viernes, 24 de junio de 2016

El "indexit"

No sé cómo empezar este post, que por otra parte tengo la intención de redactar a toda velocidad, pero supongo que ya lo he empezado. Me ahorraré las cursilerías acerca de que la blogosfera es una patria de la que formamos parte y esas chorradas, porque en realidad sólo iba a referirme a los pocos estoicos que han entrado en esta página cada día, dando el aliento necesario para que se mantuviese abierta y, lo que es más importante, despierta. Es un "hasta luego", no un adiós; causas insondables, casi esotéricas diría yo, han terminado por replantearme el tiempo que le dedicaba a esto y he llegado a la conclusión de que realmente necesito parar. Yo no puedo dejar de escribir, pero sé que debo hacerlo de otra manera, y que me es imposible llegar hasta donde quiero llegar si desvío mis intenciones. Mis intenciones, de momento, pasan por zambullirme en obras ajenas, desemburrecerme un poco y tomaer una copa de vez en cuando, mirar vuestros (magníficos) blogs y, ahora sí, comentaros con más asiduidad. No me voy, El Indéfilo seguirá aquí por toda la eternidad y puede que un día me dé la locura y lo retome, pero de momento esa es la única ventaja que voy a obtener respecto a, mira tú por dónde qué casualidad, estos británicos que tal día como hoy han elegido largarse de Europa con billete de ida. Por eso no quiero que esto suene a despedida, porque no lo es, quiero que suene como suenan los abrazos entre dos amigos que se respetan mutuamente, para todos vosotros va mi amistad y admiración. Sois grandes entre los grandes, gigantes de empeño infinito que cada día os bañáis en un océano que vosotros mismos habéis construido.
Y recordad: nos vemos en el mismo sitio, aunque no sé si a la misma hora...

miércoles, 22 de junio de 2016

Rivette escribe #4



Hay quien no duda en señalar L'AMOUR FOU como la gran obra cumbre de toda la filmografía de Jacques Rivette. No dudo de las razones, pero discrepo con reservas, aunque puede que sólo sea que no consigo identificar el fondo de la propuesta con su forma, aun compartiendo la percepción de que se trata de un film simplemente tremendo, por lo ambicioso de su concepción y el descomunal trabajo de los actores, que parecen "vivir" dentro de la mente de quien les dirige. Y no puede ser más simplona, casi de telenovela barata, su premisa argumental, que gira en torno a un director teatral que intenta poner en pie una revolucionaria versión de "Andrómaca", de Jean Racine, prescindiendo de todo ornamento ni expresividad vana. Lo admirable de Rivette es la facilidad con la que nos lleva de un sitio a otro, de la profundidad trágica de esta legendaria obra a los entresijos de la misma, cómo se desambigüan representación y "realidad", y cómo el director, que se reserva el personaje de Pirro, se desenmascara y se nos presenta fuera de la mitología como un mujeriego compulsivo, incapaz de serle fiel a su esposa, primera actriz, que deserta del proyecto tras conocer la vida de su marido. Así, Rivette destensa el melodrama clásico y lo inyecta en nuestra cotidianidad, presenta a sus personajes como humanos superados en todos sus términos y posibilidades, incapaces de representar sus propias vidas en un plano mínimo de coherencia y abocados a elegir siempre la peor opción, generalmente la más fácil. Esto es explicitado en la parte final del film (recordemos que de un total de más de cuatro horas), donde la pareja ensaya una estrafalaria redención en la que la destrucción de todos y cada uno de sus hábitos burgueses les debería ingresar en una supuesta catarsis emocional, aunque la lección que ambos extraen es que, a ciertas alturas, sólo los niños pueden jugar a ser inocentes.
La vida sigue, el teatro sigue, el cine sigue... así que acabemos con todo de una vez...
Saludos.

martes, 21 de junio de 2016

Abandonad toda esperanza



Es así. No hay esperanza para la gente de bien, porque la gente de bien está enfrentada a la gente de bien, enfrentados por los que no son gente de bien, sino carcoma asquerosa de reluciente aspecto.
Me comenta una muchacha "perfectamente informada" cómo podría ocurrírseme votarle a Pablo Iglesias, siendo éste como es hijo de terrorista... (silencio sepulcral)... En esos momentos uno siente ira, impotencia, ganas de reír, de dar un puñetazo, y todo a la vez, porque es ahí donde te das cuenta de que los ignorantes son unos malnacidos, o que los malnacidos son unos ignorantes, o que un ignorante se cree con la carta blanca de poder decir cualquier barrabasada porque sí, como en los muertos de Facebook o Tweeter. Malnacidos, y mentirosos, y además con "la verdad" del Whatsapp como licenciatura única, como aquellas viejas del visillo, que vuelven con más fuerza que nunca en este repugnante país de gilipollas en chanclas. Este país, además, no tiene solución porque nadie detecta el problema y lo pone en imágenes, si no es en pseudo trabajos de desinformación en cuerdas que van desde extremos a izquierda y derecha, de 13TV a La Sexta. Sin embargo, aún Estados Unidos puede salvarse, porque en documentales como DETROPIA el desastre es expuesto lúcidamente como elemento subversivo. En este caso se trata de detallar la debacle de Detroit y su transformación de bandera orgullosa del sistema capitalista a ciudad fantasmal y casi abandonada. El dato es esclarecedor: el producto que actualmente más exporta Norteamerica sale de Detroit y va directamente a China. Se llama chatarra...
Saquen sus conclusiones y luego hablemos de capitalismo.
Saludos.

lunes, 20 de junio de 2016

27 en 30



Es paradójico que haya tenido que enterarme de la muerte del actor Anton Yelchin para decidirme a hablar aquí de una saga que me da una pereza tremenda, como es la creada por Gene Roddenberry y que desde hace unos años intenta poner al día (al igual que ocurre con STAR WARS) el inefable J.J. Abrams. Sea como sea, Yelchin, a pesar de su talento, sale poco en una película de metraje interminable y desprecio imperdonable por la lógica narrativa, toda vez que parece increíble que su primera hora, fundamentada en un guion prodigioso, haya captado mi atención, algo que sinceramente no esperaba. Es la segunda, STAR TREK INTO DARKNESS, que se estrenó hace unos tres años y que recuperaba al todopoderoso Khan, un personaje complejo, fuera de las habitualidades de los villanos y al que da vida un portentoso Benedict Cumberbatch, lo mejor de la función sin lugar a dudas. Como he dicho, el guion zarandea al espectador en un juego de apariencias en el que nada es lo que parece, ni los buenos ni los malos, y ahí funciona, precisamente en recoger el espíritu de la serie original, que tenía mejores diálogos que escenas de acción. Desgraciadamente, a partir más o menos del minuto setenta empiezan los fuegos artificiales, los saltos, las patadas y los disloques de volumen insoportable, así que todo queda en su sitio, y los que se aburren cuando les obligan a pensar obtienen su ración de tontuna visual. Qué le vamos a hacer... ¿Y Yelchin?... Pues un tipo con talento, más que el de los protagonistas, de los que no recuerdo el nombre, y 27 años que se han ido en 30 segundos...
Saludos.

domingo, 19 de junio de 2016

Rincón del freak #240: ... ¿Parará, papá?... Parará, Pachín...



El caso es que SYMBOL, la única película que había visto hasta ahora de Hitoshi Matsumoto, me había gustado, moderadamente, haciendo un esfuerzo titánico por superar su marciana filosofía, pero era una marcianada entretenida al fin y al cabo. Ahora bien, hay según qué cosas que uno no puede tragar con condescendencia, porque se corre el riesgo de no ser lo suficientemente críticos. En R 100, su último ataque terrorista, este señor imagina a un japonés de triste existencia, ya que su mujer está en coma y debe mantener a su hijo pequeño con la única ayuda de su suegro. Vale, y me vale también que tenga una tendencia masoquista extrema, que le lleva a contratar los servicios de una "empresa" que le hace un extraño contrato, según el cual se compromete a estar supeditado a los caprichos de dicha empresa durante un año, con la gracia de que varias dominatrix se presentarán a hacer de las suyas sin avisar, en cualquier momento y lugar. Problema gordo: Matsumoto quiere hacer una crítica tremebunda al "Japo way of life", pero cae en la misma trampa que intenta tender a lo que suponemos censura, y el producto final pierde rigor y se va convirtiendo en la parodia que no debería ser. Es el fino encaje de bolillos que a Berlanga le salía tan bien: tomarte completamente en serio para poder reírte de los demás. Es cierto que ayuda bastante conocer la singular idiosincrasia de este showman todoterreno para no perderse por su universo de bizarradas sin límites, pero yo apenas la recomendaría a quien esté ampliamente iniciado en estas cosas, no vaya a ser que de una anécdota salga una canción en bucle...
Saludos.

sábado, 18 de junio de 2016

Socialdemócrata



El cine social ya no tiene sentido. No tiene sentido seguir aumentando la presión en la barricada, porque frente a la barricada ya no hay nadie; los que gente como Pérez-Reverte han identificado como verdaderos criminales de la dignidad son sencillamente invisibles, un punto insignificante tras muros de información y océanos de cargos que sirven para tapar cualquier acción directa. En mi opinión, es mucho más estimulante abordar al hombre en su laberinto, sufriendo en sus carnes los infiernos de lo que se ha llamado crisis, pero que con exactitud deberíamos llamar "Redistribución no equitativa". Es por ello que una película como LA LOI DU MARCHÉ enciende el debate con inteligencia y poniendo, de verdad, el dedo en la llaga; en el hueso, la historia de un esclavo al que se arrincona imperceptiblemente para lograr el moldeo necesario para que termine ejerciendo como capataz, no esclavista, pero sí guardián de los otros esclavos, que sólo son tratados como seres humanos mientras sean "productivos" (obscena palabrota) y aflojen el bolsillo. Vincent Lindon (merecidísimo su premio en Cannes) compone a ese "hombre gris", anodino, vencido por su propia circunstancia e incapaz, aunque quisiera, de luchar contra quienes lo han rescatado de la pobreza para que su limosna comparezca en una nómina. Habrá quienes no puedan conectar con esa gelidez formal que a mí me ha recordado gratamente al Tavernier de HOY EMPIEZA TODO, pero este revelador film merece un vistazo más a fondo, porque de lo que habla, al fin y al cabo, es de nuestra propia ruina, aunque no queramos verla.
Saludos.

viernes, 17 de junio de 2016

Cazados



Por su parte, KAJAKI: THE TRUE STORY es un film perfectamente identificable en el excelso grupo que yo denomino de "enemigos invisibles"; de hecho, más invisibles que nunca, porque simplemente no hay un enemigo real que vaya diezmando a este grupo de soldados de élite que comienza apostado sobre una colina y, obligado por las circunstancias, abandona poco a poco la posición original, con fatales consecuencias. La fuerza de KAJAKI reside en el contraste entre una primera parte en la que no ocurre nada, excepto un montón de bromas entre los componentes de los diversos grupos y cómo se preguntan qué diablos hacen en ese rincón perdido de Afganistán, donde ni siquiera pasa gente, y un segundo segmento violentísimo, rozando el gore, cuando en una expedición un soldado pisa una mina y, cuando van a rescatarlo, se percatan de que el lugar está infestado de las mismas. Es ésta una película no apta para todas las sensibilidades y que sería impensable ver con la misma explicitud en Estados unidos, donde prefieren el exhibicionismo moral mientras la sangre no salpique... Aunque siempre habrá un Tarantino para nosotros, claro...
Saludos.

jueves, 16 de junio de 2016

A la caza



Usando de nuevo el bloque de a dos, hay un par de películas estrenadas en los últimos dos años que revitalizan el género bélico, versión "asedio", y que han sido producidas en Gran Bretaña, con el estímulo añadido de ver algo que se salga de la "norma yanki". La primera es '71, cuyo título alude al año en que se desarrolla su frenética acción, que recorre las calles de un Belfast asolado por la ocupación británica y que se convierte en un campo de batalla en el que queda separado un soldado tras un cruento enfrentamiento que se termina con la muerte de su compañero. A partir de ahí, hay un sentido del ritmo brillante, que no decae mientras el soldado es perseguido sin tregua, y resuelve con verosimilitud la pericia del mismo para escapar y sobrevivir en un entorno hostil. Sin llegar a la brillantez en fondo y forma, pongamos de HUNGER o EN EL NOMBRE DEL PADRE, Demange acierta en no complicarse la vida y prepararnos para un genuino thriller de supervivencia, con la cámara clavada en el rostro y el cuerpo del muy solvente Jack O'Connell, que transmite miedo, fuerza o determinación en un mismo plano.
Tremendamente entretenida. El día que veamos algo similar aquí estaremos de enhorabuena.
Saludos.

miércoles, 15 de junio de 2016

Rivette escribe #3



En 1966, Jacques Rivette adaptó la controvertida novela de Denis Diderot que vino a derribar muchos de los muros que en el Siglo XVIII la iglesia aún mantenía como verdaderos baluartes, en concreto sirviéndose de la triste e injustísima vivencia de una joven que fue entregada a un convento al no disponer sus padres de dote, y que al carecer de toda vocación religiosa fue vejada hasta límites intolerables, hasta desembocar en un terrible final. SUZANNE SIMONIN, LA RELIGIEUSE DE DIDEROT no se centra tan solo en la figura de la desdichada, sino también en la auténtica conjura que se reveló en su contra, desde sus egoístas primogénitos, que le confiesan la urgencia de su ingreso no por no poder mantenerla, sino porque ello les acarrearía una vida privada de lujos. O la primera madre superiora, que viene a decirle poco más o menos que lo suyo va a ser nada menos que una reclusión de por vida; aunque peor fue la que sucedió a aquélla a su muerte, empleando métodos que incluían la tortura, el ayuno prolongado, el aislamiento y hasta un esperpéntico exorcismo. De ahí, la joven Suzanne, armada con una determinación irreductible, se enfrenta a todos y cada uno de los estamentos de la iglesia y da a parar a un convento más "relajado", cuya rectora pretende literalmente seducirla. Rivette filma esta intensa y descarnada denuncia de manera fría y precisa, apuntando el foco al hueso y sin detenerse en detalles nimios; desde luego, si la religión católica quiere escandalizarse con una obra cinematográfica, esta es inmejorable. Yo la ponía en Semana Santa, desde luego, aunque sólo sea por disfrutar a la bellísima Anna Karina, musa y esposa godardiana, y que realiza aquí un desarmante trabajo que transmite tanta tristeza como rabia interior. Lo único que le reprocho es el tramo final, con la innecesaria aparición de Paco Rabal como un fraile en exceso matizado en sus, por otra parte, comprensibles calenturas... No hubiese sido para menos.
No ha perdido ni un gramo de vigencia tras 50 años, que es más de lo que pueden decir muchos "modernos" contemporáneos.
Saludos.

martes, 14 de junio de 2016

Fino creciente de desolación



THE BOY, de 2015, se mueve en un sentido muy diferente, comenzando como un lánguido ejercicio deliberadamente retro (está ambientada en 1989) y preparando sigilosamente un tramo final tan extraño como terrorífico, quizá no por lo impactante de sus imágenes, sino por la desasosegante naturalización del mal, un mal latente que se desliza por los rincones y mira con el desapasionamiento de una alimaña que espera con paciencia. Casi todo lo que vemos hasta entonces es la ruina de un motel en horas bajas, regentado por un hombre en constante depresión tras la muerte de su esposa y el deambular de su hijo, falto de atención y que parece acecharlo todo mientras recoge animales muertos y entabla amistad con un misterioso hombre que ha llegado tras atropellar a un ciervo. THE BOY, insisto, no indaga en lo sobrenatural, sino que muestra las brechas psicológicas desde el punto de vista infantil, y hay que andar atentos para detectar qué extrañas ideas van tomando forma en su mente y que muchos identificarían con una terrible psicopatía, distorsionando una realidad, por otra parte, en exceso hostil. No se trata de una gran obra, y de hecho tiene algunos problemas de ritmo en su primera mitad que la hacen pesada de digerir en sus excesivos 110 minutos; lo mejor, en cambio, es que en ningún momento te ves venir el desenlace, de una violencia pausada y sin estridencias, casi rozando lo amoral. Y buen trabajo, en todo caso, del veterano David Morse, que también produce, y el muy inquietante Jared Breeze, cuya gélida mirada indica tanto desamparo como mortificación.
Recomendable.
Saludos.

lunes, 13 de junio de 2016

La timidez como coartada



Se han estrenado recientemente dos películas con el mismo título, THE BOY, y temática ligeramente similar. Sorprendentemente espero una buena y una mala, con mis habituales prejuicios, y encuentro que la que pensaba que era mala es mejor, y al revés. Ambas son películas de terror, aunque intentan por todos los medios saltarse las convenciones de dicho género, y sólo una, apenas, lo logra. No es ésta, sino la otra; ésta es la que se supone que iba a ser la buena, pero no es así, y sin embargo su curioso argumento, mientras mantiene el suspense, se ve bastante bien e incluso parece una de esas joyitas escondidas que sólo ven un grupito de privilegiados. El problema es que hay que ser muy torpe, o muy ineficaz, para cargárselo todo en un final precipitado y chusco. Hasta entonces, el director William Brent Bell, especializado en el género, nos cuenta la extraña historia de una chica norteamericana (la televisiva Lauren Cohan) que llega a Inglaterra para trabajar como niñera, aunque realmente huye de los maltratos sufridos a cargo de su expareja. En un mastodóntico caserón de la campiña británica, es recibida por una pareja de ancianos que van a presentarle al "niño" que va a cuidar, de nombre Brahms, y que no es un niño... sino un muñeco de inquietante apariencia. Hasta ahí estupendo todo, sin grandes estridencias y aumentando el clima enrarecido que envuelve esta historia de marcados tintes góticos; y podría haber sido un estupendo episodio corto para televisión de haber logrado su propósito de sugerir en vez de mostrar. A Bell le bastan quince estúpidos minutos finales para mandarlo todo a la mierda y convertir la imaginación en burdo exhibicionismo sanguinolento. Una lástima, porque precisamente no se encuentran buenos guiones con tanta facilidad.
Saludos.

domingo, 12 de junio de 2016

Rincón del freak #239: El concepto de autocontaminación



No sé si les dije que "El ataque a los Titanes" fue un éxito en Japón, lo que en su cultura cinematográfica equivale a rodar una secuela incluso estando la primera en cartel. Este curioso hecho hizo que SHINGEKI NO KYOJIN: KOUHEN (ATAQUE A LOS TITANES: EL FIN DEL MUNDO), más que una secuela pareciera un segundo episodio de una mastodóntica serie de episodios semestrales. Olvídenlo, la película es tan mala que me hizo replantearme el porqué de mi injustificado disfrute cuando vi la primera, y la resumo rápidamente: yo llamo poquita vergüenza a que se use un cuarto de hora de imágenes explicativas sacadas directamente de la otra peli, por que cuando te quieres dar cuenta ya ha pasado todo ese tiempo y no has visto nada de nada. Luego, pasando de los Titanes, que en realidad eran lo mejor, con ese aspecto de dar mucho yuyu que sólo se le puede ocurrir a un japo, aquí ni salen excepto un par de minutos al final, y la "trama" se reduce a un mon tón de japonesitos y japonesitas vestidos de titiritero y chillando, con esa forma tan característica de chillar que tienen los japoneses, que parece un coche estropeado intentando arrancar... Ni siquiera la vergonzosa pelea entre los dos Titanes "mayores" arregla el desaguisado, terminando por aparentar lo que ya nos temíamos, que era acercarse lo más posible a los peores momentos de Godzilla con cremallera...
Un insulto.
Saludos.

sábado, 11 de junio de 2016

Los conceptos no contaminados



Me suele pasar que, al no ser un gran aficionado ni entendido de las series japonesas, sean éstas manga o anime, cuando son llevadas a la gran pantalla (lo que sucede con asiduidad) mi mirada difiere enormemente con quien sí paladeó el original, que normalmente poco o nada tiene que ver con la adaptación fílmica. Esto puede ser tan bueno como malo, dependiendo de qué se espera, o si no se espera nada en absoluto. Me ha ocurrido recientemente con SHINGEKI NO KYOJIN: ZENPEN (ATAQUE A LOS TITANES: LA PELÍCULA), elocuente título para la enésima revisión del género kaiju, que tuvo su mejor esplendor con "Godzilla" y que aquí explota una vertiente al mismo tiempo sugerente y pretenciosa, lo que la deja flotando en una inane indecisión formal. Resulta que "la humanidad" (que para los japoneses se reduce a Japón, cosa que a los yanquis también les pasa) se encerró hace 100 años tras unos gigantescos muros ¿La razón?: la aparición de unos gigantescos y voraces seres, los Titanes del título, que, aparte de arrasar lo que se les ponga por delante, consumen una dieta basada en la ingesta masiva de japonesillos... Para no aburrirles mucho con una catarata de conceptos geek, resumo en que la primera media hora es realmente entretenida e impactante, con la aparición de un Titán particularmente gigantesco y sin que hallamos visto aún lo que está por venir, aunque todo se ha relatado oralmente. La gracia está en que una parte del muro es derribada, por lo que el resto de Titanes, una especie de suprazombies de terrorífico aspecto, ingresa en el "mundo interior" de los humanos, que apenas van a tener una oportunidad de hacerles fente. Y ya digo, para una hora y media de entretenimiento vulgarcillo la película cumple sus pretensiones, aparte de contener imágenes mucho más escabrosas que las ofrecidas por los timoratos americanos. Ahí los japos siguen ganando por goleada.
Ideal para una tarde perezosa.
Saludos.

viernes, 10 de junio de 2016

(crónica de) Los estrellados



Tengo un montón de documentales pendientes que, en la medida de lo posible, intentaré ir colocando en algún día de la semana, por muchas dificultades que me plantee la sempiterna conciliación. Pero hoy sí, y empezamos con un documental pequeñito, tanto como la escueta figura del insólito personaje al que rinde tributo. PAUL WILLIAMS: STILL ALIVE es la rendida carta de amor de un fan de los de verdad, que suelen ser los que se mantienen fieles durante toda la vida, y que además no suelen serlo de las estrellas más evidentes. Y nada, o casi nada, fue evidente en la frenética vida de Paul Williams, un autor y músico que ascendió como la espuma en los años setenta y luego se descalabró estrepitosamente por su adicción al alcohol y las drogas, hasta el punto de quedar pulverizado a un probable pie de página en un periódico local. Williams estuvo en lo más alto, con los más grandes, y, visto con la suficiente distancia, no pasaría de un (perdón) José Luis Perales. Es decir: nada de crítica social, pero sí un montón de arrebatado romanticismo ¿Comercial? Claro, pero no por ello menos interesante. Stephen Kessler lo filma con una mezcla de admiración e incredulidad, lo que "acerca" a la antigua estrella, pero distancia al hombre, que se revela como un agudo y desencantado observador que ya ha visto demasiadas cosas, y que desde sus dos décadas de sobriedad prefiere hacer pequeños shows para mezclarse con la gente que él considera que más le ha dado: los fans. No se trata de una película maravillosa, pero armoniza estupendamente con esa corriente documental que tanto se ha puesto de moda últimamente, y que habla del rescate de viejas glorias olvidadas. Y, sí, "Sugarman" era mucho mejor, pero Paul Williams fue mucho más famoso y alguno se podría topar con alguna extraordinaria sorpresa si decide revisar su biografía.
Saludos.

jueves, 9 de junio de 2016

Cuadrilátero



Esta semana pasada murió Muhammad Ali, Cassius Clay. Un mito. Un boxeador.
No soy amante del boxeo, pero me maravilla volver a ver TORO SALVAJE, y me entusiasma toda la mitología creada alrededor de la interminable saga de ROCKY. Películas sobre boxeo las hay, muchas, y muy buenas, pero se sabía desde el mismo momento de su concepción que no iba a ser sencillo afrontar la figura de Ali, un tipo contradictorio, indomable, quizá demasiado humano, o como dijo alguien, demasiado imbécil como para creer que podía perder... Está, por tanto, el hombre, el mito, la leyenda que fue un punto y aparte en los pesos pesados, que demostró que la ingravidez haría hincar la rodilla a los golpes de ariete; la técnica contra la potencia, en una forma de boxear que, dicen los entendidos, ya no ha vuelto a verse. Pero ALI es una película, y hubiese necesitado algo más de colaboración entre todos sus elementos; no es que Will Smith esté mal, y puede que sea su mejor interpretación, pero su carisma acaparador no encuentra acomodo en el teleobjetivo de Michael Mann, que a lo largo de su dilatada carrera parece haberse impuesto la complicada tarea de lidiar con los actores de mayor fama. Llevarlos a su terreno ya es otra cosa, y es el gran problema que le veo a este film pretendidamente "grande", "mayor", que parece saltar a trompicones de un lugar a otro cuándo para su exceso de verborrea, justificado en el caso del protagonista, pero finalmente cansino por acumulación. Y no digo que no fuese, o sea, un buen homenaje fílmico a uno de los deportistas más importantes de todos los tiempos, como tampoco puedo afirmar que Mann no sea valiente e intente mostrar sus rincones más oscuros, en especial los referidos a su supuesto antiamericanismo. No, es otra cosa lo que le falla, algo que se interpone entre su engranaje interno y la percepción final que nos llega y nos deja un poco fríos. En su favor diré que no concibo de qué forma podría mejorarse... Ah, sí. Sin las prótesis de Jon Voight...
Saludos.

miércoles, 8 de junio de 2016

Rivette escribe #2



Hay cineastas fáciles de entender, transparentes, bienintencionados; los hay que pretenden alcanzar un supuesto de idoneidad imperativa, a veces rozando la pedantería más cursi; o incluso los que almuerzan su propio vacío creador evitando el juicio crítico mediante desvíos industriales... Y luego está Jacques Rivette, que efectivamente es un director de cine complicado de afrontar, pero cuyas mejores obras siempre guardan una recompensa de incalculable valor, estimado en la transformación de la percepción de las cosas, tal y como pensábamos que éstas deberían ser sin ninguna duda. Esto es lo que Rivette propuso en su primer largometraje, el más críptico, desarraigado y atemporal de la Nouvelle Vague, y el menos "cahierista" también, por la manera en que el autor deja atrás al crítico feroz y despiadado y se convierte en un orfebre de formas "dichas", o, al menos, formas que evocan las de otros compañeros suyos, invocando sus fantasmas en la eternidad de sus voces y con la firme convicción de que la representación es infinita e ininteligible, y que lo único que el espectador percibe son los rastros esquilmados de lo que alguna vez, si es que así fuera, bulló en los deseos imaginados del creador, una vez es arrinconado por la impotencia y el descontrol.
Yo aconsejaría no buscar a Godot/Juan, guitarrista suicida al que adivinamos más engrandecido que ponderado, y sí acompañar a la joven aprendiz de investigadora no como tal, sino como espectadora de excepción de un momento en el tiempo que está a punto de extraviarse por los vericuetos del mito y que es previsible en la misteriosa conspiración (¡Huy, Jarmusch, que te pillamos!), pero fascinante en el complejísimo juego de las representaciones. Importa más, por ejemplo, una discusión fuera del escenario que todo un monólogo shakespeariano, o al menos así nos lo enfatiza Rivette, en un musculoso ejercicio de revolución constante y revulsión contra las carpetas del Estado/Dios/Vigía.
Que al final suene la música es como una pequeña venganza dentro de otra mayor: la imposibilidad del Sistema por asir según qué conceptos, por estar estos salvados de la homogeneización. Así como el suicidio simboliza la imposibilidad del autor para llevar a cabo sus ideas intactas y conciliarlas con el interesado apoyo del Estado (o Sistema) para difundirlas ampliamente. Genial la escena del primer ensayo en el teatro, con los actores (profesionales) tomando el control y el productor anulando desde arriba a un director vendido y vencido, empequeñecido por la certeza de su inferioridad natural.
Pero no se arruguen y enfrenten PARIS NOUS APPARTIENT con mentes y cuerpos despejados.
Saludos.

martes, 7 de junio de 2016

Para entrar a vivir



Si la Palma de Oro de este año ha desconcertado a propios y extraños, poco más o menos pasó lo mismo el año pasado, así que hablemos un poco de DHEEPAN, de Jacques Audiard. Y no sé por dónde empezar, porque esta es una película que me descoloca, que parece querer saltarse todos los lugares comunes del thriller (porque de hecho no pertenece a este género), aunque esa "esencia" se esconde sutilmente tras cada imagen, en la que Audiard, de la misma forma que en la sobrevalorada UN PROPHÈTE, pretende transgredir una historia que dista mucho de ser sorprendente, excepto por la nacionalidad de sus protagonistas. Proveniente de Sri Lanka, un antiguo combatiente en la guerra civil finge un matrimonio y una hija para poder salir de la isla, rumbo a Francia; allí le espera la segunda parte de su odisea, ya que las asistencias sociales lo instalan en un barrio tremendamente conflictivo como conserje. La primera parte del film es más que digno, y mantiene la atención sobre lo que e está contando sin aparente esfuerzo, pero Audiard siempre tiende a no saber dónde parar a tiempo, y la película crece en metraje pero no en intensidad, y lo que tenía nervio sostenido por un guion excelentemente escrito pierde toda credibilidad en el segundo tramo, justo cuando empiezan los tiros. No sé, no consigo conectar con este director, aunque a priori sus trabajos me parecen interesantes, pero es empezar a verlos y no poder asimilar el montante de manera uniforme.
¿Demasiado poco para una Palma de Oro? Hombre, pues sí. Por allí estaban, por citar algunas, EL HIJO DE SAÚL, SICARIO, THE ASSASSIN, CAROL o la que precisamente comentábamos ayer... ¿Una pizquilla de chauvinismo?... Hombre, pues tampoco creo que sea eso. Pero este año se han lucido de todas todas...
Saludos.

lunes, 6 de junio de 2016

Fantaseen



Primera y única advertencia para disfrutar plenamente de IL RACCONTO DEI RACCONTI, de Matteo Garrone: Olvídense de la catarata de imágenes idénticas con la que se nos bombardea diariamente como si no existiese otra cosa y dejen volar su imaginación como cuando leen (probablemente leían) un cómic de Moebius, Don Lawrence o Richard Corben, porque sobre esos poderosos pilares (y otros muchos más que el espectador advertirá), y no otros, se asienta esta extraordinaria obra. Extraordinaria por lo poco de ordinario que alberga.
Tres reinos. Tres monarcas. Tres obsesiones. Uno no logra dejar encinta a la reina, por lo que, siguiendo el imprevisto consejo de un nigromante, se interna en un lago para dar caza a un gigantesco tritón y sacarle el corazón, que la consorte habrá de comer previo guiso por parte de una muchacha virgen que ha de hacerlo en estricta soledad... El otro es un insaciable depredador sexual, que prescinde de reina al tener incontables amantes a lo largo de sus instisfactorios días, repartidos entre bacanales y orgías... Hasta que un día oye la voz de una muchacha desde el ventanal de su castillo, a la que va a buscar rápidamente a su casa, con la idea fija que pueden imaginar... El tercero en discordia es un rey viudo que se aburre "soberanamente", mientras imagina la forma más estrambótica de desposar a su única hija, a fin de que la pobre jamás se separe de su lado. Sin embargo, un pequeñísimo ser acude a dar solaz al monarca, una pulga que se hará amiga inseparable y a la que alimentará de ahí en adelante, primero con una ínfima gotita de sangre...
Y conste que no he revelado más que una reducida parte de su laberíntico y endemoniado guion, que parece un improbable maridaje entre las historias cruzadas de Carver y el desencantado mundo onírico de Giambattista Basile, de quien extrae toda su fuerza y asombro...
... y Boyero bostezó... Allá él.
Saludos.

domingo, 5 de junio de 2016

Rincón del freak #238: Relato, auge y penitencia de los enormes desapercibidos



El remake de INVADERS OF MARS, que la inefable Cannon perpetró hace ya treinta años, pasa por ser uno de los fracasos más ridículos y evitables de una productora que por entonces enlazaba taquillazos impúdicamente y a costa del gusto neoconservador de aquella "era Reagan". No iban a ser menos aquí, teniendo en cuenta que ya la original hagiografiaba las bondades de un sistema militar destinado a la salvaguarda de "todo" lo que viniese del exterior, y ni siquiera del espacio. Una pena, porque me parece que a Tobe Hooper, director de demostrada solvencia para este tipo de films, apenas le dejaron el margen de maniobra que, por ejemplo, sí tuvo en su obra inmediatamente anterior, LIFEFORCE, que rodó en Gran Bretaña. Dos apuntes: casi todo está calcado de la de Cameron Menzies, por lo que el homenaje deviene incapacidad para elaborar un discurso propio, y lo que no es una copia queda completamente fuera de lugar, como el retrato de los extraterrestres, que se muestran desde muy pronto y poco menos que son unas extrañas albóndigas con dientes que se desplazan muy... muy... muy lentamente. Nos queda el consuelo de asistir a un momento particularmente bochornoso a cargo de una extraordinaria actriz, Louise Fletcher, que al más puro estilo V se tragó un sapo de goma como si nada... A eso le llamo yo un "trabajo alimenticio"...
Evítenla, no se pierden nada.
Saludos.

sábado, 4 de junio de 2016

Los otros siempre son los malos



En 1953, a William Cameron Menzies, antiguo colaborador de Griffith, se le ocurrió dar un giro insólito al por entonces incipiente y supertaquillero género de extraterrestres y sus locas invasiones. Siempre se ha dicho que lo que Hollywood deseaba expresar en la amalgama de títulos en los que América (la del Norte, por supuesto) se ve en jaque por misteriosas fuerzas del espacio exterior no era más que un reflejo de la guerra fría, una especie de panfleto más o menos entretenido en el que los "otros" siempre terminaban vencidos por el orgullo y el tesón de los yanquis. Pero INVADERS FROM MARS siempre será otra cosa, y no por su gran calidad, que no la tiene, sino porque situaba la invasión extraterrestre en un plano menos solemne y dejaba abonado el terreno de la serie B definitivamente para que hubiese mayor experimentación en generaciones venideras, como así ha sido. Están aquí todas las constantes de este peculiar género, los platillos voladores, los marcianos con traje de felpa y cremallera, las pistolas desintegradoras y el inefable ejército, con sus tanques y demás. Sin embargo, llama la atención que en un metraje tan reducido (menos de 80 minutos) el guion prescinda de la pirotecnia y se limite a condimentar el suspense (que Don Siegel sublimaría unos años después) proveniente de una población a cuyos habitantes se les va anulando la voluntad tras ser engullidos por un misterioso agujero; es decir: la amenaza, pese a haber descendido del cielo, se encuentra oculta bajo tierra. Ahora, en plena era digital, películas como ésta sólo pueden ser disfrutadas por gente con verdadera imaginación... ¿o se llaman frikis? Yo me rindo ante un ser supremamente evolucionado que apenas es una cabeza, que no dice ni mú y cuyo invencible superpoder consiste en mirar hacia los lados constantemente... Hay que tener un par para poner eso en imágenes, señores...
Saludos.


viernes, 3 de junio de 2016

El zorruno



Me encanta el cine de Ben Wheatley, no lo oculto, y esperaba con ansias la llegada de HIGH-RISE, la ambiciosa adaptación de la celebérrima novela de J. G. Ballard, con la que el director británico debería haber despejado todas las dudas acerca de su "inusual" talento y el lugar que de verdad le corresponde en el panorama cinematográfico actual. Desgraciadamente, la película perece por asfixia, colapsada bajo los titánicos esfuerzos de Wheatley y su guionista habitual, Amy Jump, por no parecer demasiado gamberro ni todo lo contrario. El primer error es respetar la época ¿para qué? Ballard ideó un relato de horror kafkiano que ponía al hombre actual frente a sus propias contradicciones morales y lo enclavaba en un gigantesco edificio como paradigma de una sociedad vertebradamente vertical; la película respeta el espacio único, lo instaura como universo de entidad autónoma, pero le fallan los personajes, curiosamente algo que no debería importar, pero que sí importa cuando decides poner al frente a actores como Tom Hiddleston o Sienna Miller, y mucho menos un incomprensible Jeremy Irons. El primero, protagonista absoluto, mantiene el tipo mientras la película desarrolla su excelente primera parte, tirando de flema y su enorme talento para sugerir en vez de mostrar; el resto es una comparsa que aparece aquí y allá, pero que no están bien definidos, por lo que son dolorosamente deglutidos en la orgiástica segunda mitad de un film demasiado largo, que no es ninguna bazofia pero en modo alguno eleva el nivel de maravillas como SIGHTSEERS o KILL LIST, y ni siquiera logra alcanzar el tono alucinado de A FIELD IN ENGLAND, a la que intenta parecerse por todos los medios.
¿Domesticado?... La próxima se anuncia con Armie Hammer y Brie Larson. Ustedes mismos...
Saludos.

jueves, 2 de junio de 2016

Dichosos los ojos



Hacía mucho tiempo que perseguía, y nunca mejor dicho, el traer aquí una obra maestra de esas por las que no pasa el tiempo, y que debía volver a revisionar con cuidado, para ver si algo había envejecido o si por el contrario volvía a sorprenderme como aquella lejana ocasión en que, de madrugada, palpitaban mis emociones por la extraña magia de unas imágenes que, una vez más, me habían puesto en mi sitio. PORTRAIT OF JENNIE, no hace falta ocultarlo, es una historia de fantasmas, pero no una cualquiera; no me parece tan importante si estamos asistiendo a una representación de lo sobrenatural, no tanto como el exuberante trabajo de un William Dieterle pletórico y febril, que con unos elementos muy básicos traslada nuestra percepción desde un presente anodino, el que vive el pintor amargado interpretado por Joseph Cotten, hasta un limbo en el que el tiempo parece detenerse y que son los encuentros de éste con la misteriosa Jennie (inmensa, inclasificable Jennifer Jones), que empieza siendo una cándida niña y acabará por convertirse en el ideal femenino del hombre y el artista, que encuentra una inagotable inspiración a raíz de dichos encuentros. Se trata de un arrebatado poema romántico, preocupado por escudriñar los entresijos de nuestros deseos y anhelos, y que sin ser para nada un film de terror provoca algún inquietante escalofrío; son esos momentos detenidos, en los que por una vez vemos reflejada en el cine nuestra mortalidad e insignificancia. Por tanto, como se pregunta el pobre y desorientado Eben Adams, por qué no dar todos nuestros miserables minutos de cotidianidad por apenas unos instantes de sublime inspiración... ¿Que son eso las musas, esas hijas de puta escurridizas?... Mucho me temo que no queda otra...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

miércoles, 1 de junio de 2016

Rivette escribe #1



A finales de Enero nos dejó Jacques Rivette, fundador de Cahiers, gran ideólogo de la Nouvelle Vague y, sobre todo, uno de los directores que con más afán ha intentado eso tan difícil de "escribir sobre la pantalla". Si, como novelas, hubiéramos defendido a un arte solapando a otro, nos sale Rivette como un ortógrafo audaz, incapaz de posar la mirada sobre el "objeto", y más atento a la esquirla por golpeo, al hallazgo rendido dentro de la edificación paciente de una historia. Como Rivette contaba dichas historias pertenece ya al panteón de arquitectos; como nadie podrá hacer en adelante las películas que él hacía, es justo despedazar su corpus en clase de Historia.
Lo primero que filmó Rivette fue un delicioso mediometraje acerca de las torpezas, miserias y sinsabores de la vida extraconyugal, y que muchos han apresurado en atribuir en mayor medida a Claude Chabrol, pero habría que concluir que Rivette mantiene esa distancia intranatural que a Chabrol le produce ardor de estómago; no hay más que ver que la mayoría de movimientos de cámara desamparan a sus personajes, los coloca frente a ellos mismos y establece el hueco moral entre un acto conjugado y su inmediata consecuencia. LE COUP DU BERGER alude inequívocamente al "Jaque Pastor" del ajedrez, en esta ocasión para joder encabronadamente un asunto de cuernos que termina por demostrar que para jugar con fuego hay que estar dispuesto no a quemarse, sino a hacer arder a quien sea. Y a la chica (una irresistible Virginie Vitry, que luego ya no rodó casi nada) se le nota mucho lo poco que quiere a su, por otra parte, aburrido marido, así que idea un rocambolesco episodio para poder llevar en su presencia el abrigo de piel que su amante (el maravilloso Jean-Claude Brialy) le ha regalado. Es cierto que la historia es suave y prefiere tratar la superficie más superficial de la misma, pero cualquiera puede imaginar entonces a Chabrol tomando las riendas a partir del último y revelador plano, en el que la ajedrecista se ve cazada en su propio movimiento, una jugada, nos advierten, que sólo surte efecto con jugadores inexpertos. Pero esa sería otra película, y Chabrol hizo muchas de esas, y Rivette nunca ha sido Chabrol...
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!