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lunes, 27 de diciembre de 2010
Mucho cuento
Otra de las películas que nos han moldeado de manera decisiva a los que nacimos en los setenta, sí amigos, es MOMO... Sí, MOMO, aquella película extrañísima que se hizo al amparo del éxito de LA HISTORIA INTERMINABLE; una franquicia que le ha dado de comer (y muy bien) a un escritor tan limitadito como Michael Ende. Y MOMO iba de una niña que aparecía un día, por la cara, debajo de un puente, aunque los raros eran los tipos que vivían en lo que parecía una especie de estudio abandonado de Cinecittá, lo que no deja de ser ingenioso para disculpar el cantoso atrezzo que se veía por allí a troche y moche. MOMO es una película blanca blanquísima que juega inocentemente a rozar cierta oscuridad, como hemos visto luego, por ejemplo, en la saga de Harry Potter; pero ninguno de sus elementos le llega suficientemente para que podamos indultarla nada menos que 24 años después. Entonces éramos niños que venían del Barrio Sésamo y los novedosos parámetros de La bola de cristal, por lo que cada artefacto de carácter extravagante que se nos presentaba era inmediatamente devorado por aquellas desenfrenadas hordas de futuros blogueros... ¿o no ha sido así? Sea como fuere, lo cierto y verdad es que MOMO ha envejecido terriblemente mal para unas nuevas generaciones que, estoy seguro, no la entenderán en absoluto y, lo que es peor, ni siquiera creo que la respeten. Puede que si deciden rescatarla algún día les entre un poquito de morriña de aquellos tiempos de algodón de azúcar; pero es sólo una apreciación personal, claro...
Saludos grises.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
¡Cuidao con mis primos!