Mostrando entradas con la etiqueta Akira Kurosawa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Akira Kurosawa. Mostrar todas las entradas

sábado, 22 de abril de 2023

El último funcionario


 

Lo que hace a IKIRU una obra maestra absoluta, incluso uno de esos films capaces de crear verdadera escuela, es su carácter diferencial, cómo Akira Kurosawa (y por supuesto Takashi Shimura, su protagonista) expande la mera narrativa para ofrecernos un retrato inagotable sobre la dignidad, posible, de hecho posibilista, del ser humano, una vez éste toma conciencia de su finitud, y por tanto del absurdo de su cometido cotidiano. Nada más evidente que la kafkiana oficina burocrática, donde el eterno papeleo ahoga cualquier iniciativa ciudadana, en pos de un orden que no es más que el triunfo de lo inalterable ¿Acaso hay algo menos hagiográfico que ceder a la debilidad de saberse en los últimos días? Watanabe expresa el deseo de "vivir", recuperar una magdalena que creía perdida para siempre, capturar esos días en toda su inapreciada singularidad, exprimir cada segundo. No, no estamos ante un héroe como podría imaginarlo por ejemplo un Capra, sino ante un "lúcido derrotado", tardío pero no por ello ajeno a su propio y ridículo propósito de redención. Ahí se hace patente la imposibilidad de trasladar este tono, amargo y desencantado, hermoso y brutal, hasta nuestros días, donde antes al contrario admiramos la opacidad funcionarial como el triunfo de un sistema que, en el colmo del absurdo, es fin en sí mismo.
Obra maestra absoluta.
Saludos.

sábado, 26 de diciembre de 2020

El hombre y la tierra


 

Hay crónicas en esto del cine que, de no ser ciertas, serían carne de cualquier melodrama barato. Historias que nos hablan de lo mal que funciona a veces esta procelosa industria, pero también de lo injusta que es la vida. En 1975, Akira Kurosawa no encontraba financiación para seguir rodando, como suena. Uno de los grandes puntales del cine japonés no lograba filmar en su país de origen, por lo que simplemente se marchó, y lo hizo nada menos que a la extinta Unión Soviética, donde era venerado desde hacía años. Allí se embarcó en la que es una de sus mejores películas, y una de las mejores de todo el siglo XX (lo que es mucho decir en ambos casos), DERSU UZALA, que entre otros muchos premios se alzó con el oscar de habla no inglesa (¡a una película de producción soviética!). Me resulta muy complicado resumir una película tan grande, tan inabarcable, pero me es muy sencillo comprender lo bien que Kurosawa entendió el espíritu del libro escrito por Vladímir Arséniev, aquel cartógrafo que a principios del pasado siglo se topó con una persona extraordinaria en el lugar más inimaginable. Aquel hombre diminuto salió de la nada literal, de la inhóspita taiga siberiana, donde tenía su hábitat natural, el de un sencillo cazador que vivía solo desde la muerte de su familia por viruela, y que poseía una sabiduría infinita, siempre en consonancia y absoluto respeto por la naturaleza. La película, prodigiosa, escrita junto a Yuri Nagibin y con nada menos que tres directores de fotografía (su espectacular formato de 70mm sigue siendo imitado hasta la saciedad), es uno de los máximos exponentes, muchos años adelantada a su tiempo, de ese cine tan mal llamado "contemplativo", "paisajista", o simplemente "minimalista". No, porque DERSU UZALA por supuesto que integra el relato en sus rotundas imágenes, con largos planos secuencia rodados en exteriores, atravesados tanto de las disertaciones del personaje de Arséniev, fascinado por la progresiva amistad con el cazador nanai, y los lacónicos pero desarmantes parlamentos de éste, que parece conocer todos los secretos de la naturaleza sin dárselas de ser un hombre sabio. DERSU UZALA es una lección de vida escindida en dos partes, que ejemplifican el proceso de amistad entre estos dos hombres y su posterior despedida, para seguidamente volver a reunirlos algunos años después y culminar con la evidente inadaptación del hombre que ha vivido siempre al aire libre a la ciudad, donde languidece penosamente. 
Tanto en lo ético, lo estético y lo semántico, una obra maestra absoluta.
Saludos.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Flores en la basura



Lo he dicho muchas veces, pero es algo que a nadie le interesa escuchar: Sólo hay un arma verdaderamente eficaz contra la penuria económica, y es la imaginación. Arrebatándonos cultura la cuota de poder queda intacta y enfrascada en sus trabalenguas sin sentido; una sociedad culta equivale a una sociedad emancipada de quien pretenda engañarla ¿Y quieren más? ¿Quieren, por ejemplo, un título que ni es actual ni fue realizado en este país para ilustrarlo? Pues se me acaba de ocurrir DODES 'KA-DEN, la primera película en color de Akira Kurosawa, que además de hacer uso magistralmente del relato coral, es capaz de incrustar sigilosamente una brutal denuncia de ese otro Japón, que también existe y que es completamente ajeno a Samuráis, carteles de neón y la producción masiva en serie. Hay dos aspectos a resaltar en esta extraña comedia de tintes amarguísimos; uno es cómo, en un lugar donde predominan la basura y los escombros, Kurosawa, apoyado en la poderosa fotografía al alimón de Takao Saito y Yasumichi Fukusawa, dota de preponderancia a unos colores vivos, chillones, y que son casi un personaje más. Por otra parte, la colección de postales encadenadas, encabezadas y clausuradas por ese inolvidable maquinista de tren imaginario (imaginación al poder), aun siendo irregulares, conservan intacto todo su poder de emocional, pasando de lo jocoso a lo tenebrista en un abrir y cerrar de ojos. Y decido reservarme el desvelar a quien no la haya visto la retahíla de situaciones y personajes de esta película inolvidable que, pese a que en 1971 representó a su país en los oscar, lo cierto es que luego no ha gozado de un lugar de prestigio en la filmografía del que quizá sea el más conocido de los cineastas japoneses. Eso sí, si aun conservan un poco de fe en el género humano, e incluso creen que las (buenas) relaciones entre vecinos pueden existir, vean esta gran y olvidada película, puede que se sorprendan.
Saludos a toda máquina.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La sombra del guerrero



Uno ve, treinta años después, la obra maestra absoluta que es KAGEMUSHA y se pregunta varias cosas que a mí me parecen fundamentales para poder rozar si quiera la rotunda y compleja obra de Kurosawa ¿Cómo puede mantener intacta su frescura, con un ritmo que no decae en casi tres horas de metraje? ¿Por qué es tan difícil encontrar hoy día una obra que despliegue sus argumentos con tanta claridad? Y ya que hablamos de artificios, o la ausencia de los mismos ¿No les parece Kurosawa uno de los directores que mejor ha sabido plasmar el subconsciente humano en imágenes, sin que tengamos jamás la noción de que "se le ha ido la olla"? KAGEMUSHA es, por contener todo esto, uno de sus mejores títulos; una epopeya de un curioso corte intimista, que elude el salto al vacío y sortea hábilmente el vértigo consecuente del mismo. Masato Ide, verdadero artífice del guión junto al propio Kurosawa, nos plantea un fascinante juego de espejos en el que el destino de un imperio recae sobre un insignificante ladronzuelo, elegido milagrosamente como el doble perfecto de un señor de la guerra caído en combate cuya muerte ha de ser ocultada al enemigo a toda costa. La transformación sufrida por este auténtico títere (memorable interpretación del gran Tatsuya Nakadai), el constante zarandeo al que se ve sometido, entre sus torpes apariciones públicas hasta el desprecio que sufre en privado, le ha de llevar hasta un fascinante tramo final donde sueño y realidad confluyen como si de una improbable fusión entre la psique del noble y la del plebeyo se tratara. Y es que KAGEMUSHA, vista con atención, es, entre otras muchas cosas, un lúcido ensayo sobre las diferencias (insalvables) en el Japón feudal, lo que aporta una visión novedosa y saludable, la del artista capaz de bruñir su obra valiéndose de una amalgama de contrastes difíciles de encontrar en otros títulos que, en su cortedad de miras, han de quedarse en el camino del simple relato bélico. Los destellos aquí provienen de otra parte, no de los escudos y armaduras, quizá de la comprensión y, por tanto, de la igualdad. Una obra imprescindible, en cualquier caso, tanto por su impresionante factura visual como por su elaboradísimo trabajo de guión.
Saludos suplantados.

miércoles, 14 de abril de 2010

Espadas y pistolas

Lo que suele obnubilar al saturado seguidor del cómic es, más que nada a la hora de un sensato enjuiciamiento, el terrible, soterrado y enigmático error temporal-esotérico-social de que no hay, nunca hubo, un referente estético para lo que es en sí (eso creen) referente iniciático, poseedor de un mundo propio. Y son obras maestras las que sacan de este error a dichos exégetas; obras como LOS SIETE SAMURÁIS (SHICHININ NO SAMURAI), donde se conjugan los deseos colmados del "gran narrador" y el "pirómano obsesivo, llamado creador visual". Se unen ambas vertientes en la vorágine imparable imaginada por Akira Kurosawa para ofrecer uno de los espectáculos más grandiosos que ha dado esto del cine; un cuento terrible sobre la codicia, la justicia, la venganza, la valentía y la cobardía, la insensatez y la cordura; cada fragmento del alma humana queda condensado en una historia tan densa como sencilla, tan magnética que sus más de tres horas se hacen cortas y dejan al privilegiado espectador con ganas de más.
Asistimos, pues, a la decadencia de los antes orgullosos samuráis, sin trabajo ni perspectivas, hacinados en torno al juego, el alcohol y las disputas constantes; un grupo de ellos es reunido por un raro y virtuoso líder para un aparentemente absurdo proyecto: luchar contra un ejército de saqueadores que devasta periódicamente una miserable aldea. El beneficio no pasará del mero sustento y saben que se juegan la vida; y he aquí el hallazgo filosófico del film, cómo la decadencia sin salida da paso a una especie de redención terrible, quizá sin otro propósito que el de la sangre por la sangre, un buen acto de justicia sin espera de recompensa. Por el camino, los samuráis reflexionarán acerca del sentido de las armas, el porqué de los conflictos, el honor como tabla de salvación, la camaradería y su valor a medida que la muerte se acerca. Toda una lección de cine narrativo que además anticipa muchas claves de lo que luego iría progresivamente tomando forma, estéticamente hablando, como lo que hoy conocemos con un apelativo tan reduccionista como "cine de acción". Porque LOS SIETE SAMURÁIS es una película condenadamente ágil y entretenida, pero contiene algunas reflexiones que trascienden al mero tópico y lo elevan interactivamente.
Y mañana nos vamos al Oeste...
Sayonara...

viernes, 24 de abril de 2009

Nada es cierto, todo es relativo

Hago de este blog una frase que sirve como verdadero leit motiv a otro al que tengo bastante cariño (espero que no te importe, Peggy).
No hay otra. Dar con la clave exacta sobre lo que viene a significar RASHOMON sólo puede partir de esta ambigua afirmación. RASHOMON tiene dos virtudes fundamentales: primero, no se anda por las ramas. El esfuerzo de Akira Kurosawa está dedicado por completo a que el espectador tenga una noción nítida de lo que se quiere contar. Luego, no se puede contar más en menos tiempo. Me he tragado bodrios de cuatro horas, best sellers en pantalla, cuando para contar cualquier mierda con hora y media ya vale. Kurosawa ni llega...
Probablemente siga siendo lo más recordado de este magistral film ese fascinante núcleo en el que se dan las tres versiones, a cual más diferente, del brutal crimen que ¿se comete?... Porque al final uno queda dudando absolutamente de todo; el espectador tiene la sensación de haber sido zarandeado por manos invisibles que lo han transportado a su antojo y casi sin darse cuenta. Es lo que tiene narrar bien, claro. Y, sin embargo, lo que me sigue dejando helado es ese comienzo tan somático, tan descreído, en el que el leñador, el sacerdote y el caminante se guarecen de la lluvia en unas enigmáticas ruinas. Ahí es donde yo veo la clave determinante del posterior desarrollo, en cómo quedan representadas en unas cuantas frases todas las debilidades y vicios del ser humano.
De todas formas, sigue siendo, casi sesenta años después, además de una de las grandes obras del cine japonés, un perfecto y minucioso retablo para entender a propuestas más "novedosas", donde se pretende una cierta penetración psicológica a partir del "punto de vista" como artefacto narrativo.
Por último, una guinda; esa inmortal frase con la que queda plasmada la esencia del film: "Se dice que en las ruinas de Rashomon vivía un demonio, y que se fue porque tenía miedo de los hombres".
... ahí queda eso...
Saludos trípticos.

domingo, 11 de mayo de 2008

El espectáculo de la destrucción

Antes de que el entramado digital redujese hasta la banalización al concepto de espectáculo en el cine, éste había tenido que tirar de ingenio, localización, vestuario, fotografía, coreografía, uso el sonido, etc...; por lo que el film se convertía en una experiencia colectiva por excelencia, no en la paja mental de un universitario frente a una pantalla.
Si una película era cara es porque lo era, ahora no tiene sentido hablar de gran superproducción ¿qué producción?
Cuando Spielberg y Coppola financiaron a Akira Kurosawa para que filmase KAGEMUSHA, no sólo rendían admiración hacia un cineasta sin el que ellos no habrían sido nada, sino que hacían justicia a un venerable anciano que nunca pudo contar con tales presupuestos en Japón.
Al poco tiempo, Serge Silberman despertó a la bestia y aumentó las expectativas en lo que se convertiría en una de las películas más espectaculares de la historia.
RAN significa caos, y el caos puede palparse a lo largo de esta cinta, curiosamente con uno de los trabajos de producción menos caóticos que en producciones de este tamaño se recuerden. Hasta el punto de que Kurosawa llevó hasta sus últimas consecuencias la disciplina de rodaje, suspendiendo el mismo sólo un día tras la muerte de su esposa.
RAN es la visión oriental de las miserias y ambiciones desatadas en El rey Lear de Shakespeare, donde las tres díscolas hijas son sustituidas por tres hijos que provocarán, con sus disputas sucesorias, una guerra fratricida en el corazón del Japón feudal.
Pocas escenas de batallas se recuerdan tan feroces, tan realistas, tan respetuosas con el medio cinematográfico. El asalto al tercer castillo nos hace sonreír si lo comparamos, por ejemplo, con escenas pretendidamente salvajes como el principio de SALVAR AL SOLDADO RYAN o el final de BRAVEHEART.
Es posible que la mayoría de las motivaciones niponas casi siempre se nos escapen, por lejanas y veladas, pero el maestro Kurosawa entró directamente en una obra fundamental de occidente y le dio un aliento sangriento del que carecía y que, precisamente, los japoneses casi nunca eluden.
Indéfilos saludos desde el campo de batalla.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!