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martes, 16 de noviembre de 2021

El día del terror de todos los días


 

No fue en Estados Unidos, sino en Europa, en Cannes, donde sí vieron sin titubear el talento interpretativo de Dean Stockwell, aunque lo de LONG DAY'S JOURNEY INTO NIGHT no parece de este mundo. Los cuatro interpretes de esta monumental película resultaron premiados en aquel certamen de 1962. Katharine Hepburn, que fue la única nominada en los oscar, y un insólito ex-aequo triple, compartido por Stockwell con Jason Robards y Ralph Richardson. Casi tres horas de asfixiante exorcismo vital, para poner al descubierto las abismales miserias de su autor, Eugene O'Neill, que se cobraba una venganza, si no justa, desde luego sí crudelísima, incluso desmedida, en una representación de lo horriblemente imperfecto que nos resulta existir a quienes aún seguimos vivos. Fue la última obra de O'Neill, que se trazó a sí mismo como un atónito joven, incapaz de estirar el buche bajo el apesadumbrado amor de su madre morfinómana, la tacañería de un padre fracasado y borrachín, y la ojerosa envidia de un hermano mayor, alcohólico mayúsculo y vago por toda profesión. La película, que se va desarrollando en interminables parlamentos, ora lúcida pesadilla, ora onírica cotidianidad, contiene ese poso de verdad de fieras que se despedazan, que no saben cómo ser amables si no es sacando cada error, cada certeza oculta. Prácticamente un lúgubre poema representado a cuatro voces, en cada una de las cuales asoma un rencor impasible, que llega como esa noche de niebla, en la que el hijo menor encuentra una inexplicable sensación de paz donde su familia ve una amenaza a su precario estado de tísico, tan sólo porque, como él mismo explica ya al final, mientras su hermano babea junto a una puta obesa, la madre se pincha vestida de novia en el piso de arriba, y el padre afloja las bombillas de su ruina, "a poco que uno se aleja, la casa desaparece, como si nunca hubiese existido"...
Una bestialidad.
Saludos.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Solo contra todos


 

En estos tiempos de mangoneo continuo, donde la palabra vale menos que una corbata y los héroes son ratas asustadas, es necesario rescatar películas como SERPICO. Integridad contra honor, o estúpida cabezonería contra lealtad a uno mismo; Frank Serpico ha sido mi referente durante muchos años, y no por ser intachable, sino por no tener miedo de mostrarse tal y como es, sabiendo que podría haberle costado la vida. Y Sidney Lumet, con su estilo áspero y pragmático, lo reflejó maravillosamente en este film que discurre entre el desmoronamiento vital de un hombre cada vez más solo y su inquebrantable carácter, alimentado por una especie de furia interior que Al Pacino transmite de forma impecable. Pacino es Serpico, en todos los sentidos que un actor puede introducirse bajo la epidermis de su personaje, abordarlo, respetarlo, comprenderlo para interpretarlo, e incluso, por qué no, reinterpretarlo. Serpico no era un santo, ni un héroe, sólo un descreído patológico, incluso bordeando la neurosis, aunque tenía sus razones. Asistió a la profunda corrupción del cuerpo de policía neoyorquino, que llegaban a cobrar a los delincuentes para hacer la vista gorda; fue amenazado de muerte por ello, aunque el balazo que recibió en la cara viniese de un traficante, lo que le hizo renunciar definitivamente, no sin antes destapar toneladas de basura en una comisión de investigación que aún hace retumbar los cimientos del City Hall. Esto es SERPICO, un film vigente y en constante renovación, que es mucho más de lo que se puede decir de muchos "grandes clásicos"; un vistazo a esas "cloacas del sistema", tan familiares por un lado y tan desconocidas por otro. Pero por encima de todo, siempre será un riguroso retrato del grito, sordo y solitario, del incomprendido.
Magnífica.
Saludos.

lunes, 14 de enero de 2013

Las otras crisis



Hace tiempo (mucho para algunos, hace nada para otros), las crisis se medían, fundamentalmente, en términos bélicos, en la capacidad de destrucción ajena que una potencia económica era capaz de manejar en pro de sus propios intereses. Se llamó "Guerra fría", y el mundo entero estuvo en jaque, oprimido bajo una tensión mantenida por el bloque soviético y Estados Unidos; Comunismo y Capitalismo; en mi opinión, la misma milonga de siempre para tener al personal cagadito de miedo y que los políticos aparezcan como los héroes de la película. Y hablando de películas, una de las que mejor y más eficazmente hizo uso de esta disyuntiva o dilema fue FAIL SAFE, otra de esas tramas sin resquicios dirigidas por un bloque de granito llamado Sidney Lumet; un film del que podría (y debería) estar hablando durante horas, dado el elevado número de detalles que contiene esta ignorada obra maestra. Y todo comienza, sorpréndanse, con un General del ejército norteamericano soñando con un torero en plena corrida... ¡TREMENDO! Lo que sigue es un espacio cerrado, muy "Lumet", nada menos que la base de mando estratégico de Omaha, a la que acude un senador de visita y donde, sin solución de continuidad, se recibirá un conato de invasión por parte de las fuerzas armadas soviéticas; sin embargo, en línea directa con el bloque comunista, éste desmiente dicho ataque y lo achaca a un error de la tecnología estadounidense. Sin embargo, sobre los hombros del Presidente pesará la responsabilidad de contestar a dicho supuesto ataque, por lo que enviará a un escuadrón de bombarderos, armados con una bomba atómica, al mismo corazón de Moscú. El argumento, y sobre todo su desarrollo, son tas fascinantes, y está todo tan bien narrado, que uno asiste a este intenso drama psicológico, que por momentos roza el género de terror, con la certeza de estar ante un trabajo de seriedad intachable, ese cine que progresivamente ha ido desapareciendo de nuestras carteleras. El reparto, además, es de lujo y lo está; cuenten a unos sobresalientes Walter Matthau, como un científico fundamentalista y desquiciado; Henry Fonda como el Presidente con el destino de la humanidad sobre su conciencia; Dan O'Herlihy interpretando al General premonitorio o un jovencísimo Larry Hagman dando vida a un inexperto intérprete, con la complicada misión de trasladar las palabras del Presidente a los soviéticos de la manera más convincente posible. Si no la han visto, no sé a qué están esperando, porque este es cine de muchos quilates. Palabra.
Saludos helados.


viernes, 15 de abril de 2011

Golpes de mano



Se nos fue Sidney Lumet, y todos los cinéfilos que hemos disfrutado con sus maravillosas películas nos hemos ido acordando de ellas en estos días, así que era esperable incluso repetir reseña en la misma semana, como va a ser el caso. Si el otro día me refería aquí a uno de sus títulos más emblemáticos, hoy me voy al otro lado de la cuerda para rescatar una película poco conocida y menos valorada, pese a contar con elementos a priori más que convincentes. THE ANDERSON TAPES, basada en la novela de Lawrence Sanders, es un film de atracos planeados a la perfección que finalmente no salen según lo esperado. El argumento es tan estimulante como descabellado. Sean Connery encarna a Duke Anderson, un "reputado" atracador de bancos tan calculador como seductor, que ha cumplido nada menos que diez años a la sombra; lo primero que hace al salir es buscar a sus antiguos compañeros para preparar su golpe definitivo, el atraco a todo un edificio entero. Así, la mayor parte del metraje consiste en la presentación de dichos personajes, entre los que destacan Martin Balsam, el veterano Stan Gottlieb y un jovencísimo Christopher Walken, que iniciaba aquí su carrera cinematográfica hace nada menos que cuarenta años. El elemento sorpresa (y de extrañeza) viene dado por el hecho de que todos los movimientos de Anderson están siendo grabados, sin que sepamos exactamente por quién. La premisa es excitante y muy original, pero la lástima es que se trata de uno de los trabajos menos inspirados de Lumet; al final resulta un film rutinario y poco agraciado, con un más que correcto esfuerzo de un reparto que termina siendo lo mejor junto a la magnífica banda sonora de Quincy Jones. THE ANDERSON TAPES es una de esas poquísimas películas a las que no les iría pero que nada mal una puesta al día con más medios, no es que pueda yo garantizar que se hiciese mejor ahora, pero al film de Lumet le faltan muchísimas cosas para ser una buena película, sobre todo paciencia para desarrollar un guión de muchas y ambiguas interpretaciones morales.
Saludos grabados.

martes, 12 de abril de 2011

Los medios nunca justifican un fin



Si comienzas tu andadura como director de cine con algo como 12 ANGRY MEN, está meridianamente claro que el destino te tiene preparado un lugar de honor entre los más grandes. Discutir a día de hoy si Sidney Lumet fue uno de los más grandes de Hollywood es discurso baladí: lo era. Y mi sentido homenaje tenía que ser con su debut, puede que el más rotundo de toda la historia junto a NIGHT OF THE HUNTER o CITIZEN KANE, aunque Lumet, al contrario que Laughton, no se arredró ante nada y conjugó una larga y sólida carrera, que además no tuvo por qué buscar acomodo fuera de Hollywood pese a su vocación de mosca cojonera del sistema. Paradigma de esto último, 12 ANGRY MEN supuso uno de esos reveses que el stablishment tiende a mirar con recelo y fastidio; inteligente e intensa, la deliberada teatralidad de su puesta en escena no hace más que reforzar la sensación de agobio que ya impregnaba el original de Reginald Rose. Su guión es ya todo un clásico del inconformismo y la lucha por la verdad: Un jurado popular de doce hombres delibera la condena de un hombre acusado de matar a su padre. Once lo tienen más que claro: culpable y pena de muerte. Sin embargo, un solo hombre se interpondrá en esta drástica decisión; no lo hará por capricho o cabezonería, sino porque no está en absoluto convencido de dicha culpabilidad, y por tanto se niega a enviar a un hombre hacia su final. Sí, el personaje de Henry Fonda te levantará del asiento y hará que aplaudas, te pondrás a su lado indefectiblemente y volverás a creer en el gastado término "justicia". Pero no nos equivoquemos, 12 ANGRY MEN también contiene un mensaje profundamente pesimista, como si el propio Lumet nos anticipara que luchar contra el sistema cuando lo tienes en contra te exime incluso de la presunción de inocencia, y esta negrura implícita es, también, la que ha hecho de esta obra maestra absoluta más que un film de calidad, quizá un referente de pensamiento que en estos tiempos se me antoja tan necesario...
Valga esta pequeña reseña como homenaje a un grande de los de verdad, Mr. Sidney Lumet.
Doce saludos.

martes, 4 de mayo de 2010

Malas noticias

En 1976, NETWORK, de Sidney Lumet, logró cuatro oscars, tres de interpretación y el de mejor guión original. Muchos cinéfilos, yo entre ellos, seguimos sin perdonar este hecho. Bueno, la  verdad es que duele más ver como mejor película a ROCKY que a TAXI DRIVER... cosas de yanquis; porque lo cierto es que Peter Finch tenía prácticamente asegurada la estatuilla, al ser a título póstumo.
Dejando de lado los rencores y frustraciones, NETWORK es uno de esos films rotundos, seguros de sí mismos, muy americano y muy visceral; y una peli que, curiosamente, ni ha envejecido ni ha ganado con el tiempo... o quizá un poco de las dos cosas. Lumet nos contaba, con varios frentes abiertos, los pútridos entresijos de una cadena de televisión y de la maquinal ausencia de escrúpulos por parte de unos directivos que, a medida que el guión avanza, se tornan más y más despiadados. Y NETWORK empieza de forma arrolladora, mostrando a Finch, un veterano presentador de informativos que ha perdido audiencia sensiblemente, anunciando en directo su desinterés por esta vida materialista y adocenada, por lo que, en pocos días, consumará su suicidio. La repugnante utilización de este hecho por parte de la propia cadena, primero recibida con estupor, toda vez que se confirma el lamentable estado mental de Finch, usándole como predicador catódico (su frase "Estoy harto de este mundo y no aguanto más" pasa a ser lema del programa), es decir: revirtiendo la amargura y desesperación en puro espectáculo que salvará a la cadena. El problema, pese a que el film mantiene una calidad intachable, es que más o menos a la mitad la cosa se desmanda, Finch pasa a un segundo plano y Lumet se centra más en el improbable affaire de Faye Dunaway (también oscarizada) y un William Holden ya bastante cascadete; esto baja notablemente el interés hasta el tramo final, donde se retoma felizmente a Finch y su particular batalla por no caer en el sensacionalismo.
Ya digo, se trata de un título sólido y que se ve hoy en día sin demasiados remilgos, pero nunca perdonaremos la faena que le hicieron al pobre Robertito...
Saludos en antena.

jueves, 17 de julio de 2008

Cuando todo va mal...

... aún podría ir mucho peor.
O el subtítulo que el veterano Sidney Lumet podía haber elegido para acompañar el ya de por sí largo título de su última y vibrante obra. BEFORE THE DEVIL KNOWS YOU´RE DEAD es una película que, en la línea de su autor, no se anda con rodeos. Ya desde la primera y explícita escena asistimos a lo que va a ser el nervio central: personajes aparentemente fuertes, incapaces de mantener su debilidad oculta y presos de sus adicciones y miedos. Muy alejados del arquetipo de "héroe" americano, pero muy bien definidos por su patetismo e impotencia.
La cosa es sencilla. Dos hermanos (perfectos Caín y Abel modernos) acuciados por sus problemas económicos y adicciones varias, acuerdan (o, más bien, Caín convence a Abel) un pantanoso asunto, consistente en atracar la joyería de sus padres. Una operación, a priori, sencilla, limpia y sin riesgos. La solución definitiva a sus problemas.
Con estos mimbres, Lumet inicia una trepidante carrera contrarreloj a través del lado oscuro del alma humana. Casi nos interesan menos las consecuencias físicas (que son terribles) que la hemorragia moral sufrida por estos dos seres, incapaces de afrontar sus problemas, cautivos de un dilema familiar que se va desentrañando a medida que nos acercamos al final de esta tragedia clásica trasladada a nuestros días. Y es que nada ha cambiado desde Sófocles. El hombre continúa incesantemente alimentando sus propios males para luego llorarlos como víctimas inocentes, lo cual no deja de tener su lado cómico; lo que pasa es que Lumet es perro viejo y sabe que la única forma de alistar a las nuevas generaciones a su clásica narrativa es no dar concesión alguna, ni a la galería ni a las (falsas) esperanzas.
Con todo, el trabajo de dos de los GRANDES de la interpretación actual, como son el apabullante Philip Seymour Hoffman y el conmovedor Ethan Hawke (todo un ejemplo de cómo sacudirse etiquetas innecesarias), apuntalados impecablemente por el eterno Albert Finney, debería ser motivo más que suficiente para alzarse con algún premio. Pero nunca se sabe.
Cine de siempre. Imprescindible y recomendable. Pura declaración de intenciones de un artesano que se resiste a jubilarse. Y me parece muy bien.
Saludos media hora antes de irme del paraíso...
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!