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lunes, 16 de septiembre de 2024

Desheredados y orgullosos


 

No tenía una opinión formada acerca de X3: THE LAST STAND, mayormente por no recordar ni siquiera haberla visto anteriormente, hecho éste que me llevaba de la mano hacia cierto desinterés general ante la que prometía ser un cierre de saga por todo lo alto, y quedó en tibio recibimiento. No estoy de acuerdo, y añado que el guion de Zak Penn y Simon Kinberg es capaz de resolver todos y cada uno de los embrollos en los que se mete, que no son pocos. La reaparición de la difunta Jean Grey convertida en la temible Fénix, el descubrimiento de un antídoto que suprimía los poderes mutantes, o el paso adelante para un Wolverine obligado a tomar el mando de los X-Men, para enfrentarse a un Magneto mucho más desatado que en las otras dos entregas. Todo ello, unido a una apoteósica batalla final, conforma un film tremendamente entretenido y coherente, que no peca nunca de grandilocuente, ni evade los aspectos más oscuros de la trama, más cercana a las premisas de Claremont, como no podía ser de otra manera. Creo que es una película más que digna, que no se alarga innecesariamente, y que cerraba inteligentemente una etapa, para que un poco más tarde el universo de los mutantes pudiese expandirse sin acudir a retruécanos apriorísticos. La cuestión sigue flotando en el aire acerca de retomar esta veta narrativa en la actualidad, pero no seré yo quien se pronuncie al respecto, ni mucho menos...
Saludos.

jueves, 28 de abril de 2011

Algunas postales sueltas (y urbanas)



NEW YORK, I LOVE YOU fue la respuesta americana (extraña respuesta, todo hay que decirlo, por lo cosmopolita de su elenco) al magnífico film coral PARIS JE T'AIME. Me cuesta hablar de este tipo tan particular de películas, sobre todo si no consigo dar con el tono general, algo que ocurre aquí de manera insistente. El único tono general es pasteloso y poco fiable: el amor curalotodo y fidedigno; bien cimentado sobre valores universales que los americanos han ido inyectando en su mitología particular a lo largo de los años. De principio a fin, y sin extenderme en demasía, sería algo así:
En Chinatown, Jiang Wen dirige a Hayden Christensen, Rachel Bilson y Andy Garcia. El primero es un improbable carterista que roba una cartera y descubre en ella la foto de la chica de sus sueños; el problema, una vez que da con ella, es que su novio es un sinvergüenza aún mayor. Es un intento de realismo mágico alegórico, pero en realidad no es más que un inicio blandito y que augura lo de después.
Mira Nair, siendo fiel a sí misma, firma un episodio intrascendente y un poco tontuelo en el que un vendedor indio de diamantes (Irrfan Khan) y una chica judía que va a casarse en breve (Natalie Portman) se pegan un rato hablando de cosas tan interesantes como el valor espiritual de los diamantes..., en lo que no es más que un sonrojante encubrimiento pseudofilosófico de lo que no es más que avaricia pura y dura.
Shunji Iwai dirige el segmento del Upper West Side, en el que Orlando Bloom se dedica a componer la banda sonora de un film de animación sin salir de su apartamento, y con el único contacto con el exterior de las llamadas telefónicas que recibe de la asistente del director, que resulta ser Christina Ricci. Le gustará a quien disfrutó con... no, no lo sé, la verdad...
El nivel sube un poquito (algo no muy difícil) en el episodio dirigido por Yvan Attal y dedicado al Soho, donde un estupendo Ethan Hawke encarna a un entrañable aspirante a escritor que en realidad no es más que un encandilador de féminas, ducho en el arte de la conversación y que caerá en una inesperada trampa dialéctica cuando intente seducir a Maggie Q en una situación que ya se nos va haciendo familiar: fumar fuera del restaurante. De lo más interesante del montante.
De nuevo otra gilipollez para no perder perspectiva. Brett Ratner intenta convencernos de que la vida es como una comedia chispeante en Central Park; para ello convoca a un excesivo James Caan, que embauca al pipiolo Anton Yelchin para que lleva a su hija, Olivia Thirlby, a una fiesta de graduación (¿Hay algo más asquerosamente americano que eso?). La sorpresa es que ella está en silla de ruedas. Pero no se preocupen, el episodio es igualmente insoportable.
La película toca fondo cuando Allen Hughes se interna en Greenwich Village e intenta convencernos de que es capaz de dirigir a actores hablando. cinco minutos nos bastan para constatar que esto es una falacia. Su segmento es una bobada face to face entre Drea de Matteo y Bradley Cooper, que se acostaron un día y aún les pica... No sé, de verdad ¿a quién carajo le importa?...
A partir de ahí el film no puede sino despegar, y vaya si lo hace. Lo mejor de NEW YORK, I LOVE YOU es una surrealista y delicada pieza de cámara que comenzó a dirigir Anthony Minghella, pero que éste tuvo que delegar en Shekhar Kapur, ante la enfermedad que terminaría trágicamente con su vida. En ella, una impresionante Julie Christie (ustedes lo saben, para mí lo más bello que ha surcado jamás una pantalla) vuelve a un hotel en Manhattan que le es entrañable y allí se encuentra con un peculiar botones, un Shia LaBeouf excepcional, que recupera la esencia del gran Charles Chaplin. El episodio posee una perturbadora y magnética belleza que hace que nos preguntemos si lo que vemos es real o, por ejemplo, sólo sucede en la mente de esa mujer madura que mira directamente a los ojos al desconsolado botones al que todo parece salirle mal. Maravilloso episodio del que podía haberse hecho una película al margen y que choca ineludiblemente con la monotonía del resto.
El film sigue con la curiosa dirección de la propia Natalie Portman, que sorprendentemente mantiene el tipo con dignidad en una hermosa historieta de equívocos que se nutre de su loable falta de pretensiones. Una niña (Taylor Geare) juega en Central Park con Carlos Acosta, del que deducimos por la conversación que se encarga de cuidar a la niña mientras su ocupada madre, Jacinda Barrett, está con su pareja. Sin embargo, nada es lo que parece; el día acaba y las máscaras caen... También de lo mejor del total.
Antes de que todo acabe, Fatih Akin recupera sus mejores sensaciones en el episodio que dirige en Chinatown, el mejor junto al de Kapur. Aquí, Ugur Yucel encarna a un terrible artista que parece perdido en ninguna parte, mientras se autodestruye en un mar de alcohol. Un día descubre que las musas existen y que pueden tener el exótico rostro de la taiwanesa Shu Qi. Él intenta convencerla para que se deje pintar, lo que despierta reticencias en ella que terminarán en una intensa lucha al atisbar el artista que su final está próximo. Este episodio contiene algunos de los mejores momentos de la irregularísima filmografía del director de origen turco.
Y para terminar, el inefable baboseo y lloriqueo yanqui, sin el cuál ninguna retahíla de episodios podría conformarse en el país de las oportunidades. Se trata de un episodio dirigido por Joshua Marston, pero que podía haber sido firmado por el mismísimo Emilio Aragón... Sí, es entrañable ver a dos veteranísimos como Cloris Leachman y Eli Wallach (bastante deteriorado, todo hay que decirlo) paseando por Brighton Beach y echándose las cosas en cara con la ternura y el desparpajo que sólo pueden desprender dos ancianos. Lo que me jode es tener que acabar así, buscando el pañuelo descaradamente; aunque, la verdad sea dicha, teniendo en cuenta el deslavazado resultado final de esta desafortunada copia repleta de filtros... qué más da...
Saludos neoyorquinos.


PD: podían haber invitado a Woody Allen, digo yo...

sábado, 11 de septiembre de 2010

Hambre atrasada #1



Iniciamos aquí un mini recorrido por las películas inspiradas a partir de aquella seminal obra maestra que fue THE SILENCE OF THE LAMBS; y lo que más tienen en común dichas secuelas (precuelas en dos casos) es, lamentablemente, el escaso interés suscitado, lo que años después sólo deja unas cuantas preguntas acerca de su inutilidad; en este caso, y aunque pudiera parecer lo contrario, el film de Jonathan Demme era redondo y finiquitado, por su propio bien y salvaguarda de la excelsa calidad que atesoraba. Y voy a comenzar por la del medio, porque es la precuela y porque es la única de las tres que mantiene un mínimo de calidad, incluso con el lastre de una dirección convencional por parte del habitual del cine de acción yanqui más gregario Brett Ratner; sin embargo, se beneficia de un reparto impresionante, con nombres como los de Edward Norton, Harvey Keitel, Ralph Fiennes, Philip Seymour Hoffman, Emily Watson y, por supuesto, Anthony Hopkins, aunque su Hannibal Lecter, en este caso, no pase de tener un rol secundario y algo brumoso. Se cuenta aquí lo mismo que en la original (tengamos en cuenta de que está extraída también de otra novela de Thomas Harris), sólo que cambian los protagonismos y la mayoría de personajes. La novedad consiste aquí en que Lecter, encerrado, sirve a su antiguo captor para desentrañar la críptica conducta de un asesino en serie que se hace llamar "el dragón rojo" y que varía sus métodos al tiempo que intensifica progresivamente sus sanguinarias masacres. Así, si exceptuamos la inquietante recreación de Fiennes y la solvencia de Norton, la trama, que comienza con un aceptable grado de intriga, va sucumbiendo al peso de lo convencional de manera vergonzante, hasta llegar a un desastroso final de corte televisivo al que ya llegamos completamente curados de espanto. En 1991 debió detenerse la cosa, pero hay algunos que no aprenden en la vida, así que... Pero lo contaremos mañana...
Saludos draconianos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!