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viernes, 3 de febrero de 2023

Luna quiere ser madre


 

Otra de las películas que da testimonio de lo extraño y satelital del cine de Agustí Villaronga en el panorama nacional es EL NIÑO DE LA LUNA, bizarrísima aventura fantástica, compuesta por una fábula tan evocadora como abstrusa. Todo parte de una leyenda, que cuenta cómo la luna traerá a un niño de piel blanquísima a una tribu africana, que será la encarnación de su dios en la Tierra. Esto se lo lleva Villaronga a un lugar inconcreto en Europa, suponemos que a mediados de siglo, centrándose en la figura de David, un niño al que se le presuponen habilidades especiales. David es huérfano, por lo que recala en una institución protectora, que en realidad encubre una sociedad secreta, guardiana de la utopía del superhombre. El film es lioso per se, y un poco demasiado largo, enfrascándose en multitud de recovecos narrativos, que ralentizan su ritmo. Por contra, estamos ante una historia fascinante, en la que un niño que no se sabe cómo ha nacido aguarda su "segundo nacimiento" por influjo lunar. Todo ello con estética cercana al steampunk (ojo que hablamos de 1989), una espléndida fotografía a cargo de Jaume Peracaula (premiada en Sitges) y con el protagonismo nada menos que de la maravillosa Lisa Gerrard, componente del duo Dead Can Dance, responsable asimismo de la banda sonora de este film marciano e imposible de ubicar en ninguna casilla convencional. Merece la pena acercarse a ella, aunque sólo sea por comprobar su carácter precursor y libérrimo.
Saludos.

martes, 24 de enero de 2023

A pulmón


 

Me he enterado del reciente fallecimiento de Agustí Villaronga, un director que siempre me ha interesado, y cuyo cine, hierático y obsesivo, creo que no ha llegado a ser comprendido en plenitud. Villaronga es poseedor de una mirada turbia y algo retorcida, que ha desembocado en un puñado de films que creo que han ido ganando con el tiempo, a medida que se han desvelado las muchas influencias de las que ha sido responsable. Y pocos debuts se recuerdan en nuestro país como TRAS EL CRISTAL, un relato que parece suspendido en el tiempo, o como indica su excelente plano final, encapsulado para ser observado desde fuera. El guion, firmado por el propio director, nos lleva hasta un desvencijado caserón, donde un antiguo doctor nazi, refugiado en algún poblado español, sobrevive en un aparatoso pulmón de acero, único sustento posible tras un fallido intento de suicidio. Atormentado por sus crímenes, y con la única compañía de su mujer y su hija, no puede imaginar el vuelco que dará su ya precaria existencia con la llegada de un joven, un nuevo enfermero, que sin embargo guarda un oscuro secreto. 
Película embadurnada de un "bello feísmo", a mí me parece una obra inclasificable, capaz de oscilar del terror físico al psicológico, y del thriller de venganza a un erotismo enfermizo. Más preocupado de firmar con trazos impresionistas, que de elaborar una narrativa convencional, Villaronga se muestra sorprendentemente maduro, incisivo con su claustrofóbica mirada de ojo de pez a aquella desangelada España, cubil de cuanta rata buscara refugio de una muerte segura. Su mirada es la de un cirujano, desapasionado pero con una rabia latente tras cada fotograma, algunos de una elaboración exquisita. Hoy, a casi cuarenta años de su estreno, sigue siendo un film prácticamente invisible, y ni siquiera el tardío reconocimiento de la Academia la ha sacado de su ostracismo. Es hora, por tanto, de reivindicarla, aun siendo, ya digo, una película no apta para paladares infantilizados como los de estos tiempos de la plataforma y la advertencia de visionado.
Oscura como un plato del que desconoces su composición...
Saludos.

martes, 1 de marzo de 2011

Una tenaz sensación de solidez



No, no es usual ni mucho menos hablar de una película española en los términos que uno baraja después de ver una impresionante película, que es, ni más ni menos, lo que es PA NEGRE. Que Agustí Villaronga es desde hace tiempo uno de los nombres imprescindibles de la cinematografía patria, es algo de lo que nadie se había enterado a lo largo de veinticinco años; han tenido que premiar al mallorquín (y su puyita autodenominándose con fingida sorpresa "rarito" es absolutamente genial por su sutileza) en un certamen desquiciado y desquiciante, para que los que le habían mantenido en un segundo plano hayan sucumbido a su poderoso discurso narrativo, sin igual en nuestros días. Ahora, la película.
PA NEGRE se abre con una de las secuencias más brutalmente mejor rodadas de los últimos tiempos; dinamismo, tensión, incertidumbre y sentido del ritmo se dan la mano en dos minutos que dejan al espectador literalmente clavado en la butaca y le preparan para lo de después. Puro cine. Y lo de después es un retrato implacable de las miserias que se movían en las tripas defecantes de la posguerra; sin un  gramo de sensiblería, Villaronga propone (la novela de Emili Teixidor como elemento cohesionante) la amarga pérdida de la inocencia de un chaval (muy buen trabajo del joven Francesc Colomer), que va descubriendo un mundo nada complaciente, donde nada es lo que parece y el miedo y la sumisión oprimen a un entorno social asfixiante, cerrado sobre sí mismo. No se trata de "otro tostón sobre la guerra civil", sino de una visión muy personal acerca de cómo mutan (siempre a negro; el negro es omnipresente en el film) los aspectos sociales, de por qué las cosas ocurren como ocurren, y en este sentido el marco desolado de la pobreza aplastada por una maldad, que proviene de lo más primario y que apenas admite razonamiento, aparte de desarmar a un espectador que no se encuentra con lo que ilusamente esperaba, supone un interesante contrapunto para quienes creían que todo estaba dicho sin esperar la voz de los autores, los que de verdad lo son y apenas han podido alzar su autorizada voz por encima del lodo que cada año nos inunda las pantallas. Y mención aparte merece el trabajo de los actores, pues si los niños en general están todos más que aceptables, el tour de force que se establece entre Nora Navas (espectacular en algunos pasajes), Sergi López, Marina Comas, Eduard Fernández y una Laia Marull que tarda en aparecer pero que se come la pantalla a bocados, hacía tiempo que no lo veíamos, y bien que lo agradecemos ¿La película del año? Siguiendo una serie de parámetros de los que tanto nos gusta seguir, sí, por supuesto, pero PA NEGRE es, hablando claro, la merecida bofetada de Agustí Villaronga a un país y unos académicos que le han ninguneado durante demasiado tiempo. Mi aplauso para él.
Una rebanada de saludos.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Mismos argumentos, inverso resultado

Ayer mismo me refería a esas películas a las que accedemos de refilón, algunos años después de su fugaz estreno y con el recelo de quien ha visto mucho cine y huele estas cosas a distancia; y lo hacía en las líneas que dedicaba a uno de los títulos más importantes del cine español de esta década. Curiosamente, son los elementos extracinematográficos los que suelen constituir la mayor parte del interés o falta del mismo de estos extraños artefactos; un cine condenado al ostracismo más cruel y que, normalmente, suele tenerlo bastante merecido.
Hace unos ocho años se estrenó una curiosa película que prometía un complicado juego de aliteraciones formales, superpuestas en su mayoría, y que, vestida con la rezongante piel del "autor total", iba a ser, para abreviar, la repanocha del cine modernuqui patrio. Y el caso es que en un principio, ARO TOLBUKHIN: EN LA MENTE DEL ASESINO tenía algunos aspectos interesantes y poco comunes por estos pagos. A saber: contar en la extraña dirección a tres bandas con el siempre reivindicable Agustí Villaronga; rescatar una historia real perdida en el tiempo y que ahonda en varias de las miserias que rodeaban a las misiones de Centroamérica y el ambiguo papel español en las mismas; y, por último, alternar la narración ficticia con algunas imágenes de archivo, cuidadosamente y convenientemente calificadas como "extremadamente difíciles de conseguir". Los problemas son los siguientes: Villaronga no es el mismo (desafortunadamente) que fascinó a media Europa con su brutal ópera prima TRAS EL CRISTAL; de hecho, no ha vuelto a rodar ningún largo desde el desaguisado que nos ocupa. Luego, el papel de Lydia Zimmermann e Isaac Racine debe saberlo alguien, pero no yo. Además, la historia estaba perdida en el tiempo por una razón: tampoco es para tanto. Se trata de un tipo que recala misteriosamente en una misión, conoce a una monja, se vuelve majara y prende fuego al tenderete... y poco más. Para finalizar con la puntilla de esta flojita película: su uso de las imágenes documentales no sólo es chapucero y ayuda poco al desarrollo de la historia, sino que (admitido por sus autores) es tan escaso que ha de ser repartido con cuentagotas por un metraje que se hace eterno de tan anodino. Uno de esos casos que sólo pueden ser calificados como intrascendentes.
Saludos funda-mentales.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!