martes, 6 de mayo de 2008

Expresiones experimentales, experimentos expresionistas

Una de las razones fundamentales por las que este modesto blog presenta una apariencia tan caótica en sus contenidos es porque no quiere caer en los excesos derivados de cualquier revista de actualidad, cuyos ejemplares son legión. Debe ser la propia película comentada, a través de sus defectos y virtudes, quien marque el pulso que contengan dichas líneas.
Introducción que no es vana si atendemos al film de hoy. THE PIANIST incluye casi en la mitad de su metraje imágenes que nos remiten automáticamente a una manera de hacer cine primitiva, en desuso. Polanski deja sin argumentos a los manipuladores de la imagen en aras de una supuesta "modernidad", y concreta la regla de oro que dice, alto y claro, la imagen debe ser absorbida por la narración y viceversa.
Esta obra maestra, que me dejó paralizado en su momento, es un fugaz ramalazo del genio intermitente que siempre ha acompañado al polaco, pero también sirve para marcar un posible camino a seguir por las grandes producciones que se piensen inteligentes (valga como ejemplo ZWARTBOEK, del maestro del altibajo Verhoeven).
La atmósfera de THE PIANIST resulta en todo momento creíble, podemos palpar la angustia que acompaña a Szpilman (me parece que el amigo Brody sólo puede hacerlo peor a partir de aquí) en su odisea, casi milagrosa, por aquella ruleta rusa continua que significó el holocausto nazi para los judíos. Los escasos detalles que no me gustaron se refieren a las sádicas vejaciones sufridas por los prisioneros, y es que, desde Schindler, se convierte en una constante para este tipo de cine el remarcar dicho asunto, casi con aires de venganza.
Como esto último es mera anécdota en un film inmenso por donde se quiera coger, reseñaré la claustrofóbica espera del pianista en un piso olvidado, con la única compañía de un viejo piano que no puede tocar por temor a ser descubierto, recordándonos de paso que el personaje es humano y sufre, por tanto, en una situación límite. Pero, sobre todo, la magistral narración en imágenes que Polanski saca de la nada desde que Szpilman abandona el piso y vaga por las ruinas de a ciudad destruida. Pocas veces se ha visto en la pantalla tan claramente el rostro de la desolación. Y digo imágenes porque, de repente, y en una curiosa pirueta, en la que el protagonista pierde el oído por el estallido de una bomba, lo que obtenemos es EXPRESIONISMO MUDO!
Se nos muestra un personaje físicamente arruinado, que no habla, que esquiva a sus perseguidores como una alimaña asustada y que dota a una lata de conservas de una trascendencia casi mística. Una parte final en la que los gestos lo son todo y en la que nunca necesitamos una sola línea de diálogo para entender cada detalle de lo que ocurre.
Cerraremos diciendo que la escena en la que dicha ruina humana se sienta frente a un piano e interpreta a Chopin bajo la mirada del oficial nazi, pertenece ya al olimpo de la cinefilia más emocionante.
Melódicos saludos.

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