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viernes, 6 de junio de 2025

Películas para desengancharse #147


 

Hablamos de películas románticas, con la misma vaguedad con que tiramos un confeti, vaciamos nuestras palabras de sentido, porque es menos hiriente convertir el pensamiento en una especie de lista de la compra. Películas románticas, un poco cursis, un poco atolondradas, también picaronas, tristes incluso. Nada de eso es amor, apenas sombra que parpadea sin vocación de permanecer, de aplastarnos ante su certeza que desprecia tiempo y espacio. Hay películas románticas, y luego está BRIEF ENCOUNTER. Y me ha costado escribir sobre ella casi dos décadas, porque esta historia de amor, que es agujero negro y es masa cósmica, que toca la herida hasta que el nervio deja de doler y da paso a un extraño éxtasis, tiene una intensidad tal que puede amenazar ese confort imbécil sobre el que nos balanceamos con sonrisa idiota. Una estación de tren, una cantina semivacía, un silbido, humo, dos extraños que se miran, y entonces todo cobra sentido, cuando ya no queda nada que narrar, está todo dicho. Es una película terrible, terrorífica, árida y sin rehenes. Entonces suena Rachmaninoff, como si no hubiese sido suficiente. Vapuleados, ya no somos los mismos, ni para nosotros ni para el otro...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

sábado, 3 de abril de 2021

Que inventen otros


 

Es así. Tras el enfado que me produce un remake tan malo e innecesario, nada mejor que ir al original, BLITHE SPIRIT, de 1945, un film que tenía muy olvidado, lo que aún me ha dado más placer al revisitarlo y constatar el abismo entre ambas propuestas. Este "espíritu burlón" es un trabajo absolutamente delicioso, una especie de juguete privado con el que David Lean elevó el texto de Noël Coward (que se adaptaba a sí mismo) a cotas de gran cine. Un cine que no esquivaba el carácter eminentemente cómico del original teatral, pero que aprovechaba cada posibilidad implícita para orquestar un campo de minas en torno a la eterna guerra de sexos. La premisa es genial y atrevida, partiendo de un escritorzuelo sin mucho talento, pero que se gana bien la vida vendiendo guiones formularios a los estudios de cine (primer estacazo a la industria). Tras una estrambótica sesión de espiritismo (por dios, no se pierdan a la maravillosa Margaret Rutherford), el espíritu de la primera mujer del escritor se "libera", por decirlo de algún modo, convirtiéndose en un incordio para él, aunque no tardará en cogerle el gustillo a lo del "amor sobrenatural", mientras que es su actual esposa la que va siendo cada vez más desplazada de su lugar natural. Además de Rutherford, el elenco protagonista lo formaban Rex Harrison (perfecto como tonto útil), Constance Cummings y Kay Hammond. Y, aparte de ser una comedia con la que llegas a reírte (que no está mal), los diálogos se entrecruzan a velocidad endiablada, la fotografía del gran Ronald Neame es espectacular, y hasta llegó a ganar el oscar a los mejores efectos especiales... ¿se imaginan algo así ahora mismo?
En definitiva, que se olviden de la estupidez del remake y vayan al original, no se arrepentirán.
Saludos.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Películas para desengancharse #26



Ahora tengo claro qué tipo de personas querrían desengancharse de una película como THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI, del verdadero y genuino mensaje que subyace tras su apariencia de típica película bélica. No lo es, y quienes no hayan entendido nada son los que han alentado a la Guardia Civil para que reparta mamporros, o los que se han atrincherado delante de unos tuppers tamaño familiar invocando su derecho a votar, como si no lo hubiesen tenido nunca. Me indican que la culpa es de los mismos de siempre, de quienes mueven los hilos para que el potaje bulla y termine como terminó, con violencia y sin diálogo. La obra maestra absoluta de David Lean lo es por muchas cosas, por su espectacularidad, por el apabullante dominio de los grandes espacios, por la capacidad infinita de integrar con absoluta naturalidad diferentes línas argumentales aparentemente antagónicas, y dar una clase magistral sobre cómo modular acción, drama, humor y, sobre todo, reflexión. EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI es una película profundamente reflexiva, con el puente como encarnación metafórica del entendimiento entre enemigos; la irreductible, estoica e inteligentísima postura del coronel, que termina arrebatándole al oficial japonés toda razón, para seguidamente demostrarle que los hombres (guste o no guste) están condenados a entenderse y colaborar entre ellos. El demoledor final, uno de los más hermosamente folmados de la historia del cine, da la vuelta a todo esto y muestra, de nuevo, el reverso, la "locura" (en palabras de uno de los soldados), simbolizada en la destrucción, en cuestión de segundos, de lo que la voluntad humana ha tardado tanto en construir.
Se tarda mucho tiempo en construir un país y una identidad, y tan sólo unos días para destruirlo. Quienes no se identifican con esta maravillosa película puede que se identifiquen con los de los mamporros y los simulacros de democracia...
Y si se lo preguntaban, sí, el monográfico ha vuelto.
Saludos.

miércoles, 3 de julio de 2013

La felicidad que escapaba como espuma del mar



De alguna manera que aún no sé describir con exactitud, debe ser RYAN'S DAUGHTER mi película preferida de David Lean. Difícil aseverarlo, en todo caso, pues hablo de un director al que respeto profundamente y que yo coloco entre los diez más importantes de la historia del cine sin pestañear ¿Cómo es entonces ese arrebato cuasicósmico que arranca con el ruido del omnipresente acantilado y encadena con el dibujo, pictórico y terrenal, de unas figurillas apenas visibles desde el jodidísimo punto de vista que Lean nos ofrece? Y es que, en un juego brillantemente "faulkneriano", nosotros, sagaces espectadores que tan ilustrados creemos estar en todo momento, hemos de conformarnos con las observaciones de un idiota, un retrasado mental que despoja de solemnidad una historia tan hermosa como sórdida, tan luminosa como vergonzante; una historia que a los necios les parecerá de amor, a los abruptos de sexo enconado y a unos cuantos, que supieron ver más allá, un complejo estudio sobre la infelicidad. Imprescindible, en todo caso, es conformar un reparto coral distribuido a lo largo de tres intensas horas y que vira el relato hacia una postura más "joyceana". No es casualidad, pues cada personaje tiene una función o cometido que no puede obviarse y que hace avanzar el film hasta su tremendo desenlace. Enormes actores para unos personajes poderosísimos, y casi como en un polígono indestructible, que se necesita para retroalimentarse los unos a los otros, sobresalen varios. Robert Mitchum, o el norteamericano que mejor ha hecho de irlandés (con permiso de John Wayne, of course), un pobre hombre que vuelve para estar tranquilo y terminará arrastrado por la pasión de una joven, Sarah Miles, que apenas sabe qué es vivir, y que en el transcurso de aprenderlo se dará cuenta de que ser feliz tiene un precio, que es la envidia de quien no lo es; Trevor Howard es el cura que no mira al cielo, sino a la tierra, por eso su sotana siempre está manchada de barro y se remanga para echar una mano a quien lo necesita, un hombre al que le resulta imposible estar en todas partes y que parece oler la fatalidad a kilómetros; Christopher Jones, el oficial inglés que llegó cojeando y que sabe que la ocupación es imposible, y que incapaz de poseer la tierra, poseerá un cuerpo; Leo McKern, el Ryan del título y un burdo tabernero incapaz de defender a su propia hija hasta que no es demasiado tarde. Y por encima de ellos, una presencia inagotable, indescifrable, que observa precisamente porque nadie le observa nunca a él, el tonto del pueblo, una mente que no entiende a la manera común, pero tras cuyos anhelantes ojillos se esconde una verdad inconmovible; un idiota que observa y cuya observación es, a veces, la única información que nos es dada, una torre vigía insólita que por siempre quedará encarnada en la sobrecogedora interpretación de John Mills. Obra maestra absoluta e imprescindible.
Saludos.

martes, 3 de enero de 2012

Historia de un muchacho #2



26 años después de su primera e infantilizada adaptación, fue David Lean quien decidió acercarse aún más al oscurísimo trasfondo de la novela original y a su corrosiva crítica hacia el sistema social de aquella época. Sorprende su cuidada y tenebrosa puesta en escena, más cercana al expresionismo alemán que al cine británico de posguerra, plagado de suaves formas costumbristas. No hay más que observar el arranque del film, donde no se pronuncia una palabra durante siete minutos y una ruidosa tormenta precede al trágico nacimiento de Oliver. Lo siguiente, el hospicio, es más parecido a un campo de concentración que a un hogar infantil; la lúgubre fotografía en Blanco y Negro saturado de Guy Green, repleta de sombras y matices, contribuye al descarnado retrato de un Oliver menos aventurero que su predecesor y que logra momentos de gran inspiración en la interpretación de John Howard Davies (que, por cierto, falleció este pasado mes de Agosto). Resaltable es también el impresionante trabajo de un joven Alec Guinness (apenas 32 años), metiéndose en la piel del detestable Fagin, puede que el más repulsivo y siniestro de todos los que se han visto en pantalla. O un estupendo Robert Newton como el sanguinario Bill Sikes y Kay Walsh, que por entonces aún estaba casada con Lean, como la infortunada Nancy. En suma, un trabajo de actores a la altura del Oliver Twist más intenso y fiel al original que hemos podido ver hasta el momento. Antológicas son las escenas en el hospicio, en la guarida de Fagin y, sobre todo, en el asedio final en los tejados. Un magnífico film que ha aguantado férreamente los envites del tiempo, además de demostrar que una historia llena de niños podía ser mucho más oscura que de costumbre. Magistral.
Saludos incluseros.

lunes, 30 de marzo de 2009

Rotundidad

Me he visto obligado a modificar mi "hoja de ruta" particular ¿El motivo? Nos ha cogido por sorpresa la muerte del grandísimo compositor Maurice Jarre; uno de esos iconos indisolubles del concepto más clásico que cono cemos como "banda sonora". Jarre fue poseedor de una vasta obra y de un notable dominio de las grandes y frondosas orquestaciones, pero probablemente sea DOCTOR ZHIVAGO su partitura más redonda, la más lograda, la más recordada. Y es que hay un halo mágico cuando Zhivago llega en trineo al palacio helado, uno de esos momentos irrepetibles en la historia del cine, el mito hecho celuloide. Lo dicho, por un lado esa música arrebatadora, inmortal; por el otro, ese momento congelado en el tiempo que constituye la superproducción más intimista de todos los tiempos, la obra de un orfebre de la imagen. No concibo a otro que no fuera David Lean dotando de sentido, entidad y sensibilidad al texto de Pasternak, la historia, fascinante y estremecedora a partes iguales, del doctor que cura compasivamente, sin importarle ideologías ni bandos, el doctor que es poeta, que es un luchador idealista. Los diálogos de DOCTOR ZHIVAGO son demoledores, dan cuenta del momento más convulso de un país a pique. Los momentos íntimos, sin embargo, son de una exquisitez conmovedora; Lean filma los interiores desde fuera, no nos deja entrar hasta que no hace que reparemos en lo que ocurre dentro. El momento sublime de la escritura, del hombre postrado ante la hoja en blanco, es rcogido con la misma decisiva exactitud que una revuelta en plena revolución rusa. Todo eso... y estaba Julie Christie, sobre la que prefiero reservarme todo comentario.
Sirva este pequeño recordatorio acerca de una grandísima película como agradecimiento por mi parte tanto a Lean como a Jarre por ser parte activa de esta maravillosa enfermedad que padezco. Enormes saludos.

jueves, 3 de julio de 2008

Megalomanía consecuente

No todo lo que es grande tiene que ser desmedido. No hay ninguna regla escrita que obligue a los productores a llenar la pantalla de personas y cosas sólo porque haya mucho dinero para gastar.
En ese sentido, me gustaría lanzar una pregunta al aire en plena era digital: ¿De qué manera se debería entander hoy por hoy el término "superproducción"?
Está bastante claro que es patente el abaratamiento de costes en cuanto a localizaciones y extras, puesto que un equipo competente puede realizar una puesta en escena, digamos... (y espero que no se me entienda mal) de "videojuego".
Bueno, esto reduce el montante más grueso a la postproducción (publicidad, festivales, etc...); contratación (contar con una estrella siempre será más caro, claro); y sueldo del equipo (que los habrá y los habrá, como en todos los ámbitos).
Hace poco me ensañé, quizá de forma desmedida (pero al tratarse de una producción eminentemente desmedida esto me da igual), con la costosísima travesura de Peter Jackson. Sobre todo porque no concibo al neozelandés encarando un proyecto similar en plena era de los grandes estudios y consiguiendo dotar a dicho monstruo de su particular forma de entender el cine, sin doblegarse expresamente a los mandamientos de la taquilla.
Creo que mucho de esto ha enseñado magistralmente David Lean en verdaderas superproducciones como LAWRENCE OF ARABIA. Ahora mismo mucho más que una peli espectacular, probablemente un fuerte puñetazo sobre la mesa que haria palidecer a niñatos acomodados con ambiciones incontrolables.
Cuando T.E. Lawrence escribió "Los siete pilares de la sabiduría" (Obra redonda a más no poder. Ejercicio de catarsis experiencial y poseedora [a cien años vista] de muchas de las claves de los conflictos bélicos actuales) había dejado atrás toda una vida de estrecha convivencia con esas "otras culturas" que tanto cuestan de entender al eje occidental. Actualmente, Lawrence habría sido objeto de una caza de brujas por parte del analfabetismo imperante. Pero entonces era un reputado diplomático e intelectual que únicamente trató de entregarse en cuerpo y alma a nuevos (paradójicamente ancestrales) cartogramas vitales y culturales.
Y David Lean, un autor proveniente del teatro clásico, con joyas como la primera adaptación de OLIVER TWIST, decide abarcar lo inabarcable. Toda una vida de emociones y vitalismos varios comprimidos en poco menos de tres horas, con un excelente actor en su cumbre interpretativa (Peter O´toole) y algunas de las luminarias de aquel tiempo (Sir Alec Guiness; Anthony Quinn [acojonante] o el muchas veces, e injustamente, menospreciado Omar Sharif.
El resultado es simplemente apabullante. Lean toma prestado (cierto es) el travelling de Ford y la amplitud de campo de Eisenstein; pero al mismo tiempo lega a la historia del cine su absoluto control sobre grandes artefactos, que luego serían motivo de estudio y posterior homenaje por parte de cineastas tan diversos como Kurosawa, Spielberg o Coppola. Palabras mayores.
Valga todo esto que digo (ya que esta obra maestra habla por sí sola) para intentar diferenciar lo que na vez fueron superproducciones (ya nunca volverán) y lo que actualmente sólo puede ser explicado como ampulosidad vacua.
Mientras tanto, confiemos en el único cine incapaz de defraudarnos: el cine de autor.
Ma´as-salama, indéfilos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!