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lunes, 24 de octubre de 2022

Un baile trágico y asustado


 

Desmesurada. Caótica. Autista. Arrebatadoramente romántica. ANNETTE sólo puede ser ejecutada por Leos Carax, que sólo puede hacer estas películas, que son poemas y que no son para todo el mundo. Un poema con la banda sonora de Sparks, cuya composición se adueña por completo de esta historia de amor que se va oscureciendo paulatinamente, a medida que la conciencia se vuelve más importante que el abandono. Él (Adam Driver) es un monologuista de los difíciles, que prefiere la provocación a la carcajada; ella (Marion Cotillard) es una famosa soprano. Ambos se aman, y de su amor nace Annette, una niña igualmente especial, y que Carax decide encarnar (creo que con acierto) en una especie de marioneta, que asiste impávida al desmoronamiento de un amor que parecía inquebrantable. No es una película para mayorías, pero lo sabíamos; es una película para dejarse mecer, con música o con esas imágenes imposibles que sólo conoce Carax. Es un musical, pero también una tragedia terrible. Y tiene un arranque espectacular y un final muy triste. Lo que ocurre mientras tanto les irritará o les llevará a territorios que no conocían antes. Por ello habría que celebrar que este director no haya arrojado aún la toalla, porque no es para todo el mundo, pero siempre podrá ser para alguien.
Saludos.

martes, 30 de abril de 2013

Un cambio de piñón en montaña



Resulta poco menos que inquietante que tenga que venir el último diletante a recordarnos un par de cosas acerca de tirarnos a la bartola (críticos), mirarnos el ombligo (directores), vivir frente al espejo y de espaldas a los ojos (actores) y alimentar a un mostruo que hace tiempo que murió (espectadores). El cuadrilátero mágico del cine ya no existe, pero la poesía sí; o: el cine es susceptible de fenecer como arte (aunque no como negocio), pero la poesía no. En HOLY MOTORS, Leos Carax parece decir: el cine agoniza, agarrémonos a la poesía para intentar salvarlo o sólo quedará el eterno retorno de lo idéntico... y será muy aburrido. No veamos, por tanto, HOLY MOTORS como una narración (aunque sea una de las narraciones más claras y sencillas que he visto en cine desde hace tiempo), sino como una demostración de qué se puede hacer aparte de repetir los mismos esquemas una y otra vez ¿Apela al surrealismo?: sí, pero Franju está muy presente también (no es casualidad que la conductora de la limusina sea Edith Scob), y Franju fue otro punto de fuga desde el surrealismo hasta la modernidad, así como Bresson raquitizó el cine clásico para buscar "otra forma". Aún más: HOLY MOTORS no es un homenaje al cine mudo, sino (también) otra demostración de fisicidad en mitad de la vorágine virtual; la danza ante la pantalla verde parece un baile de estrellas y la imagen primera, los cuerpos, terminan por dar paso a su propia descorporeización y transformación en un burdo videojuego. Pero es que también hay tiempo para un grito de furia sin palabras; en el interludio, una banda de música avanza amenazante hacia la cámara (¿los espectadores?). Carax convierte a Lavant, el hombre de las mil caras, en un indómito monstruo que sale de las cloacas y se pasea por un cementerio cuyas lápidas rezan "visit our website"!!! Es la anarquía del creador libre, brutal, que devora las flores y agrede físicamente; un ser que nos repugna pero que, como al ridículo fotógrafo de moda, nos fascina... porque es lo único diferente. También hay un momento, ya al final, para el musical, o mejor dicho: para ejemplarizar la derrota de Mr. Oscar a través de un amor trágico que sólo puede despedirse cantando. Es una escena bella y terrible con una inesperada y estupenda Kylie Minogue cantando una composición de Neil Hannon. El final de HOLY MOTORS (pero exactamente igual que el principio) nos deja indefensos, tal vez irritados, puede que con las pilas cargadas de nuevo; es un final que podría haber filmado Buñuel o Tati, una rúbrica que casi parece decir: "Buenas noches. no queda nada más por poner en imágenes". Es entonces que Carax nos muestra qué son esos motores sagrados: un puñado de lujosas limusinas que temen dejar de servir para algo porque la "máquina visible" ya no tiene interés ¿Es eso lo que queremos hacer con el cine? ¿Cambiaremos limusinas por pequeños Peugeot 205?
Saludos sacrílegos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Originales hasta la muerte

Decía Rimbaud que hay que ser absolutamente moderno. Rimbaud era moderno entonces, y el ser moderno es algo que se escapa como un pececillo, porque si no llegas puedes hacer un ridículo espantoso y si te pasas..., bueno, si te pasas puedes echar mano de recursos. Para algo tiene que servir tener oficio ¿no?
Leos Carax es uno de esos modernos inaprehensibles que no puede ser encasillado, porque su ultramodernismo es clásico, nace directamente de los musicales de Broadway, del gusto por la puesta en escena como artefacto definitorio, de Gene Kelly y de Chaplin, del cine del espectáculo sin caer en espectacularidad vacía... Y eso es muy difícil.
Difícil de aceptar por parte de un público que babea con Almodóvar aunque se repita a sí mismo incesantemente y que no puede apresar la naturaleza del cine de Carax, inquieto, camaleónico, vitalista, socarrón. MAUVAIS SANG vendría a ser algo así como un niño pequeño que lo sabe todo; nos resultaría fascinante al mismo tiempo que irritante; no podríamos explicar realmente lo que nos pasa por la mente al verla, pues, de forma casi automática, buscaremos las referencias en el sitio equivocado, en los transgresores ¿Y por qué tendría Carax que estar siempre innovando y sorprendiendo? Bastante tiene con haber influenciado definitivamente a gran parte de la avanzadilla "modernista", tanto a uno como otro lado del charco.
Quizá me esté precipitando (me puede la admiración), pues se trata de un cineasta casi desconocido fuera de Francia y ciertos circuitos festivaleros; uno de esos incólumes que parecen llevar toda la vida ahí y, al mismo tiempo, desprender un fascinante aura de jovialidad y frescura.
Hablamos de una cinta que cumple ya 22 añitos, que sitúa la acción en un futuro donde se castiga la práctica del sexo sin amor (referencia al SIDA) y que siempre ¡siempre! juega a favor del espectador mediante la utilización de todos los recursos. Los actores hablan, actúan, se mueven... Vemos a una incipiente Juliette Binoche más etérea que nunca; a Michel Piccoli en su vertiente más desenfadada y cómica; al circense (y ya mítico) Denis Lavant en un magistral travelling acrobático con el Modern Love de Bowie de fondo (y CANTANDO BAJO LA LLUVIA aparece inevitablemente en nuestro subconsciente). Todo un catálogo de audacias que hacen de MAUVAIS SANG uno de esos títulos quizá menos conocidos que otros pero poseedores de un status casi mítico. Muy recomendable para cuando estemos saturados de cine americano.
Saludos malos malos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!