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sábado, 23 de marzo de 2013
Vida prócer: El cine de Hong Sang-soo... y de Naomi Kawase y de Lav Diaz #10
Cada año, el festival de cine de Jeonju auspicia el Jeonju Digital Project, que se basa en encargar a tres realizadores tres cortos sin duración determinada, pero cuyo soporte sea estrictamente digital y, de alguna manera (aunque esto ya es más complicado), versen sobre la cultura coreana ¿Y qué mejor director que Hong Sang-soo, que en tantos films ha hecho referencia a su país, e incluso al mismo festival de Jeonju? Su trabajo, LOST IN THE MOUNTAINS, es, sin embargo, casi una travesura. Primero porque el director coreano decide prescindir de sus personajes cineastas justo en el momento más impepinable, y nos cuenta, con su habitual estilo, el disgusto de una aspirante a escritora cuando descubre que su profesor y antiguo amante se acuesta con una amiga suya... precisamente después de acostarse ella misma con otro escritor y antiguo alumno del "profesor pichabrava". Curiosamente, es el corto menos conseguido de los tres, y confirma que Hong Sang-soo necesita minutos y paciencia para otorgar sentido a sus aparentemente ligeros guiones, que tras su esquematismo esconden intenciones mucho más profundas. Lo que siempre he mantenido sobre este director: un narrador antes que un poeta.
Todo lo contrario ocurre con KOMA, el corto realizado por la japonesa Naomi Kawase. Con una austeridad y contención que rozan el ensimismamiento zen, Kawase recoge una simple excusa para dotar de trascendencia a una historia que en otras manos menos delicadas bordearía el ridículo. Un joven coreano, de ascendencia japonesa, vuelve al país natal de su abuelo, tras la muerte de éste, para hacer entrega de un misterioso pergamino a un anciano al que presuponemos un antiguo compañero del ejército. En un bucólico ambiente y tranquilo entorno rural, quedará prendado por la misteriosa hija del anciano, casi una presencia fantasmal que, finalmente, se revelará como profundamente humana. El estilo de Kawase, limpio y sosegado, es de tal belleza formal que es difícil no apreciar un relato que, de todas maneras, habrá quien encuentre pedante y altivo. Personalmente, el cine de la directora japonesa me coloca en una disyuntiva que me impide otorgarle mayor importancia, aunque este corto se ve, gracias a su corta duración, con más atención y menos devoción.
Sin embargo, el plato fuerte de la función llega desde el sitio más inesperado y actuando casi como un tajo radical y provocador. No puede ser de otra manera viniendo de quien viene. El director filipino Lav Diaz se saca de la chistera, en poco menos de tres cuartos de hora, BUTTERFLIES HAVE NO MEMORIES, que tiene tanta prosa como poesía, y cuya capacidad de inventiva y asombro parece no tener fin. La historia es como sigue: un mísero arrabal en un poblacho perdido del que sabemos, a través de las conversaciones de tres personajes, que tuvo su momento de esplendor cuando poseyó una mina de oro, pero que una vez agotada el futuro de los habitantes se ha vuelto irreversiblemente miserable. No me gustaría desvelar mucho, pues la trama es tan sorpresiva que se hace necesario el secretismo, aunque el punto de fuga del relato se dispara entorno a una atractiva joven que vuelve, veinte años después, al sitio donde nació para recordar su infancia, sin sospechar qué le espera. El guion de Diaz da para casi todo, para lo tenebroso, para lo truculento e incluso para lo melancólico y, en última instancia, lo jocoso; recuerdo pocas películas con un desarrollo tan nítido y que, sin embargo, sufra una transformación tan acusada desde el comienzo hasta el final. Un final, por cierto, sencillamente antológico.
Tan curioso como que el invitado a priori menos obvio termine eclipsando a sus dos comparsas (y permítaseme esta palabra como la más adecuada). Y aun así, VISITORS, que es el nombre global con el que se conoce el proyecto, es una experiencia estimulante y de gran valor para quien aprecie las nuevas formas del audiovisual.
Saludos.
jueves, 25 de octubre de 2012
Principio de depresión y 2
El aviso, antes de nada, se hace imprescindible: hablar de riesgo en la película de Lars von Trier, comparándola con la MELANCHOLIA de Lav Diaz, es un chiste, una bromita de mal gusto y evidentemente de gran desconocimiento. Esta MELANCHOLIA es una monumental-pequeña película; pequeña porque está rodada con nulos medios y lo fía todo al talento literario de su guionista (el propio Diaz), apoyado en una severa cámara digital tornada a un Blanco y Negro inquietantemente apagado. Monumental porque son 450 minutos de película... No se asusten ante la inmensidad, yo no lo haría ante una novela de mil páginas; además, hoy día uno no tiene que tragarse semejante mastodonte de una sentada (yo tardé dos días). Pasada la anécdota, lo que Diaz propone es un ingenioso e intrincado juego de espejos que, una vez visto, justifica sobradamente la duración ¿O no vivimos actualmente la fiebre de las teleseries, algunas prácticamente inacabables? Lo que hace a MELANCHOLIA habitar un estrato superior es, simplemente, su calidad narrativa; y es un gustazo perderse por sus márgenes, exabruptos, saltos definitorios, intrahistorias... Sí, como una buena novela... pero filmada. El principio puede resultar desconcertante: Una pequeña población de la periferia (selvática) filipina; una monja que pide ayuda para los pobres por las calles; una puta recién llegada y un chulo local que intentará reclutarla. De acuerdo, los personajes interactúan, se encuentran se separan y... voilà, de repente nada es lo que parece, ni nadie es quien representa. Se habla constantemente de un misterioso personaje, Julián, al que llegaremos a mitad de la cinta; un desquiciado cruce entre un intelectual ebrio, un diletante trasnochado que organiza radicales performances y un cruzado de la filosofía activista. Nuevo giro. No me gustaría traspasar la línea de lo explícito, porque el film es, ya digo, un extenso manual de sorpresas, pero sí que debo aclarar en el final de esta entusiasmada reseña que el gigantesco círculo propuesto por este director, multipremiado en festivales de medio mundo, es una reflexión sobre la miseria moral de su país tamizándolo por diferentes circunstancias personales que, en suma, no son más que estados depresivos, más bien de impotencia ante ese "mal sin nombre" que se esconde en la recóndita Filipinas, y que la nueva y muy interesante hornada de jóvenes directores está ya poniendo sobre aviso gracias a su significativo paso por festivales internacionales. Así que si quieren riesgo, deberían saber dónde mirar.
Saludos emocionalmente aplastados.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
¡Cuidao con mis primos!