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miércoles, 20 de noviembre de 2024

Aprovechamiento de bienes


 

De cuando en vez, me acuerdo de pelis como THE WATCHER IN THE WOODS, por tal de desmentir aquello de que cualquier tiempo pasado (y ochentero) haya sido mejor, al tiempo que se desmontan falsos mitos acerca de productoras míticas. En este caso estamos en 1980, año en el que la Disney se miró al espejo y dijo la famosa frase, para acto seguido autoconvencerse de que podría abordar cualquier género desde sus propios estatutos, sea eso lo que sea. El resultado es tibio y ñoño, un cuento de fantasmas anticuado no por valerse de una Bette Davis en su canto del cisne, sino por su previsible trama y rutinarias soluciones, para contar el enésimo cuento de fantasmas, vertiente "familia llega a caserón perdido" y esas cosas. Lo remarcable aquí es ensayar un cine de terror "familiar", omitiendo detalles escabrosos y sustituyéndolos por un guion más propio de las aventuras juveniles. El resultado fue un fracaso tal, que la Disney descartó seguir por ese camino, aunque es sorprendente el aura mitificador que ha obtenido con el paso de los años, siendo constantemente citada como una de esas joyas olvidadas a rescatar. Sinceramente, a mí me parece aburrida desde cualquier perspectiva, y poco valorable más que como el excéntrico experimento de una factoría que quería renovarse en una de sus etapas más flojas.
Saludos.


sábado, 19 de octubre de 2024

Triple H de garrafón


 

Nada me ha impedido indagar en el extraño ínterin televisivo de la mítica productora Hammer, descubriendo otra miniserie de episodios autoconclusivos allá por 1984. Desgraiadamente, los trece episodios de HAMMER HOUSE OF MYSTERY AND SUSPENSE, pese a su lujoso envoltorio de pequeños telefilms de casi hora y media, no va más allá de un endeble pastiche de la serie original, más comprometida con los cánones que hicieron de la Hammer puntera en el cine de culto. Extraño, porque la nómina de directores estaba compuesta por nombres insignes de la productora, además de contar con actores y actrices de renombre. El problema está en unos guionistas que se dedican a sestear, mientras acribillan clásicos de todas las épocas, apenas barnizando las sospechas con los consabidos aliños de la época, confiando en ofrecer un producto ultramoderno, pero que el tiempo ha revelado como prematuramente antiguo. Hay algún episodio notable, como el penúltimo, en el que una familia se despierta descubriendo que toda su casa está rodeada de un extraño e impenetrable material, lo que me recordó algún cuento de Matheson y un film francés muy reciente que se presentó en Sitges. Es la excepción, y entre los caganchos tenemos a un estupefacto Dirk Benedict, que intenta en vano demostrar que podía ser un actor solvente más allá del "Equipo A", o un último capítulo que mezclaba tenis y pilotos de combate... A ver, si son nostálgicos y coleccionistas, existe una edición en DVD, un poco cara, pero con buena calidad; el resto, absténgase...
Saludos.

domingo, 22 de julio de 2012

Rincón del freak #73: Las casas encantadas y sus mecanismos interiores



Películas sobre casas encantadas se han hecho tantas, y lo que es peor, con un patrón tan definido y similar, que lo que debería ser aquello que en nuestra infancia nos infundía temor y respeto (normalmente encarnado en las atracciones de feria), se ha convertido a estas alturas en poco más que un lugar común, reconocible y de alguna manera hasta confortable. Reconocemos los pasos que van a darse: la toma de contacto exterior; la profanación del umbral como violación del espacio prohibido (y los llamadores como impasibles guardianes); la primera calma; el primer rasgo de extrañeza; el descubrimiento de las habitaciones "oficiales"; más tarde la aparición de las cámaras secretas; los habitantes, caso de que los hubiera; para terminar con las desapariciones esporádicas y el enfrentamiento final con esos terrores innombrables que, tirando ya mucho de opereta, moran desde el principio de los tiempos... John Hough, director irregular donde los haya, se fijó en una oscura novela de Richard Matheson para rodar THE LEGEND OF HELL HOUSE, donde la premisa inicial era el desmantelamiento del mito de una casa supuestamente encantada y famosa por las víctimas que se había cobrado anteriormente; todo con la figura de un misterioso cacique llamado Belasco, sobre cuya figura corren leyendas de torturas y crímenes horrendos. Allí llega un extraño grupo formado por un físico que ha inventado una máquina capaz de explicar científicamente cada suceso paranormal; su mujer; una especie de joven vidente extrasensible y un tipo que presume de ser el único que ha logrado salir con vida de dicha casa. Buenos mimbres, magnífica localización, pero fallida propuesta; todo es confuso en esta película, donde las motivaciones nunca quedan claras y volvemos a lo anteriormente dicho: el itinerario ya nos lo conocemos. El asunto de la máquina queda vergonzantemente obsoleto, mientras que los momentos terroríficos no pasan de lámparas que caen, objetos que se mueven y gente que desaparece (¿grupos? ¿para qué diablos se conformaría un grupo si luego todo el mundo va por su cuenta?). Así las cosas, THE LEGEND OF HELL HOUSE es un título menor que, sin embargo, ha sobrevivido a duras penas gracias a la aportación de sus escuetos fanáticos, que la idolatran como cierto modelo a seguir. Yo no diría tanto, de hecho hay muy poco que decir.
Saludos encantados.

domingo, 23 de enero de 2011

Rincón del freak #12: Viaje en el tiempo por la cara (que es como debe ser, cojones ya)



Parece que haya pasado una eternidad, y sin embargo no es así, que 1986 fue el año de Querétaro, cuando me despedí de mi primer barrio y uno empezaba a ir al cine sin los papis. De aquellas incautas sesiones, un abigarrado día de otoño, me topé con una bizarrada cuyos efectos aún me duran, sin saber a ciencia cierta si son negativos o positivos. BIGGLES se presentaba por aquel tiempo como "una gran aventura para todos los públicos", lo cual no es del todo incierto; pero vamos, yo he visto pelis de TROMA (ojito con lo que digo) menos cutres que ésta. Partamos de la base de que Biggles es un personaje muy conocido en Inglaterra, una especie de héroe de la aviación en la Primera Guerra Mundial, con aquellos aeroplanos biplaza y los gorracos de cuero con hebilla y gafas full eye. En fin, que vemos a un yuppie de aquellos tiempos en una oficina de publicidad en La Gran Manzana (aunque si nos dicen Segovia también me lo creo); de repente sale un trueno-relámpago azul que lo transporta al conflicto bélico; allí conocerá a Biggles, que también lleva el pelo cardado aunque sea 1916 y que se encarga de reventar "comedores de salchichas" por doquier (la frase es literal). Esto ocurre unas diez veces a lo largo del insufrible metraje, a medida que nos vamos dando cuenta de las razones por las que nunca volvió a saberse de sus protagonistas y además lanzaron al responsable de los efectos especiales al Támesis con los pies en cemento armado... Para rematar, embaucaron al pobre Peter Cushing, convertido aquí en una pantomima de sí mismo que vive nada menos que en los bajos del Puente de Londres y que, desgraciadamente, hizo aquí su última actuación. Todo muy eighties, con un ritmo a hipidos, más licencias que la UNED y una banda sonora a cargo del gran Jon Anderson que me atrevo a decir que es casi lo único que podría salvar de un apaleamiento general. Francamente, revísenla sólo si de verdad se consideran unos freaks irreductibles y poseen saberes old school; si no es así, simplemente manténganse alejados.
Saludos temporeros.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!