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martes, 14 de junio de 2022

El pequeño astronauta


 

Lo que propone Richard Linklater en su nueva película es algo extraordinario. Una vuelta a los motivos que hicieron a BOYHOOD una obra maestra, y que no es otra cosa que esa imposible, escurridiza aprehensión del "tiempo perdido", el mejor de los tiempos. Ese tiempo es nuestra infancia, pero Linklater, aun siendo un romántico empedernido, no se detiene en paladeos almidonados, y prefiere construir una corriente incesante, imparable. Como buen humanista, concibe al hombre como un ente que ha de surcar su tiempo, sólo su tiempo, pero nada menos que "su" tiempo. APOLLO 10 1/2: A SPACE AGE ADVENTURE, es un delicioso paseo por uno de esos tiempos, situado en la década de los sesenta, en la que el director texano vivió su infancia, nada menos que en Houston y en plena carrera espacial. Valiéndose de nuevo de la técnica de la rotoscopia, Linklater logra un sugerente efecto, desde luego borrar cualquier atisbo de impostura visual, como si asistiéramos atónitos a una de esas viejas grabaciones en Súper-8, donde todo tenía su propio ritmo. Mientras el joven Stan, trasunto del director, el más pequeño de seis hermanos, vive la fantasía de ser el primer astronauta en pisar la Luna, se despliega ante nosotros, con astuta candidez, ese mundo ahora tan ajeno. Y ahí está el gran acierto de Linklater, en mostrarnos que tan extraña puede ser la superficie de un satélite como una sociedad que no sobreprotegía a los niños, pero en la que éstos se movían con mayor libertad y curiosidad infinita.
Y es una película extraordinaria porque muchos nos vamos a ver reflejados, mientras una sonrisa cómplice se dibuja ante el visionado de este retrato honesto, que comienza y acaba sin mayores estridencias, igual que nuestra propia infancia...
Saludos.

martes, 1 de diciembre de 2020

Hielo helado


 

Tienes que manejar una historia muy potente para empezar en Seattle y terminar en la Antártida. Tus personajes deben estar soberbiamente dibujados para delinear la deriva emocional de una mujer que, básicamente, se pelea con su vecina, pasa el día dictando órdenes a un asistente virtual hindú y recuerda cuando era una arquitecta de éxito, mientras su hija intenta comprenderla y su marido la esquiva por su adicción al trabajo. De Seattle a la Antártida, se puede hacer, pero no sé cómo, ni me parece que Richard Linklater sea el director más indicado para ello. WHERE'D YOU GO, BERNADETTE? tiene un tono en verdad extraño, desgarbado, como una historia "vieja", que ya se ha hecho y no hacía falta repetirla. Bajo su apariencia de glosario de familias de última generación parece una telecomedia; cuando Cate Blanchett intenta darle profundidad a su (soso, sosísimo) personaje me acuerdo de lo bien que la dirigió Woody Allen, y de la razón que siempre tuvo Pauline Kael. Si se enrosca es absurda, si se despliega su débil trama se desarticula. Y no lo entiendo, porque los ingredientes son de primera calidad, pero me parece una película abúlica, desganada, que casi parece un encargo alimenticio. Y hay algunos ejemplos para ilustrar esto, pero me quedo con la intrascendencia de algunos secundarios, que deja sus apariciones al borde del cameo, y Linklater siempre ha sido un gran director de actores...
Fallida.
Saludos.

martes, 24 de febrero de 2015

La inesperada virtud de la normalidad



Empezamos con los oscar, versión: nominadas a mejor película. Mi favorita: BOYHOOD. Resultado: que por una vez los globos de oro se equivocaron. Ahora, la película.
Usted puede hacer una película como BOYHOOD de varias maneras, de hecho creo que he visto un buen puñado de ellas. Usted no puede hacer una película como está hecha BOYHOOD, porque la única forma de hacerlo la describió perfectamente la espléndida Patricia Arquette en el discurso de agradecimiento al recoger la única estatuilla (¡un oscar... por dios!) que se ha llevado esta obra maestra intemporal, nunca mejor dicho. "... Y gracias a mi familia en BOYHOOD...". Ésa es la clave. Linklater siempre deja la agradable sensación en sus trabajos (al menos en los mejores) de que tiene tal conexión con sus actores y equipo, que uno se lo imagina en un rincón apartado, con media sonrisa y los ojos húmedos, más como un espectador viendo el desarrollo a tiempo real que como un director/escultor. Es por ello que, tal y como creo que esto viene sucediendo en su extensa filmografía desde muy al principio, BOYHOOD colma lo ya visto, por ejemplo y sobre todo, en la trilogía de "ANTES DEL...", no tanto por el estar rodada durante doce años, sino más bien porque esto apenas si tiene relevancia, o al menos a mí no me importa tanto como la frescura con la que se desarrollan sus imágenes. Salvando muchísimo las diferencias, creo que es de las pocas películas que he visto capaces de aprehender (no me pregunten cómo) esa instantaneidad que tuvieron cineastas tan independientes como Vigo o Eustache, y que también vi a retazos en el último film de Kechiche. BOYHOOD es, ni más ni menos, lo que dice su título: la mirada a la que todos estamos sometidos cuando empezamos a tomar conciencia de que ya se nos fue la infancia para siempre; lo difícil es hacerlo sin artificio, sin nostalgia, con la convicción de que 12 años son apenas una porción infinitesimal que en la vida de un chico puede pesar como una losa. Es su vida, es nuestra vida, y por eso es una película no para todos, pero sí de todos. Puede que haya tres o cuatro películas más emocionantes por ahí...
Saludos.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Teorías conjugadas sobre la relatividad



Se acaba el año, lo que pienso aprovechar para desapegarme aún más de unas fiestas que ni comprendo, ni comparto, así que me parece mejor canalizar estos turbios deseos en forma de películas que realmente sí me han conmovido y hasta, en el mejor de los casos, sorprendido. Es el caso de SLACKER, en mi opinión lo mejor que ha rodado el prolífico y muy de actualidad Richard Linklater. Segundo largometraje, SLACKER corrige y aumenta lo apuntado tres años antes en la seminal IT'S IMPOSSIBLE TO LEARN TO PLOW BY READING BOOKS, y da una lección de frescura e inventiva a la inagotable camada de lo que, con los años, devino en una sospechosa burbujita llamada mumblecore. Primero porque Linklater sí que tiene un montón de cosas que contar, después porque la habilidad consiste en hacernos creer que la cámara realmente sobrevuela una ciudad cualquiera (en este caso, Austin. TX.) para detenerse caprichosamente en la infinita sucesión de conversaciones que se producen un día cualquiera y sin que necesariamente deban tener una conexión entre ellas. Lo maravilloso de SLACKER es su "armadura", el traje que viste y con el que Linklater apacigua el verdadero y turbulento mensaje, latente tras esa revolución inacabable que es la comunicación entre las personas. Más allá de la mera anécdota, de los chistes privados y (de ningún modo) cierto cancionero popular que suele ajar lo que ha de pasar por novedoso. Revolución sí, pero absolutamente privada y a su modo llena de melancolía por un futuro estancado en el presente; se repiten las mismas constantes, la gente le cuenta sus historias a otra gente que entrará en contacto con más gente, las historias mutarán y se convertirán en otra cosa, y lo que amamos como "original" o "copia perfecta" no es más que el juguete oral de todas las situaciones en las que nos hemos ido desenvolviendo a lo largo de nuestra vida. Richard Linklater es consciente de que no se puede abarcar un absoluto, así que prefiere el discurso directo y sin ambages, lo que Woody Allen o Cassavetes entendían (cada uno a su manera) como una sucesión lógica de acontecimientos, aquí, además, envuelto en la cercanía de una cotidianidad en la que nos podemos reconocer al tiempo que disfrutamos de una prosa ágil y nada autocomplaciente. Y, sí, ya sé que no les he descrito ni uno solo de los múltiples parlamentos visuales de esta magnífica película (yo no me atrevería a llamarlos sketches), pero es que la gracia y el placer está precisamente en ver la película, anegarse de ella y luego salir a la calle... y contárselo a alguien...
Saludos de tú a tú.

viernes, 26 de febrero de 2010

Espacio único

Bien, pues vayamos con otro de esos films aparentemente "invisibles" que parece han gustado tanto a la distinguida platea de este blog. Primero permítanme la licencia, aunque sea chorra. Después de WAKING LIFE y antes de SCHOOL OF ROCK (so sorry...), Richard Linklater hizo un curioso e insólito experimento; curioso por su propuesta formal e insólito por los actores que eligió para llevarlo a cabo.
TAPE lleva hasta sus últimas consecuencias las particularidades teatrales del espacio único y usa para ello a tres actores; Ethan Hawke, Uma Thurman y Robert Sean Leonard. Ellos son dos amigos del instituto que se encuentran "casualmente" en un pequeño festival de cine, uno presenta allí su primera película como realizador y deciden celebrarlo; entonces, entre las inevitables referencias al pasado, los flirteos con las drogas y los patéticos sinceramientos, uno le dice al otro que ha llamado a una novia que ambos tuvieron en común y que llegará en breve. La tensión crece y el espectador no sabe el porqué de tanto azoramiento, hasta que surge una grave acusación y la trama se vuelve más oscura e impredecible.
El acierto de Linklater es su desvergüenza a la hora de trasladar a Bergman a un motelucho de Michigan y basar en ese espacio único, y con la única fuerza de la palabra, toda una historia entendida como cruel juego psicológico. El error es que todo parece impostado. Linklater pone cosas en boca de Hawke que éste debe encargarse de verosimilizar, pero no estamos seguros ni de esa dolorosa realidad ni de que sea tan importante. R. S. Leonard es incapaz de dar justa réplica y termina en una más que curiosa caricatura de un personaje que parece una caricatura. Y por último, sale Uma Thurman para casi nada; creo sinceramente que se la podía haber ahorrado y haber construido su personaje, que en sí mismo no aporta nada, alrededor del punto de no retorno que es la dichosa revelación.
Hombre, interesante sí que es, y no estoy acostumbrado a este tipo de películas desde los States, el problema es que Linklater lleva mucho tiempo jugando a ser el tipo más ecléctico del lugar, y eso le lleva algunas veces a una exasperante indefinición; aquí, convirtiendo hora y media en una eternidad.
Saludos grabados.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Happy meal

Porque aún es joven, pero está claro que Richard Linklater va camino de convertirse en uno de esos directores ultraprolíficos; dato éste que guarda otro más subjetivo, y es que la calidad de sus películas oscila entre lo interesante y lo apático, puede que nunca desfasando demasiado, puede que nunca despuntando de una forma inapelable. Y puede que Linklater jamás gane un oscar (tampoco creo que lo busque con insistencia) porque aún se mantienen constantes en su cine que le deja un significativo margen de maniobra. Ya he hablado aquí de varias películas suyas, y hoy, después de toda esta monserga pseudoinformativa, voy con una de las menos carismáticas y/o afortunadas.
Y es que, aunque cargada de buenas intenciones, FAST FOOD NATION pasó sin pena ni gloria por pantallas grandes y pequeñas. La cosa empieza bien, aunque algo difusa. Linklater quiere hablar de la comida rápida (única y verdadera religión estadounidense) y lo hace situando su cámara en el epicentro del torbellino: la directiva de una importante cadena de hamburgueserías donde surge el dilema de investigar por qué se ha descubierto que gran parte de su producción está contaminada. Y aquí está el problema. A Linklater no le salvan las buenas intenciones porque prescinde de la arremetida furibunda y decide esparcir el relato en todas direcciones; claro que esto siempre es relativo y ambiguo, pues se trata de un film basado en un libro. Aun con grandes acierto y, sobre todo, magníficas interpretaciones, especialmente las de Catalina Sandino y Wilmer Valderrama, FAST FOOD NATION se va tornando voluble a medida que debe dar respuesta a la infinidad de preguntas que ella misma suscita. Así, pasamos en un santiamén de un grupo de espaldas mojadas que intenta cruzar la frontera a unos adolescentes que juegan a ser activistas, del directivo desengañado a la manoseada escena del chico que escupe en las hamburguesas o del encargado pulcro y trepa. Se cuentan muchísimas cosas, quizá demasiadas, pero falta el pegamento, falta una idea lo bastante sólida para que no acabemos abatidos, sin saber muy bien a qué carta está jugando un director cuyo principal problema suele ser ese: una inexplicable timidez para remachar contundentemente una serie de ideas que, desafortunadamente, no pasan de atractivo esbozo. Aun así, no es una película tan mala como para no echarle un vistazo.
Saludos con ketchup... aunque me gusta más la mayonesa.

miércoles, 22 de julio de 2009

No soy yo, sino el que me mira desde el espejo

Philip K. Dick es el gran pope de lo alternativo, de lo alternativo como opción a lo oficial; siempre se ha hecho preguntas en sus excelentes novelas, donde nada es, ya no lo que parece, sino lo que se supone que debe ser. Y muchos de su legión de incondicionales piensa, no sin razón, que A SCANNER DARKLY es su obra cumbre.
La adaptación a la pantalla, tras años de infructuosos intentos, con nombres como Charlie Kaufman o Terry Gilliam sonando, recayó hace tres años en un director más taimado, menos poliédrico, aunque de sorprendente y variada trayectoria. Y Richard Linklater eligió la controvertida técnica del rotoscopio para dotar de un mayor aura de alucinación (si cabe) una historia que tampoco es tan complicada si se la despoja del artificio, que es mucho.
Más o menos, lo fundamental es la lucha del estado contra una droga que convierte a los adictos en paranoicos esquizoides; para ello, infiltra a una serie de agentes de los que nadie sabe la identidad (impagable el traje que usan para presentarse en público) y los vigila en su devenir con los drogadictos. Todo en A SCANNER DARKLY es retorcido, de doble sentido y bastante pesimista. El agente en cuestión resulta ser también adicto, pero como la mitad de la película los personajes están colocados pues tampoco sabemos qué ocurre en realidad y qué es una alucinación. De desarrollo irregular, el film es un escaparate de extravagancias, empezando por el personaje de Robert Downey Jr. o las extrañas visiones de insectos y demás; el problema es que no consigue terciar entre su lado más lúdico y el politizado, ya que se apunta una especie de conspiración gubernamental que en la novela está mejor equilibrada y en el film, que a veces es de una ligereza irritante, parece una broma privada del director.
Ya digo, no es tan complicada, sólo que Linklater no es un mago de los desarrollos; además hará las delicias de los frikis que pedían a gritos ver a Keanu Reeves y Winona Ryder en plan drogota.
Saludos de mi... esto, él...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Sonata intimista

¿Quién no ha soñado con conocer a Julie Delpy en un metro? Así, sin más, el summum del amor y el romanticismo ¿Qué chica no caería rendida ante los encantos de Ethan Hawke a orillas del Sena?
En BEFORE THE SUNSET, el habitualmente habilidoso Richard Linklater juega una baza que suele ser peligrosa. Con estos mimbres, ya tan manidos, no sólo sale airoso (recordemos que se trata de la continuación de aquella joya que era BEFORE SUNRISE) de este reencuentro diez años después, sino que logra un trabajo casi hipnótico, como si toda la película fuera un largo paseo de 80 minutos por París, con los dos actores dialogando sobre cosas que no son tan importantes, que son las más importantes del mundo cuando se está enamorado. No quieren reconocerlo, porque son más maduros, porque diez años sin verse es mucho tiempo y porque la vida les ha tratado regular. Sin embargo, ese maravilloso paseo ha de desembocar por fuerza a algún lado, y aquí es donde se revela la gran astucia y honestidad de Linklater, cuando ambos personajes llegan al apartamento de ella y el espectador recibe justo lo que no esperaba. La lógica cinematográfica fundiría a los dos enamorados en un tórrido beso y daría por concluida otra tarde amable de cine romántico, pero Linklater sigue filmando incluso los silencios incómodos y la insólita forma en la que Julie Delpy, imitando a Nina Simone, hace reír a Ethan Hawke. En ese punto justo, el director ha logrado su difícil propósito: un final abierto a cualquier interpretación ¿se irá? ¿se quedará? ¿se aman? ¿se acabó la magia del momento? Quien sabe. Lo que sí sabemos es que una vez más el buen cine prevalece sobre los géneros y sus trillados caminos.
Saludos antes de...
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!