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miércoles, 9 de abril de 2025

Los reencuentros intransigentes


 

A Paul Schrader se lo perdono casi todo, y afirmo que tiene una de las reinvenciones más drásticas y cojonudas (por ese orden) de una generación que tampoco es que haya sabido perdurar con tanta dignidad. Mucho de eso hay en OH, CANADA, donde se nota mucho el material ajeno, que obliga a Schrader a frenar donde sus guiones precisamente explosionan. No me funciona como improbable reencuentro con Richard Gere, al que literalmente descubrió; tampoco como un retrato sobre la enfermedad y la decadencia, que va perdiendo interés cuanto más se explicita; y mucho menos la peripecia sentimental de su protagonista, un tipo bastante despreciable, que por algún ensalmo que se me escapa es irresistible para todo el mundo. Podría observarlo como un extraño tratado sobre el patetismo, la conmiseración como único baluarte de un matrimonio sin química alguna, o lo que creo que atrae más al propio Schrader, que es la imposibilidad de renunciar a una vida artística que, sinceramente, tampoco es tan apasionante como aparentaría la figura de un documentalista de éxito, que accede a participar en un documental en el que promete abrirse en canal, previendo que le queda poco de vida, mostrando una personalidad que no es la que sus allegados tenían idealizada.
Schrader también se hace mayor, y aunque hasta ahora no había notado una mengua en sus últimos trabajos, este último film se me hace pequeño, intrascendente y casi innecesario.
Saludos.

sábado, 2 de diciembre de 2023

El tallo trasplantado


 

Ethan Hawke, Oscar Isaac y Joel Edgerton, tres pesos pesados del cine para encabezar la "trilogía del hombre en la habitación", con la que Paul Schrader ha logrado, si no sus mejores films, desde luego sí los más personales y libérrimos. Este año, un poco a escondidas (el precio de la libertad creativa), llegó MASTER GARDENER, tercer y último de estos títulos, con los que el director y guionista, más que otra cosa, ha ajustado cuentas con su pasado, como si jugase a reescribir algunos de sus trabajos más emblemáticos. No es difícil encontrarnos con una versión menos lunática y estrafalaria de Travis Bickle, pero curiosamente más incómoda y subversiva. Sin querer desvelar demasiado, su protagonista, un meticuloso y hermético jardinero, interino en un lujoso jardín propiedad de una Sigourney Weaver, he de decir que espléndida, verá como su inalterable día a día se vendrá abajo con la llegada de una sobrina de la dueña, tras quedar huérfana. Lo más interesante, a mi parecer, es la naturalidad con la que Schrader llega a dominar su estilo, austero y eficaz, a la búsqueda de unas semblanzas que transitan desde lo fantasmagórico hasta un realismo crudo, refractario a cualquier efectismo gratuito. He de decir, sin embargo, que me parece ligeramente inferior a su antecesora, quedando como un estupendo puente entre la pérdida de la fe de EL REVERENDO y el indescifrable nihilismo de EL CONTADOR DE CARTAS. 
Imprescindibles las tres, pero no esperen un gesto de condescendencia de su autor.
Saludos.

sábado, 20 de noviembre de 2021

El irredento


 

Con THE CARD COUNTER, Paul Schrader confirma el buen estado de forma de su prosa, y de paso actualiza algunas de sus obsesiones creativas más recurrentes. Schrader crea un Travis Bickle más sereno y equilibrado, pero también con un pasado que por esclarecido queda aún más horrendo. Intencionalmente compleja, oscura y serpenteante, la trama se apoya en un colosal Oscar Isaac, en uno de esos papeles que deberían quedar grabados en nuestra retina durante décadas; un imperturbable jugador, de métodos grises, infalibles, nada ambiciosos, pero al que atormenta un pasado en el ejército del que nunca ha podido desprenderse. Su trayectoria es marcada por tres encuentros, alguno más fortuito que otro, pero con varias razones que los hace interconectarse misteriosamente. Una vieja amiga, que ahora busca a jugadores profesionales para que muevan el dinero de inversionistas; un tipo que da conferencias sobre sistemas de seguridad, y que parece la encarnación de todos los demonios que arrastra; y por último, un joven que le hace una sorprendente propuesta, que amenaza con desestabilizar su mundo por completo. Es una película sobre el juego, pero también sobre la imposibilidad de redención, con la única salida de intentar borrar cada día un trozo de ese infierno. Y Schrader filma en crudo, con esa cosmovisión tan particular, que humaniza a sus personajes y nos los arroja para que les juzguemos, y puede que hasta les podamos perdonar.
Magnífica película.
Saludos.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Seppuku


 

El seppuku es, más que un rito, una constatación, una claudicación ante el fracaso, y la última victoria posible. Encarar a Yukio Mishima es dilucidar qué nos queda si sabemos que nunca hubo nada. Paul Schrader tuvo la suerte de contar con Lucas y Coppola a su disposición para filmar, en 1985, MISHIMA: A LIFE IN FOUR CHAPTERS, quizá su continuador natural en una vertiente menos lúdica, quizá la posibilidad de destruir el biopic desde dentro, sin lugar para la hagiografía. MISHIMA es contradictoria como su protagonista, un hombre culto pero que amaba lo vulgar, y también lo exquisito. Mishima era un tradicionalista con visión de futuro, que odiaba no lo que viniese de fuera de Japón, sino su imposición; y aun así, el guion de Schrader es implacable al detonar todas las frustraciones y miserias del controvertido escritor, sus filias y fobias. Desde un desolador tartamudeo, los flirteos homosexuales, sus tendencias masoquistas o su obsesión por perfilar un cuerpo que nunca le gustó. No es un film fácil de ver, y su ritmo puede llegar a rozar lo contemplativo, cuando no directamente lo fotográfico, con un uso desmedido (y fascinante) de los decorados artificiales, y sin miedo de entremezclar la temporalidad, adelantando por momentos (es una opinión muy personal) el cine, por ejemplo, de Wong Kar-wai. Ken Ogata realiza una interpretación brillantísima, prácticamente mimética, y alrededor suyo se va conformando el complejísimo estudio, compartimentado en esos cuatro capítulos, de una personalidad abrumadora, siempre a contracorriente, y en cuyos libros (que me permito recomendar vivamente) queda expuesto el esplendor y decadencia de un imperio, con ojos fieros y desesperados...
Saludos.

jueves, 11 de abril de 2019

Una decisión definitiva



Tengo la firme convicción de que el oscar al mejor guion original debía haber sido para Paul Schrader, pero Hollywood no está preparado para el dolor irredento de FIRST REFORMED, una de las mejores películas que Schrader ha "conseguido" rodar en mucho tiempo. Las comillas indican la posición fuera de la industria que actualmente ocupa este legendario escritor y director, lo cual revaloriza aún más su inesperada y solitaria nominación, que incluso yo hubiese ampliado al formidable trabajo protagonista de Ethan Hawke, que parece ya un maldito en este apartado. Así las cosas, Schrader es capaz de sorprender  con un contenido y mordaz tratado sobre el verdadero significado de la fe y sus trampas mortales, a las que es sometido un pastor evangélico en pleno proceso de desencantamiento y descreimiento, al tiempo que desarrolla una enfermedad de incierto pronóstico. Schrader nos muestra con suma pulcritud y sosiego el día a día de este hombre, sin grandes atributos, y cuya única fijación es la adecuación de su pequeña parroquia para la inminente conmemoración de su 250 aniversario. Es la llamada suplicante de una mujer embarazada la que hace tambalearse sus convicciones, rogándole que hable con su marido, un activista obsesionado con el deterioro medioambiental y que se niega a traer un hijo a un mundo que cree irreversiblemente condenado. Como en sus mejores trabajos, Schrader guarda un inesperado desenlace para un final seco y abrupto, sin necesidad de efectismos vanos, pero poniendo sabiamente el acento donde más escuece; disparando contra todos, incluso contra él mismo, y alimentando su malditismo con una película que necesita más de un visionado y que es una verdadera joya.
Saludos.

sábado, 7 de abril de 2018

Ruido, furia, sandeces y arrebatos



Paul Schrader está acabado. Paul Schrader es un genio. Paul Schrader está de vuelta. Paul Schrader no sabe hacer películas fuera de un género, pero sus películas no tienen género. Las películas de Paul Schrader son como pensamientos zombificados durante muchos años, anquilosados en una mente enferma, que un día, sin previo aviso, pugnan por salir, sin importarle demasiado los daños colaterales. Algo de eso hay en DOG EAT DOG, una película que crees haber visto cientos de veces, para seguidamente darte cuenta de que no has visto nada igual en toda tu vida. Una película que termina como realmente debería haber comenzado, que indaga en una idea con profundidad y compromiso y en pocos segundos lo tira todo por la borda y sigue por otro camino completamente impredecible. Un film negro, traumatizado, indigesto, casi una obra maestra que quiere ser como las películas malas dirigidas por patanes que van directamente a video, y eso sólo puede pretenderlo un genio. Los genios no son como las personas normales, no piensan igual y por tanto no actúan igual, por lo que sus actos son a menudo confundidos con irresponsabilidades; y quizá sea así, quizá Paul Schrader se divierta gastando dinero en hacer películas que ni siquiera él comprende si deberían ser hechas. Pero la respuesta va implícita en la pregunta, porque el cine, la vida, no serían tan divertidos ni estimulantes sin genios como Paul Schrader... ¿Que de qué va la película?... Pues, bueno, yo diría que va de tres zumbados que creen poder dar un golpe y ganar mucha pasta. Uno es un sociópata que adora a las mujeres gordas, otro es un resentido crónico sin sentido del humor, y el otro cree ser la reencarnación rediviva de Humphrey Bogart. Respecto a esto, no se pierdan los últimos quince minutos del film, sobre todo si son fans del viejo Bogey...
Imaginen un cruce entre RESERVOIR DOGS, EL HALCÓN MALTÉS y CARRETERA PERDIDA... No digo más.
Saludos.

sábado, 3 de junio de 2017

Puto



AMERICAN GIGOLO es, posiblemente, el primer trabajo en el que Paul Schrader lleva a cabo un proceso de libertad creativa íntegra, que curiosamente no había podido desarrollar por la presión de las productoras, que veían en él una especie de "Scorsese en miniatura", una fuente inagotable de "mini taxi drivers"... Y es, aún hoy y pese a las múltiples reivindicaciones que obtiene, una película injustamente tratada, quizá por adentrarse en terrenos moralmente complicados para la acomodada sociedad estadounidense, que traga la vejación sistemática de la imagen femenina pero soporta a medias que un icono de la masculinidad, en este caso Richard Gere, aparezca en calidad de "objeto". De deseo, sí, pero también de desprecio, ninguneo y fatalidad, porque esas son las tres piedras angulares sobre las que se erige el guion ideado por Schrader, que en su primera mitad es casi un tratado hiperestilizado sobre las diferencias entre la prostitución masculina y la femenina, y mucho más si es de alto standing. Schrader perfila a Julian, un ser seguro de sí mismo, que controla su vida hasta el detalle y que no permite que ningún sentimiento interfiera en su imparable ascenso económico; progresivamente, comprendemos que Julian aún tendrá un paso más complicado, que es salir de los círculos de la prostitución, ya que esto le limita a la hora de concretar relaciones sociales sólidas. Es, por tanto, el paradigma de la soledad más irrecuperable, pero que aún tendrá una posibilidad en una mujer que no es otra de tantas, sino que realmente se ha enamorado de él, y él de ella. La segunda parte del film deriva hacia un cine negro vertiginoso tras la incriminación del gigoló en un turbio asunto que ha acabado con una clienta suya asesinada. Así, Julian se ve atrapado por la policía, que le sigue los pasos, la sospecha de que alguien cercano a él le ha preparado una trampa, aunque por motivos desconocidos, y ese objeto del deseo inalcanzable que supone la mujer del senador, que al mismo tiempo puede ser su única tabla de salvación.
Filmada en perpetuos claroscuros, con la fría música de Giorgio Moroder reinterpretando un viejo éxito de Blondie y con un Richard Gere que ya nunca volvería a estar tan elocuente, AMERICAN GIGOLO es un film imprescindible para entender derivas estéticas e ideológicas de trasuntos posmodernos del propio Schrader, que en la actualidad tienen representantes de altura, como Assayas o Winding Refn, y que además es un borrador impagable de ensayo de escritura fílmica, de mestizaje de géneros, y sobre todo de insobornabilidad e integridad frente a la maquinaria de las productoras. U olvídense de todo esto y disfruten de una estupenda película.
Saludos.

domingo, 28 de junio de 2015

Rincón del freak #199: Porque la decadencia puede ser un género



Uno de los fenómenos más curiosos de los últimos tiempos consiste en identificar y separar las diferentes películas (y son muchas) que hace Nicolas Cage, porque el conjunto parece un todo indisoluble y capaz de fagocitar a cualquier talento creativo que se le ponga por delante. El ejemplo más claro de este mórbido empecinamiento, cuyas raíces suponemos oligárquicamente monetarias, es un dislate llamado DYING OF THE LIGHT, que compila, para regocijo de quienes se masturben con estas salvajadas, todos y cada uno de los mandamientos que, de seguir así, van a hacer del célebre actor un género en sí mismo. Y no muy afortunado, pero al menos capaz de hacer fruncir el ceño a cualquier tipo de crítico, poniéndolos a todos por una vez de acuerdo. La película en sí es una bobada de sobremesa, barata, cutre y sin pizca de sentido del humor (baste recordar que aquí se traducía con un desquiciante CAZA TERRORISTA), acerca de la CIA, los despachos, los terroristas internacionales, el honor americano y otras cosas que son el colmo de la originalidad. Claro, si tienes un buen guion, una dirección solvente, una fotografía esforzada y unos actores decentes, es posible que te salga un thriller con todas las letras, pero no hay ni rastro de ello; y la lástima es ver a Paul Schrader al frente del despropósito, con aún peores disculpas que el propio Cage, porque una cosa era la fallida THE CANYONS, que ensayaba un modelo de producción de serie B que lo basara todo en el guion, como tantos y tantos gozosos ejemplos que nos ha legado el Hollywood de las trastiendas, pero todo en esta cosa es premeditado y alevoso. Y no pienso contarles de qué va, aunque da igual porque han visto esta película cientos de veces, tan sólo les insto a que echen un vistazo a su tramo final y verán que las risas involuntarias son un género y un síntoma. Cage interpreta (es un decir) a un agente con problemas de demencia senil... Lo dicho: perfecto para una sinopsis acelerada...
Saludos.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Mora y Lina



Para cerrar el círculo de este "otro Hollywood", el que no elude la caspa como posibilidad y mira sus entrañas con una mueca que bien podría ser de asco o incomprensión, qué mejor que una película instalada a muchos kilómetros de la fanfarria colonialista de Sofia Coppola o el pussy riot de Harmony Korine. Y no será por falta de clasicismo, porque Paul Schrader es uno de los más reputados y venerados creadores de aquel Hollywood que a principios de los setenta ensayó un nuevo modelo de producción alejado de los grandes estudios y dotando al director de un amplio margen de maniobra. Llevaba casi dos décadas vagando sin pena ni gloria, con algunos trabajos de mera corrección formal desde que filmara su última gran película, AFFLICTION, cuando hete aquí que aparece Bret Easton Ellis y le propone todo un señor reto: filmar un texto suyo prácticamente a coste cero, con cualquier recurso y por descabellado que éstos pudieran ser. Así, Schrader (ver entrevista en Caimán, Octubre'13) desvelaba en la presentación de THE CANYONS que sólo usó localizaciones prestadas, casas de lujo que conocidos suyos tenían deshabitadas o en venta, y que ello les permitió acabar el rodaje en tiempo récord. THE CANYONS no es sólo un film de bajo presupuesto con actores de tercera fila, también es un desafío al confiar todo el peso interpretativo a una de las parejas más improbables de todos los tiempos y que, sin embargo, funciona. Nada menos que la insoportable Lindsay Lohan, cuyos desnudos representan la antítesis del erotismo, y James Deen, un conocido actor porno... Tal y como suena. Éste es un film extraño, deslavazado y habitante de un planeta propio que incorpora elementos del melodrama clásico para extender un supercutre descenso a las tripas del mismo Hollywood. La trama gira en torno a un productor de serie Z que vive a todo trapo y es adicto a dos cosas: él mismo y el intercambio de parejas por Internet. Su mujer es una de esas "Mariantonietas" del Siglo XXI, insignificantes aspirantes a actriz que cambiaron su vocación por la seguridad de un matrimonio con posibles. A partir de ahí el guion hace aguas por todas partes y se notan las urgencias; Schrader, con gran convicción, nos sumerge en una trama de corrupción, drogas, celos y sexo sucio, todo en el ámbito de las trastiendas hollywoodenses, y, pese a que su pareja protagonista sea capaz de entusiasmar (puede que simplemente por su exotismo) al más pintado, a la mitad del film ya nos da exactamente igual lo que nos están contando, el cómo y el porqué.
Curiosa, extraña y, por momentos, hasta disfrutable... si es que les va lo hipercutre.
Saludos.

martes, 11 de agosto de 2009

Una historia en la nieve

Es posible que, siguiendo un no anteriormente marcado camino, me haya fabricado mi propia miniserie de films yanquis de moderado presupuesto y apoyados en memorables trabajos de inmensos actores.
Y, sí, fue AFFLICTION otro título de esos que a muchos les pasó por delante sin saberlo y a los que la vimos nos dejó francamente noqueados, sin saber muy bien cómo digerir esta tremenda película, que sin ser una grandísima obra maestra, sí que nos devuelve al viejo gusto por la artesanía de medios, lo que nunca debe ser desdeñado. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre AFFLICTION y MONSTER'S BALL, o THE WOODSMAN; Paul Schrader no es nuevo en esta plaza, y ni mucho menos. Hablamos del guionista de los mejores trabajos de Scorsese (TAXI DRIVER, RAGING BULL); aparte de haber dirigido él mismo algunos trabajos más que notables desde finales de los setenta, como su revisión "tourneriana" en CAT PEOPLE, la infravalorada MISHIMA (recientemente reeditada) o THE COMFORT OF STRANGERS. En ésta, quizá su última gran película, Schrader delimita las relaciones familiares hasta sacarles el jugo y deja en manos de dos gigantes, Nolte y Coburn, el peso de una narración que podría haberse quedado en carne de telefilm. Me ahorro las dos o tres escenas truculentas y me quedo con la seguridad atenazante de una atmósfera sobre balsa de acite que nunca se puede acertar hacia dónde puede ir, aunque la catástrofe se atisba desde más o menos la mitad (Schrader deja lo mejor para la última parte) ¿Y de qué habla exactamente AFFLICTION? No podría afirmar que sea una película de género, incluso su título me indica ya que toda ella es como un estado de ánimo o una gran desazón acentuada por la impotencia del personaje de Nolte, empeñado en demostrar a su padre (enorme James Coburn como hijoputa integral) que sirve para algo, aunque ese algo sea una nada llena de lágrimas, lágrimas de hombre, que son las únicas que corren a lo largo de esta película sólida como ella sola, empeñada en dar otro toque de atención sobre un director y guionista al que se echará de menos cuando deje de martillear nuestros sentidos.
Saludos desde el dentista.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!