lunes, 19 de mayo de 2008

Cercanías

De las tres cabezas lúcidas y pensantes que quedaban, como emblema de una generación irrepetible para nuestro siempre maltrecho cine, se han perdido dos: el dios Azcona, el cual merece un punto y aparte en cualquier evento cinematográfico que se precie, y el inabarcable Fernando Fernán Gómez, sobre el que nos harían falta dos vidas para hacerle mínimamente justicia.
Es posible que EL VIAJE A NINGUNA PARTE no sea su mejor obra, pero aun así sigue siendo de lo mejor del cine español. Y es que aquí también tuvimos a nuestro particular Orson Welles y, al igual que aquel, le dejamos escapar.
La película que nos ocupa es un negro homenaje a los cómicos (como al propio Fernán Gómez le gustaba denominarse), a la incertidumbre y errabundia de unos años, los de posguerra, en los que vivir ya era un milagro, hacerlo de la escena, magia pura y dura.
El maestro no emplea, como tantos otros, la mirada nostálgica e indulgente, sino que critica duramente un tiempo de silencio en el que no había clases sociales, simplemente obediencia ante el miedo. El miedo que flota durante toda la película y que pone de relieve la miseria, la indignidad, la ignorancia, el asco ante el que sólo quedaban tragaderas, vivir en el alambre.
Vemos todo eso en el pasado de un cómico (impresionante José Sacristán) que suple con su desmemoria selectiva las sombras con falsas luces de candilejas.
Nunca sabemos (y esto es la grandeza del guión) qué es realidad y ficción, qué vivió realmente el protagonista, o si él mismo llega a saberlo durante su nostálgica rememoranza, su viaje a ninguna parte.
Quizá juegue en su contra el excesivo teatralismo de los personajes, como si constantemente representaran una obra; es ésa una forma de interpretar que acabó, que tuvo su gloria pero, haciendo un necesario símil con esta película, ya se ha perdido y sólo es motivo de visitas al geriátrico.
Me quedo con la ternura con la que Fernán Gómez trata a sus "hijos", el preciso (y nada precioso) retrato de una época y un oficio destinados a chocar de frente. Mientras la gente sobrevivía estoicamente, prosaicamente diríamos, estos cómicos, seres extraterrestres cuyas motivaciones se nos escapan, llevaban una chispa de poesía, de esperanza, coloreaban un tiempo que todo el mundo que lo vivió recuerda en blanco y negro.
Es urgente la revisión a gran escala de la maltratada filmografía de este renacentista que se adelantó a su tiempo, aunque yo pienso que era dueño de un tiempo particular que sólo él habitaba.
In memoriam, saludos intemporales.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!