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miércoles, 5 de mayo de 2021

Las segundas oportunidades


 

Y si hace un par de días nos trasladábamos al tardío debut de Martin Ritt ¿por qué no seguir reivindicándolo con su obra póstuma? Es cierto que STANLEY & IRIS, de 1989, ha envejecido un poco regular. Incluso que el efecto de ver a Robert de Niro y Jane Fonda sea complicado de contextualizar. Máxime cuando el film, completamente fuera de cualquier atisbo de glamour, nos presenta el conocimiento mutuo de dos personas maduras, diferentes pero unidas por una rutina que les aplasta sin que se den cuenta. Ella ha enviudado hace un año, y trabaja duro en una fábrica para sacar a su hijos adelante; él es el encargado de la cantina de la fábrica, pero nunca han reparado el uno en el otro. Justo hasta que a ella le roban el bolso y él es el único que se ofrece para ayudarla. A partir de ahí entablan una amistad que podría llevarlos a algo más, excepto por un detalle tan insólito como revelador: Stanley es analfabeto. Y en realidad (aunque no sea un guion original), este detalle, aun siendo una maximización, queda sepultado por ese retrato de la cotidianidad, de personas humildes y su día a día, que a Ritt siempre se le ha dado tan bien. La película está bien, y claramente orientada hacia un público que busca algo más que relatos infantilizados; por otra parte, hay demasiado carácter en de Niro y Fonda, y, aunque se esfuerzan por visibilizar a esos "héroes anónimos", no terminan de encajar entre tanta superación y lección de dignidad, y lo que era una bonita historia de amor termina, cómo no, con una celebración del sueño americano.
Ah, y suena John Williams, pero tampoco se nota demasiado.
Saludos.

lunes, 3 de mayo de 2021

Sindicato del miedo


 

El debut en la dirección de Martin Ritt, se produjo en 1957, haciéndose cargo de un guion de Robert Alan Aurthur, que adaptaba el que había creado, dos años antes, para un episodio televisivo, que por los controvertidos temas que abordaba fue creciendo en popularidad. EDGE OF THE CITY era un cruce de temáticas sociales, introduciendo el personaje de Axel North, que llega a Nueva York huyendo de un turbio pasado, y obteniendo trabajo como estibador en el muelle. Por otro lado, Axel conoce a Tommy, un tipo dispuesto a echarle una mano para abrirse camino, sobre todo porque sabe que no le irá bien dejándose guiar por el capataz, un despreciable racista que tiene a toda la cuadrilla amedrentada. 
La película está estupendamente dirigida e interpretada, y nos introduce en un mundo poco agradecido para el cine, el de los trabajadores normales y corrientes, cuyo día a día encierra multitud de historias, dispuestas para el ojo atento. Es, de todas formas, un film al que se ve algo apresurado, pero que Ritt solventa con el oficio que ya por entonces tenía, ya que su debut cinematográfico fue tardío, por las presiones a las que se vio sometido por la "caza de brujas". No es casual, y si se ponen en contexto, son más que reveladores los papeles de John Cassavetes, Sidney Poitier y Jack Warden, que encarnan a ese hombre de buen corazón, pero que calla por miedo; el valiente, capaz de enfrentarse a quien sea, incluso desde la posición más desventajosa; y el cobarde, cuya insignificante vida apenas tiene sentido sometiendo y denunciando a los demás. Y han pasado unos cuantos años, y no parece haber cambiado mucho la cosa...
Saludos.

martes, 15 de diciembre de 2020

Al otro lado del muro


 

Hace un par de días, despedíamos a John Le Carré, otro grande que se nos va de manera imprevista. David John Moore Cornwell, si le quitamos el seudónimo, que fue antes agente que novelista, que impregnaba esas portadas de edición barata de los aeropuertos de la majestuosidad de su solo nombre, remitente a cuando los best sellers eran otra cosa. Le Carré daba la impresión de haber estado siempre ahí, de conocerlo todo, de no revelar más que lo que sus novelas, impregnadas de lacónicos y solitarios espías, necesitaban para revelarnos una realidad oculta al común de los mortales. Su escritura siempre iba un paso más allá de la mera novela de espías, más cerca del análisis psicológico que de la acción en sí; mostrando un corolario de falsas apariencias, que emparentaba sus historias prácticamente con el género fantasmal. Mi favorita siempre ha sido THE SPY WHO CAME IN FROM THE COLD, que también fue la primera suya en encontrar adaptación cinematográfica, concretamente como un proyecto absolutamente personal del director Martin Ritt, que adapta su estilo, seco y naturalista, al de Le Carré, conformando una de las mejores películas de espías de todos los tiempos. La historia nos acerca a Alec Leamas, un tipo inabordable, poseedor de una mirada que parece traspasarlo todo (gran trabajo de Richard Burton), y que habita una tierra de nadie, la de los espías que deben aparentar por todos los medios que en realidad son personas normales. Este aspecto es captado en la primera parte del film, con Leamas dando forma a un personaje encima de otro personaje, llegando a hacer dudar al espectador de a quién está viendo en realidad, o si no será esa realidad inventada la única vida que le queda a este hombre, que sólo puede sobrevivir en el disfraz moral. Una película que no ha perdido nada de vigencia, aunque ya no exista el muro, o los espías prefieran sentarse ante un teclado, y que es, aparte de una lección de cine y de interpretación, una lección de escritura por parte de un escritor irrepetible.
Saludos.

martes, 3 de diciembre de 2019

Ríos de tinta #1



Con un poco más de espacio, esta semana va a estar copada por cuatro títulos a los que mi imaginario suele relacionar por motivos que ni siquiera a mí mismo me quedan del todo claros. Son cuatro adaptaciones literarias, muy cercanas en el tiempo y de algunos autores que precisamente yo suelo citar como los que mejor han quedado en una pantalla. Uno de ellos es William Faulkner, uno de mis dioses indiscutibles tal y como yo entiendo la construcción literaria, y que obtiene una de sus más certeras adaptaciones en THE LONG, HOT SUMMER, de 1958. Posiblemente la mejor película de Martin Ritt, y la que dio el verdadero pistoletazo a dos acontecimientos: la temprana consagración de ese mito inmortal que luego sería Paul Newman y el inicio de su inquebrantable historia de amor con Joanne Woodward, con la que permanecería hasta el fin de sus días. Pero no seríamos en absoluto justos si no mencionáramos qué hace tan especial a esta película, comenzando por la insólita y genial adaptación que Irving Ravetch y Harriet Frank Jr. hicieron de nada menos que tres trabajos del Nobel de Misisipi, algo que me parece una maravilla de inventiva. Dos relatos breves ("Spotted horses" y "Barn burning") y la novela "The Hamlet", para introducirnos en ese verano que cambió para siempre las vidas de un grupo de personas en el pequeño pueblo que prácticamente es propiedad del potentado Will Varner. Él, Ben Quick (Newman), se ha visto obligado a marcharse, acusado de incendiar un granero, y encuentra acomodo en Frenchman´s Bed, paradigma de ese viejo Sur, tan sugestivo como a vecs adormilado, siempre pagado de sí mismo. Varner (un colosal Orson Welles) ve en Quick la única posibilidad de dejar su fortuna en manos más diestras que las de su inoperante hijo (Tony Franciosa), por lo que intenta por todos los medios forzar que éste se case con su hija (Woodward), maestra de escuela y refractaria al casamiento, y menos con un hombre que se revela excesivamente "echado para delante". Es ese verano acelerado pero pastoso, de chicharras incesantes y secretos que no pueden quedar más tiempo sepultados, y es ese sabor a literatura de la de verdad, con personajes rotundos pero de múltiples facetas. Y es esa sensación de plenitud, de ver una película que, quizá sin pretenderlo, es una gran película que permanece así hasta nuestros días.
Imperdible.
Saludos.

jueves, 25 de abril de 2013

El silencio de un hombre



Sólo dos años antes de su éxito mundial junto a Robert Redford, Paul Newman actuó en otro western de muy diferente calado. En HOMBRE, del interesantísimo Martin Ritt, Newman daba vida a un personaje absolutamente distanciado de lo que Hollywood suele tenerle reservado a una estrella de su calibre, un lacónico y ultrapráctico hombre blanco que fue adoptado y criado por apaches y que siempre ha vivido con la libertad como única norma. Pero, sin llevarnos a engaño, ya que esto no es más que el punto de arranque, Ritt adapta fielmente la novela de Elmore Leonard junto a sus guionistas habituales, Irving Ravetch y Harriet Frank, el mismo equipo con el que Newman rodó, cuatro años antes, otro western, HUD. Así, y pese a que el dilema racial flota en el opresivo ambiente del cochambroso pueblo al que este "Hombre" es literalmente arrastrado por su único amigo no indio, un mexicano llamado Méndez, que le hace llegar la notificación de un pariente lejano que le ha dejado en herencia un pequeño motel. Una vez convertido en John Russell, cerrará el establecimiento para venderlo, literalmente, por unos cuantos caballos; sin embargo, esto provocará que todos los habitantes del motel tendrán que irse, unos de mejor gana que otros. A partir de ahí, el penoso viaje en diligencia iniciará un plano narrativo totalmente diferente, y lo que intuíamos como un sólido drama racial es reciclado en un estupendo western con un contenido sentido de la acción y un componente psicológico y moral difícilmente comparable. Pero sobre todo, HOMBRE es una película de actores, donde cada personaje tiene bien tasado su tiempo y cuyas imágenes desprenden la misma desazón de un Peckinpah aún más enfurruñado si cabe. Un título muy olvidado y que regenera la figura de un director absolutamente reivindicable, un todoterreno de gran compromiso y que en cada trabajo intentaba dar cuenta del difícil camino hacia la dignidad; un tema que está implícito en cada fotograma de esta magnífica película.
Saludos a los hombres y mujeres de buena voluntad.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!