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lunes, 8 de abril de 2019

El tiempo equivocado



El cine de Julian Schnabel siempre tiene el mismo problema, parece un inserto, bello, delicado, bien distribuido, pero con un pie fuera del propio encuadre. No es que no me guste su cine, y de hecho no soy de los que afirman que su cine sea relamido y esnob, pero es cierto que AT ETERNITY´S GATE radicaliza esa especie de inserto, ya que no se llega a decidir por el retrato biográfico, la semblanza desmitificadora o el elogio rendido, y teniendo en cuenta la propia trayectoria de Schnabel como pintor y lo pictoralista de su cine, es difícil abandonar la sensación de que las imágenes del director neoyorquino estipendian su tributo al pintor holandés enclavando su figura en la visión del propio Schnabel como pintor. La película en sí es irregular, alternando momentos magníficos (ese sacerdote interpretado por Mads Mikkelsen) con demasiados intrascendentes o decididamente prescindibles; además, la historia de Van Gogh es ya de dominio público, y resulta complicado abstraerse de toda la mitología a su alrededor. En mitad de todo ello, Willem Dafoe dando una cátedra de interpretación. Su antológico trabajo y la maravillosa partitura de Tatiana Lisevskaya son lo mejor, con mucha diferencia, de una película que, mucho me temo, aunque no hace daño, no pasará a la historia.
Saludos.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Un niño con zapatos nuevos



Este mismo año se cumplen cuarenta de la publicación de Berlin, el disco maldito de Lou Reed; un descenso a la miseria más sincera, la misma que le acarreó un desastre de ventas y críticas tan demoledor, que de no tratarse de un verdadero poeta (y se necesita comprender estas palabras en toda su profundidad), no se habría repuesto con toda probabilidad. Hace unos días, Lou Reed ha muerto, y muere con él un pedazo desprendido de ese gran iceberg llamado R'n'R. Para siempre. Berlin ha ido convirtiéndose, con el tiempo, en una obra maestra única y casi seminal, un libro de texto recurrente para los que, hartos de carisma y faltos de talento, buscan el Grial de la creación a partir de la nada. Pero no siempre fue así, y Reed tuvo que abandonar su propia paternidad, embarcarse en unas muy distintas aventuras o replegarse sobre un hieratismo que, sin ser impostado, le convenía a la hora de evitarse explicaciones innecesarias.
Hace unos siete años, Lou Reed decidió que ya era hora de echarle un par de cojones (y algún escupitajo) a la horda de miopes emocionales que sólo veían en aquel disco genial una miserable venganza despechada, porque lo cierto es que hay más, mucho más, en esta sinfonía de alcohol, putas, heroína y niños abandonados. Reed contactó con Julian Schnabel para que filmara el que, a la postre, ha terminado siendo el único concierto conformado íntegramente con el repertorio de Berlin... Pero ¿a quién le importa?... ¿A quién le importa ese aire falsamente arty y conscientemente cool? ¿A quién le importa la calculada profesionalidad de unos músicos que no van a meter la pata ni con su sobriedad? ¿A quién le importa que allí esté, como hace cuarenta años, Steve Hunter?... ¿y qué pinta Antony Hegarty allí sentado todo el tiempo?... ¿y ese coro de niñas asustadas bajo la mirada de piedra de quien ha olido menstruaciones al alba?...
No, nada de eso importa un carajo. Sólo importa la sonrisilla que se nos escapa cuando sabemos de nuestra pequeña victoria. La misma única sonrisilla que Lou Reed se permite esbozar mientras habla de cortarse las venas o vomitar sangre...
Saludos.

sábado, 22 de octubre de 2011

Hilar fino y sin manos



Si Mathieu Amalric no existiese habría que inventarlo, y además ponerle un lacito, invitarle a champán de por vida, mimarlo... Un actor así sale de vez en cuando, y casi siempre suele terminar en fraude. Lo suyo es arte cinematográfico, capaz de levantar casi cualquier cosa, por descabellada que pudiera ser. A propósito de su descomunal trabajo en LE SCAPHANDRE ET LE PAPILLON, puede con el aturullado simplismo de Schnabel, al que casi siempre le salva su buena mano con la elección de actores... ¡que le den los premios a su director de castings, hombre!... Y precisamente, en esta historia de sobrehumana superación personal, lo normal hubiese sido caer en la lagrimilla de sobremesa y las estupendas intenciones de calado humanista, tan caras al irregular cineasta neoyorquino. Está muy bien esa especie de sentido homenaje a un tipo que en vida fue un déspota y que sólo conoció lo que era llevarse bien con los demás cuando sufrió una embolia masiva que le dejó totalmente paralizado... ¿y por qué? Está claro: era el redactor jefe de la revista Elle. Conducía Bugatis descapotables, tenía palacetes en la campiña... Sí, ya sé que me repito con estas cosas tan carcas, pero me parece que el asunto queda zanjado en media hora, lo que tarda Amalric en demostrar que es capaz de transmitir más emociones con un solo ojo que la mayoría de actores moviendo las manos engoriladamente (que es lo que suelen hacer, por cierto). Bueno, la película está entretenida y sirve para quedar bien con alguna chica, porque se le ablandará el corazón y dirá aquello tan recurrente de "¡Que peeenaaaaa más grandeeee, dios míoooo!". Queden con dios.
Saludos en inmersión.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!