domingo, 30 de junio de 2019

Rincón del freak #362: Generación Quimicefa



Aquellos quioscos eran de chapa, quemaban con el sol directo de mediodía, mientras rayos X esperaban en el interior de los ambulatorios de suelo agujereado por las colillas. En el quiosco, los tebeos se colgaban como se cuelga la ropa recién lavada, y se olían con el mismo deleite. En el mostrador, junto a los regalices y los chicles con azúcar, los paquetitos de soldaditos de plástico, los recortables para las niñas compuestos de figuras de ojos vacíos y las estampas, los cromos, los de fútbol y los de la peli del momento. Allí, a cinco pesetas, un dinosaurio amenazaba desde una colina a unos tipos con pinta de aventureros, con rifles y lanzas, y detrás de ellos la damisela de siempre, envuelta en tul y con una mano cubriendo su aterrada boca. Así íbamos del lunes de médico a mundos fantásticos, como si nada, como si en realidad hubiese existido un tiempo en el que los niños no teníamos que preocuparnos de otra cosa que de ser niños, que debería ser la norma. Luego, los que teníamos más suerte, ya disipado el catarro, ingresábamos a la sala oscura con las espectaculares estampitas en el bolsillo. Era el momento de enfrentarnos a la cruda realidad del bajo presupuesto, igual que el juego de Cefa, que no hacía brebajes mágicos, sólo líquidos de colores. Allí, bajo la espectacular leyenda, MISTERIO EN LA ISLA DE LOS MONSTRUOS, todo se reduce a trajes de goma, humor blanco y peleas como sin querer hacer daño. Piquer Simón era un genio en lo suyo, que era creerse un genio, que ya es una genialidad en sí mismo. También eran unos genios Terence Stamp y Peter Cushing, que se pagaban las vacaciones en España con apenas cinco minutos de actuación. Menos aún salía Anita Obregón, pero ella tenía ya España en su mismidad intrínseca, y ahí aún tenía forma humana, aunque carecía de voz propia.
Y por habernos portado bien, en el médico y en el cine, nuestro paquetito de estampas y nuestro tebeíto, que es lo más cerca que puede estar un niño de enamorarse...
Saludos.

sábado, 29 de junio de 2019

Un menú de sentimientos



Sobre lo de Netflix se ha escrito todo lo que se debería escribir, se han abierto interesantes debates y, mientras tanto, el audiovisual ha cambiado para siempre, y yo creo que para mal, o al menos no para tan bien como nos lo pintan. Usted puede ver lo que quiera, sí, pero el problema es que usted sigue sin saber qué debe ver. O dicho de otro modo: también los que o tienen ningún interés por la cultura tienen derecho a acceder a contenidos deliberadamente diseñados para ellos. La parrilla de Netflix ha crecido tanto en tan poco tiempo que es absurdo y pretencioso obviarlo como influencia decisiva para determinar los cauces de dicho audiovisual, sin embargo es perentorio ultimar un debate que arroje luz sobre qué (palabra clave) es exactamente una plataforma de contenidos, se llame como se llame. Y en Netflix, que es para lo que estamos aquí, de vez en cuando se descuelga algún contenido que se desmarca de la "triste homogeneidad dosificada". En este caso la cosa pinta regular desde el principio ¿un dramón sobre una chica desarraigada que rapta un bebé, dejando una madre desconsolada? No, TALLULAH es mucho más que eso, es, sobre todo, un certero dibujo de un puñadito de personajes, muy diferentes entre sí, pero que van descubriendo que se encuentran mucho más unidos de lo que pensaban. Lo más importante que consigue la directora Sian Heder, en su primer largo, es que el guion avance tan firme que muy pronto el motivo principal no es el rapto (de hecho el tratamiento no es el de una delincuente), sino el aprendizaje vital de una mujer que descubre un instinto maternal que no tenía, otra, sumida en una vida de apariencias, que vuelve a vivir sintiendo que es la abuela de ese bebé, y otra, la madre, que por primera vez en su vida echa de menos a una niña que nunca quiso tener. Y todo sostenido por tres interpretaciones femeninas de las que perduran por su gran honestidad, a cargo de tres actrices magníficas, Allison Janney. Tammy Blanchard y, sobre todo, Ellen Page. No confío en que Netflix vaya a ser sólo esto, pero es una interesante veta a explorar, y espero que a explotar.
Saludos.

viernes, 28 de junio de 2019

Lecciones de vida



¿Qué hace que una historia, aparentemente banal, penetre hasta lo más profundo de nuestras emociones y sea capaz de reconducir lo que hasta entonces considerábamos inamovible? Es notorio el grado de madurez, el salto compositivo alcanzado por Mamoru Hosoda en MIRAI, su hasta ahora último trabajo, y de lejos el mejor suyo. Y todo empieza como en las grandes historias, con sencillez casi naif. Como si de un arranque de Linklater se tratara, Hosoda introduce el pequeño e incipiente universo de Kun, un niño de cuatro años, que espera en su casa, junto a su cuidadora, a que lleguen sus padres del hospital con su hermana recién nacida. Lo que sigue son los naturales celos, porque Kun no concibe que toda la atención se haya derivado hacia esa pequeña desconocida de mofletes sonrosados. Es ahí, con meritoria sutileza, donde el director y guionista hace aparecer el elemento fantástico, no como ruptura sino como continuación lógica y dramática. La imposibilidad de entrar en la mente de un niño obliga a adoptar otros cauces, y se establece entonces una intemporalidad desbocada, que transforma todo su entorno y lo adapta a esa nueva realidad que está inentando asimilar de golpe. Su madre es una niña de su misma edad, su bisabuelo un aventurero con la edad de su padre, su hermana una adolescente que lo trata (ay!) como el niño que es, y hasta su perro se encarna en un tipo que le da esas necesarias lecciones vitales. Así, lo que comienza como una historia convencional se torna la historia más importante, la historia de nuestras vidas, pero no como nosotros la construimos a conveniencia, sino como los otros nos perciben. Hay quien lo llama trascendentalismo.
Saludos.

jueves, 27 de junio de 2019

De muñecos y hombres



John Guillermin es uno de esos directores de sobrado talento que, por la razón que fuese, sucumbió a la llamada del cine comercial y abandonó pronto la idea de cimentar una carrera más personal y estimulante. De origen británico, comenzó a dirigir pequeños productos televisivos a principios de los cincuenta, y su gran intuición para dirigir actores y construir atmósferas densas empezó a llamar la atención de diversas productoras. Aunque su mejor película fue un extraño y claustrofóbico film de 1965 titulado RAPTURE, en el que se daban la mano el suspense de Hitchcock y la tradición gótica europea, a lo que contribuye decisivamente su localización en la oscurísima costa de Bretaña. Sin embargo, la película transita, aunque no lo parezca, por un lugar distinto al terror, centrándose mayormente en la (primero) enfermiza relación entre un hombre amargado por un terrible secreto del pasado y su hija adolescente, que, incapaz de crecer, se refugia en un mundo sin personas, y en el que los muñecos son sus habitantes. El brillante guion firmado por Ennio Flaiano, y basado en la novela de Phyllis Hastings, zarandea la historia con estudiada imprevisibilidad, conformando una atmósfera encerrada y opresiva, pero que siempre esconde algo nuevo que va a dotar al conjunto de verosimilitud. En un momento dado, la chica construye un espantapájaros, aunque su objeto es tratarlo como a un hombre real, y cuando un fugitivo se refugia en su casa huyendo de la policía, ella cree que se trata de su creación encarnada, lo que dispara un perverso juego de dependencia emocional, que se revela extremadamente complejo a medida que cada personaje va desvelando su maltrecho interior. Mención aparte merece el reparto, encabezado por el gran Melvyn Douglas y aquel incipiente Dean Stockwell; por el otro lado estaba la irresistible Gunnel Lindblom, habitual del cine de Bergman, y una jovencísima Patricia Gozzi, que borda su desequilibrio mental, además de protagonizar un par de tórridas escenas impensables hoy día, teniendo en cuenta que sólo contaba con 15 años de edad.
Una de esas joyas ocultas que merece la pena descubrir.
Saludos.

miércoles, 26 de junio de 2019

Bajo la alfombra



A los suecos les va más o menos bien cuando encierran sus fantasmas en el armario, racionalizan sobre lo que queda fuera del mismo y luego juegan a enseñarnos a ser libres. El mejor cine sueco siempre se ha construido sobre la desmitificación y desmontaje de un modo de vida con muchas sombras, y que normalmente sólo son expuestas gracias a la valentía y empeño de artistas que nunca se han conformado con el mueble de Ikea. Los nombres están ahí: desde un seminal Sjöstrom hasta su discípulo, Bergman, el más grande; con una transición hacia la época más reciente iniciada por gente como Roy Andersson y que ha desembocado en figuras tan interesantes como Thomas Alfredson o Ruben Östlund. Uno de los nombres más recientes y que con más fuerza han irrumpido en el panorama cinematográfico sueco es el del joven Magnus von Horn, que con su ópera prima, EFTERSKALV (DESPUÉS DE ESTO), fue el triunfador de los premios nacionales allá por 2015, aunque a mí me parece demasiado pronto para poder presumir de una carrera consistente y estimulante. La película narra la vuelta a su pueblo natal de un joven tras dos años de reclusión en un reformatorio, por motivos que (y ahí quizá esté el gran fallo del film) vamos conociendo con una morosidad extenuante y que apenas deja algún resquicio para que la narrativa fluya. Entiendo la influencia de cineastas como Haneke, que parecen manejar su guion como una partida de ajedrez con el espectador, pero debes estar muy seguro de lo que vas a contar y de cómo lo vas a contar, porque esa gelidez formal puede devenir en simple y mero aburrimiento. Hay una idea muy interesante en el corazón del film, y que apela a la a veces incómoda tradición de mantener unas apariencias que pueden llegar a ser absurdas, pero von Horn se pierde en una poco elaborada fisicidad, mientras que deja de lado la posibilidad de indagar en la ambigüedad del personaje central, del que sólo vamos viendo las vejaciones que sufre por parte de una comunidad que no lo acepta de vuelta. Tiene, es cierto, dos o tres momentos bien rodados, con nervio e intensidad, pero me queda claro que von Horn debe dar aún ese paso adelante, al menos si pretende mirar de reojo a nombres como los anteriormente expuestos. De momento, han pasado cuatro años y no ha presentado nada nuevo. Veremos.
Saludos.

martes, 25 de junio de 2019

La clase de Lubitsch #22



THE STUDENT PRINCE IN OLD HEIDELBERG, de 1927, fue otro excepcional guion de Hans Kraly, un giro hacia la un romanticismo con menos sorna, y quizá con algo más de nostalgia a la vieja Europa, donde sí abundaban las historias de amor entre nobles y lacayos, que siempre han constituido una fuente de inspiración para la literatura clásica. Por eso es éste un Lubitsch algo cambiado, con una mirada menos cínica y más orientado a descifrar la angustia de un joven enamorado que sólo quiere estar junto a la chica a la que ama, pero que, teniéndolo supuestamente todo a su alcance, esto tan sencillo es un imposible. Él es un príncipe heredero a la fuerza, ya que se trata del sobrino de un rey sin hijos, y ella es sólo la hija del posadero que hospeda al príncipe en el Heidelberg del título, una especie de ciudad forjadora de carácter, adonde va a estudiar y formarse para dirigir los designios de su pequeña nación. Por supuesto que hay aquí una crítica al cerrado clasismo monárquico, sobre el que termina triunfando un amor que todo lo puede, pero, aun siendo un film de exquisitos ritmo y desarrollo, puede que no entre a la primera, como si a este Lubitsch lo hubieran girado hacia otros terrenos narrativos. Puede que a ello contribuyera, cómo no, el cambio de productora, la Metro, que impuso a "la pareja más guapa de todo el cine mudo", como eran entonces los míticos Ramón Novarro y Norma Shearer.
Muy recomendable para constatar la versatilidad de Lubitsch.
Saludos.

lunes, 24 de junio de 2019

Sólo el sistema es antisistema



Hay un mensaje muy importante incrustado en el escueto y moroso metraje de THE ALCHEMIST COOKBOOK, penúltima provocación del enésimo enfant terrible surgido de los márgenes del underground, Joel Potrykus, que lleva una década animando el cotarro con sus inclasificables mezclas de filosofía nihilista y terror sobrenatural. Puede sonar raro, pero así es como se desarrolla este extraño film, de apenas 80 minutos, que emplea casi la mitad en mostrar a un tipo aislado en mitad del bosque, mientras realiza indescifrables experimentos, diríamos que químicos, aunque no queda claro. Le trae provisiones un negro con pinta de pimp, que no para de hablar y preguntarle qué diablos está haciendo allí en medio de la nada. No será ya hasta casi la mitad de la película que nos enteremos de que quizá este tipo está invocando a un diablo, suponemos que para obtener satisfacción a sus deseos. Básicamente el film es esto, aunque cabría señalar cómo Potrykus bordea los márgenes del género e instala su discurso en otra parte, más cercano al ideal de un anarquismo trasnochado. Es en el fracaso de esta utopía donde el film crece, bajando muchos enteros con la excusa sobrenatural, que aporta más bien poco. Lo triste es que todo esto está más y mejor explicado en otras obras, que supongo habrán sido inspiración para elaborar este intrascendente acercamiento a ese eterno dilema del que ya nos hablaba Goethe: al final, todos venderíamos nuestra alma al diablo para las mismas gilipolleces...
Saludos.

domingo, 23 de junio de 2019

Rincón del freak #361: El "folk terror" no era esto



THE CURSE OF LA LLORONA (vaya titulito) no debería ser considerada una bazofia, ni mucho menos, acaso una rutinaria producción sin más ínfulas que hacer pasar un mal rato a quienes disfrutan con ello. El problema es más de fondo, y atiende a la cansina deriva que está tomando el cine de género, el comercial. Así, nos encontramos con películas que no cuentan nada nuevo, pero que van dirigidas a una facción de público muy concreta, sea por raza, género o lo que sea; en los setenta esto se llamaba exploitation, pero ahora somos demasiado correctos para identificar que, por ejemplo, un film como éste apenas le puede interesar a la gente de origen latinoamericano. Este experimento se lleva ensayando desde hace tiempo en la Disney, donde la muchachada traga series completamente idénticas en todo... excepto en la raza de sus protagonistas. Así, se obvia la dificultad de obtener un producto masivo, pero se divide la cuota en segmentos de población y las cuentas salen algo más.
Sí, ya sé que no les he contado nada de la película en sí. Deberían darme las gracias...
Saludos.

sábado, 22 de junio de 2019

Desde el jergón



Aunque en una órbita completamente diferente, NAZARÍN volvía a encontrar los caminos de Buñuel y Galdós, esta vez en una de sus más famosas "novelas espirituales", en las que el escritor canario sondeaba los recodos del alma virtuosa, sometida constantemente a las agujas de la tentación, y encarnado en la granítica figura del padre Nazario, un cura de origen español que arrastra su imperturbable misericordia por un México que lo mira como a un extraterrestre. De nuevo hay una lección interpretativa de Paco Rabal, perfecto transmitiendo toda la honestidad del padre zarandeado y humillado, pero incapaz de negar socorro a quien lo necesite, ni siquiera a las dos prostitutas que se convierten en fervientes seguidoras suyas, aunque ello levante aún más suspicacias en torno a su discutible, a veces incomprensible, fervor. Todo ello lo compone Buñuel con una sobriedad desarmante, ofreciendo el hueso de la narración original, pero sirviéndose de ese tuétano para detonar sordas cargas de profundidad, no contra la iglesia, sino contra su habitual hipocresía, defendiendo siempre la radical postura del padre Nazario, aunque alentando también la discusión sobre esa religión que debería mirar al desfavorecido, pero se ensimisma en el oropel y el muelle que por principios debería rechazar ¿Cuál es, entonces, la postura más arcáica y desfasada? En ese imposible dilema transita este extraordinario film, que obligadamente necesita de varios visionados para comprenderle sus honduras contextuales, de tan rabiosamente modernas. Como esos tambores de Semana Santa de Calanda sonando en mitad de un desierto mexicano...
Saludos.

viernes, 21 de junio de 2019

Apuntes para la anatomía de un país



¿Cómo se puede poner en imágenes una identidad, una forma de ser? ¿A través de qué intrincado laberinto nos tendría que llevar un cineasta para que, sin abandonar los trámites de una narración más o menos convencional, identifiquemos el corazón del subtexto, quizá enterrado entre capas de inagotable sentido? No hay muchas películas que logren esto, al ser un arte más encorsetado que, por ejemplo, la literatura. Pero hay joyas del cine, obras únicas e irrepetibles por su contexto, su intemporalidad, su magnífica imbricación de lo sublime y lo rastrero. Es decir: por la clarividencia con la que ajustan las flaquezas, miserias y debilidades humanas para, finalmente, conformar un tejido que parece precisamente eso, la identidad de un pueblo, un país. Se puede estar revisando VIRIDIANA toda la vida, siempre encontraremos un nuevo significado, como si de una obra en perpetua renovación semántica se tratase ¿Qué nos quiere contar Buñuel? ¿La dolosa historia de amor truncado del tío que vive obsesionado con su difunta esposa y la beatísima sobrina, a la que hace pasar (en hitchcockiano recurso) por nueva carne? ¿O por el contrario deberíamos quedarnos con la posterior e irreverente relectura (tenebrosa, inasible) del berlanguiano "ponga un pobre a su mesa"? Para ambos contextos hay dos escenas esenciales, por no extendernos demasiado y porque VIRIDIANA, ya digo, es casi infinita en hallazgos. El tacón y el corsé disfrazando la ausencia de la mujer muerta, seguidos de una ceniza sonámbula derramada sobre la cama, como vaticinando la tragedia al no poder existir deseo consciente. Mientras que en el segundo acto, más allá de la fascinante orgía de pobres, a Buñuel le basta un rápido trazo para hablar de la inutilidad de la caridad: Paco Rabal se apiada de un chucho amarrado a una carreta, así que se lo compra al dueño por poca cosa; seguidamente, sin dejar de sostener el plano, una carreta idéntica pasa en dirección contraria, con un perro idéntico amarrado...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

jueves, 20 de junio de 2019

Repugnante confort



En 1970, Buñuel hace suya la inmortal novela de Galdós, TRISTANA, llevándola a su imaginario personal, transformándola en un artefacto completamente nuevo y poniendo del revés, una vez más, a la forma de hacer cine en nuestro país, que no es poca cosa. Buñuel sitúa la historia en los primeros años veinte, casi cuatro décadas después, para trazar un preciso mapa de la España mugrienta, artrítica y beata de una ciudad de provincias, en cuyas despellejadas fachadas se espejea la desfasada figura de Don Lope (impresionante, conmovedor Fernando Rey), un viejo caballero que vive de no se sabe qué rentas y al que cuida su inseparable Saturna (Lola Gaos). De repente, el mundo inamovible de Don Lope queda trastocado para siempre al tener que hacerse cargo de su joven sobrina Tristana (tremendísima Catherine Deneuve), de la que pronto queda prendado y con la que inicia una tormentosa relación que él mismo declara como de "marido y padre", al mismo tiempo. No sé qué se puede añadir hoy día a una obra tan rabiosamente intemporal, si no es la interpretación personal que cada uno va hallando en sus reveladoras imágenes. En mi opinión, se trata de otro corte de mangas, furioso y cínico, de un cineasta que se sabía repudiado en su propio país, al que siempre quiso volver una y otra vez. Buñuel amaba España tanto como la odiaba, como debe ser ¿Y qué otra cosa es, si no, esta TRISTANA? Se trata de amar u odiar, de someter ante la negativa de cariño, y de obtener justa venganza tras el engaño de la (imposible) reconciliación. Hay mucha significación en ese amor hediondo, de calzones orinados y aliento a picadura, y mucho simbolismo no tan desfasado. Porque siempre se pueden parchear las fachadas y suavizar los machismos, pero aquí se siguen tomando las decisiones y los destinos en inaccesibles saloncitos, donde los curas se toman el chocolate caliente de los herejes...
Obra maestra.
Saludos.

miércoles, 19 de junio de 2019

Gente en lugares



Con Buñuel uno siempre tiene la sensación de quedarse atrás, pero en mi caso ya empezaba a ser sintomático, y me estaba dejando algunas de sus mejores películas sin saber muy bien por qué. Por ello, hay mini maratón del genio de Calanda de aquí al Sábado, porque me parece necesario para el normal funcionamiento de este blog y porque en realidad es un placer que he de procurarme. Y empezamos con uno de sus últimos trabajos, LE FANTÔME DE LA LIBERTÉ, una especie de delicia que Buñuel se dio cuando ya prácticamente podía hacer lo que le daba la gana (en Francia, eso sí) y que más bien parece una ampliación socarrona y desencantada del espíritu irreverente e incendiario de su "perro andaluz". Formada por unos particularísimos sketches, que se hilvanan hábilmente unos con otros, la película no deja títere con cabeza, y le atiza a todo: a la familia, a la policía, a los artistas, a los militares, los músicos, la escuela, la burocracia, el poder del sexo, las veleidades de la burguesía... Y, cómo no, a la Iglesia, que se lleva gran parte del escarnio de un Buñuel al que se le adivina sentado con media sonrisa envuelta en humo. Podríamos desgranar aquí los segmentos, que son muchos, pero es casi mejor atender al espíritu implícito en la poderosa intención, que no es otra que situarnos ante una situación absurda para que seamos nosotros mismos (si es que estamos dispuestos a hacerlo) quienes captemos el sentido de lo que parece un sinsentido. La policía se comporta como niños en clase; los frailes se escandalizan ante una escena sadomasoquista, pero que no dista mucho de sus propias flagelaciones; los invasores franceses no se conforman con el aniquilamiento español, sino que pretenden una última forma de ultraje: copular con una noble, muerta siglos antes. El asesinato indiscriminado se recompensa, y el francotirador bien podría ser un Lucanor de nuestros días; mientras, los niños son ignorados porque los adultos les vamos enseñando cómo mentir. Todo ello ocurre mientras un burgués sólo encuentra algo de belleza colocando arañas en unos muebles "demasiado simétricos", mientras sueña que la muerte le espera tras ocho horas de sueño, reflejada en la vacía mirada de un avestruz...
Magistral.
Saludos.

martes, 18 de junio de 2019

La clase de Lubitsch #21



SO THIS IS PARIS, de 1926, fue el enésimo guion escrito por Hans Kraly, esta vez basado en una obra original de Henri Meilhac y Ludovic Halévy, y que tomaba como excusa la fiebre del charlestón desatada en medio mundo en aquellos locos años veinte, para volver sobre uno de los temas favoritos de Lubitsch: los cuernos. Por un lado están Maurice y Georgette, que se ganan la vida bailando en fiestas interminables, y por otro el doctor Giroud y su esposa Suzanne, un matrimonio aparentemente estable, pero que se aburre como las ostras. De nuevo están aquí los flirteos constantes y los equívocos provenientes de dichas actitudes, para poner de manifiesto lo que no es más que una corrosiva sátira sobre los excesos y desmanes de un modo de vida construido sobre una frivolidad a la que es imposible resistirse. Es una película francamente divertida, y que además se ve en un suspiro (apenas pasa de la hora de duración), pero se trata de una vía que Lubitsch, a mi parecer, ya había agotado, y que más parece una obligación impuesta por los estudios de retomar sus antiguos guiones alemanes para ponerlos al día ante el público americano. Por cierto, no confundir con el film homónimo que Richard Quine dirigió tres décadas después.
Saludos.

lunes, 17 de junio de 2019

Realmente podridos



El otro día nos dejaba Franco Zeffirelli, uno de esos directores "de toda la vida", al que reconozco que siempre me ha dejado sin frío ni calor. Sus películas, casi siempre, han sido "eficaces", signifique ello lo que signifique; grandes buques repletos de avales, nombres, jugando sobre seguro en manos ganadoras, arriesgando lo mínimo. Zeffirelli no fue un director prolífico, y aunque sus películas funcionaban bien en taquilla, la crítica normalmente le dejaba fuera de sus preferencias, como uno de esos directores más pendientes de las cifras que de las letras, lo que le granjeó una cierta fama de "vendido al sistema". No seré yo quien vaya por ahí, porque nunca lo he hecho con ningún director, y aunque ya digo que su cine nunca me ha resultado del todo satisfactorio, reconozco que algunas cosas las hizo muy bien, como sus adaptaciones de Shakespeare, a las que tan afecto fue durante toda su vida. Y hay alguna muy famosa, pero yo me voy a quedar con el HAMLET que realizó en 1990. Clásico, riguroso, minucioso y fiel al texto original casi con auténtica devoción, Zeffirelli hizo un HAMLET duro, seco, áspero, que no se avergüenza de ser lo que es, y que no se sale un milímetro de lo que su autor ponía de manifiesto, principalmente el hedor de la corrupción en una corte marcada por el anhelo de poder a cualquier precio, y que se polariza en torno a la esquiva y ambigua personalidad del príncipe danés, una mezcla entre virtuoso e imbécil, o quizás un fundamentalista que cree ser un clarividente. Lo cierto es que esa corte danesa tenía de todo, y todo malo. Envidias, asesinatos, espionaje, incesto... Verdaderamente olía a podrido, y Zeffirelli se centra en la magnitud de este clima ponzoñoso, con un reparto de altura (Mel Gibson, Glenn Close, Alan Bates, Ian Holm, Helena Bonham Carter, Paul Scofield), una poderosa partitura a cargo de Ennio Morricone y una tenebrosa aunque límpida fotografía de David Watkin. Una película a la que no hice nada de caso en el momento de su estreno, pero que vista tres décadas después tiene su "aquél". Es cine clásico, del de toda la vida, evidentemente teatralizado, pero con una intensidad dramática muy superior a, por ejemplo, la adaptación que poco después hizo Kenneth Branagh.
Quién sabe, puede que me ponga tardíamente con Zeffirelli...
Saludos.

domingo, 16 de junio de 2019

Rincón del freak #360: Mediocridad y malas pasadas de la memoria sentimental



A menudo me veo a mí mismo intentando convencerme de que cualquier tiempo pasado no ha sido necesariamente mejor, sino que existe un mecanismo de conveniencia, según el cual somos capaces de seleccionar los momentos agradables y olvidar los vergonzosos, o incluso enmascararlos de otra cosa que nunca fueron. A principios de los ochenta hubo una fiebre por filmar cualquier cosa, con el menor coste posible y en tiempo récord ¿Por qué? Pues porque la gente iba en masa al cine, consumía cine, y puede que fuéramos conscientes de que caad tipo de cine tenía su público, que equivale a decir que teníamos menos prejuicios... Aunque, claro, quizá me esté manipulando mi memoria sentimental en este momento, y lo que realmente debería decir es que nos metían más goles que al portero de Malta... Hay multitud de estos flashes vergonzantes pululando por mi memoria, pero el otro día me acordé de un trasunto de película de superhéroes salido de una mente que no conoce los límites del pudor. Estoy seguro de que algunos de ustedes recuerda aquello de L'UOMO PUMA, que ya el título tira para atrás; máxime si hablamos de un tipo cuyo traje superheroico consiste en un poncho convertible en capa, pantalones vaqueros color beige, botos rocieros y un niki de nylon con la efigie de un puma en el pecho... Ajá... Pero todo empeora si adelantamos la sinopsis: Estamos en Londres, pero en los periódicos hay noticias sobre estadounidenses que están cayendo por las ventanas sin explicación alguna. El protagonista es un paleontólogo al que persigue un señor azteca que quiere (claro) tirarlo por la ventana ¿por qué? Para ver si vuela, o yo qué sé. Como no se mata, es el nuevo Hombre Puma, un superhéroe estrafalario cuyos poderes, aparte de un vuelo jodidamente sonrojante, consiten en arrancar chapa con las manos, ver en la oscuridad y quedarse muerto durante diez minutos... No pregunten, por favor. El caso es que aún más extraño es el casting, formado por Walter George Alton, que en realidad era un prestigioso abogado y escritor, y ya nunca volvió a dejarse dirigir por un italiano demente; Donald Pleasence, que luego no salió a la calle durante meses; Sydne Rome, que sonreía hasta cuando le pegaban; y el mexicano Miguel Ángel Fuentes, que encarna al sacerdote Vadinho... ¿?... Es tan mala, tan inconsciente y tan bizarra que tienes ganas de verla un minuto después de acabar. Se quedará en tu mente, jugará con tu sentido de la percepción y te hará dudar hasta de tu propia cinefilia... Brutal... Además, ya sabemos de dónde sacó Aznar su himno oficial...
Saludos.

sábado, 15 de junio de 2019

Todo lo bueno se acaba



Mamoru Hosoda es, desde hace algo más de una década, uno de esos nombres a seguir en la animación japonesa. Decidido a demostrar que hay vida más allá del Studio Ghibli, estuvo a punto de formar parte de la dirección de EL CASTILLO AMBULANTE, pero su carácter inconformista lo dejó fuera del proyecto, lo que le llevó directamente a la Mad House, probablemente la segunda productora de animación más importante de Japón. Y su primer título fue TOKI O KAKERU SHÔJO (LA CHICA QUE SALTABA A TRAVÉS DEL TIEMPO), una película que partía de la novela original de Yasutaka Tsutsui y cuyo funcionamiento argumental es mucho más complejo de lo que pudiera parecer a simple vista. Una adolescente está acabando su último curso de instituto, por lo que empieza a atisbar la cantidad de cambios que se le vendrán encima. Inesperadamente, entra en contacto con un extraño artefacto, que le otorga la capacidad de volver atrás en el tiempo y arreglar cuantos sucesos que ella toma como equivocados, aunque puede que hubiese sido mejor dejar las cosas tal como estaban. Es cierto que la acumulación de saltos temporales puede terminar resultando abrumadora, pero se trata de un film que encierra un mensaje muy interesante y maduro: podemos cambiar cuanto deseemos, lograr la casi perfección ante los demás, pero lo único que permanece es el afecto y amistad verdaderos, aunque de eso normalmente sólo nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde...
Saludos.

viernes, 14 de junio de 2019

La vida y nada más



La mirada de un niño, que no esconde nada, lo esconde todo. Todo lo que no nos atrevemos a decir, a verbalizar, a poner de manifiesto. Todo cabe en esa mirada limpia y preciosa, incluso el dolor más desgarrador, el que no tiene remedio ni consuelo. Y los adultos tenemos armas, mentiras, escudos para combatir ese dolor, pero ¿qué tiene un niño sino su curiosidad infinita? ESTIU 1993 es, más que una película, un exorcismo, casi una forma de ajustar cuentas con el pasado para su joven directora, Carla Simón, que plasma aquí aquel verano de 1993 en el que tuvo que irse a vivir con sus tíos tras ver morir a sus padres de Sida. No hay un gramo de condescendencia, ni mirada nostálgica que valga, tan sólo el propio asombro, el de la mujer adulta que echa la vista atrás y se ve a sí misma como niña, intentando comprender qué le está pasando a su vida, a su mundo. Ese es el gran hallazgo de esta maravillosa, prodigiosa película, refundar un puñado de sensaciones en torno a esa mirada, la de un Laia artigas que traspasa la pantalla y la anega de verdad. Es muy difícil hacer una película como ésta y no caer en el sentimentalismo o en las trampas del narcisismo emocional; pero allí donde los mediocres raspan para lograr algún destello, Simón halla oro puro en lingotes. Parecería que sin esfuerzo, pero intuimos que el proceso ha debido ser agotador. Aunque hermoso...
Maravillosa.
Saludos.

jueves, 13 de junio de 2019

La absurda espera



¿Dónde se había metido Lucrecia Martel? ¿Por qué la tortura de jugar a hacer "El Eternauta"? Y sobre todo ¿Cómo ha podido hacer una obra maestra como ZAMA y luego como si nada?... Preguntas insolubles, invaluables, vanas. Como la kafkiana, quizá beckettiana... ¿debería decir mejor conradiana? ¿faulkneriana?... No sé, pero sé que "Zama", la novela, es una de las más grandes novelas del siglo XX, y de todos los tiempos, que así dicho tira para atrás, pero que no tendría que ser un obstáculo para una adaptación, sino todo lo contrario. La diferencia con otras tantas adaptaciones mediocres, cuando no directamente inservibles, es que Martel es capaz de "recrear" por completo el absorbente y venenoso entramado verbal de Antonio Di Benedetto, alejado de las venusianas cefaleas selváticas de otros escritores sudamericanos, perdidos ellos mismos entre el abigarrado verde y las chicharras lejanillas. No. Di Benedetto/Martel se centran en la triste figura de Diego de Zama (un prodigioso Daniel Giménez Cacho), una especie de funcionario del XVII, enviado a lo que luego se conocería como Paraguay para "alguna cosa de cierto interés", aunque lo único que espera es ser conferido a un puesto mejor en Argentina, donde las condiciones de vida no son tan precarias. Netamente configurada en dos partes bien diferenciadas, ZAMA comienza presentando la tediosa vida de Don Diego, un hombre esencialmente aburrido, que se distrae espiando a las damas, aunque nunca consiga favores de ninguna y sea refractario a las negras y mulatas. Aquí se imprime el fatigoso destino del funcionario, presa de un infortunio permanente, ignorado en sus súplicas y determinado, como único modo de obtener relevancia ante un rey de España más lejano y absurdo que nunca, a apresar a un peligroso y cuasimitológico bandido, del que oye hablar sin cesar. Es ahí donde se gesta la segunda parte, menos contemplativa y repleta de imágenes fascinantemente rodadas en plena selva. Es necesario señalar el trabajo del portugués Rui Poças en la fotografía y del habitual de Martel, Guido Berenblum, como mwzclador de sonido, un sonido que casi puede llegar a masticarse.
Excepcional película de una excepcional directora. Y lo que es mejor, no tiene nada que ver con nada que Martel haya hecho antes. Esperemos que no vuelva a demorar tanto...
Saludos.

miércoles, 12 de junio de 2019

Maestro de lo macabro (y 2)



¿Pensaban que no la pondría?... Sólo alguien como Lubitsch podría interponerse entre los dos largometrajes que Chicho decidió rodar. Sólo dos, que pueden ser muy pocos, pero también pueden agrandar la leyenda alrededor de un realizador. No sé si lo he dicho alguna vez aquí, pero ¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO? me parece una obra maestra del cine de terror, y por motivos bien claros e indiscutibles. Primero porque me parece una película tremendamente atrevida y valiente para 1976, pero es que estoy seguro de que nadíe podría filmar hoy día según qué escenas, por motivos sobradamente conocidos. Por supuesto que hay mucho Hitchcock, el de LOS PÁJAROS, por ejemplo, pero Chicho va un poco más allá y ofrece una opción moral aún más controvertida y dura de tragar. Por supuesto que hay mucho de EL PUEBLO DE LOS MALDITOS, sería del género tonto no reconocerlo, pero aquí la amenaza está más naturalizada y alejada del elemento fantástico, lo que resulta bastante más desasosegante. El prólogo, por ejemplo, compuesto de imágenes reales, debe ser de los arranques más perturbadores y arriesgados, al menos que yo recuerde, lo que da una idea también del carácter libérrimo del cineasta. Hay otras escenas realmente crudas, chocantes para la ñoñería de hoy día, pero finalmente me quedo con la escalofriante reflexión que se desprende ya desde la obra original de Juan José Plans, otro clásico olvidado de nuestro país, el escritor y periodista gijonés. Porque en realidad ¿dónde reside el mal, sino en el otro?...
Dejen lo que estén haciendo y véanla, aunque esta noche no puedan conciliar el sueño...
Saludos.

martes, 11 de junio de 2019

La clase de Lubitsch #20



Deslumbrante. Pocos adjetivos más certeros se me ocurren para describir la increíble adaptación que Ernst Lubitsch realizó de LADY WINDERMERE'S FAN, la inmortal obra maestra de Oscar Wilde. Y los aspectos son tantos y tan variados, que me atrevo a afirmar que se trata de la mejor adaptación de esta obra. Primero porque hay que tener muchas gónadas para representar a Wilde sin palabras, y no me vale lo de los intertítulos, porque la obra original está trufada de antológicos diálogos, que aquí pierden su sentido, pero que Lubitsch lleva a su terreno y transforma en otra cosa. Pero es que desde su afiladísimo arranque nos damos cuenta de que quizá no ha habido un cineasta más wildeano que Lubitsch. Aquí está todo, toda la parafernalia, sofisticada, enrevesada, accesoria, pero que cobra todo su sentido con apenas un gesto, como el de un jovencísimo Ronald Colman acercando la carta a Lord Windermere, con el único propósito de que se vaya cuanto antes y le deje a solas con Lady Windermere, a quien intenta cortejar sin mucho éxito. Es ésta una historia de apariencias, mentiras, extorsiones y reconciliaciones imposibles; y sobre todo es un corrosivo retrato de la alta sociedad británica, de sus "bajos fondos", del todo vale con dinero de por medio, y de la futilidad de los buenos sentimientos una vez se constata que, por ejemplo, ayudar a alguien caído en desgracia puede suponer la expulsión de tan alto estrato social. Todo ello cabe en esta asombrosa película, donde sientes a Wilde sin apenas líneas escritas; pero sus imágenes rezuman ese reverso juguetón y tenebroso que hacía frotarse las manos al director alemán. La recomendación es clara: lean el libro y luego vean la película, a ver si me dan la razón...
Saludos.

lunes, 10 de junio de 2019

Maestro de lo macabro



No le digan Narciso. A Chicho se le llama así, Chicho. Se fue el maestro más grande e inalcanzable de la televisión española. Un señor que hacía concursos, pero que en el fondo quería ser Hitchcock, así que se inventó una pléyade de historias que ponían los pelos de punta al españolito ávido de escaparse de su realidad como fuera. Así que llegó él y reunió a familiares, vecinos y hasta desconocidos ante aquellos cacharros que se sintonizaban moviendo la antena y se veían en glorioso B&W. Yo no pertenezco a esa época por edad, me incorporé ya con el 123 de Mayra, y disfruté, cómo no, de "sus" terrores favoritos. Pero mis padres me hablaban de aquellos seriales hechos con dos duros y un montón de atrezzo (la mayoría pintado por Mingote, otro genio), angustiosos, lóbregos, irónicos, con clase. Desafiantes en un país y un momento donde te la jugabas si los que mandaban percibían que te estabas riendo de ellos. Pero es que Chicho siempre fue muy respetuoso, y muy inteligente, por eso era de los pocos que efectivamente ridiculizaron al régimen franquista sin que éste, momificado por naturaleza, se percatara de ello.
Pero Chicho también se adentró en el largo, poco pero dejando huella. Porque también mis padres me hablaban de una película que vieron en 1970 y que les dejó picuetos perdidos, pero para bien, porque siempre se cagaron en el régimen criminal y retrógrado que les había tocado vivir, así que algo de ello les despertaría LA RESIDENCIA, una fantasmal historia de Juan Tébar que Chicho convirtió en uno de esos guiones de los que salen esas escasas películas llamadas "precursoras". Y es que films como LA RESIDENCIA ya se filmaban fuera de España desde hacía muchos años, pero aquí preferíamos zurrar a nuestras señoras tras el soplo en porrón y después a misa, no fueramos al infierno sin necesidad. Y esta película, más allá de su terror gótico y algo acartonado (todo hay que decirlo), me gusta más cuando la veo como la particular recámara del gran voyeur que siempre fue Chicho. Así, el personaje del niño, encerrado por su madre, bien podría ser un alter ego del propio director, confinado enfermizamente en un lugar infestado de delicuescentes púberes. La madre, severa y autoritaria, podríamos identificarla como esa madre patria, la de entonces, que ni siquiera me molesto en describir porque ya lo hice antes. Y esa pléyade de ninfas... en fin. Si tienen alguna duda, revisen algún episodio del 123, y si no, con ver la película tienen bastante...
Adiós y gracias, maestro...
Saludos.

domingo, 9 de junio de 2019

Rincón del freak #359: Supercañí contra las fuerzas del mal



Sí, amigos, seguimos con los superhéroes de trastienda, porque mucho antes de que a nadie se le ocurriese inventar algún superhéroe español, al inefable Juan Piquer Simón, adalid y pionero de lo retrocutre y lo bizarro puesto al servicio del exploitation, se le pasó por la cabeza un tipo llamado SUPERSONIC MAN, cuyas andanzas se presuponían nada menos que en Nueva York, aunque todo se localizaba en eriales de Matasierra de los Guzmanes, claro. Lo de esta película es tremendo, porque yo recuerdo los cines en aquella época (principios de los 80) abarrotados de chavalines para tragarse esta inenarrable sinfonía de transparencias, cameos cipotudos y música funky... pero funky funky... Las transparencias eran lo más, con el héroe de turno haciendo como que volaba, aunque su postura era rígida como de hemorroides. Luego, la forma de luchar es, yo creo, nunca vista, y consiste en no acercarse nunca, sino hacer cosas raras con las manos y convertir pistolas en plátanos... Lo juro. Y lo del reparto es memorable, con el semigalán italiano Antonio Cantafora haciendo de la versión terrícola del superhéroe, con bigote, pelazo y chalequito, aunque el mostacho desaparecía en la transformación, Casio calculadora mediante. El que volaba era José Luis Ayestarán, culturista de la época cuyas dotes interpretativas no eran requeridas y que una vez dobló al mismísimo Chuache. La chica, más florero e inane que nunca, era Diana Polakov, que luego se casó con Ramoncín y se dio cuenta de que era mejor hacer películas como ésta, así que se divorció. Y, atención, el malo era un Cameron Mitchell ya pasadete de años y puritos, moviéndose y respirando con dificultad y con eterna mirada ebria de Larios. Pero lo mejor son el profesor interpretado por el entrañable José Mª Caffarel, que tiene un secreto pero se sabe lo que es, y las apariciones estelares de (ay dios) ¡Quique Camoiras, Tito García y aquel Javier de Campos haciendo de borracho ubicuo! Amén de un robot tan cutre, tan sumamente cutre, que, francamente, sólo se pueden hacer una idea viendo esta joya del frikismo patrio...
No hay palabras.
Saludos.

sábado, 8 de junio de 2019

Habría que creérselo



A veces es necesario comparar dos productos similares para que la bobaliconería de uno otorgué la verdadera dimensión al otro. Ejemplos hay incontables, pero me acuerdo hoy del último trabajo de Spike Lee, creo que no muy bien entendido por la mayoría, pero que reinventa con inteligencia e intención el género de infiltrados, uno de los que, precisamente por su propia naturaleza de apariencias y credibilidades, tiende más a la parodia involuntaria. La historia real del agente Michael German es tremendamente interesante, por lo que de revelador tiene respecto a un asunto turbio de la sociedad americana, y al que normalmente no se le presta más atención que a la quimera de unos cuantos desequlibrados a los que le va la marcha. German estuvo infiltrado en varios grupos neonazis, logró desarticularlos y luego describió cómo sentía que una amenaza latente iba desarrollándose en el mismo corazón de Estados Unidos, sin que nadie lo notara de esa manera. IMPERIUM es la película que lo cuenta, pero lo hace tan chapuceramente que cuesta creer la mayoría de lo que vemos. Y no por la elección de Daniel Radcliffe como protagonista, que al final es de lo poco salvable de este film encorsetado y ramplonísimo, como de cartón piedra. En muy pocos minutos, un tipo que es un ratón de biblioteca, y del que hasta sus compañeros en el FBI se burlán, es capaz e transformarse en un temible supremacista, sin que el director se moleste en mostrar ese proceso interno de cambio, así que todo va acelerado, los personajes aparecen y desaparecen por arte de magia y el guion está caóticamente ejecutado. Una lástima, porque ya digo que el material prometía para mucho más. Y, sí, mejor vean la de Spike Lee...
Saludos.

viernes, 7 de junio de 2019

Los detectives salvajes III



Parecen significativos los cuatro años que la HBO se tomó antes de decidir a ponerse manos a la obra con la tercera temporada de TRUE DETECTIVE, que en principio siempre se pensó que no se terminaría rodando. Empezando por el principio, me parece la temporada más floja de las tres, pero tampoco creo que hablemos de ningún desastre ni nada parecido. El problema es que lo que se cuenta ya ha sido contado, y mejor, y la sensación es un poco la de aprovechar una ola que, desgraciadamente, ya hacía tiempo que se iba retirando. Como si de una versión alternativa de la antológica primera temporada se tratase, de nuevo estamos ante una desaparición misteriosa y dos detectives obsesionados con resolver un caso que se va tornando más opaco e indescifrable. Lo novedoso aquí es que Pizzolatto emplea el elemento temporal a lo largo de toda la serie, en un arco de 35 años, en el que los detectives Hays (omnipresente, Mahershala Ali) y West (atención a un superlativo Stephen Dorff, con momentos de brillantez dramática que yo no le recordaba) investigan la desaparición de dos hermanos en un pueblecito de Arkansas. Todo comienza en 1980, hasta que la fiscalía decide dar el caso por cerrado, ante la imposibilidad de encontrar pruebas determinantes, pero vuelve a abrirse en 1990, cuando West es ascendido y decide reclutar a su compañero y amigo Hays, ya que se cree que pueden existir nuevas certezas en el caso. Intermitentemente, sin que cese la alternancia entre estos dos segmentos temporales, vemos también a un Hays en la actualidad, con graves problemas de memoria, pero aún obsesionado con un caso que le ha perseguido toda la vida y prácticamente fue destrozándosela. Es ahí donde Pizzolatto (que por cierto, se lanza a dirigir él mismo un par de episodios) habría tenido la oportunidad de lucirse, escarbando en la indescifrable memoria de un detective demente, y sembrar la duda de si no sería todo inventado. Desgraciadamente, esta tercera temporada es mucho más prosaica de lo que cabría esperar, y, además de unas muy buenas interpretaciones (estupendo también Scoot McNairy), apenas quedan para el recuerdo los tres primeros episodios, filmados con gran pulso por Jeremy Saulnier. Luego todo se alarga demasiado, con demasiados giros innecesarios y que casi nunca llevan a ninguna parte, creando un efecto francamente curioso: Por momentos, era más interesante ver las muchas disputas de pareja que la trama principal... Una lástima.
Y vuelvo a preguntar... ¿habrá cuarta temporada?
Saludos.

jueves, 6 de junio de 2019

Un hombre extraordinario



En otras manos, con menos experiencia, con menor intención y precisión, SULLY no habría pasado de un telefilm correcto, en el mejor de los casos. Y Clint Eastwood logra algo francamente complicado, no ya salir airoso del envite, sino asimilar la extraordinaria historia del capitán Chesley Sullenberger y su propia concepción del cine de vieja escuela, que tiene en él su mayor y quizá único exponente. Por asimilar, entiendo la metáfora: Eastwood pone el foco en el factor humano en una situación de emergencia para la que nadie está preparado, pero que en este caso incide en las incontables horas de vuelo de este hombre, cuya inesperada decisión de aterrizar en mitad del río Hudson tras perder los dos motores, desoyendo las indicaciones del control de hacerlo en uno de los dos aeropuertos más cercanos, es inmediatamente puesta en duda y sometida a una severa investigación, probablemente por la gran presión de las compañías aseguradoras, que pensaban que un aterrizaje normal aún era posible. Sully salvó la vida de 155 pasajeros y la de su tripulación, y desde ese mismo día se convirtió en un héroe popular, recibiendo multitud de muestras de admiración, pero aun así pesaba sobre él la duda de quien tuvo un extraño golpe de suerte, sin haber tomado la mejor decisión. SULLY es, finalmente, una crónica sobre la gente honesta, algo sobre lo que Eastwood lleva filmando durante décadas; una honestidad que no siempre será bien entendida, por rara en este mundo tan raro, repleto de apariencias y paliativos. No es, ni de lejos, su mejor película, y de hecho la había estado posponiendo inexplicablemente hasta ahora, pero es reconfortante volver a encontrarse con este viejo caballero, siempre lo ha sido...
Saludos.

miércoles, 5 de junio de 2019

El thriller metafísico



DRAGGED ACROSS CONCRETE es la última propuesta de S. Craig Zahler, uno de los autores más personales y rompedores de los últimos años, y dispuesto a renovar, cuando no reinventar, cualquier género que se le ponga por delante. Lo hizo con el western y el drama carcelario, y ahora entra de lleno en el policíaco, aunque el resultado es tan sumamente intrincado, elusivo y desecado, que el que aquí escribe ve más Bresson que Lumet, Antonioni que Scorsese... Extraño, por momentos tremendamente estimulante, pero la experiencia, que se va (innecesariamente, creo yo) hasta las dos horas y media sobrepasadas, es agotadora, sobre todo en unos interminables diálogos que si aportan algo me lo he perdido, aunque ya digo que la arquitectura propia del guion obliga a un visionado reconcentrado para no perder un solo detalle. No está mal ello, de no ser porque la sensación es que muchos de los momentos supuestamente "reveladores" van convirtiéndose en callejones sin salida, además de que la mayoría de secundarios quedan en anécdotas para que Zahler no deje de lucirse en el verdadero motor y atracción del film: los diálogos entre un Mel Gibson que no cambia de cara y un Vince Vaughn más cercano a sus inicios como comediante. Por tanto ¿una mala película de Zahler? No lo creo, pero sí que el cineasta de Miami parece ser consciente por primera vez de que su cine contiene cosas que otros directores no hacen y que al público le encantan, lo que puede desembocar en cierto ombliguismo, que afortunadamente siempre consigue sortear gracias a esos chispazos y giros de guion que van guiando la historia hacia el terreno de lo inesperado. Aquí en menor medida, pero seguiremos esperando su próxima entrega con expectación entregada.
Saludos.

martes, 4 de junio de 2019

La clase de Lubitsch #19



De FORBBIDEN PARADISE se conserva una copia en un estado regular, que apenas permite apreciar nada más allá del guion escrito por Hanns Kraly y Agnes Christine Johnston, ya que los intertítulos, desaparecidos, fueron sustituidos por unas largas epístolas, en exceso descriptivas. De nuevo se adentra Lubitsch en las intrigas amorosas "de estado", contando el enamoramiento entre una zarina y un oficial, después de que éste la salvara de una muerte segura a manos de unos bolcheviques. Sin especificar nada más, la película carece del sentido del humor de Lubitsch y lo confía todo a la química sexual entre una Pola Negri recién llegada a América y el pétreo Rod LaRocque, que no funciona en absoluto, y apenas encuentra algo de interés en la clase de Adolphe Menjou, un actor que le venía como anillo al dedo al director alemán. Dos décadas después, el propio Lubitsch redondeó este mediano film mediante un remake, sensiblemente superior y que se tituló A ROYAL SCANDAL, aunque ésa será una historia que les contaremos cuando proceda.
Saludos.

lunes, 3 de junio de 2019

En la trastienda del sueño



THE FLORIDA PROJECT fue una de las películas más importantes de 2017, uno de esos títulos que debería haber sido ascendido directamente a clásico instantáneo, pero que muy probablemente se hundirá discretamente hacia el pequeño rincón reservado a cinéfilos curiosos. El film funciona como una monstruosa metáfora del tipo de país en el que se ha convertido Estados Unidos, un inmenso parque temático que sólo es mostrado en su vertiente amable, y que en este caso es nada menos que Disneyworld en Orlando. En cambio, Sean Baker, que ya dejó muestras de su talento para el juego de espejos en la también olvidada TANGERINE, da la vuelta al sueño americano por completo y se centra en un complejo de apartamentos, que quizá albergaba hordas de visitantes, pero ahora es un fantasmal refugio para quienes tienen menos recursos. Así, rodeados de atracciones abandonadas y entre fachadas demasiado chillonas para ser hermosas, transcurre la vida de Moonee (créanme, la actuación de esta chiquilla de seis años es inolvidable), que vive con su madre e imagina que todos esos edificios ruinosos son en realidad ese mundo de fantasía al que nunca ha podido ir, aun teniéndolo tan cerca. Vemos esa realidad, hiriente pero también esperanzadora, esa "nueva" América deprimida y sombría, en la que cualquier cosa sirve para ganar unos dólares y pagar una semana más. Y luego está Willem Dafoe, ese actor maravilloso que nunca dejará de sorprendernos, y que interpreta aquí al encargado de los apartamentos, solventando con infinita paciencia unos problemas que parecen imacabables. Ahí, en esa vigilancia condescendiente, que nunca busca amonestar a quien ya de por sí la vida trata regular, está la gran enseñanza de esta increíble película, donde no veremos más que seres humanos derrotados, un poco de vuelta de todo y siempre como mirando la felicidad desde detrás de un cristal empañado.
Magistral. Sus últimos minutos son de una poesía indescriptible y que sólo se nos ofrece en una pantalla en contadas ocasiones.
Saludos.

domingo, 2 de junio de 2019

Rincón del freak #358: Adelantando al hombre biónico... pero por la derecha



Venga, que ya que estamos enfrascados con lo de los superhéroes y todo eso, no podía dejar pasar la oportunidad de visitar las catacumbas del género, y más concretamente esas que provienen del lejano oriente, un lugar que nunca ha dudado en apropiarse de cualquier cosa y pasárselo por el forro. Esta película de hoy la recordaba de los cines de verano, con doblaje chusquero y los mamporros sonando en eco-dolby de toda la vida. Aquí creo que se tituló INFRAMAN, aunque ahora me entero de que tuvo alguno que otro más, y llegaba de Hong Kong, de la mano de la inefable productora de los Shaw Brothers, a la que animo desde aquí a indagar en su abundante e inenarrable filmografía. Y, bueno, INFRAMAN es una especie de hombre biónico chapucero, al que le han implantado fusibles, porque es 1975 y los microchips aún estaban por llegar definitivamente; una especie de justiciero con mono de vinilo y casco de motorista, pero aspecto más bien insectoide y cuyos superpoderes procedo a enumerar: volteretas y cabriolas varias, aunque el adversario esté a veinte metros; una patada voladora impulsada al revés de como lo harían las leyes de la física; unos rayos pintados con Carioca, de diferentes formas y colores; y por último, aunque no menos importante, una escena rigurosamente repetida hasta la saciedad, en la que nuestro amigo vuela en posición rígida y estiradísima. Y enfrente los malos, hechos de goma, con caretas semejando esqueletos e insectos, y moviendo los brazos en constante desespero, también por razones que se me escapan. La jefa, atención, es una bruja alienígena con aspecto de valkiria china y rubia por añadidura... ¿Qué puede fallar aparte de todo?...
Ah, pero cómo olía aquel adobo en las noches de verano... Eso nunca lo podrán igualar Marvel y DC.
Saludos.

sábado, 1 de junio de 2019

Estamos en lo que estamos



Bueno, en lo que estamos es en plena fiebre superheroica, lo que se traduce en una avalancha de títulos trasladados del cómic a la pantalla, no ya para saciar las necesidades de los adictos a este tipo de historias y personajes, sino directamente para paliar una sequía creativa en la que nadie parece reparar, pero que deja muy a las claras que el talento es un bien escaso en el cine comercial, y desde hace ya bastante tiempo. Dicho esto ¿qué diablos es SHAZAM!? Y es que aquí hay un dilema que pende desde el BATMAN sesentero y yeyé de Adam West. En aquella época, el superhéroe iba destinado al consumo infantil y juvenil, y aún no se habían desatado las hordas de freaks avezados, que empezaron a demandar un cómic más adulto, consciente y de calidad. Esa es la vertiente hacia la que ha ido derivando la fantasía superheroica, por lo que las blanquísimas aventuras de Billy Batson y familia pueden parecer casi una broma o algún tipo de ironía difícil de tragar. Pero no lo es, porque el espíritu original de este personaje, creado en la desaparecida Fawcett y luego asimilado en DC, no es otro que una imaginación desbordante, un gran sentido del humor y una defensa casi exagerada de los valores familiares tradicionales. No hay más, ni tampoco menos, y a mí me encanta que de vez en cuando volvamos a la Arcadia de la niñez, que es nuestro único refugio que merece la pena, por lo que SHAZAM!, sin inventar nada, se disfruta con una medio sonrisa y la sensación de que todo es divertido y por la cara. Y añado más: Si pueden, háganse con algún número de la familia Shazam, seguro que lo entenderán todo mucho mejor...
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!