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martes, 12 de septiembre de 2023

El tejado de los locos


 

Más allá de la anécdota que supone una escena de sexo explícito, no sería justo incluir DIAVOLO IN CORPO en un saco que no le pertenece, el de películas con vocación de provocar. Más que eso, estamos ante un complejo encadenado de motivos psicológicos y/o emocionales, que nos pueden llevar a perder la cabeza, o quizá a recuperarla. El film se abre con una escena insólita: mientras se desarrolla una clase de filosofía, en el tejado contiguo una mujer semidesnuda balbucea palabras sin sentido, mientras un cura intenta convencerla de que regrese al balcón desde el que ha trepado. Una joven se despierta y sale, y un alumno queda definitivamente prendado de ella. Ella es la hija de un militar víctima de un atentado, y al mismo tiempo la esposa de un condenado por terrorismo de las brigadas rojas. En esa dualidad permanente, Marco Bellocchio desapasiona su mirada precisamente para fotografiar un estado de amor puro, el del joven por esta mujer incapaz de dominar sus emociones, lo que queda maravillosamente reflejado en unos primeros planos de un rostro que no se decide entre la felicidad, la tristeza o la locura que puede albergar ambas. No es un film fácil, y requiere de un visionado atento a los múltiples simbolismos que lo recorren, dejando al final la sensación de que sí hemos asistido a uno de esos momentos en la vida de cualquiera de nosotros, en los que dejamos de ser dueños de nuestras acciones, quizá fugazmente felices, quizá aturdidos por mirar hacia abajo desde el tejado...
Película única e inclasificable, incluso demasiado como para tildarla sólo de "moderna".
Saludos.

jueves, 27 de mayo de 2021

El amor en tiempos del odio


 

AMORE E RABBIA rezaba el enésimo film por capítulos (verdadera moda), que no obstante se desmarcaba de los obvios por dos motivos: no hablar de lo que reza el título y un vanguardismo galopante, sin ceder a las tentaciones que este tipo de producciones alentaba hacia un público mayoritario. 
La función se abre con "L'indifferenza", corto cortísimo y apresurado de Carlo Lizzani (el menos dotado del quinteto elegido), quien parece imitar a Godard por sobre las calles americanas, donde un tipo corre desesperado, mientras una voz en off pretende darle caza virtual. Las chicas titanluxean en rojo chillón, tras ser atropelladas o disparadas. Poca cosa.
Bertolucci se despacha a gusto con "Agonia", artefacto muy cercano a los experimentos pseudoteatrales de Rivette, en el que un señor (Julian Beck, al que veríamos algo más tarde en la secuela de POLTERGEIST) exhala sus penúltimos alientos en clave figurada. Esto es: entablando una lucha de conciencia con su propia fe, sin que se sepa muy bien si alguna vez llegó a tenerla. La sobrepelliz póstuma aclara, de inmediato, la clerecía.
Pasolini, juguetón, inmediato, hace transitar a Ninetto Davoli en "La sequenza del fiore di carta"; mientras celebra la plenitud de la mañana romana, mientras el boloñés imprime lo bucólico con tétricas subimágenes de ejércitos que otros días reprimieron en el mismo sitio. Ni las tiernas crostatas hacen olvidar aquel amargo gris.
Entonces llega Godard. El segmento se titula "L'amore", sin más. Gente en sitios, tejados y veladores. Cercos sentimentales a una poesía teñida de pequeñas sacudidas. Hablar mirando el periódico. Invocar al preciso desaire de las máscaras conyugales. Godard por Godard otra vez.
Cierra Marco Bellocchio, y cuánto le queremos por aquí. Y su episodio es francamente divertido, un ensordecedor y anárquico disfrute de lo que pasa si se pone en cuestión la validez y vigencia del sistema educativo. En clave de farsa, "Discutiamo, discutiamo" pone gravedad de profesor con barbas falsas, y elocuencia marxista con mera intransigencia dialéctica. Al final, los no-actores se mean de risa mientras son aporreados con globos. Todo en orden, prosigan con la clase...
Y ya está.
Saludos.

miércoles, 14 de octubre de 2020

El confesor


 

IL TRADITORE es la última película (por el momento) de Marco Bellocchio, que con 80 años demuestra no haber perdido nada de su nervio creativo. El "traidor" del título es Tommaso Buscetta, la figura clave para encarcelar a casi 400 integrantes de la cosa nostra, incluido el sanguinario Totó Riina, y el práctico desmantelamiento de la oscura organización siciliana. El retrato que Bellocchio hace de este hombre es complejo y nada complaciente, mostrándolo como, sí, un traidor, necesario si se quiere, traidor a los traidores, y que queda expuesto como alguien abatido pero férreo en sus convicciones. Buscetta, que vivía en Brasil un semirretiro junto a su esposa, deseaba distanciarse de la mafia, pero la matanza organizada por Riina, que acabó con la vida, entre otros muchos, de sus dos hijos, y la extradición a la que se ve obligado, acusado de tráfico de heroína, le hacen replantearse todas sus convicciones y colaborar con el juez Falcone, entablando con éste una insólita pero verdadera amistad. La historia está ahí, y no se pueden cambiar muchas comas, incluida la posterior acusación (con los mafiosos delatados ya en la cárcel) que enarboló contra el mismísimo Giulio Andreotti, presidente de la república, y que quizá hubiese merecido algo más de tiempo en el film. Con todo, me parece una película extraordinaria, de una lobreguez tan sobreexpuesta, que casi parece cómica, aunque los hechos mostrados no son para tomárselos a risa. Bellocchio vuelve a hurgar donde más duele, donde muy pocos son capaces de exponerse; a ello contribuye decisivamente la impresionante interpretación de Pierfrancesco Favino, en cuyo rostro parece estar escrito todo lo que va a decir, incluso antes de decirlo. Son dos horas y media en las que no se puede desviar la mirada, donde cada escena lleva inevitablemente a la siguiente, adoptando unos tintes de tragedia clásica y sin regodearse en nada que no sea relevante para entender la magnitud de lo que se cuenta. Para la historia quedaran escenas magistrales, como las del extenso juicio, con los mafiosos observando a Buscetta desde las rejas a su espalda, pidiendo todos un careo con ese despreciable traidor para retractarse inmediatamente, y sólo porque alguien, al fin, se había decidido a hablar.

Obra maestra. Una más.

Saludos.

jueves, 15 de febrero de 2018

Escribir el tiempo



¿cómo se puede filmar el paso del tiempo? ¿O el tiempo mismo? ¿Cómo puñetas se hace para que la imagen vista sea intemporal, y al mismo tiempo nos muestre el paso de los minutos, las horas, los años, los siglos?... Es un reto inalcanzable, creo yo, y así debe seguir siendo, pero nos quedan las emociones como manecillas desplazándose, la humanidad como segundero implacable, despidiéndose de sus propias huellas y celebrando lo irrisorio de su curso. Yo no puedo más que rendirme ante una obra maestra insólita, inabarcable y fascinante, probablemente, y sin que lo sepamos aún, una de las obras cinematográficas más maravillosas que un maestro como Marco Bellocchio ha tenido la gentileza de legarnos para siempre. SANGUE DEL MIO SANGUE no puede ser descrita, ni como fantasmagoría, ni como poema, ni como fino historicismo; si acaso, lo que más podrá acercársele sería la audacia y el anhelo de retener la imagen última, solo que a través de ojos que han visto demasiado. Tenemos brujas enamoradas, quizá condenadas por ello,pero mucho más pías y humanas que los hijos de puta que se dedicaban a ahogarlas, a quemarlas o emparedarlas. Tenemos vampiros que se han hecho viejos, y que creen ver rastros de glorias pasadas en un rostro joven, que le recuerda que, por mucho que se empeñe, ya no está ahí. Tenemos a las personas que creen estar haciendo lo correcto cada vez, mientras escriben un par de líneas de la Historia antes de diluirse, sin saber que casi todo ha sido erratas. Tenemos, en definitiva, una película inasible y abismal, pero curiosamente cálida y cercana, muy lejos de estratagemas puramente esteticistas. Y tenemos, de eso estoy seguro, a uno de los directores más importantes de Italia aún haciendo maravillas como ésta... No la dejen pasar.
Saludos.

lunes, 10 de enero de 2011

Fuera de los libros de historia



Poseedor de una larga, rotunda y, por desgracia, desconocida filmografía, al menos a lo que refiere al gran público en nuestro país, el director italiano Marco Bellocchio firmó el pasado año (fue cuando se estrenó) una de las grandes películas de este principio de siglo. Circunscriban "grande" al ámbito que deseen, VINCERE, como su nombre bien indica, siempre saldrá victoriosa. Y de victorias habla esta descomunal película; de victorias cimentadas en derrotas, en pisotear al enemigo, aplastarlo, anularlo. VINCERE habla del poder, de esa droga que ha moldeado algunos de los capítulos más fétidos del siglo XX. Bellocchio abre las cortinas de par en par y nos enseña la podredumbre según la cual un principio de justicia, deformado por su hermética radicalidad, termina desembocando en la más terrible de las ideologías represoras. En este caso, y desde una multiplicidad de ángulos, el fascismo mussoliniano; pero también la figura misma de Mussolini, desafiante, irrevocable, como luchador socialista primero, al pie de la barricada, como monstruoso dictador después. Pero VINCERE también habla de cómo fluctúan las masas sociales, cómo influyen los diferentes poderes, especialmente la iglesia (el primer Mussolini la repudia, el último la abraza), la servidumbre al servicio de su propio servidor. Mussolini, su progresiva transformación en el Duce, es una gigantesca sombra que, en un alarde de dirección narrativa, Bellocchio cuelga sobre todo el film de forma insólita, pues el único Mussolini que vemos es el anterior a dicha transformación, mientras que el monstruo es reservado para las imágenes de archivo. Pero aún hay más, o debería decir "aún queda todo"; porque el nervio central de VINCERE nos habla de esa otra Historia, la que no sale en los libros, quizá más importante y decisiva que la oficial, apartada como un molde silencioso. VINCERE habla, sobre todo, de la desgarradora historia de Ida Dalser, que se enamoró perdidamente de aquel primer Mussolini, el que desafiaba a los curas y a dios mismo, el que se ponía el primero contra las bayonetas opresoras, el que llevó el socialismo hasta sus últimas consecuencias y hasta designó al futurismo como el arte oficial del socialismo. De la sísmica relación de dos caracteres tan fuertes nació un hijo, Benito Albino; sin embargo, en mitad de su transformación, Mussolini abandonó a Ida y su hijo por su "otra" esposa y sus "otros" hijos, lo que iniciaría una obstinada lucha por el reconocimiento que desembocaría en la separación de madre e hijo y el internamiento de ambos en sendos manicomios. Puede que existan licencias en esta tremebunda historia de una obsesión, pero queda claro que Bellocchio toca con maestría los resortes adecuados (el "Popolo", el periódico que lanzaría definitivamente a Mussolini, fue financiado con todo el patrimonio de Ida Dalser; el actor que encarna a Mussolini le deja en la segunda parte para hacerse cargo, magistralmente, de su repudiado hijo, como una fantasmagórica sombra del dictador). Los actores están sublimes. Filippo Timi realiza una exhibición de histrionismo y progresiva deshumanización del luchador social y futuro dictador, pero no seríamos justos si no hiciéramos una mención especial a Giovanna Mezzogiorno, inmensa en el papel de Ida Dalser y recordando por momentos (la imaginería visual de Bellocchio y la fotografía de Daniele Ciprí contribuyen lo suyo) a aquel cine de principios de siglo, un cine de los rostros y del énfasis. VINCERE es, al fin, una obra maestra contemporánea, la modernísima visión de un formidable creador que lleva nada menos que 45 años filmando acerca del porqué de las iniquidades humanas, su origen, sus consecuencias... Gran cine...
Saludos invictos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!