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martes, 3 de noviembre de 2009

... y ahora como entonces

Hoy había que elegir una... ¡y qué difícil ha sido! Elegir ¿cuál?, porque don José Luis López Vázquez hizo de todo: malo, menos malo, regular, aceptable, muy bueno, buenísimo y magistral. Y me he preguntado muchas veces (y con muchos actores) qué podría haber pasado con López Vázquez de no haber tenido esa infinidad de trabajos meramente alimenticios; una respuesta me viene incesantemente: éste, como tantos otros, dio infinitamente más talento a producciones mediocres, cine pírrico y enclenque de aquella época, de lo que en justicia este monstruo de la interpretación debió recibir.
Esto es relativamente triste, pero López Vázquez, entre sus más de doscientos trabajos, nos dejó algunas obras maestras de nuestro cine; y uno de esos títulos fue la incursión, de la mano también del gran Rafael Azcona, del italiano Marco Ferreri en una serie de films de ácida catadura y valiente crítica a un sistema cerrado en sí mismo, a una sociedad aquejada de una imposible apoplejía moral. Y no crean que han cambiado mucho las cosas, no; cincuenta años justos contemplan a este cuento terrible, de sonrisa congelada, que fue, es y será siempre EL PISITO; las mismas miserias entonces que las padecidas ahora por tantísima gente, incapaz siquiera de un proyecto de vida modesto, rodeados por la especulación y la avaricia, alimentando (sirviendo de carnaza más bien) a un monstruo insaciable que se disfraza de progreso y bienestar ¿Puede concebirse mayor horror?
EL PISITO cuenta la triste historia de Rodolfo y Petrita, que llevan doce años de novios, como debe ser, pero les resulta imposible encontrar un piso de esos modernos para irse a vivir. La solución ideada por Azcona es de una amargura y mordacidad que lacera al más pintado: Rodolfo no tiene más remedio que casarse con su anciana casera, que le tiene ¡realquilado!, con el fin de esperar la supuesta muerte de la misma y heredar el alquiler del inmueble. Retorcido y simple al mismo tiempo; una negrísima crónica de una España, la de entonces, que parece seguir regida por los mismos miserables procedimientos.
A todo esto, el trabajo desplegado por José Luis López Vázquez no sólo es de los que debía marcar una época, sino que sirvió como carta de honores de, insisto y no me cansaré de repetirlo, uno de los actores más grandes de la historia del cine de todos los tiempos y todos los lugares.
Saludos hipotecados.

martes, 3 de febrero de 2009

Pequeñas grandes historias

Sigamos repasando la breve historia del cine español con mayúsculas; aquél que se hizo para perdurar, para transgredir, para hacer pensar; donde los profesionales tenían un fin en sí mismos y cada uno daba lo mejor sin pensar en una posible posteridad.
Todo esto se dio en una serie de películas heróicas que retrataban, a partir de pequeños aspectos cotidianos, la lúgubre faz de la intolerancia, la represión y la desfachatez con la que se (sobre)vivía en la España de entonces.
Marco Ferreri filmó algunas de aquellas pequeñas grandes historias a modo de infalible y avezado cronista de toda una serie de vergüenzas oreadas e inteligentemente pasadas por meros entretenimientos. Los "cómicos", ¿se podía temer algo de semejantes gañanes?
El tándem Ferreri-Azcona tuvo gran parte de culpa de dichas obras hasta que algo se olieron los franquistas y no permitieron al italiano seguir ni un minuto más en España, precisamente tras la realización de EL COCHECITO.
EL COCHECITO, casi cincuenta años después, sigue siendo una patada en la conciencia; un tragicómico retrato (a veces desternillante, a veces sobrecogedor) de aquellos infames seres sin doble moral (sólo había una) que hasta lo más insignificante lo pasaban por un filtro de incomprensible y biliosa censura. La pequeña historia de don Anselmo, un jubilado sin vida propia, desterrado al rincón de los inservibles, que encuentra en un cochecito de inválido la libertad deseada (¡puro Cronenberg, señores!), cobra tintes casi épicos cuando nos son mostradas las mil y una vicisitudes por las que este héroe anónimo ha de pasar para conseguir finalmente el objeto de sus sueños. La paradoja metafórica con la que Azcona-Ferreri nos hablan de "esos seres mitológicos que cabalgan libremente" es un insuperable ejercicio de finísima intención denunciante, de valentía desesperada.
Luego: hablar del MAGISTRAL trabajo de don José Isbert encarnando a ese españolito desplazado de la sociedad, desplazado de sí mismo, sería tener que echar el cierre ante un panorama interpretativo (el actual) donde se repiten incesantemente tics y poses. No les vendría mal echar un vistazo a este prodigio de interpretación veraz y consecuente, uno de esos papeles reservados a los más grandes.
Saludos motorizados.

jueves, 31 de julio de 2008

Engordar para morir

Los 70 fue la década del exceso, y del gusto por el exceso, o de gustos excesivos, quién sabe...
A los creadores que intentaban desesperadamente apartarse de la etiqueta "clásico" se unieron aquellos vencedores del neorrealismo de finales de los cincuenta y de la psicodelia trascendente de los sesenta.
Marco Ferreri estuvo en todo aquello, y siempre mantuvo imperturbable su mirada socarrona y excesiva, así que los setenta le fueron como anillo al dedo.
Y LA GRANDE BOUFFE es la película más excesiva que mis ojos hayan contemplado.
Curioso que cuatro de los iconos interpretativos del cine europeo se prestaran para semejante experimento, pues no consigo ver más que un desenfreno prosaico anti-burgués y desmedido, nada que ver con el comedimiento inteligente y corrosivo que, por ejemplo, Berlanga otorgó a otros escritos de Azcona.
Porque, aunque no lo parezca, esta apología de la pornografía más nihilista y descorazonadora fue ideada por el autor de EL PISITO (aquél también era otro Ferreri), pero no logramos atisbar ni un solo trazo de aquella denuncia agridulce, pues aquí todo es muy agrio, o muy dulce, o muy salado...
Al igual que aquel alcohólico que decide irse a Las Vegas para beber hasta morir, estos cuatro ¿amigos? (no importa, la verdad) se encierran en un decadente caserón (el único elemento de visible notoriedad narrativa) para comer. En un principio se trata de dar rienda suelta a la gula, más tarde a la lujuria y por último, incapaces de encontrar más satisfacciones, entregarse a la muerte como única redención posible.
Con este mapa anarquista y disgustante, Ferreri se torna más crudo y menos festivo que de costumbre. Hay quien finalmente diside de tan horroroso experimento, tanto dentro de la película (sólo vemos a Piccoli ir hasta las últimas consecuencias) como el espectador burgués, incapaz de dotar de sentido a lo que precisamente basa su discurso en ese nonsense extremo tan difícil de ubicar en un orden social establecido.
Han pasado 35 años desde entonces y creo, no sin cierto escepticismo, que es más complicado para el espectador actual verla hoy de lo que fue entonces en su estreno. Lo cual no deja de ser paradigmático y sintomático como verdadero termómetro social.
Sabrosos saludos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!