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viernes, 5 de enero de 2024

Lazos y sogas


 

Desconozco si la novela de David Grann ha sido adaptada en cuerpo y alma por Eric Roth, pero resulta imposible desgajar KILLERS OF THE FLOWER MOON del imaginario más reconocible de Martin Scorsese. Es lo que peor le sienta a una cinta, por otra parte, fascinante en su recreación de un mundo replegado sobre sí mismo, emponzoñado de avaricia y maldad, tanto como dulcificado en mentiras que hacen daño de puro gruesas. Es una película sencillísima de seguir, incluso en sus densas tres horas y media, pero que necesita colaboración para entregarnos a ese aroma indescifrable del genio sentado en su mesa de trabajo, lo que le diferencia de tantas medianías actuales. Scorsese ha aunado UNO DE LOS NUESTROS con CASINO, MALAS CALLES o (y esto es más inesperado) GANGS OF NEW YORK, para despachar un torrencial relato de horror melancólico, en el que los cobardes ganan a costa de distorsionar la realidad, porque la valentía, el héroe, es mostrado como un pobre diablo acorralado y anestesiado. El peso lo llevan dos titánicos Leonardo DiCaprio y Robert De Niro en uno de sus mejores papeles recientes, pero es imprescindible señalar a Lily Gladstone, auténtico elemento diferenciador, que se erige como esfinge y torre observadora, casi inmutable, de un mundo falseado que se derrumba tan improbablemente como se construyó. Es la historia de los Osage, de cómo les sonrió la fortuna cuando la tierra que les fue otorgada era rica en petróleo; pero sobre todo es la historia de una tutela diabólica, incluso peor que los racistas, que aquí lucen casi entrañables. Es la historia de cómo se construye la Historia, de la imposibilidad a veces de discernir el bien y el mal, porque ambas cosas nos prometen, nos quieren, nos aman y nos protegen. En una escena particularmente hermosa, la confesión del gran perdedor, curiosamente, es el único momento liberador a los ojos de su esposa, que por primera vez no se siente engañada aunque la verdad sea insoportable.
No es absolutamente redonda, tampoco lo pretende. Me quedo con la posible lección para futuras generaciones de cineastas, del vigor de una puesta en escena sobria, elegante y también dantesca cuando es requerido. Me quedo con un director con estatus de sabio, al que hay que agradecer cada regalo a quienes seguimos manteniendo nuestra fe ciega.
Gran película.
Saludos.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Películas para desengancharse #98


 

Uno ve, recuerda perplejo, la sensación que tuvo cuando vio por primera vez AFTER HOURS, esa película cuyo bochornoso título en español puede llevar al mayor de los equívocos, tan sólo para toparse con una de las mejores y más personales películas de Martin Scorsese, y justo en uno de sus momentos reativos más delicados. Era 1985, y Scorsese venía de ser el gran renovador de un Hollywood más centrado en la autonomía del director/autor, y firmar tres o cuatro obras maestras casi sin despeinarse. Pero había algo que todavía se le resistía, y que el tiempo ha demostrado que es una de sus grandes señas de identidad. Scorsese quería filmar una comedia enloquecida, muy en la línea de las screwball comedies de los años cuarenta, pero sin olvidar que lo que hacía únicas a esas películas era su carácter rompedor e innovador, apostando por la modernidad como estilo. Desde el sutil arranque, vemos a Paul (un glorioso common man interpretado por Griffin Dunne) en su aburrido puesto de trabajo, yendo a su aburrido apartamento de soltero, y pugnando por tratar de que todos los días no sean iguales. Sin embargo, mientras lee a Henry Miller en una cafetería, una chica lo invita a saltarse su rutina e ir a visitarla una noche al Soho, donde comparte un loft con una excéntrica escultora. A partir de que el billete de 20 dólares con el que pensaba pagar el taxi vuela por la ventanilla (¡a ritmo de flamenco!), esa noche va a ser la más extraña y delirante de su vida. Como si de un triángulo de las Bermudas se tratara. volver a casa le va a resultar imposible, mientras conoce una fauna indescriptible, gente que ha hecho de la falta de normalidad su vida, y que contrastan fieramente con este simple empleado, que se ve tan atraído como repelido por lo que esa noche en el downtown contiene. Repleta de inventiva, las soluciones visuales de Scorsese nunca son gratuitas, sino que buscan, por encima de todo, ese encadenado de una sola noche, en la que cualquier cosa es posible, lo mejor y lo peor también.
Véanla, y entenderán de dónde partió la segunda gran época de este director irrepetible.
Saludos.

sábado, 11 de abril de 2020

45 rpm.



Una pena lo de VINYL, rozar la excelencia con los dedos, lograr la inmersión definitiva, el show televisivo mirando a los ojos al cine con mayúsculas. Incomprensible lo de HBO, porque VINYL no era un culebrón más, ni un remedo más; no era una serie más, porque iba directa a la mandíbula, a las entrañas. Así fue como indicó el camino nada menos que Martin Scorsese, con un episodio piloto de casi dos horas que es absolutamente histórico, probablemente lo más ambicioso que se ha visto en una cadena de televisión. Sí, es cierto que luego la serie mantiene el nivel a ráfagas, y que su desenlace no es todo lo grandioso que se podría esperar, pero tampoco le han dado tiempo a ampliar su fascinante universo de S, D's & R'n'R. Lo que uno espera es un fiel retrato de una época irrepetible, aquella en la que los sellos discográficos dominaban los designios de una industria con muchas luces, pero también con muchas sombras, repleta de excesos, traiciones, pasión y adicciones. Lo que obtiene es un genuino chute en vena, con cuidadísimas recreaciones de algunas actuaciones míticas (Bowie, Reed, Led Zeppelin o New York Dolls son algunos de los "momentos estelares"), al tiempo que nos sumergimos en las tripas de American Century, un sello ficticio pero de sobradas resonancias, donde el caótico Richie Finestra (soberbio Bobby Cannavale) intenta, junto a sus socios, reflotar un negocio al borde del colapso mediante una venta a un conocido sello alemán. Finestra es cualquier cosa menos convencional, adicto al polvo blanco, deambula como un Proust enloquecido en busca de su "magdalena", recuperar en algún garito esa esencia de finales de los cincuenta, cuando decidió dejar de ser barman y lanzarse al negocio de la música.
VINYL es un caleidoscopio de sensaciones, una montaña rusa sin final aparente, pero a la que se le privó de la posibilidad de haber desarrollado aún más su lisérgico punto de vista. Ya no podremos saberlo, pero sigue siendo una maravilla, y merece muchísimo la pena zambullirse en sus diez episodios...
Saludos.

jueves, 9 de abril de 2020

El santoral



Podría reducir tanto una reseña sobre THE IRISHMAN, que me bastaría con decir que es la última gran obra maestra de Martin Scorsese, y todo el mundo lo entendería, y yo me quedaría tan pancho. Pero no sería justo, no con un film tan grande y complejo. Creo que es necesario desgajar ese monumental film de títulos similares de su director. Sí, se pueden encontrar rastros de UNO DE LOS NUESTROS, incluso de CASINO, y me atrevería a afirmar que hasta de INFILTRADOS. Sin embargo, Scorsese se apodera del guion de Steven Zaillian (ergo, del libro de Charles Brandt) y recoloca todo su ideario, lo transmite desde MALAS CALLES (muy probablemente) hasta lo que intuye como un "final de camino". No es fácil, teniendo en cuenta la magnitud de lo que se cuenta, pero aún menos deslizar ese juego de referencias gozoso para el amante del cine del de Queens, pero siempre al borde de la autoparodia o la reiteración. Scorsese hila tan fino que cobra sentido hasta el rejuvenecimiento facial digital a Robert de Niro, Joe Pesci o Al Pacino, que realizan tres de las más impresionantes actuaciones de toda su ya dilatada carrera, que es muy mucho decir. EL IRLANDÉS data con fría precisión todo un estado de las cosas, pero sobre todo un estado de ánimo, hermético, inabordable, implacable; el de Frank Sheeran, un tipo demasiado extraño para ser mafioso, y por ello el mafioso perfecto. Indetectable y frío, nunca duda, puede que movido por su rápido ascenso en los círculos de poder, desde su trabajo como transportista hasta llegar a ser el gran hombre de confianza de los capos. Sheeran no se cuestiona su trabajo, simplemente lo ejecuta, y con la misma eficacia cuida de su familia, a la que nunca da explicaciones, excepto en forma de jugosas cantidades de dinero. Es el otro punto fuerte del film, la relación de Sheeran con su entorno familiar, en la que ejerce de "león tranquilo"; y en los juegos de miradas entre éste y su hija Peggy (una enorme Anna Paquin) hay tanto significado (aunque también tan diferente) como en las conversaciones que mantiene con Jimmy Hoffa o Russell Bufalino, quienes a regañadientes podríamos considerar lo más parecido a sus amigos. Con ellos compartía un botellín de agua mineral o un pan mojado en Chianti...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

sábado, 19 de octubre de 2019

Películas para desengancharse #68



Si hay una película capaz de definir a la perfección las inquietudes artísticas, estéticas y hasta morales de un cineasta, debe ser CASINO, ese inabordable mastodonte, que viene a ser como darse un paseo por el imaginario del de Queens. Son incontables las conexiones que llevan y traen, a lo largo de sus intensas tres horas, esa oleada residual que va desde el nihilismo de TAXI DRIVER al retrato personalizado de TORO SALVAJE; de la inmersión a pulmón abierto en los usos y costumbres de la mafia de UNO DE LOS NUESTROS a la inagotable invención estilística de EL LOBO DE WALL STREET. CASINO es uno de esos films "más allá de su propia circunstancia", un desbordante fresco que a veces parece que le da igual lo que está contando, si es que finalmente le sirve para mantener la tralla a toda mecha. Una película "cocainómana", que es capaz de conjugar la elegancia de un sorbo de champagne con el disparo a la sién de un chupito de bourbon, o que expone el inexpugnable e intrincado mado de forrarse de la mafia tan sólo para diluirlo con unos momentos íntimos de enorme sensibilidad, los que van jalonando la imposible relación de amor y odio entre los personajes magistralmente interpretados por Sharon Stone (su papel cumbre, sin lugar a dudas) y Robert De Niro. No hay mayor simbolismo para describir el alma del film (y del propio Scorsese como cineasta) que la imposibilidad del tipo eficiente, minucioso y sin escrúpulos para comprender cómo una mujer que podría tenerlo todo sólo siente afecto por un insignificante proxeneta. Así que ustedes, aspirantes a dirigir pelis con mafiosos dentro, no olviden que los maestros besan siempre sus balas antes de dispararlas...
Saludos.

jueves, 6 de abril de 2017

Profundidad y pesadumbre



He salido con una sensación extraña de ver SILENCE, la última película de Martin Scorsese. Una película agigantada, descompensada, pesada de digerir y con un mensaje oculto que creo que la hace acreedora de un segundo visionado, aunque éste va a tener que esperar por mi parte porque la experiencia es agotadora. No sé si es una buena o mala película, y no sé si he asistido a una de esas revelaciones que el cine ofrece una vez cada tres décadas o al truco cansado de un maestro en su oficio, cuyo intimidante manejo de los resortes narrativos hace que uno guarde cierta cautela antes de expresar un argumento que pueda ser apresurado. Efectivamente, la fotografía de Rodrigo Prieto es estupenda, alcanzando cotas de expresionismo de una perfección intolerable para el ojo acostumbrado al píxel, pero parece raro que fuese la única nominación a los oscar para uno de los trabajos a priori más oscarizables de su autor. Una especie de coalición alterada que incluye un "Kurtz conradiano", el misionero que desaparece en el Japón del Siglo XVII, en plena efervescencia evangelizadora, y del que sólo se tiene la certeza de su apostasía, con tal de evitar las terribles torturas con las que cada cristiano iba a ser amenazado. Por otra parte, tenemos a los dos jesuitas que van en su busca, y cuya fe será constantemente puesta a prueba, aunque sus caminos se separan y, aunque fundamentalmente veremos el periplo de uno, finalmente se ven confrontados, comparados por el cruel señor feudal que los mantiene prisioneros y pretende quebrarlos, que renieguen de su fe.
No esperemos aquí un Scorsese físico, pues no es esa la tarea empleada, sino ceñirse lo más posible al denso y polémico texto original de Shusaku Endo y aislar cada pensamiento, frase o acto buscando, quizá, atomizar, aturdir y aprisionar la entrenada voluntad cinéfila del espectador, derrocar sus convicciones y presentarle una narrativa a la que estamos poco acostumbrados. Lo va a tener difícil SILENCE para persistir en una cinematografía tan sobresaliente, pero prefiero dejar pasar un tiempo y volver a ella más adelante, porque de momento puede que se me haya quedado algo por el camino.
Saludos.

viernes, 28 de marzo de 2014

Diversión y crueldad



Sí, es muy excesiva y muy larga, y tiene un montón de cosas dentro; es la forma en la que Scorsese nos dice a los que le hemos seguido durante años: "Muchachos. Hice "Hugo" porque quería el premio, pero sólo por eso. Hice la de la prisión porque quería que supiéseis que puedo ser más raro que Lynch o Malick. Pero uno nunca se cansa de lo bueno..." Y lo bueno es THE WOLF OF WALL STREET, que dura tres horas y alecciona a la sociedad acerca de cómo montártelo para engañar a un montón de gente, hacerte multimillonario y gastártelo todo en putas, drogas y... y cualquier cosa inútil que se te ocurra. Olvídate de tus tendencias moralistas y echa un vistazo a esta sinfonía pasada de revoluciones, a lo mejor es más instructivo sobre a quién llevas toda la vida dándole el dinero; Jordan Belfort no es un mesías ni un diablo, es un producto genuino de un sistema, y a ese sistema lo alimentamos entre todos. Y seríamos unos hipócritas si tomáramos esta película divertidísima, reveladora y acusadora a partes iguales como una especie de tratado de por qué estamos como estamos, porque todo el mundo sabía que estaríamos como estamos, no se puede ser tan imbécil. A diferencia del tiburón diseñado por Oliver Stone hace 25 años, aquí el poder no detenta tanta relevancia; se trata de un niño insaciable en un cuarto de juguetes que no para de crecer; se trata del tipo que pasa diez horas diarias en el bar de la esquina, pero con mucho más dinero; se trata de hacer creer que lo que no existe sí que existe (no se pierdan el desquiciado parlamento de un genial Matthew McConaughey, que marcará todo el devenir del film). Por un lado están los Ferraris, los yates, el dinero tirado a la basura, los kilos de cocaína (y otras sustancias) y la sensación de invulnerabilidad; por el otro está la capacidad de Scorsese para que nada se le vaya de las manos, para dominar un torbellino de personajes y situaciones con un Leonardo DiCaprio superlativo sosteniendo toda la función como si hubiese nacido concretamente para este papel. Y a lo mejor no es una grandiosa obra maestra porque tampoco lo pretende, sino que se conforma con hacer muy bien lo que hace; y a lo mejor a Scorsese le tenían que haber premuiado por esta genuina demostración de su talento... aunque sea capaz de asustar a la Academia...
Saludos.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Una declaración de amor



A ustedes les gusta el cine tanto como a mí, no puede ser de otra manera. Por eso estamos aquí, por eso acudimos puntuales a todas nuestras citas; por eso, extrañamente, el séptimo arte parece más vivo que nunca; reestructurándose a sí mismo a través de una incesante búsqueda del fondo por la forma... y viceversa. Lo hemos repetido (y lo diré con una frase muy manida, para que dé más coraje) por activa y por pasiva: el cine, tal y como lo conocíamos, está muerto; el nuevo cine, el de las nuevas formas, el de los nuevos soportes, el que implica y exige un reset en la mirada de sus "nuevos espectadores", está más vivo que nunca, más en hervidero de lo que (y esto debo suponerlo) jamás estuvo. El cine se aprovecha, debe aprovecharse, de su propia encrucijada; incluso de la crisis, de las demagogias y los reventistas que quieren hacer su Agosto de un barullo que cada vez parece más intencionado. Decíamos a colación de los oscar'12, que, dentro del bajo nivel de los films a concurso, e incluso obviando las inexcusables (aunque entendibles) ausencias, sobresalían tres títulos precisamente por su vocación de "ir más allá"; y pese a tratarse de propuestas cada una en las antípodas de las otras, se antojan como ejemplos de por dónde puede ir el audiovisual en los próximos años. Lo dijimos a propósito de MONEYBALL, que aun tratando un tema genuinamente norteamericano estoy seguro de que será mejor comprendida en Europa; lo diremos dentro de un par de días, con un film que desafía el relato clásico y lo malea a su propia conveniencia; y aprovechamos para decirlo hoy a propósito de HUGO, un film insólito por venir de quien viene, pese a que los que seguimos el penúltimo devenir de Martin Scorsese esperásemos una vuelta de tuerca como ésta. HUGO no es lo que parece ser para terminar siendo lo que no comienza siendo; para no liarles: HUGO parece un juguete exquisito (nunca mejor dicho) para mostrar las nuevas e impactantes técnicas de rodaje (3D aparte) con las que un director de cine moderno cuenta; Scorsese introduce esta metatécnica (si tal cosa es posible) recogiendo lo que el bellísimo texto de Brian Selznick le cede: la constatación de que nada avanza si no es respetando y conociendo sus orígenes. A mitad del film, HUGO comienza a desprenderse de su brillante pátina de alto lujo y termina siendo, ya decimos, otra cosa muy diferente; una declaración de amor a quienes, desde las tinieblas más absolutas, recogieron sus esperanzas infantiles para poner ante un público maravillado trenes que salían de la nada o pistoleros que miraban de frente. Ahí es donde HUGO nos gana, más allá de su verosimilitud (¿la tenía un burdo cohetillo incrustado en el ojo de la Luna?), mostrando a un Méliès casi avergonzado de haber hecho lo que hizo, aunque aquellos trabajos ahora nos parezcan simplemente geniales. Cuando el cine no era más que una moda que pasaría, una locura de ingenuos, a nadie se le hubiese ocurrido imaginar dónde llegaría una proyección en una sábana; hoy día estamos en una encrucijada similar, con otros aspectos técnicos aún por dilucidar, pero con la misma disyuntiva: ¿Estamos dispuestos a seguir soñando?
Saludos inventados.

martes, 17 de mayo de 2011

Los orígenes se escriben con sangre



GANGS OF NEW YORK fue el inesperado (e inesperable) "film total", finalmente ensayo inventado, subliminal, que Martin Scorsese quiso estamparle en la jeta a un Hollywood que había ofrecido una infinidad de postales amables, tributos enamorados, de una ciudad, New York, Grand Ribbon más allá de las etiquetas de cualquier cosa que huela a eso que se llama "americanismo". Scorsese le quiso dar la vuelta a todo, dotar al New York de 1863 del aspecto sucio y desastrado de un Londres o un París de la época; y esto juega en su favor tanto como en su contra, pues funciona mientras la frenética actividad de las bandas no da tiempo a enjuiciar el detalle, pero se torna un ritmo cansino en esos largos diálogos que parecen (más de lo que parece) no llevar a ninguna parte.
Y luego está Daniel Day-Lewis con un personaje, William "The Butcher" Cutting, que sólo podría haber encarnado él y que anticipaba de alguna manera su cumbre interpretativa, el Daniel Plainview de THERE WILL BE BLOOD, otro fresco destinado a perpetuarse en el tiempo. Cutting no sólo es un carnicero de profesión, sino que significa el hombre ascendido al poder mediante la violencia, para Scorsese el precursor de lo que luego serían las bandas mafiosas y sus siniestros líderes. En el otro lado, Leonardo Di Caprio es Amsterdam Vallon, el inmigrante que se esfuerza por ser honrado, testigo de la espiral de violencia y corrupción desatada en la ciudad, y al que no le queda más opción que entrar en la lucha de manera directa. Existe el elemento de la venganza, pues Cutting es el asesino del padre de Vallon cuando éste es aún un niño; la inefable figura femenina, que es una esforzada Cameron Diaz, no siempre del todo creíble; y una miríada de secundarios que transitan por sus casi tres horas de excesos y búsquedas de "la nueva forma" "el nuevo New York", curiosamente mucho más antiguo que el que estamos acostumbrados a ver en pantalla. Al final, GANGS OF NEW YORK es un trabajo de gran personalidad, que arriesga y se la juega en cada plano, pero que parece incapaz de mantenerse cohesionado como un solo ente, casi pidiendo a gritos una serie de cortes, episodios más bien (véase, por ejemplo, la correspondencia con la reciente BOARDWALK EMPIRE). Hay quien cae fascinado ante esta epopeya de sangre y fuego acerca de las trastiendas de una gran ciudad, pero también quien encuentra incomprensible tanto grito y tanto porrazo, cuando uno puede decir con claridad y buen tono que en todas partes y todas las épocas cuecen habas. A mí me parece una gran película fallida, es decir: cualquier cosa menos una mediocridad.
Saludos de la banda.

martes, 8 de marzo de 2011

La verdad del asunto



No sé si será la obra definitiva sobre Bob Dylan, es difícil afirmarlo tratándose de una de las biografías más intensas y extensas de la historia de la música, pero puede que NO DIRECTION HOME: BOB DYLAN-A MARTIN SCORSESE PICTURE sea lo más aproximado a un documento fidedigno acerca de la vida, obra y milagros del genio de Minnesota; casi 300 minutos de archivos que parecían guardados celosamente en algún lugar de algún sitio y que nadie, excepto Scorsese, ha logrado reunir y montar debidamente, esto es: narrando, revelando, dando la palabra a su protagonista y no yéndose demasiado por las ramas. Lo cierto es que NO DIRECTION HOME, de tan riguroso, parece hermético, como un documental más; sin embargo, Scorsese, como el gran mago que es, consigue el milagro y ofrece un espectáculo tremendamente entretenido y fiel, que pasa en un santiamén y que no hace más que confirmar lo que ya sabíamos: Dylan es más grande que su propia circunstancia como artista. Dan testimonio de ello sus idas y venidas por el Greenwich Village de principios de los sesenta, la admiración (curiosidad) que despertaba entre la flor y nata intelectual-bohemia de entonces; sus míticas participaciones en pequeños festivales de folk por todo el país; minirecitales a lomos de una vieja camioneta y un único micrófono; su amistad con Pete Seeger, la leyenda de Woody Guthrie; sus diferencias con casi todo el mundo que parecía "cogerle el punto" para luego acabar despistado por su enésima incarnation; la locura eléctrica; las interminables horas ante la máquina de escribir... Y un deseo grande y fuerte como una montaña, lo único capaz de forjar la voluntad de un hombre común por divulgar su pensamiento, su obra; un deseo que Dylan sólo muestra a medias, celoso de una intimidad que pocos conocen y que constituye el verdadero valor de un film que con los años se convertirá en una obra capital para comprender cómo y cuándo empezaron a cambiar los tiempos.
Saludos desnortados.

miércoles, 12 de enero de 2011

Sí, estoy hablando contigo



Aunque no fue su primera película, lo cierto es que MEAN STREETS significó la irrupción del Scorsese que hoy conocemos como de la familia y del que nos jactamos de ser seguidores. Éste fue el verdadero punto de partida para su particular exploración de los gangsters, sus motivos, orígenes, filias y fobias; todo un universo a la vez fascinante y repelente, con personajes con los que te identificas por su modus operandi pero con los que no te gustaría tener un trato cercano. Y es ese vivir salvaje, amoral (cada uno se construye su propia moral, claro), distinguido, traicionero e iconoclasta el que queda retratado perfectamente en este extraño, irregular film, que a veces parece ser lo que finalmente no es, aunque esto es mucho más fácil de discernir treintaytantos años después y con el devenir fílmico de Scorsese bien aprendido, claro.
MEAN STREETS habla de un tipo (Harvey Keitel) que debe decidirse entre ser un don nadie o ingresar definitivamente en el bando de los importantes; nos son mostrados, en sublimes escenas interiores, en el club sobre todo, los resortes por los que se mueve esta fauna cada noche; conocemos a Johnny Boy (tremendo deNiro, adelantando su Travis Bickle), ahogado por las deudas, viviendo al día y con una bala acechándole a cada instante; hay extorsión, monumentales borracheras, tiroteos, chulería a raudales... puro Scorsese. Y, aun así, es curioso observar cómo ya entonces lo que el maestro neoyorquino quería hacer realmente era "imitar" a la nouvelle vague trasladándola de la rue parisina a la Gran Manzana; se nota especialmente en algunas escenas vagamente románticas, con Keitel y su chica (relación algo sórdida y no del todo aclarada) retozando como unos Belmondo y Seberg cualesquiera, ahí Scorsese tira de sala de montaje y revienta el ritmo que había imprimido previamente. Éste es un hecho controvertido que fascina y exaspera a partes iguales, que dota de cierta entidad a un film que, seamos sinceros, aún estaba a años luz de las Posteriores grandes obras de su director, pero que en aquellos primeros años setenta supuso una considerable conmoción que, acertadamente, los "Cahiers" se apresuraron a registrar en sus páginas. Evidentemente, no se equivocaban.
Malos saludos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Fuera de marco



Yo no sé qué les parecerá a ustedes, a día de hoy, un artefacto tan extraño y disonante como lo fue ALICE DOESN'T LIVE HERE ANYMORE; que la podía haber firmado una caterva tan bizarra como la compuesta por J.L. Godard, Max Öphuls, John Waters y hasta David Lynch. Sí, no me miren raro; lo raro es que la dirigiese Martin Scorsese justo cuando se le iban encendiendo las luces que habrían de alumbrar un par de años después TAXI DRIVER y delimitar la exacta dirección de su cine, tan reconocible hoy día. Ahora bien, convengamos que, antes que otra cosa, ALICE... fue un proyecto personal de una actriz a mi juicio de horripilantes maneras interpretativas, Ellen Burstyn, a la que se le metió entre ceja y ceja la obstinada idea de ganar un oscar a toda costa, cosa que logró, por cierto. ALICE... es un hiperactivo y expresionista retrato femenino que va dando bandazos desde la denuncia social hacia la comedia física, el drama de superación y hasta el vodevil... Sí, demasiado extraño, o quizá demasiado derivado, porque a lo mejor entonces todo esto carecía de importancia, pero treinta y seis años después nadie duda de la capacidad autoral de Scorsese y la libertad de movimientos necesaria (independientemente de presupuestos) para que ésta pueda desarrollarse adecuadamente. ALICE... se ve hoy día con una mezcla de estupor, curiosidad e indulgencia, que la han convertido en uno de los títulos menos reconocibles (y reconocidos) de su director y también uno de los más olvidados; una especie de "arqueología de los grandes maestros" casi de manual, libre de interpretaciones y más enfocado hacia la compilación exhaustiva de datos.
Saludos sin dirección.

martes, 30 de marzo de 2010

No intente ajustar su televisor...

A partir de la década de los cincuenta, los yanquis demostraron su imparable gusto por las conspiranoias de todo tipo; el caché lo ponían las historias ingeniosas, llenas de recovecos y en la que el espectador se entregaba absolutamente consciente de que lo importante era salir de manera opuesta a como se entraba en la sala.
Martin Scorsese puede permitirse el lujo de fantasear, tramposear y manipular al tan pagado de sí mismo espectador del siglo XXI, que se jacta de no sorprenderse ya por casi nada. Se lo puede permitir porque Scorsese es un viejo zorro que seguro que lo ha pasado pipa en el rodaje de SHUTTER ISLAND, puede que su única mirada (al menos altamente reconocible) al cine de suspense clásico, porque CAPE FEAR no le pertenecía en absoluto. En esta nueva entrega de su frenética e imparable actividad, Scorsese ni deslumbra ni sorprende ni defrauda ni aburre ni deja nada al azar, todo en uno. En SHUTTER ISLAND encontramos varios frentes abiertos que suman tanto como restan. Por ejemplo, la historia fluctúa desde el thriller de tintes góticos, con sus marcadas características, hasta un psicologismo del que tío Marty no siempre sale bien parado. Los actores están correctos aunque algo irregulares, incluso reconociendo que los registros son preocupantemente lineales, salvando quizá a Ben Kingsley, que nunca se muestra excesivo en un papel que lo es, o a Emily Mortimer, incomprensiblemente desaprovechada en una mínima pero terrorífica aparición. Mención aparte merecen tanto la estupenda fotografía de Robert Richardson, en la que Scorsese se recrea una y otra vez, remarcando que la isla tiene entidad propia, así como la música, el gran punto fuerte del film, que se encuentra trufado de inusuales composiciones de Ligeti, Penderecki, Cage o Richter, entre otros. Una extraña banda sonora que le acerca a los experimentos de Kubrick y que cierra este irregular film con un emocionante tema interpretado por la gran Dinah Washington.
Resumiendo, ni es de lo mejor del año ni de su autor, pero merece la pena ser vista sólo para comprobar la interesante deriva que el cine de Scorsese, lejos de estancarse, está tomando.
Saludos encerrados.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Hall of fame

THE DEPARTED quedará por mucho tiempo en el subconsciente cinéfilo por muy diversos motivos. El primero y más importante, porque supuso el primer reconocimiento de la Academia a uno de los pocos directores vivos a los que se puede tachar de legendario. Luego está la reconciliación de Scorsese con el género que mejor ha sabido conjugar en pantalla, después de demasiados titubeos e incursiones en terrenos algo resbaladizos (KUNDUN, BRINGING OUT THE DEAD, THE AVIATOR). Pero hay una razón de peso para considerar THE DEPARTED una de las tres o cuatro mejores películas del maestro neoyorquino; y es que importa menos el porqué que el cómo, y el espectador sabe que no hay letra pequeña en este Scorsese, que el mazazo está asegurado y que le esperan dos horas y media de puntos de fuga. Allí donde otros directores sólo ven un aterrorizador vacío, Scorsese despliega su talento y coge de la mano a "sus" actores, que aquí están espléndidos. No hacía falta invocar de nuevo el espíritu de deNiro, porque estaba claro que Jack Nicholson hacía años que esperaba por una oportunidad como ésta; y él es el verdadero motor y espíritu de esta compleja trama de engaños y traiciones; cuando Nicholson aparece en pantalla a uno le importa un carajo el valorable esfuerzo de di Caprio o Damon por "infiltrarse" en el universo de Scorsese, Nicholson simplemente parece que siempre estuvo allí. Y uno también se pregunta qué podía haber dado de sí este actor en otros trabajos de Scorsese. Puede que esté haciendo demasiado hincapié en una sola pieza de este grandioso puzzle, sin embargo, desvelar su trama no sería del todo justo, tratándose THE DEPARTED de un film constantemente encubierto y que juega perfectamente con las apariencias; una especie de DONNIE BRASCO magnificada e impúdica, una epopeya de nuestro tiempo sin héroes a tiempo parcial.
Sigue siendo imprescindible.
Saludos de incógnito.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Besar la lona, acariciar las heridas

Me parecía de justicia que la película estadounidense número 200 que encontraba sitio en este pequeño rincón fuese una obra maestra de esas que, creo que sin temor a equivocarme, prácticamente nadie se atreve a discutir en ningún aspecto.
Y esque RAGING BULL es casi perfecta; yo, sin querer resultar sabihondillo, prefiero TAXI DRIVER, pero no es más que una apreciación personal, porque el brutal y desolador retrato que Martin Scorsese cinceló, junto al gran Paul Schrader y Mardik Martin, sobre los claroscuros de un boxeador, Jake LaMotta, sigue siendo, a día de hoy, no sólo la más grande película sobre boxeo (lo siento por el tío Clint, pero así es), sino un viaje psicológico de una profundidad arrebatadora y una violencia visual filmada en un blanco y negro demoledor. En RAGING BULL, todo gira en torno al complejo personaje interpretado por un Robert deNiro que ya nunca volvería a tan excelsos registros; se muestra la cara menos amable del boxeo, su vinculación a la mafia, los combates amañados. Pero también cobra inusitada fuerza la violencia fuera del ring, los celos, la imposibilidad sexual, el patético vaivén de un ídolo con pies de barro incapaz de sostenerse en el último asalto. Se encuentran aquí las mejores escenas de boxeo, las más crudas, pero lo que hace realmente diferente a RAGING BULL de otras propuestas similares es la franqueza con la que Scorsese hunde la cámara en el vacilante infierno en el que termina por convertirse la peripecia de LaMotta, la del imposible héroe moderno, la del boxeador que echa la última mirada a un mundo que no le pertenece, justo antes de besar la lona.
Saludos salvajes.

jueves, 29 de mayo de 2008

Loco insomnio

A medida que vamos cumpliendo años y, por lo tanto, vamos ampliando las películas vistas, es más evidente que, al igual que las olvidadas casi instantáneamente, están las que nos resultan imposibles de olvidar, sea por una u otra razón.
TAXI DRIVER pertenece al no demasiado amplio (experiencia es un grado) grupo que quedan marcadas al rojo por distintos motivos.
Contar de nuevo la peripecia paranoide de Travis, el insomne que decide trabajar el turno de noche como taxista, puede resultar algo cansino, y es que hablamos de una de las películas más comentadas de los últimos treintaytantos años.
Aprovecharé, por lo tanto, para dar un tirón de orejas a la academia por no premiarla en su momento y, sin embargo, hacerlo casi obligadamente con una cinta como THE DEPARTED, que palidece al lado de esta obra maestra tanto en forma como en fondo.
La interpretación de De Niro me sigue pareciendo escalofriante, con esa actitud socarrona-nihilista que parece decir "me la suda todo", aunque en realidad no sea así. Creo que este gran actor creó, sobre todo a raíz de este film, la etiqueta, referida a una cierta manera de actuar, "muy De Niro". Desgraciadamente, el nivel de sus trabajos a partir de los noventa comenzó a decaer notablemente, logrando mejores cotas como director que como intérprete.
Aparte de De Niro, TAXI DRIVER es puro cine negro. La fiereza con la que Scorsese retrata la violencia proviene, a mi modo de ver, del mejor Sam Fuller, y enlaza, en una cabriola fantástica, con los más recientes trabajos del extraordinariamente reciclado Cronenberg. El personaje no se cuestiona nada, sabe que él actúa bien y sus enemigos mal, y por lo tanto debe eliminarlos. Tan simple como eso.
Si no hablásemos de un maestro como Scorsese, estaríamos ante el enésimo fardo fascista de un Stallone o Van Damme cualesquiera, por ejemplo (aquel año, el oscar lo ganó ROCKY. Toma ya!); pero existe una diferencia fundamental: en TAXI DRIVER, la espiral creciente de violencia, rematada por un monumental baño de sangre, en ningún momento es justificada, si no es por una mente desquiciada que pierde los papeles, AUNQUE LOS TIPOS A LOS QUE SE CARGUE SEAN DESPRECIABLES.
Quería recalcar esto último porque ahí radica, creo yo, todo su valor cinematográfico. Bueno, y porque de allí salió esa pequeña maravilla llamada Jodie Foster y también descubrimos a un actorazo cuya carrera ha sido inversamente proporcional a la de Robert De Niro, hablamos, como no, del impresionante Harvey Keitel. Como inolvidable es la neoyorquinísima partitura de Bernard Herrman
Retrato en clave amarga de la sociedad americana y sus obsesiones, sus miedos y sus trampas, TAXI DRIVER es uno de esos títulos que a muy poca gente se le ocurriría discutir, sobre todo porque aún permanece como piedra angular (fundamental diría) de una filmografía a la que todos alaban pero pocos reconocen, y ahí está su mérito. Sabido es, también, que su guionista original, Paul Schrader, reflejó una cierta etapa depresiva sufrida tiempo atrás.
Sabemos que Scorsese jamás habría podido cargar con el peso específico de THE GODFATHER, pero ¿imaginan qué podría haber perpetrado Coppola si le hubiesen encargado TAXI DRIVER?
Insomnes saludos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!