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domingo, 10 de marzo de 2024

Rincón del freak #589: Mi querido dictador


 

Hay que tener los huevos como cocos para terminar los títulos de crédito de EL CONDE con el explicativo de que "todos los personajes son ficticios, así como los hechos narrados". Lo segundo vale, pero lo primero... Hay que poner por delante que EL CONDE parte de una premisa irresistible, genial, que a alguien se le tenía que ocurrir: Pinochet no ha muerto, sino que es un vampiro de 250 años que sobrevive tomando jugo de corazones exprimidos, mientras sus familiares, más vampiros aún, intentan descubrir dónde carajo metió la plata, porque es imposible que un dictador no se hiciese rico. Pinochet, "El Conde", quiere morirse, porque le jode que la gente piense que siempre fue un cabrón desalmado que robaba al pueblo, en vez del gran libertador del comunismo, gesto que nunca le han agradecido los muy cabrones. En estas, una monja con cuerpo lascivo y métodos a lo Van Helsing llega hasta el desvencijado caserón familiar, haciéndose pasar por infalible contable, pero con la intención de liberar al mundo por fin de este vampiro, sin sospechar que su llegada tendrá el efecto contrario quien pensaba suicidarse. Así, Pablo Larraín inventa un negrísimo estudio sobre la iniquidad, la impunidad y una maldad que los malvados jamás reconocen, excepto como los incomprendidos que son. La película, extraña, mordaz, salvaje por momentos, funciona, al menos mientras nos ubicamos entre ese Pinochet volador y los desternillantes diálogos con sus hijos (casi tan mayores como él), su esposa y su criado soviético. El único problema que le veo es la inconcreción entre tonos, que la dejan como una excentricidad que casi nadie esperaba, y con la que yo mismo me permito rubricar el tema éste de los oscar'24, ya que Edward Lachman opta al galardón a mejor fotografía, el cual no me molestaría que ganase en un certamen al que en un futuro conoceremos como "los oscar del B&W"...
Saludos.

lunes, 4 de abril de 2022

El cuerpo del fantasma


 

Pablo Larraín repite el experimento, y le sale a medias. Si JACKIE era un film que nadie vio venir, SPENCER comete el flagrante delito de acostumbrarnos la mirada demasiado pronto, con lo que casi todo su metraje se reduce a una forma sin discurso, un baile de fantasmas muy bien rodado, eso sí, pero acotado a cualquier cosa que Kristen Stewart sea capaz de hacer. Y eso es todo, aunque merece la pena detenerse aquí y regodearnos en la exposición extrema de una actriz que se ha doctorado con honores. Una de las cosas más acertadas que he leído por ahí, es que Stewart literalmente "confronta el ridículo", con lo que hace suya toda la carga de caricatura y lo transmuta en un patetismo absorbente, virginal y piadoso. De todas formas, es un salto al vacío adentrarse en una historia convertida en patrimonio de la humanidad, pero de cuyos recovecos apenas tenemos certeza alguna. Así, Larraín se centra en las turbiedades y angustias psicológicas de Diana de Gales, en lugar de enfatizar ese "maltrato" desde lo físico. La lástima es que todo lo demás queda desdibujado, como un fondo de pantalla lujoso. Un dato: Timothy Spall vuelve a sentar cátedra con un personaje a priori insignificante, pero con el que entendemos perfectamente el derrumbe psicológico de su protagonista.
Bien, y no es poco.
Saludos.

miércoles, 1 de marzo de 2017

JLK



Y tuvo que venir un director chileno a agitar las conciencias de quienes piensan que no queda ya nada que contar sobre el magnicidio más famoso (y vergonzante) de la Historia.
JACKIE es una poderosa historia de fantasmas, como una historia de fantasmas debe contarse, con dudas y certezas por igual, con el cuerpo visible y omnipresente descorporeizándose ante nuestros ojos. Y entonando todas las canciones tristes a la vez, la de los recuerdos perdidos, la de la aniquilación de la felicidad y la del engaño bajo contrato. Todo esto bulle en la apariencia frágil y desorientada de Jacqueline Kennedy, todo ello es asumido, tragado, escupido con desgana ante el atónito periodista, que sabe que no podrá publicar ni un dos por ciento de lo que le están revelando. Pero, asimismo, en una extraña convicción de moral anticipada, el cuerpo y la mente y el espíritu de Jackie, esa chica bien de Nueva York, que habla y se mueve como sólo las chicas bien saben hacerlo, deja retratada con una fría y lúcida rendición la América que aún quedaba por venir. Esto lo sabemos nosotros ahora, y aun así sorprende que tenga que venir un chileno a decirlo.
Aunque sólo hubiese sido por la estremecedora interpretación de Natalie Portman o la brutal banda sonora de Mica Levi (Micachu), creo que Jackie estaba muy por encima de otros títulos que optaban a la estatuilla y que uno sigue sin comprender cómo estaban donde estaban. No sé si Oliver Stone se habrá revuelto en su poltrona, pero esta película le ha puesto en su sitio.
Saludos.

viernes, 11 de marzo de 2016

Los malhadados



Ustedes saben qué película ha ganado este año el oscar a mejor película, valga la redundancia. Otra cosa es por qué. Porque si piensan que esa película es "valiente" (si es que puede adjetivarse así), es que no han visto EL CLUB.
EL CLUB no puede ni debe explicarse mediante eufemismos, su frontalidad así lo indica, y su denuncia reside precisamente en la modulación, exquisita por momentos, de la culpa y la toma de conciencia de la misma, o incluso la puesta en imágenes de la preservación del olvido, que raya, en sus momentos más álgidos, el cinismo más cruel.
EL CLUB es una película chilena sobre cuatro malnacidos y un malhadado, y también hay una santa diabólica y un santo impotente. Y les prevengo de que no es divertido ver a un cura acusado de pederastia, ni a otro pegarse un tiro. No es divertido verles apostando a carreras de galgos, o emborrachándose por las noches. Y Pablo Larraín parece querer invitarnos a que pensemos en que un exterminio rápido y limpio hubiese sido mejor solución para lo que apenas se puede considerar como deshechos humanos. Y frente a ellos, la víctima, traumatizada ya para siempre, para siempre será el pobre loco.
Yo no los perdono. Jamás.
Saludos.

jueves, 7 de marzo de 2013

De ninguna manera



El "No" de 1988, en Chile, es uno de los episodios más significativos de lo que deberíamos entender, ahora que todo se tambalea, como la fuerza del pueblo soberano contra la soberbia opresora de una dictadura. El General Pinochet, tras quince años de poder absoluto, se sentía con tanta superioridad, tan seguro del efecto del miedo inculcado al pueblo chileno, que se le ocurrió la brillante idea de convocar un plebiscito. A un lado estaría la opción del "Sí", representando al poder establecido; al otro, el "No" aglutinaría, supuestamente, a los opositores, provenientes casi todos de partidos de izquierda. Pablo Larraín podría haber filmado desde fuera, dejar constancia de unos hechos históricos e incuestionables, pero prefiere elegir lo que normalmente no se ve y se centra en la realización de la campaña publicitaria de dicho "No". Así, NO es un apasionante relato repleto de detalles y motivos sobre la capacidad de los medios de comunicación para despertar conciencias, pero también juega el doble juego del "¿todo vale?". Por un lado vemos a René Saavedra, un exitoso publicista que ha pasado gran parte de su vida exiliado en México y cuya visión de la victoria publicitaria es completamente pragmática y desapasionada; sin embargo, lo que se le pide es que aproveche los escuetos 15 minutos diarios de emisión televisiva para mostrar los horrores de la dictadura al mundo. Increíblemente, lo que logra hacerse tambalear a un poder casi intocable es el poder de la alegría y la esperanza; Saavedra termina por imponer un spot que nos remitiría directamente a la Coca-Cola... ¿y acaso cabe mayor factoría de persuasión que esa? Por último, una pequeña reflexión sobre esto tan obtuso del cine: NO optaba al oscar a mejor película de habla no inglesa; poco antes, se alzaba con el premio a mejor película en el Festival de La Habana... Ustedes mismos.
Sí hay saludo.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!