalizando con inimitables híbridos de ambas corrientes, desembocando en una sátira social descarnada aunque incapaz de ocultar el talento de su creador.
Buñuel se fue a México y allí estableció buena parte de sus cargas de profundidad. No fue condescendiente ni con el país que lo acogió, y una de sus obras más corrosivas fue EL ÁNGEL EXTERMINADOR.
En una colosal pirueta de libertad expresiva, Buñuel se permite teorizar sobre la decadencia de la burguesía (tema capital de casi toda su obra) sin recurrir al realismo, en vez de ello, utiliza elementos marcadamente surrealistas con el fin de enfatizar el absurdo-increíble de una situación globalmente aceptada.
En una atmósfera cada vez más asfixiante, los personajes se ven incapacitados para reaccionar ante el más nimio de los problemas. El espectador se encuentra así con una de las más originales muestras de terror cinematográfico. Rayando el esperpento, a veces la sátira bufonesca e incluso la maximación de la sátira más onírica.
EL ÁNGEL EXTERMINADOR es una película eminentemente intemporal, acechante, que enfrenta a quien la ve a sus propias incapacidades morales; y aterra, precisamente, por esa sonrisa congelada que tanto divertía a este maño inmortal que ha pasado por encima de modas y modos, que es uno de los pilares de la historia del cine y que nunca debería ser pasado por alto como referencia de un inconformismo latente en una sociedad desquiciada e inconsciente.
Saludos en cautividad.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!