sábado, 24 de mayo de 2008

La vida como esquema

Hablar a estas alturas de Pasolini es hablar de la controversia, de la provocación, del NO.
TEOREMA no es una película sencilla, tanto su argumento como su estructura nos hacen pensar de inmediato en un enorme esquema que utiliza a cada personaje como una pieza de determinados movimientos, nunca otros. Así, la noción de libertad es sustituida por el control absoluto del director, que teoriza sobre la falta de identidad burguesa y su fácil manejo por diversos elementos fascinadores.
La "trama" es, sin embargo, sencilla: una familia acomodada recibe la visita inesperada de un inquietante Terence Stamp, que se dedica, sin venir a qué, a seducir de uno en uno a cada integrante de la familia. Las anodinas vidas de dichos personajes parecen tomar una nueva dimensión, digamos más humana; pero a la marcha del misterioso visitante, una incontrolable crisis, cual síndrome de abstinencia, vuelve del revés ese estado de falsa felicidad, convirtiéndolo en desesperación e incapacidad.
La mejor forma de enfrentarse a las extremas inteligencia y sensibilidad de Pasolini creo que pasa por olvidarse de una posible narración al uso y, sin temor a minusvalorar la obra, tomarla como lo que es, un manual de lujo sobre la capacidad perdida del ser humano de amar a sus semejantes.
Mal que les pese a algunos exégetas trasnochados, el director italiano retoma de nuevo (al igual que en "El evangelio según San Mateo") un poderoso discurso religioso que, a diferencia de la anquilosada iglesia católica, no cesa de hacerse preguntas. Todo lo cuestiona Pasolini y nada juzga, si es que pudiésemos imaginar a un Cristo moderno fuera de la iglesia y ocupado en denunciar tanto la injusticia como la idiotez, la opresión y la deshumanización.
Yo recomiendo su visionado básicamente por la puesta al día (sorprende la modernidad formal de su puesta en escena, mil veces copiada actualmente) de unas inquietudes que parecen haber tenido más vigencia hace 40 años que ahora mismo; pero también por la fría figura de Silvana Mangano (paradigma de la frigidez) y la cuidada partitura de un Morricone más retraido que en otras ocasiones.
Teóricos saludos.

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