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lunes, 8 de noviembre de 2010

El clic del engranaje



Waterloo fue la batalla que, de alguna manera, decidió casi definitivamente cuál iba a ser el dibujo mediante el que Europa iba a ser reconocida, pues dictaminaba algo tan magno como si finalmente Napoleón lograría su enfermizo sueño de conquistar el continente entero o el Imperio Británico, junto a sus aliados Prusianos (principalmente, porque también hubo participación holandesa y de los extintos reinos de Hannover y Nassau), lograría frenar lo que no era más que un desafío a sí mismo, un pulso a la historia. Napoleón, enfermo tras su huida de Elba, no concebía otra estrategia para consolidar el poder que, según él, Luis XVIII estaba literalmente regalando; así que quiso morir matandon en el desolado paraje de Waterloo, bajo una incesante lluvia y una inferioridad numérica que sólo podía equilibrar su genio militar.
Y ése vendría a ser el esbozo de uno de los episodios fundamentales de la Historia según su vertiente bélica, pero WATERLOO es también una gigantesca superproducción que, justo ahora, cumple cuarenta años; una de aquellas superproducciones impensables para nuestros días, ideada por el inefable Dino de Laurentiis y dirigida por el ruso Sergei Bondarchuk. Un fresco épico de proporciones monumentales que recreaba de manera precisa y enfática aquellos momentos que parecían estar abocados a la eternidad. Con dos personajes de los que hacen historia (nunca mejor dicho); por un lado el flemático Duque de Wellington, que siempre estuvo seguro de su victoria (como así fue), interpretado magníficamente por Christopher Plummer; por el otro, un salvaje y desbocado Rod Steiger que no interpreta a Napoleón Bonaparte, sino que se convierte en él mismo, con un estremecedor abanico de registros que puede resultar excesivo, pero da cuenta de este talento de la interpretación. WATERLOO no elude la inevitabilidad de los hechos que narra y prepara brillantemente el camino hasta el tercio final, donde debo decir que la batalla es una de las más espectaculares que he podido ver en una pantalla. WATERLOO, porque me consta que se trata de un título bastante olvidado, creo que se merece una revisión en toda regla justo ahora, que directores sin talento creen (y su error es su condena, y la nuestra, claro) que las máquinas son capaces de insuflar vida por sí solas.
Saludos en el fragor de la batalla.



* (Sirva esta humilde reseña como improvisado homenaje póstumo al gran productor Dino de Laurentiis)
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!