
El gran reto al que se enfrenta una película tan transparente como THE ARTIST no es ser muda (podría citar al menos otros diez títulos mudos en los últimos veinte años ¿ustedes no?); ni mucho menos estar rodada en blanco y negro, que ahí la cifra podría dispararse; el hecho de que sea un musical a la antigua usanza (sobando descaradamente el corazón y hasta el alma de SINGIN' IN THE RAIN) tampoco debería restarle méritos tratándose de cine comercial (y basta); de sus actores y actrices nadie se acordará dentro de una década, pero qué más da, serán los premios los que hablen de "aquella peli muda, en blanco y negro con números musicales y hasta un perrito que avisa a los policías"... No, nada de eso. Porque el gran reto de THE ARTIST es encontrar su propio lugar en un espacio, el audiovisual (sí, "audio"), donde todo está ya dicho, donde el término "post" (postcine, postautores, etc...) suena a risa, y donde empezamos a darnos cuenta, en el mejor de los casos, de que no importan tanto las historias como sí el sentido que éstas tienen para rearticular una realidad, la nuestra, la de ahora, que poco tiene ya de cuento de hadas. Orinar, defecar, vomitar, llorar, suspirar, respirar, inspirar... Sudar los contornos delimitados de lo que ahora el cine (o lo que queda de él) puede hacer por nosotros, una vez hemos abandonado las salas de proyección a su suerte. Ahí se encuentra la incognita ante la que Hazanavicius y su simpática
troupe cierran los ojos y se refugian, al igual que su "desdichado" protagonista, en la absoluta certeza de que puede existir cierto halo de divinidad que convierta lo mediocre en sublime. No sé por qué extraña circunstancia, a medida que veía THE ARTIST, otro film de temática digamos casi similar surgía en mi imaginación al mismo tiempo, sólo para constatar el abismo de fondo y forma entre ambas; se trata de ED WOOD, de Tim Burton, que no sólo es un excepcional y desapegado retrato de la ilusión del cine y el embeleso que es capaz de producir incluso en las situaciones más miserables, sino que además se autoafirma como un ejercicio de "cine dentro del cine" deslumbrante, porque crea sin copiar, y entretiene al tiempo que estremece; drama y comedia perfectamente ensamblados para que surja otra cosan más allá de las etiquetas. Lo sé, quizá le pido demasiado a una película de aspiraciones mucho más modestas que la obra maestra de Burton, puede que el interruptor de emergencia se disparase dentro de mí en cuanto me di cuenta de que todo aquello me sonaba demasiado... no sé, a lo mejor es que cada vez me cuesta más dejarme llevar, será eso. Para todo lo demás, no me tengan demasiado en cuenta y disfruten de este divertimento que, encima, ganó el oscar.
Saludos artísticos.