Mostrando entradas con la etiqueta Mario Camus. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mario Camus. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de diciembre de 2021

Rodar en la niebla


 

Y así, llegamos al último título dedicado a Mario Camus, el que fue su último film también. Filmada ya con 72 años, EL PRADO DE LAS ESTRELLAS es una película fallida, mal montada, discretamente interpretada, y con el escaso aliciente de algunas escenas de ciclismo, deporte que fue una gran pasión del santanderino. De nuevo vuelve a ocurrirle, Camus quiere contar demasiadas cosas, establecer lineas narrativas que están demasiado alejadas unas de otras, como para obtener una historia sólida y significante. Por un lado está Alfonso, un señor mayor que visita a Fernanda en una residencia, ya que fue la mujer que le cuidó cuando se quedó huérfano. A Alfonso se le aparece un joven en bicicleta, Martín, al que le adivina cualidades, que sin embargo habrá que pulir. Por otro lado, está la hermana de Martín, que trabaja en la residencia e inicia un romance con un restaurador de motos, aunque espera la visita inminente de un antiguo amor. La señora Fernanda, ha elaborado un testamento en secreto, donde deja una importante cantidad de tierras a Alfonso, en vista de que sus familiares jamás se han preocupado de ella; hecho éste que desencadena una serie de acciones legales contra el inesperado beneficiario. Así las cosas, quiero creer que hay una historia muy bienintencionada aquí, ensalzando a quienes se preocupan por los demás, no por lazos familiares, sino por que de alguna manera continúen sus labores cuando ya no estén. Podría ser eso, pero el resultado es decepcionante para un director tan laureado; una especie de culebrón sin tiempo para desarrollarse, con demasiadas escenas sobrantes y, ya digo, un estupefacto reparto, a cual más antinatural. Una lástima, porque hay destellos de simbolismo detrás de cada historia, pero o no se quiso o no se pudo hacer mejor.
Saludos.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Buscarse el rabo


 

LA PLAYA DE LOS GALGOS es como uno de esos paseos que uno da sin ganas, como obligado a salir del sofá y habitar el asfalto, enfrentar escaparates o pelar la pava con los olores de los ultramarinos. No sé si seguirán existiendo los ultramarinos, pero sí parecen existir guiones ensimismados de sí mismos, seguros de que todo les va a salir rodado por inercia; como un paseo, sí, a ninguna parte. Demasiadas mezclas, demasiados tonos, demasiadas improbabilidades para que instemos a lo creíble, o que al menos haya un lucimiento de contornos. Y es que hay que hilar muy fino para encajar a un ex-etarra que quiere salirse de la banda, su hermano panadero, una misteriosa mujer que va vestida de femme fatale y un psiquiatra argentino que opera en Dinamarca. Y lo digo sin sorna, porque yo a Mario Camus siempre le he tenido mucho respeto, pero lo suyo no ha sido nunca hilvanar lo estrambótico; su cine, sobrio, clásico, sin aspavientos, se ve desnaturalizado en el momento que la trama ya no se hace cómplice, sino que brinca arbitrariamente. Todo esto ocurre en un film bien filmado, que puede mantener el interés unos tres cuartos de hora, pero que dura demasiado para lo pronto que empieza a desmoronarse su extraño thriller costumbrista. 
No ha envejecido bien, y aún no tiene 20 años.
Saludos.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Gigantismo sin carcasa


 

Probablemente, uno de los momentos más desoladores en la larga trayectoria de Mario Camus, se produjo en 1999, con la imposible adaptación de LA CIUDAD DE LOS PRODIGIOS, título capital en la obra de Eduardo Mendoza, que hubiese necesitado otro formato para entenderse en su magnitud, pero también algunas decisiones menos encorsetadas y, finalmente, incomprensibles, incluso ridículas. Quien haya leído la novela, su inteligente discurso, imponiendo y erigiendo la disputada hegemonía de la ciudad de Barcelona, simétricamente al ascenso de su protagonista, Onofre Bouvila, nacido en los montes, rodeado de miseria, con un padre emigrado a Cuba, y que utiliza toda su adversidad para medrar donde los señoritos lo ostentaban todo y los pobres se organizaban en precario. La novela habla de los sangrientos encuentros entre los anarquistas, la policía untada, o los negocios oscuros en torno a las dos exposiciones universales, la del 98 y la del 29. El film, incapaz de condensar en sus dos horas y media una trama tan intrincada e intencionada, se queda muy en la superficie, asfixiada entre unos diálogos que no hacen avanzar la historia, y unas escenas que se pretenden espectaculares, pero que apenas sirven para mostrar el supuesto músculo de lo que jamás ha funcionado en este país, la tentación de hacer una superproducción. Dejando el horroroso casting aparte (Olivier Martinez, dios mío de mi vida), lo que más pena da de esta gran oportunidad perdida, es el desinflado continuo, la incapacidad para apresar el verdadero espíritu del original, para lo que me parece esencial tener una sabiduría extrema acerca de todo lo que se cuenta, y no es el caso; nos hubiese dado lo mismo estar en Barcelona que en el New York de Scorsese o el Birmingham de "Peaky Blinders". No hay nada de ello, y sí un incómodo tedio, como de que sabes que no está sucediendo nada importante en pantalla.
Un fiasco en toda regla.
Saludos.

domingo, 5 de diciembre de 2021

Rincón del freak #484: Pulp a la gallega


 

Bueno, como no todo iba a ser azúcar en el repaso/homenaje que venimos dedicando a Mario Camus, vayamos con las sombras, que las hay y bien groseras. Como aquella ocurrencia de Enrique Cerezo, mediante el que se impuso nada menos que hacer carne las andanzas del héroe de novelita creado por José Mallorquí, y que tantos veranos ha amenizado cuando la tarde se hacía siesta. Hoy día, LA VUELTA DE EL COYOTE es poco menos que un estipendio, semioculto por la tiniebla de un más que merecido ostracismo, y que no tiene defensa posible, ni siquiera como rareza o pura marcianada. Es más, la locura de Cerezo le llevó a contratar al mismo equipo para un largo (éste) y otros tres mediometrajes, como si de una miniserie de súper lujo se tratara. Aquello salió adelante, fue un fracaso en taquilla y un bochorno de crítica, y no parece probable que nadie se atreva a recoger el guante, máxime cuando han pasado 23 años y nadie la ha reivindicado. Obviando el asunto crematístico, no encuentro otro motivo por el que un director tan prestigioso, con mejores propuestas sobre la mesa, se decidiera a rodar un film tan inconsistente. Podría contarles algo del argumento, pero prefiero que la vean y se deleiten con, por ejemplo, las "dotes interpretativas" de una tal Mar Flores. Bocatto di cardinale...
Saludos.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Huir para encontrar


 

EL COLOR DE LAS NUBES, de 1997, es otro guion que me parece desaprovechado por Camus, y por su empecinamiento en contar muchas cosas en el marco de una historia principal que, bien vista, tampoco da para muchas florituras. Vista hoy, uno se pregunta por qué despreciar los momentos "a lo Dardenne", con ese chaval desvalido, triste, literalmente abandonado por sus padres en mitad de la calle, y que decide hacerse pasar por uno de esos chiquillos que, por aquella época, venían de los Balcanes a familias de acogida. Ahí había un motivo férreo, potente, unna de esas contadas oportunidades de explayamiento poético, si se quiere. Pero la familia cántabra a la que llega ya tiene sus propios problemas; está a punto de perder la casa, porque el hijo del dueño, ya fallecido, reclama sus derechos ante la mujer que allí vive, con quien su padre vivió gran parte de su vida. Bueno, aún estamos a tiempo de engarzar una historia en otra, pero aún hay otro tirabuzón, y éste ya es más complicado de defender. Resulta que en aquel pueblito cantábrico, un señor tiene un vivero, que utiliza asimismo para almacenar los fardos de polvos pica pica que periódicamente van llegando por la costa; pero decide quedarse una miaja y prescindir de los que le pagan, a los que ni siquiera conoce. El tipo aparece muerto, después de que vengan a buscarlo, y la excusa (ya cogida por los pelos) es que un viejo pescador, amigo de la familia de acogida, descubrió la mercancía perdida, y pretende usarla para solventar la roncha inmobiliaria. En fin, que son tres historias muy interesantes por separado, pero que juntas parecen la primera temporada de "Doctor Mateo", y eso, amigos, no lo salva ni Mario Camus...
Se puede ver por el trabajo de algunos actores, pero lo cierto es que son dos horas duritas de tragar si no se va avisado.
Saludos.

jueves, 25 de noviembre de 2021

La mujer del farsante


 

AMOR PROPIO, de 1994, es un título menor, como de transición o encargo, que sin embargo tiene algunos momentos de audacia fílmica, al hibridar Camus su metronómico guion con la deliciosa desfachatez de José Luis Cuerda, a la hora de hacer hablar a los personajes en este curioso artefacto, casi precursor de un cierto tipo de cine negro patrio, pero que por entonces no era ni mucho menos normativo. Hay dos puntales en la historia de un director de banco que desaparece un día, y al otro se descubre que ha perpetrado un enorme desfalco, haciendo desaparecer, entre otras cosas, los ahorros de miles de personas, que ahora piden explicaciones al perder su dinero. Por un lado está esa misteriosa desaparición, que empieza a mover piezas en todas direcciones; pero sobre todo emerge la figura de su mujer, que aparece como una pobre desdichada, acosada por los afectados, pero cuyo personaje va poco a poco virando la situación hacia su lado. Y es extraño, porque inmersos como estamos en esta fiebre del empoderamiento femenino, no tengo constancia de que a principios de los noventa, en este país se pensara en ello como deriva dramática. Más allá de la anécdota, el film remonta por lo que remonta, por el esforzado trabajo de sus responsables, y porque la trama logra mantener en vilo al espectador, justo hasta que llega el tramo final y a alguien se le va la cabeza, y el desenlace parece casi de culebrón venezolano. Está Verónica Forqué haciendo de ella misma, Antonio Resines como un antipático hermano vago y manipulador, Anabel Alonso como la querida analfabetita ("querida" no por lo estimable), Antonio Valero como el desaparecido (así que buena elección), Tito Valverde de señor de provincias un poco rarete y amortiguado de carácter, y Ramón Langa con bigotón dando vueltas por ahí... Yo sigo pensando que si la hubiese dirigido Cuerda lo mismo la hubiese hecho mejor. Menos seria, pero mejor...
Saludos.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Pólvora mojada


 

En 1993, Mario Camus realizó un valiente pero insuficiente acercamiento a la problemática, entonces tan vigente, del grupo terrorista ETA. SOMBRAS EN UNA BATALLA acierta como visión original que pueda hacernos entender qué movió a un grupo originalmente creado para luchar contra el fascismo, a convertirse en una manada de carniceros sin un solo objetivo defendible. Sin embargo, como película en sí, Camus no demuestra tino, y por momentos, a poco que no hayamos leído la sinopsis, podríamos creer que nos encontramos ante un romance otoñal, un tratado de ornitología, o las soledades de una veterinaria en la Zamora rural. Le falla la articulación, encajar elementos tan diferentes dentro de un contexto engrasado y dinámico. Sólo muy al final, y sin que podamos tener tan siquiera un poco de elemento sorpresa, Camus remata con una escena llena de nervio y tensión narrativa. Aun así, uno vuelve a ver esta discreta película algunos años después, y se pregunta que hubiera pasado con un casting más acertado, porque a excepción de Tito Valverde (y eso que me parece desaprovechado, en un personaje que daba para un film distinto), tanto Carmen Maura como Joaquim de Almeida parecen estar interpretando con el freno de mano echado. Curiosamente, ha de ser un Ramón Langa bigotudo quien, con una tardía aparición, al menos insufle un poco de intriga a esta película demasiado sosegada para lo que cuenta.
Saludos.

jueves, 11 de noviembre de 2021

En un mundo de hombres


 

Hay todavía quien se empeña en no ver, con su ceguera, la desigual fortuna que las mujeres siempre han padecido, obteniendo confort de espinas apenas al ser sumisas, cabizbajas, anuladas. Lorca lo supo y lo plasmó en esa obra de goznes sellados, enaguas ocultas, luto eterno y aire viciado que es, siempre será, LA CASA DE BERNARDA ALBA. Una obra que sirve para muchas cosas, para recordarnos, para que no olvidemos, para que aprendamos y para que no nos pase lo que es un cuento de horror misterioso y telúrico, pero también una denuncia sorda, desde dentro, en la que todos son culpables, y nadie es culpable. Hay una escena en la brutal película de Mario Camus, que pese a su brevedad consigue azuzar el tiempo de esa casa cerrada a cal y canto, a la que acude Pepe "el romano" (sombra despojada de rostro) a sobar por las rejas a una hermana, y luego a otra, desaparecer en la madrugada de grillos, dejar humedades y latidos. Esa escena es la lapidación literal a garrotazos de la infeliz que tuvo la ocurrencia de tener un hijo sin casarse, fíjate tú el pecado, mientras el embarazador puede que hasta llevase alguno de los garrotes. Terrible dentro como fuera, imposible de contener, por mucho que Bernarda Alba (una Irene Gutiérrez Caba cuya frialdad no parece de este mundo) piense que la dicha sólo necesita paredes para resguardarse. El relato es inmortal, imperecedero, repleto de anuncios que lo hacen pretérito o futuro, para que nos avergoncemos también de nuestro presente. La película de Camus es titánica, y hay pocos directores (aquí asoma Bergman indisimulado) capaces de afrontar lo que pertenece al teatro. dotándolo de un espíritu cinematográfico descomunal. Magnífico en los detalles, desigual en los retratos femeninos, con Florinda Chico demostrando lo gran actriz que era, con ese verano andaluz achicharrante, pero que queda helado, como ese tiempo que Bernarda Alba dictamina con golpes de bastón e interminables réquiems, desde que se adentra, junto a sus pobres hijas, en una penumbra que es muerte en vida.
No se puede adaptar mejor.
Saludos.

jueves, 4 de noviembre de 2021

El hombre del bandoneón


 

Es comprensible el gran reto que debió suponer el seguir rodando para Mario Camus, más allá de los tres años que lo encumbraron como uno de los nombres clave de la cinematografía española. Sólo eso puede explicar un film tan incomprensible como LA VIEJA MÚSICA, una amalgama de intenciones incapaces de cuajar en un todo sólido, y ni siquiera coherente. Por un lado, hay una historia de amor tardío, con un Federico Luppi recién llegado de Uruguay a Lugo, donde se obsesiona con encontrar a una mujer que es Charo López, con la que sintió lo único que mantiene su ilusión por vivir. Luego hay un salto mortal en el guion, puesto que Luppi viaja con una niña bilingüe, que constantemente pone conferencias con Estados Unidos para hablar, suponemos, con su madre. El doble salto mortal es el del detective privado interpretado por Agustín González, que ha sido contratado para convencer a la niña de que vuelva con la susodicha. Hay uno triple, que nos habla de cómo Antonio Resines se ve obligado a vivir en un hostal, porque Assumpta Serna, que enseña francés, es una castigadora impenitente. Aún más, le podemos añadir un doble tirabuzón, porque Luppi ha llegado en calidad de entrenador de baloncesto para entrenar al mítico Breogán, precisamente sustituyendo a Resines. Hay tiempo hasta para un inserto que no sabemos a qué viene, con Paco Rabal poniendo discos de tango a un Luppi estupefacto. También sale Charo López un rato solamente, pero nada puede remontar este previsible desastre; que se puede perdonar, claro, pero desastre al fin y al cabo. Apenas son interesantes algunas escenas de archivo de aquel baloncesto de calzonas ceñidas y pelo en pecho, de público fumando y anuncios de Fundador. Es con el que algunos crecimos...
Saludos.

jueves, 28 de octubre de 2021

El norte


 

Casi oficiando de preámbulo al film de Erice, LOS DÍAS DEL PASADO también indaga en la soledad de una mujer (una estupenda Pepa Flores), trasplantada de su Málaga natal a un norte inhóspito de posguerra, aunque los motivos no son casuales, y ni siquiera responden a su recién estrenado puesto de maestra local. Juana busca a Antonio, que desapareció tras la guerra, que él sigue librando desde las montañas, con los maquis. Ángel, un chaval que nunca ha ido a la escuela, sabe el paradero de los maquis, y entabla una amistad de ayuda recíproca con Juana. 
De carácter más prosáico que el referido, Camus sí parece adelantar lo que ofrecería más tarde en LOS SANTOS INOCENTES, sirviéndose de la peripecia sentimental de esta mujer para trazar un retrato implacable de esa España oscura, fría, desalmada, perfectamente enclavada en esos montes inaccesibles, paradójicamente el único cobijo para quienes están sentenciados. Así, Juana simula ser una más entre unos lugareños que no sospechan sus intenciones, y que incluso podrían ser amigables mientras se mantenga la farsa. A destacar también una fantasmagórica fotografía a cargo de Hans Burmann, y algunas intervenciones secundarias, que sin embargo se antojan demasiado breves y anecdóticas, como la de Manuel Alexandre, que tiene una pequeña pero memorable aparición. Una película que ha quedado inexplicablemente olvidada (qué grande ha sido la sombra del Camus posterior), pero que ofrece una mirada francamente interesante a una época que nunca querríamos reconocer como nuestra, y lo es.
Saludos.

jueves, 21 de octubre de 2021

Los amores tardíos


 

En una escena especialmente significativa, Elisa, muchacha bien, ya no tan joven, asustada de posibles bandazos sentimentales, roza el libro abierto que supone está leyendo Pablo, hombre maduro e inmaduro, marinero de timón suelto, probable suicida de los lentos, y luego entra en una librería a comprar la misma edición, de Austral, que siempre le fue tan bién a Baroja. Ahí se resume todo lo que cabe en LOS PÁJAROS DE BADEN-BADEN, liberrísima adaptación de la novela de Aldecoa, a cargo de Manolo Marinero y Mario Camus, y que, casi 50 años después, no ha perdido nada de su modernidad, al contrario, adelanta a una gran cohorte de cineastas españoles, algunos "afrancesados", pero no es el caso. La historia es clara, contundente, aun asiéndose de esas poesías desesperadas que parecen impregnarlo todo, el fracaso, la culpa, lo estéril y lo nimio, todo para incluirnos también a nosotros en esta historia de amor que no puede funcionar de ninguna manera, y que por ello es más verdadera y triste. Un amor que habla de soledades más que de felicidades, y un amor que se intuye en la seriedad de ella cuando descubre lo frágiles que son esas caricias de lobo de mar. No se puede ayudar a los orgullosos, no se debe, y por eso hay una fractura como chasquido de hueso cuando él accede a acompañarla a su mundo de junlais de camisita y chaletazo, donde casi unos puñetazos sean más dignos que ese falsísimo afecto familiarizante. Y cobran más sentido aún las tardes de plena libertad, con el torso siempre desnudo de él y la comprensión entregada de ella; queda todo para un verso insuperable de Claudio Rodríguez, tan amargo como un vinazo en un jarrillo de lata desconchada. 
Estupenda e increíblemente olvidada película de un director tan seguro de sí mismo, que era capaz de despistar al más avisado con un arranque que invoca un desarrollismo indignante. Nada más lejos, como la estremecedora partitura del maestro García Abril, otra maravilla...
Absolutamente contemporánea.
Saludos.

jueves, 14 de octubre de 2021

La ley a los infames


 

En 1972, Mario Camus emprendió un ambicioso proyecto para RTVE, nada menos que un señor largometraje (me chivan que en televisión se pasó en dos partes) sobre la inmortal obra de Calderón de la Barca. LA LEYENDA DEL ALCALDE DE ZALAMEA es una película muy canónica, pero no lo parece; o a lo mejor es al revés, no sé. Pero verla hoy día es un placer culpable, al tiempo que una gozosa zambullida en aquellos desempeños y quehaceres, que eran los de aquel tiempo, tan sobreabundantes para lo televisivo. Intérpretes de primera magnitud, una localización real (que aunque no era Zalamea, sí estaba en Extremadura), y una realización impecable, con, por ejemplo, fotografía de Hans Burmann y una extraordinaria música del gran Antón García Abril. El texto, revisado aunque bien respetado, es intemporal por el tema tan universal que toca, el de las injusticias y excesos provenientes del poder mal entendido; aunque también da cuenta de lo contrario, de cómo lo justo y honorable ha de prevalecer por dificultoso que parezca. En un reparto extenso, sobresalían unos excelsos Fernando Fernán Gómez (el capitán general, Don Lope de Figueroa) y Paco Rabal (el labrador, y posterior alcalde, Pedro Crespo). En mi opinión, y de momento, la menos acartonada de las versiones del original, pese a que no abandona el declamado, y la extensión del elenco cojea por alguna pata. Y no le vendría nada mal un poco de restauración digital, ya que estamos, que Don Pedro Calderón bien se merece que su infalible humanismo se haga de ver bien en condiciones en estos tiempos tan inciertos faltos de la inquebrantable moral de otro Pedro, Crespo, que no dudaba en dar su merecido a quien osare tocarle una ceja a una de sus desvalidas hijas... algunas más que otras, ya se sabe...
Sin más, una de esas obras a las que no es que haya que llegar, sino de la que nunca debiéramos marchar...
Saludos.

jueves, 7 de octubre de 2021

Dos hombres y un biberón


 

Incluso en una película tan costumbrista como LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE, una comedia típica de enredos escrita para teatro por Joaquín Calvo Sotelo, llega a notarse el pulso dramático de Mario Camus, que encuentra en el reducido espacio de un piso del centro de Madrid todo un microcosmos en el que se puede explicar gran parte de la idiosicrasia de un lugar y una época. Todo parte de la mañana de Navidad en la que amanecen Juan y Santiago, hermanos, solteros, funcionarios de aduanas y de luto por la mamá muerta, que ha dejado a dos desastres muy diferentes. Juan es organizado, pero un poco mojigato, mientras que Santiago es un picaflor empedernido, al que le cuesta despertarse tras sus "largas noches". Y ese día, sin que se sepa por qué, una mujer anónima deja un cestito con un bebé en la puerta de estos hombres, que probablemente habrían reaccionado más naturalmente ante un marciano o una jirafa, pero cuyo mundo se vuelve del revés ante esa criatura, de la que podemos intuir su triste circunstancia. Es cierto que gran parte del film orbita entre el sainete y la españolada pura y dura, aprovechando la gran química de la "extraña pareja" formada por Alberto Closas y José Luis López Vázquez, que bordan sus roles, pero Camus introduce varios elementos ajenos, y que oscurecen notablemente la comedia. Desesperados, Santiago decide buscar a quien alimente al bebé, y, claro, va al mísero burdel que frecuenta, donde encuentra la complicidad de una prostituta que es madre. La vecina de enfrente (la inefable Rafaela Aparicio) ejerce de "ojo de Sauron" que todo lo ve y todo lo controla, y a la que hay que engañar para escapar de su vigilancia extrema. Finalmente, y pese a ser fiel a las costumbres patrias de 1965, el personaje de Laura Valenzuela es poco menos que el de una casamentera indisimulada, capaz de dejar a un lado melindres y exigencias, y que se ofrece solícita a oficiar de nodriza, si eso la lleva a pescar a uno de los dos solteros. Porque eso era España entonces, un lugar falsamente acogedor, trituradora de espíritus pusilánimes, y cargada de códigos inverosímiles, sin los cuales era imposible dar el siguiente paso.
Hay una versión, rodada diez años antes en México, pero esa ya es harina de otro costal...
Saludos.

jueves, 30 de septiembre de 2021

El otro ring


 

YOUNG SÁNCHEZ, también de 1963, es toda una rareza del cine patrio, un relato de aquellas sórdidas veladas de boxeo, en una España aún deprimida, y en la que los jóvenes buscaban cualquier forma para salir de la miseria. Con guion de Ignacio Aldecoa, la película sigue a Paco, que trabaja en una fábrica y por las tardes acude a un gimnasio, donde "el viejo" ve las tremendas cualidades que tiene para el boxeo, al mismo tiempo que lo intenta apartar de las tentaciones, sobre todo de un promotor que le ofrece una carrera profesional meteórica, pero que esconde nada más que combates arreglados. Una película sólida, con buenas interpretaciones (con el malogrado Julián Mateos al frente), y un ritmo que a veces se hace complicado de encauzar, dado que Camus otorga tanta atención a unos combates de gran realismo, como a esa otra cara de la vida, entre trabajos de mala muerte y tabernas mugrosas. Se trata de una cruda mirada a las trampas de los ascensos rápidos, aunque la historia bien habría merecido un poco más de profundidad y empaque.
Saludos.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Cuando llegan los días señalaítos


 

Me enteré de que falleció Mario Camus, y con él se va un cine que, sin haberse ido tampoco, no es posible que vuelva, al menos en la forma en que lo concebía el director santanderino. Su cine era hormigas y cuchillo, furia y abnegación, y lo injusto y lo machacado, y lo mal que le sienta al criminal que le digan que lo es. Imprimía Camus esa pátina de honestidad indisimulada, que a veces le jugaba malas pasadas a unas películas indisolubles de su propia realidad social. Y así podría haber quedado, como ese tocapelotas tan serio y tan digno(¿Cómo debía sentirse Camus en esta sociedad hipócrita?). Pero Mario Camus también tuvo éxito, y ello le distanció de muchos parientes cinematográficos, porque habitar ciertas estancias es jodido de conciliar. Y también hizo muchas películas, y la primera fue LOS FARSANTES, que revelaba a un director sorprendentemente maduro a sus 28 años. Con guion de aquel gran escritor que fue Daniel Sueiro, que adaptaba su propia novela, algo hay ya asomando en 1963 de su obra magna; pero también del Bardem y el Fernán-Gómez que daban cuenta del reverso tenebroso de los cómicos de la legua. Hay en esta impresionante película un halo de hastío y miseria, un acto de camaradería letal, ahogada por un mar de miradas desesperadas, de hambre y de sueño. Los cómicos dan esquinazo tras cada función, ahorrándose los hostales y los bocadillos de sardinas; su declamación, enmohecida por el uso, es ya un fantasma acorralado por los oropeles del cinematógrafo, lo que queda perfectamente retratado en una secuencia antológica, muy de Camus. Llevados por la desesperación, la compañía de Don Pancho llega a una especie de cortijo, donde unos señoritos, estirados, aburridos, salivantes, les dan opípara cena y magro sueldo por una noche de función. No será gratis, pues exigen que una chica (una desarmante Margarita Lozano) les haga un strip tease. Le escena, terrorífica, como una pintura negra de Goya, muestra esa insalvable diferencia de clases, esa tendencia a comprar a la gente de los desalmados que siempre han creído que los demás les pertenecemos, porque este país les pertenece. Jamás he visto tanto patetismo ni he llegado a sentir tanta vergüenza ajena con una escena. La vergüenza, claro, hay que conocerla para tenerla...
Por todo ello, y porque también salía un joven Luis Ciges, maravillosa película.
Saludos.

viernes, 29 de enero de 2010

Un hombre llamado Paco "el bajo"

Hay muy poco que yo pueda decir aquí acerca de LOS SANTOS INOCENTES. La estratosférica calidad cinematográfica desplegada, hace ya veinticinco años, por Mario Camus, entonces el cineasta más en forma del convulso panorama nacional, no queda sólo ahí sino que logra el milagro, el gran milagro, aunque sólo fugazmente: Camus marca (supongo que involuntariamente) una especie de camino a seguir, un cierto "índice" estético, morfológico y depositario, mediante el cual poder hacer visible un utópico cine español, eso que tanto anhelábamos algunos y ya hemos dado por imposible.
Pero hablemos de la película. LOS SANTOS INOCENTES es la "Weisse band" española a la inversa; es decir, en vez de adelantarse a los acontecimientos con la callada furia de Haneke, Camus retrata impecablemente la degradación moral de un extracto social (los campesinos) sometidos casi eternamente por el despotismo del ganador (el señorito) del conflicto, del beneficiario de su devastación. Todo ello en un lugar mítico (el cortijo) fuera del tiempo y el espacio, cuyas calamidades y humillaciones podemos situar sin dificultad tanto en mitad del siglo XX como en cualquier siglo anterior, pues "la miseria se come los ojos de los pobres para que no vean lo que tienen delante". Mención aparte merece la estremecedora, minuciosa, delicada, inusual ahora mismo, construcción de personajes, algo muy presente en la magistral novela corta de Miguel Delibes. Desde el despiadado señorito, interpretado por el gran Juan Diego, hasta Alfredo Landa sublime, de oscar, de Goya, de lo que ustedes quieran, como Paco "el bajo", una persona degradada hasta perder sus últimos retazos de humanidad (literalmente); está Terele Pávez, una de las mejores actrices de final de siglo, como Régula, la abnegada esposa; y está otro monstruo inabarcable de la pantalla, don Francisco Rabal dando una lección soberana de interpretación, porque su Azarías es una de las cumbres del cine de todos los tiempos. Que no lo digo yo, que no se olviden ustedes de que a Rabal y Landa les premiaron en Cannes y que son muchos los cineastas extranjeros que han reivindicado la película de Camus, dato éste que debería hacernos reflexionar sobre cuál es el punto exacto en el que nos encontramos ahora mismo, justo cuando el cine, tal y como lo conocíamos, parece estar a punto de desaparecer y dar paso a otra cosa, algo con gafas...
Y si no la han visto, entonces no tienen perdón de dios...
Saludos de "la milana"...

martes, 29 de abril de 2008

De la maestría y sus caprichos

El absurdo afán de buscar una identidad propia sin parecerse demasiado a otra, llevó de cabeza durante algunos años al progresismo español, tan deudor de la cinematheque como falsamente orgullosa (sus obras maestras hasta entonces producían risa comparadas con las vecinas); pero ya se sabe, de casta le viene al hidalgo.
No es mala cosa, por tanto, el haber echado mano (a falta de creadores puros [la rídicula y eterna autorepetición de Almodóvar ni la miento] ni industria colaboracionista) del, a posteriori, fiable y eficaz tándem conformado por infalibles artesanos y consagradas obras literarias.
La que nos ocupa podría encabezar honorariamente la larga lista de dichos productos (éstos, efectivamente, idiosincráticamente emparentados con la "mirada española") por varios motivos.
Primero, la obra en la que se basa, y pese a las antipatías que siempre me produjeron su padre literario, es, simplemente una de las cimas de la escritura en castellano del XX.
Por otra parte, el elenco de actores es posible que sea un hito, al haber reunido, de una tacada, al menos una treintena de primeros nombres, lo cual da el aire de palimpsesto adecuado al original.
Siguiendo con el que seguro es el mejor y más sólido trabajo (obviaremos LOS SANTOS INOCENTES) del barcelonés Mario Camus.
Es, por lo tanto, LA COLMENA un fresco autóctono de posguerra que abruma por acumulación, sin llegar a asfixiar. El continuo cruce de personalidades podría remitirnos al mejor Altman, y la emotividad, obligatoriamente neutralista (aunque no lo crean, la censura prohibió durante bastantes años la novela), dibuja un rarísimo neorrealismo castizo que, sin embargo, nunca elude su tono de dramaturgia dieciochesca.
Así, los trasuntos de escritores fracasados, mujeres todoterreno, civiles de los de verdad, crápulas en el alambre, y hasta omniscientes vendedores de tabaco, reverberan sobre la pantalla, haciéndola palpitar y traspasando fronteras, enseñando aquella VERDAD desgraciadamente nuestra, que también la fue.
Saludos al panal indéfilo.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!