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jueves, 2 de junio de 2016

Dichosos los ojos



Hacía mucho tiempo que perseguía, y nunca mejor dicho, el traer aquí una obra maestra de esas por las que no pasa el tiempo, y que debía volver a revisionar con cuidado, para ver si algo había envejecido o si por el contrario volvía a sorprenderme como aquella lejana ocasión en que, de madrugada, palpitaban mis emociones por la extraña magia de unas imágenes que, una vez más, me habían puesto en mi sitio. PORTRAIT OF JENNIE, no hace falta ocultarlo, es una historia de fantasmas, pero no una cualquiera; no me parece tan importante si estamos asistiendo a una representación de lo sobrenatural, no tanto como el exuberante trabajo de un William Dieterle pletórico y febril, que con unos elementos muy básicos traslada nuestra percepción desde un presente anodino, el que vive el pintor amargado interpretado por Joseph Cotten, hasta un limbo en el que el tiempo parece detenerse y que son los encuentros de éste con la misteriosa Jennie (inmensa, inclasificable Jennifer Jones), que empieza siendo una cándida niña y acabará por convertirse en el ideal femenino del hombre y el artista, que encuentra una inagotable inspiración a raíz de dichos encuentros. Se trata de un arrebatado poema romántico, preocupado por escudriñar los entresijos de nuestros deseos y anhelos, y que sin ser para nada un film de terror provoca algún inquietante escalofrío; son esos momentos detenidos, en los que por una vez vemos reflejada en el cine nuestra mortalidad e insignificancia. Por tanto, como se pregunta el pobre y desorientado Eben Adams, por qué no dar todos nuestros miserables minutos de cotidianidad por apenas unos instantes de sublime inspiración... ¿Que son eso las musas, esas hijas de puta escurridizas?... Mucho me temo que no queda otra...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

sábado, 31 de octubre de 2015

En agujas góticas



Detendremos aquí, aunque sólo temporalmente, el homenaje y repaso a la figura de Maureen O'Hara, ella se merecía esto y aún mucho más, y cómo íbamos a olvidarnos de la película que la lanzó al estrellato definitivamente y que revelaba a uuna inmensa actriz de tan sólo diecinueve años. THE HUNCHBACK OF NOTRE DAME, de 1939, abundaba en los hallazgos formales del magistral film de Wallace Worsley de 1923 y le otorgaba a la narración un carácter más complejo y cercano al texto original de Victor Hugo. Convengamos que al escritor francés nunca se le ha adaptado como mereciera, puede que por la incapacidad del séptimo arte para captar la descarnada crítica social envuelta en sus hipnóticas palabras. Aun así, esta versión es mi preferida por la tensión que William Dieterle extrajo del ambicioso guion firmado por la escritora rusa Sonya Levien, emparejando la maltrecha figura de Quasimodo a la grandiosidad de la catedral y confrontándola a la perseguida Esmeralda, con la que acaba teniendo un ambiguo deseo de amor/destrucción. Sí, Maureen O'Hara está arrebatadora como la bailarina gitana que todos desean y no pueden tener, pero este film es recordado, sobre todo, por la genial recreación de Charles Laughton, que con cada aparición eleva el tono general de una película áspera, sombría y en modo alguno abandonada al espectáculo. Laughton consigue el más difícil todavía, que veamos a través de kilos de maquillaje, que palpemos el sufrimiento y la soledad del más marginado de los hombres en una época de intolerancia y terror sacro.
No sé a qué esperan para ver esta joya intemporal... ¡Y qué guapa era Maureen O'Hara, por dios!...
Saludos.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Porque yo lo valgo



No hay una cosa que cause mayor desasosiego en esto del cine que la casi ciega aceptación de que "todo" el cine clásico contiene una cuota de calidad difícilmente cuestionable, mientras que las risas nos las echamos siempre a partir del último cuarto del siglo XX. Esto no sólo es falso sino que limita las posibilidades de cualquier joven aspirante a cinéfilo a crearse una opinión lo suficientemente desarrollada e independiente; y no únicamente porque existen abismos irreconciliables entre un film de 1950 y otro de 2007, las chapuzas, aun vestidas con el aroma del cine clásico, han existido desde siempre. El ejemplo de hoy es un demencial melodrama filmado por William Dieterle hace sesenta y dos años y titulado SEPTEMBER AFFAIR y que narraba las locuelas andanzas de un ingeniero (Joseph Cotten) forrado hasta las cejas y aburrido de su convencional vida marital y una pianista (Joan Fontaine, más laxa y ausente que nunca) cuyas preocupaciones consisten en cruzar el Atlántico y aletear pestañilmente. Así las cosas, ambos dos se enamoran e intercambian fluidos en una Italia tercermundista en la que no paran de repartir limosnas, pero a la hora de volver a la patria deciden darse un gustazo p'al body y quedarse un poco más, como tontos que son, claro. Pues resulta (y esto ya es el colmo) que se enteran de que su avión se ha estrellado y a ellos dos les han dado por muertos... ¿que van a llamar a sus familiares y tranquilizarlos? Nooo, hombre; mejor aprovechamos la ola y nos quedamos a vivir de estranjis en Italia y a mi mujer y a mi hijo que les den morcilla. Ustedes pensarán que exagero, pero la película es tal que así; e insisto: ubíquenla cincuenta años más tarde y les sale una bazofia "antenatresil" de después de comer. Y eso que no he dicho nada de la sonrojante apropiación de cierto momento inmortal con un piano y una canción envuelta en humo... Busquen los parecidos...
Saludos para no tomarse muy en serio.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!