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martes, 21 de diciembre de 2021

Las represiones



Y se murió Verónica Forqué, y una vez más me doy cuenta de la asquerosa mezquindad de según qué personas. Aunque me da igual, el recuerdo es el recuerdo, y a esta magnífica actriz siempre la llevaremos cerca, y con orgullo de haber sido uno de esos rostros imborrables durante varias décadas. Verónica Forqué hizo cosas muy importantes, como por ejemplo ganar cuatro Goyas, nada menos. Y luego decía que ni sabía dónde los tenía, o que los había regalado; y tampoco iba a las galas, porque no paraba con el teatro, que Verónica Forqué era, sobre todo, actriz de teatro. Su memoria está a salvo, en sus películas, en cómo y cuánto la hemos disfrutado, con su sonrisa entre ingenua y cautivadora, de niña grande, o de mujer chiquitita. Aunque era muy grande Verónica. Y el primer Goya lo ganó con EL AÑO DE LAS LUCES, donde Rafael Azcona se despachaba a gusto con las hipocresías y represiones de posguerra, contando la historia de Manolo, al que llevan a un sanatorio para que se cure de tuberculosis, y donde descubre que la única enfermedad es la que le provocan las mujeres que allí se va encontrando. Como un Don Juan precoz, Manolo se hace mayorcito y quiere mirar, tocar, sentir; mientras a su alrededor el día a día se dispensa entre misas, confesiones, brazos levantados y la represión impuesta como un yugo invisible, que debe horrorizar a quien simplemente siente la vida con normalidad. Era una buena película, de cuando Trueba aún tenía cine bien contado, y donde Verónica interpretaba a una pobre mujer, de la sección femenina, a la que quizá sólo le faltaba un poco de calor, aunque viniese de un muchacho aleladillo y con cara de pasmado. Y quién no hubiese querido abrazarla también...
Saludos.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Rincón del freak #288: Billy Wilder... sigue en los cielos. Películas para desengancharse #38



En el discurso de agradecimiento del oscar recibido por BELLE ÉPOQUE, Fernando Trueba dijo lo que más de uno piensa, que Dios es Billy Wilder, o al revés. Dos años después, Trueba tenía las puertas de Hollywood abiertas para rodar la película que llevaba toda la vida soñando, una comedia de enredos al estilo clásico, con un reparto internacional y la libertad de elegir incluso el texto y el guionista, que al final fue su hermano David. Y, bueno, Trueba hizo TWO MUCH. Cualquier parecido con la elegancia, ironía y maestría en el manejo de los tiempos y la dirección de actores de Wilder suena a chiste malo, a una de esas bromas fuera de lugar que dan por zanjada una reunión que estaba poniéndose incómoda. Y esa es la palabra que define con exactitud esta película, la incomodidad de unos actores que sobrepasan el mero estereotipo y se zambullen en la caricatura del cómico malo, que ya no sabe qué chiste contar para que la gente se ría. Antonio Banderas intepreta a un tipo bastante repelente que le endosa cuadros a los familiares de recientes difuntos, hasta que llega al funeral de un mafioso (o eso parece), cuyo hijo (un Danny Aiello que es de lo poco salvable) acaba persiguiéndolo, aunque se refugia en el coche de la ex-mujer de éste y termina en su lujosa mansión, donde también conoce a la hermana de dicha señora, y, como no puede ser de otra manera, se hace pasar por su inexistente propio hermano gemelo para poder beneficiarse a ambas. La sinopsis, así contada, no parece tan terrible, pero es la ejecución final, la zafiedad de lo que debería ser armónico y sutil, lo que hizo que Trueba se cerrase él solito las puertas doradas que tanto tiempo llevaba anhelando traspasar. Nunca he sido muy devoto de su cine, pero reconozco que tiene algunos films notables y que sus comedias de principios de los ochenta, con unos ineludibles Óscar Ladoire y Antonio Resines, han ganado con el tiempo. Esto... bueno, esto al menos sirvió para oficiar como el comienzo de la relación entre Banderas y Melanie Griffith... Algo es algo.
Saludos.

martes, 18 de enero de 2011

Érase una vez en Las Ramblas



Una de las últimas osadías del cine español ocurrió hará unos nueve años y tuvo como principal impulsor a Fernando Trueba, quizá el director más obsoleto de toda nuestra filmografía. Sólo a un tipo tan pagado de sí mismo (a base de oscars; a base de Goyas) se le podría haber ocurrido abordar la intrincada novela de Juan Marsé a golpe de talonario y amalgama, dando como resultado un artefacto tan vacuo como prescindible. EL EMBRUJO DE SHANGHAI iba a ser el no va más, una especie de gran impulsor de la desolada industria patria, una de esas tonterías de brillante envoltorio que tanto le gustan a nuestra ministra de cultura, a gran parte del iletrado público palomitero y, claro, al propio Trueba; lo malo es que Trueba, encima, juega a ser autor y ni siquiera se preocupa de confeccionar un divertimento ligerito para recaudar. Marsé intentó la "novela total", engarzando sus recuerdos de infancia en la Ciudad Condal (su gran fuerte de siempre); la fascinante imaginería visual del mítico film del mismo nombre que Josef von Sternberg filmó 60 años atrás; un entraysale continuo de personajes que en la novela funciona pero en la película cansa; un realismo mágico castizo que ídem de lo anterior y un loable esfuerzo por apresar el tiempo en un puñado de instantáneas. Trueba, que jamás tendrá el talento de Marsé, cree que puede estirar el chicle hasta dos horas francamente soporíferas y donde el espectador se pregunta a cada momento qué diablos está pasando en la pantalla y si, caso de que pase algo realmente, tiene la suficiente importancia. No, no la tiene, excepto alguna que otra genialidad de Fernando Fernán Gómez y la solvencia en papeles serios de Antonio Resines; por contra, el atentado que entre el señor Trueba y Ariadna Gil (su doble papel es para inspirar impulsos asesinos) perpetran a la memoria de la grandísima Gene Tierney, me hace cuestionarme una vez más la risa que me inspiran las declaraciones de esa caterva endiosada que mantiene desde hace ya demasiado tiempo al cine español en la mediocridad más absoluta.
Les desafío a que la vean de un tirón.
Saludos embrujados.

sábado, 31 de enero de 2009

Aprovechando el tirón

Ay ay, el cine español... y aún más... ¡el cine de autor español!... y más todavía... ¡la comedia de autor española!... el acabose... ¡el cine de la movida más allá de Almodóvar!... Pa cagarse, vamos...
En fin, vamos allá.
Otro de los estatuillados patrios es Fernando Trueba, tipo sagaz donde los haya y terrible habitante de lugares no ya comunes, sino manoseados. A Trueba está muy claro que le hubiese encantado ser Woody Allen, pero le faltaba punch en los guiones; pero, aspirando al máximo, quiso sobrevolar el inalcanzable imaginario de Billy Wilder, al que invocó como dios cuando recogió el espadachín dorado. Imposible. Para llegar a Wilder hay que pactar con el diablo o, como poco, contratar a Jack Lemmon... lo que a día de hoy ya es imposible.
Pero al principio de su carrera, cuando Trueba no tenía un duro y sí mucho entusiasmo (eran los 80, you know), fue capaz de levantar un par de comedias acerca de perdedores con suerte o afortunados que no sabían que lo eran. Comedias más o menos corales, más o menos tontorronas, con pretensiones existencialistas (dios bendito) y tíos feos que conquistan a tías buenas. La primera fue OPERA PRIMA, que es la que le hubiese gustado hacer a su hermanísimo David, y la segunda fue SAL GORDA, compendio de todo lo anteriormente dicho y, además, con banda sonora hecha de canciones sueltas, probablemente lo mejor de la cinta. Del argumento hay poco que rascar: venturas y desventuras de un compositor en crisis total que se encuentra a sí mismo en un maremágnum de personajes a cual más disparatado. En resumen, la típica comedia llamada "españolada", después del bochorno ozoriano y antes de Gómez Pereira & Co. Vista entonces era eso, un artefacto simpaticote; vista hoy, odiamos un poco más a Carmen Maura, Antonio Resines y, sobre todo, a ese trasunto de actor llamado Óscar Ladoire. Menos mal que éste siempre ha sido un país de secundarios...
Salados saludos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!