Mostrando entradas con la etiqueta René Laloux. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta René Laloux. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de diciembre de 2018

Cuando la imaginación se desborda



Me gusta recuperar de vez en cuando algunos títulos que me parecen imprescindibles, pero que se quedan sepultados, por diferentes razones, en el proceloso mar de la memoria colectiva de manera injusta. Y no se me ocurre otro mejor para ilustrar esto que GANDAHAR, LES ANNÉES LUMIÈRE, maravillosa obra del gran René Laloux, cuyo estilo en la animación ha sido imitado hasta la saciedad, pero lo que nadie ha logrado copiar (seguramente porque es imposible) es su tremenda carga filosófica e intelectual, lo que valida sus muchas licencias técnicas de sobra. Valga apuntar el detalle de que un tal Isaac Asimov firmó el guion junto a Raphael Cluzel y el propio Laloux, adaptando la novela original de Jean-Pierre Andrevon. La historia, de una originalidad apabullante, nos remitía a un apacible planeta llamado Gandahar, que sin previo aviso se ve invadido por unos misteriosos hombres de metal, que convierten en piedra a todo ser vivo. Alertados por el suceso, los gobernantes deciden enviar a un bravo guerrero más allá del océano circundante, sospechando que de allí procede la amenaza. El guerrero es atacado y detiene su vuelo en una tierra inexplorada, donde sus habitantes son antiguos humanoides, afectados de terribles mutaciones, pero que le acogen pacíficamente, puesto que conocen el origen de su preocupación, un monstruo amorfo y gigantesco que habita en las profundidades y cuyo nombre es Metamorphe. Un ser indescifrable, que posee el dominio del tiempo, y por lo tanto conoce tanto el pasado como el destino de los hombres, y que intenta convencer al guerrero de que éste ya está escrito, y por lo tanto su misión carece de sentido. Laloux enarbola un discurso que desborda lo meramente ficcional y fantástico, y se adentra en regiones más profundas, que reflexionan acerca del sentido mismo de la existencia, mientras asistimos a un interminable festín de seres y paisajes totalmente alucinantes, habituales de su increíble imaginario. Una película que cumple en estos días nada menos que treinta años y que presenta otra interesante reflexión acerca de la ingente cantidad de producciones animadas que tenemos ahora mismo, de una factura técnica irreprochable, pero tan vacías en cuanto a contenido esencial...
Impresionante.
Saludos.

jueves, 30 de octubre de 2008

Infinitas posibilidades

¿Qué pasaría si los seres humanos hubiesen sido raptados de la Tierra, transportados a otro planeta por seres gigantescos y más avanzados, despojados de sus derechos y convertidos en sus mascotas? Imaginen... imaginen.
Eso es, precisamente, lo que hizo René Laloux hace ya veinticinco años en una de las películas más extravagantes que jamás haya visto servidor de ustedes. En LA PLANÉTE SAUVAGE, se parte de esta base, tan inverosímil como probable, y, además, se aprovecha el espacio abierto que ofrece este expansivo argumento para crear todo un mundo sobrenatural, con un ecosistema propio y unas criaturas inexplicables con conductas y modos autóctonos; es decir: a partir de una historia sencilla (aunque difícil de digerir) se inventa todo un universo de sensaciones que quieren ser originales a toda costa. Éste quizás sea el bien más escaso en el cine actual, por no hablar del de animación, basado en trilladísimas directrices intercambiables y reciclables.
La primera escena de este fascinante film nos muestra a una madre Om (así son llamados los "hombres" por los Draags, sus "dioses") con su hijo en brazos, corriendo despavorida; de repente, una gigantesca mano azul surge del cielo (sólo vemos la parcialidad del espacio que al director interesa) y golpea suavemente a madre e hijo, que salen rodando, despedidos como simples juguetes. Y esto se repite una y otra vez, por lo que la primera sensación que tenemos es la del mito de Sísifo, luchando de manera imposible contra su vengativo dios. Sin embargo, una vez ampliado el plano, vemos que la mano azul pertenece a una extraña criatura, un Draag, un Draag niño, para ser más exactos, que sólo se divierte con sus "mascotas". La primera en la frente. El espectador, si no es un estúpido zoquete, queda advertido con una sencilla imagen de una máxima universal: todo es relativo. Y que esa absurda idea de que el ser humano es el centro y medida de todo no es más que una patraña para que los violentos sigan imponiendo sus mierdas de leyes a base de guerras. A lo largo de todo el metraje de LA PLANÉTE SAUVAGE, se busca incesantemente, con urgencia, una tregua entre los gigantescos Draags y los diminutos Oms; una coexistencia que aquí, en la vida real, parece tan difícil de conseguir incluso entre miembros de una misma especie.
Saludos civilizados.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!