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lunes, 22 de julio de 2024

El triunfo del mal


 

Hablemos de lo extraordinaria que es WERCKMEISTER HARMÓNIÁK, de cómo Béla Tarr sublima el sobrecogedor texto de Krasznahorkai, para construir una película que, con claridad meridiana, expone cómo el mal más abyecto surge del modo más inesperado, adueñándose de los mediocres y aniquilando a los inocentes. No es más, ni menos, aunque haríamos mal en detenernos en el virtuosismo del maestro húngaro, y donde debemos detener la mirada es en la simetría (ampliamente bien/mal) construida en torno de Janos, el inocente, que encuentra la armonía celestial en una taberna repleta de borrachos, que admira el callado trabajo de artesanos y sirvientes, que escucha sin comprender al descreído musicólogo, que vendría a representar su faceta oscura. Lo que supone el desastre definitivo proviene de varios acontecimientos. La llegada de la tía, con una fatídica misión, y la surrealista función ambulante, consistente en una gigantesca ballena disecada y un misterioso personaje "El Príncipe", que ejemplifica lo peligroso esa "propaganda invisible", capaz de penetrar por cualquier rendija en cuanto una sociedad se descuida. No se me ocurre una película tan certera para representar el fascismo desde su concepción más primigenia, tan terrible en su evocación de la derrota de quienes defienden la libertad (la que no cae como saliva de comisuras satisfechas), tan bella y tan difícil de mirar. Su tramo final nos pone en una disyuntiva complicada de digerir, pero es verdad que hay que tener entendederas, y eso siempre ha sido doloroso...
Aldabonazo de lucidez sobre una Europa podrida.
Saludos.

jueves, 19 de septiembre de 2013

La expulsión del reino



Lo dije una vez, pero no recuerdo dónde ni a propósito de qué, pero me parecía clara la línea narrativa y filosófica de algunos cineastas contemporáneos, más ocupados en hacer avanzar la pesada rueda de la creación artística que de lamentarse por la dificultad de llevar a cabo sus proyectos. No hay duda de que habría que inscribir a Béla Tarr en la punta de lanza de dicho no-movimiento, al mismo tiempo que los que hemos seguido su personalísimo cine, hemos comprobado el significativo y curioso repliegue desde una exuberancia formal hasta la seca parquedad repetitiva de su última obra. Y en mitad de todo, como un monstruoso minarete que pudiese contener todas las inquietudes de un artista incontenible, se encuentra una granítica obra de siete horas, bajo cuyas apabullantes imágenes palpitan tanto los deshumanizados monitores de sus comienzos como el oscuro y gradual apocalipsis que, según él mismo, ya es su epitafio cinematográfico. Intentar describir SÁTÁNTANGÓ de una forma común es complicado y probablemente pretencioso, pero este críptico cuento ideado por Laszlo Krasznahorkai contiene algún tipo de mensaje que en sus larguísimos y elaborados planos-secuencia, en su descarnado retrato de un lugar que parece condenado al inmovilismo y el odio acérrimo de sus habitantes (esa granja/lodazal que abre en horizontal con un plano repleto de animales), nos lleva primero a la constatación de que ese sitio ya no podrá albergar más vida y después a una expulsión voluntaria disfrazada de tierra prometida. Tenemos a los padecientes y expulsados; a la figura del médico que, incapaz de curarse a sí mismo, es el único que quedará atrás; los dos heraldos/pordioseros, que anunciarán el éxodo; y por último al profeta-charlatán-gurú, Irimías, que posee el don de la palabra y el dominio de unas mentes demasiado acostumbradas a subsistir como para pensar. Al mismo tiempo, dos extremos más se abren: la existencia de una importante cantidad de dinero que está repartida entre los habitantes de la granja, cuyo origen nunca sabremos si es fruto del trabajo o de alguna fechoría y cuya custodia reclamará Irimías, provocando una irreparable escisión en un grupo no demasiado homogéneo. Por otra parte, el único contacto que Tarr nos permite con la inocencia y pureza, queda encarnado en la pobre niña (Erika Bók, el fascinante rostro que repetiría en EL CABALLO DE TURÍN), cuyo fatal destino termina con las pocas esperanzas de quedarse en la granja. Existe también un punto discordante, el diletante que, sin embargo, no puede más que palidecer, claudicar y marcharse a su suerte (evidentemente, sin dinero). Tarr lo filma todo como un novelista, recreándose en los detalles, haciéndonos masticar cada escena y dándonos a entender, sobre todo, que el tiempo no es una tarea fácil y que el motivo principal de un cineasta es la modulación del mismo en una fútil búsqueda de concisión, que no deja de ser el regalo que se le hace a la digestión del espectador ¿Que si es farragosa? No jodas, son más de siete horas de película con algunos planos de quince minutos ¿Que si es aburrida? No, aburrido es SyFy. Punto final.
Saludos.

jueves, 31 de mayo de 2012

Hacia donde vamos sin remedio



La gente que sigue con cierta asiduidad este blog (y supongo que alguno habrá, digo yo) debe saber, y si no se lo recuerdo, que pocas veces, por no decir ninguna, me he referido aquí mesiánicamente (contraviniendo las máximas de críticos e iluminados, que no son lo mismo aunque lo parezca) a la deriva de los gustos del vulgo, populacho o simples mortales, también llamados de vez en cuando "espectadores". Esto no es así no porque "mi verdad" sea tan incontrovertible ni falsamente diferencial, didácticamente hablando, sino simplemente porque como da igual, no me concibo a mí mismo (de)clamando en un desierto que sólo es habitado de vez en cuando y por pura libertad. Ahora bien, dicho esto, me apena (por utilizar un vocablo de medianía suficiente) sólo un poquito escuchar (leer más bien) a meros asalariados y cariacontecidos hablar (declamar, sí) sobre una obra de arte en función de si es aburrida o divertida... Aburrida o divertida... Y me pregunto si la Capilla Sixtina, las ruinas de Stonehenge, Las Meninas o un disco de Jan Garbarek son aburridos o divertidos, o si da igual, o si un iluminado se atrevería a hablar de dichas obras de arte en los mismos términos que se refiere a una película ¿o es que el cine ya no es un arte, sino sólo un entretenimiento? Si lo único que busca uno es entretenerse es mejor que vaya a Port Aventura, de pinchos con los colegas, a jugar al parchís o, sí, a ver la última de Spielberg. Si por el contrario uno tiene algún tipo de inquietud por progresar intelectualmente, pensar una obra por sí mismo o evitar un anquilosamiento intelectual que cada vez parece atenazarnos más como miembros de una supuesta civilización avanzada, entonces es posible que ustedes, igual que yo, queden noqueados ante una obra maestra única en su especie, una película que no merece la pena ser explicada ni narrada después de sus fascinantes 150 minutos ¿Por qué? Por el mismo oxímoron por el que aún hay percebes de dos patas que lo meten todo en el mismo saco. Por eso.
Saludos de una persona que es mejor persona después de haber visto THE TURIN HORSE.

martes, 29 de julio de 2008

Fotografías en movimiento

No debía usar el singular en esta entrada, no se trata de la "fotografía" tal y como la entendemos imbricada en el complejo engranaje de un film, sino de dotar de vida móvil a un puñado de postales en blanco y negro, pues es ese el finísimo hilo que une la ¿extraña? ¿trascendente? ¿incomprensible? historia de un hombre y su soledad, una mujer y su condena, un territorio desolado, amargo, difícil de transitar. Sus motivaciones se nos escapan, su estética nos subyuga, su profundidad nos atomiza y no nos permite husmear más allá de lo que sus imágenes generosamente nos dejan con el moroso cuentagotas de quien explota un hallazgo único, devorador.
Eso es KÁRHOZAT, del húngaro Béla Tarr.
A Tarr pudimos verlo en el bisoñísimo festival de Sevilla, por lo que bisoño no es sinónimo de inculto, o de insensible. Y ese magiar insondable, con un pie en el existencialismo y otro en Tarkovski (a secas) dejó petrificada a una audiencia primero expectante, luego sobrecogida y finalmente entregada. Tal es la pureza visual de su cine; tal su demoledor discurso.
Tarr sabe de lo que habla, y si no sabe es que estamos ante un mago de la imagen. Pero no de la imagen modificada, al menos no más de lo que pueda modificarla la luz, pues parece como si la inmensa mayoría de directores hubiesen olvidado esta faceta del cine y se decantasen por lo virtual, reposado primero para desembocar en una urgencia incomprensible (¿Qué significa la palabra postproducción actualmente? ¿justificación de capital?).
Aunque no lo crean, han pasado veinte años desde que se filmó esta obra maestra. Si la ven ahora, no sabrían ubicarla en el tiempo, porque no es cine viejo, ni nuevo. Acaso una puerta abierta en la que debiesen mirar más directores. Futuro vivo de un arte que sólo en contadísimas ocasiones merece tal apelativo.
Yo no me atrevería a morirme sin haber visto algo de este genio.
Saludos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!