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viernes, 15 de noviembre de 2024

Al menos para mí


 

Los grupos de música son como campos de minas. Los tipos hacen de guardianes de sí mismos, vendiendo carteles falsos embotellados en dos minutos y medio de filigrana cósmica. Como si hubiéramos escuchado antes otras cosas. La génesis, auge, muerte y resurrección de estos entes autónomos pueden ser rastreados como quien dispara su chinada cuatro horas frente a un cacharro de esos que echan nieve cuando los agitas. Morirías por estar allí, formar parte de ello, pero el truco es morir antes de entrar, si no no vale. A mí me tocó; momento justo y etapa justa. Lo viví y lo disfruté, y ya no queda nada, y menos mal, porque no puedo imaginar un 2024 con tanto hijo de puta suelto si no lleváramos estas corazas tan cuquis compradas por Amazon. Entonces todo iba un poco en carne viva, con olor a humanidad y silencios incómodos, porque los botellines y las caladas sustituían los 5G y su puta madre. Pero es mucho más fácil, porque todo se ve mucho más claro cuando ves la montaña al empezar, las imposturas, los ripios en movimiento, sólo hasta que Isaki Lacuesta tiene la genial idea de subtitular a J. Genialidad o corte de mangas. No hay muchas buenas películas sobre grupos de música, porque los grupos son campos minados, y las minas son golosinas de mentiras y reproches. Entonces, detrás de Sierra Nevada, respiran los esquiadores tras el esfuerzo, y tú estás llorando como lo hiciste en el 98, pagando una cerveza que no te correspondía y soñando que algo como esto podría ser posible algún día.
Y qué quieren que les diga. Si los americanos no la entienden, que los follen...
Saludos.

martes, 14 de febrero de 2023

Aquella noche en París


 

Aquella noche fue la del 13 de Noviembre de 2015. Unos terroristas entraron en la sala Bataclan, en pleno concierto, y abrieron fuego indiscriminadamente. Isaki Lacuesta lo cuenta en UN AÑO, UNA NOCHE, aunque esto no sería del todo cierto, o sí. En realidad, la propuesta, partiendo del libro escrito por Ramón González, superviviente de aquel horror, nos lleva al futuro incierto del propio Ramón y su pareja, Céline, que intentan a duras penas superar el trauma y remontar sus vidas. Lo que en la vida "es", sin más, supone una ardua tarea, de convicción y plasmación, para no caer en el semidocumental chusco, al tiempo que la recreación no se aleja de la emoción de la narración en primera persona. Por ello, Lacuesta (e Isa Campo, por supuesto) abre el campo narrativo, por mucho que cada plano se note angustioso, claustrofóbico, impregnado por el trauma. Pese a contener todo lo mejor del cine de la pareja, no hay aquí ese elemento sorpresa, esa respiración de "la realidad filtrada por lo filmado", y el montante queda (que no es poco) en un film que, como sus protagonistas, necesitan atención, al tiempo que parecen destinados al desapego perpetuo. Es la crónica de aquella noche, y más que nada de cómo ya nada volvió a ser igual.
Guion adaptado en los Goya. Cuota cubierta para la Academia, supongo...
Saludos.

viernes, 12 de abril de 2019

Después de tantos años



Isaki Lacuesta filma, 12 años después, uno de esos raros milagros que se dan en cine. Como una herida abierta, ENTRE DOS AGUAS se desangra ante nuestros ojos mientras hiere. Sal en la llaga y lágrimas que corren por la verdad de las mejillas curtidas. Isra que sale de la cárcel, pero su mujer no se fía de él, no le permite estar en casa con sus tres niñas. Cheíto que hace pan en un barco del ejército y rumia un periplo de seis meses a Somalia para sacar un último dinero y montar una panadería. Isra que se come la vida demasiado rápido, que no dura en nada, que volverá a traficar. Esto sí es Cádiz y esto sí es España en el nuevo milenio. Esto es la miseria y las barracas, y la felicidad del que sólo necesita un chapuzón y vender un poco de chatarra. Esta Cái no sale en los absurdos programas de autopromoción de un país que huele a madre ausente y a chanquetes pudriéndose, por eso es tan necesario ver este pequeño milagro, no vaya a ser que tengamos que esperar otros doce años.
De las mejores películas españolas de lo que llevamos de milenio, aunque los de la academia siguen sin enterarse de qué rincones iluminar. Menos mal que siempre nos quedará San Sebastián...
Saludos.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Remover el pasado, apuntar al futuro



LOS CONDENADOS se presentó el año pasado en San Sebastián con los honores propios de la expectación que prometía la impecable carrera de Isaki Lacuesta; como debía ser, dividió. Casi nadie entendió las verdaderas intenciones de esta compleja vuelta de tuerca al tema de los fantasmas de la guerra, de la conveniencia o no de desenterrar los cuerpos, a los rencores con ellos; un tema del que en este país sabemos un rato porque todos lo quieren hacer suyo, llevarlo a su terreno sin tener en cuenta lo más importante: los muertos merecen respeto. El ejercicio de Lacuesta, por tanto, merece la pena por el controvertido salto mortal que ejecuta, indudablemente más preocupado por no dejarse a nadie por el camino que por la mera denuncia, lo que le descarga considerablemente de los eufemismos morales a los que el cine patrio nos acostumbra demasiado a menudo.
Martin (sensacional contención, casi ascética, de Daniel Fanego) es un antiguo exiliado que acude a la llamada de su antiguo camarada, Raúl, que ha organizado una serie de excavaciones en la selva de manera completamente clandestina y con la esperanza de encontrar los restos de Ezequiel, que desapareció durante la guerra. Éste es el primer punto interesante: ¿guerra? ¿qué guerra? ¿guerrillas, quizá? ¿y en qué país concretamente? Los actores usan el acento argentino, lo identificamos, pero no creo que importe. Lacuesta nos introduce suavemente en el centro de la miseria una vez removida la tierra y, por tanto, la mierda; su discurso es conscientemente escurridizo, sus postulados lo suficientemente contundentes para no perder la perspectiva de que sólo hay una salida, una razón para los integrantes de un proyecto tan descabellado como iluso (lleno de ilusión, tal vez); esa conclusión es que todos pierden, que no quedan vencedores ni siquiera en los ideales, mantenidos a fuerza de convicción, empuje e inconsciencia. Lacuesta contrapone a aquellos viejos guerrilleros, cuya lucha ahora es interna, y sus hijos, algunos embaucados por una idea que ni siquiera llegan a comprender en su totalidad, otros totalmente desligados, como la hija ausente que sólo aparece ya al final y en un impresionante y esclarecedor monólogo (breve y emocionante intervención de la televisiva Bárbara Lennie), pues Martin comprende que acabó el tiempo de los diálogos y cada unoo ha de expulsar lo que lleve dentro, sea esto lo que sea.
LOS CONDENADOS es cine necesario, pero sobre todo es una lección acerca de cómo se puede rodar hoy día con un peso específico tanto en la forma como en el fondo. Que Isaki Lacuesta es uno de los cineastas con más (y mejor) futuro de este país, creo que no debería dudarlo casi nadie a estas alturas.
Saludos desenterrados.

viernes, 9 de mayo de 2008

Dejen paso

Es posible que algo, muy lentamente, esté cambiando en la manera de entende el cine en este país. No me refiero a los temas incluidos en las películas, eso es lo de menos, sino si el margen con el que cuenta un autor es más o menos estrecho tanto en pre como en postproducción, esas dos palabras que alguien debería retornar a nuestros diccionarios cinéfilos.
Un buen ejemplo sería la consecución del goya por parte de un film pequeño, independiente, sin complejos, arriesgado. LA SOLEDAD, de Jaime Rosales, puede marcar un punto y aparte y abrir el camino a propuestas similares, las cuales, hasta hace bien poco, flotaban en el limbo de la marginalidad.
Un ejemplo notable de este "nuevo cine español" podría ser un insólito relato paralelo filmado por el joven catalán Isaki Lacuesta, que no tuvo mayor repercusión en taquilla pero dejó boquiabierto a cuanto jurado se le ponía por delante.
LA LEYENDA DEL TIEMPO toma prestado el nombre del disco con el que Camarón rompió todos los moldes del flamenco, hace ya algunos años; también el espíritu indomable del genial cantaor surca cada fotograma, consiguiendo cotas de veracidad que ya dábamos por perdidas.
Es, por un lado, la fascinante historia de un muchacho humilde, de etnia gitana, que deja de cantar tras la muerte de su padre, como mandan sus tradiciones. Por el otro, una chica japonesa viaja, casi suicidamente, hasta San Fernando porque quiere aprender a cantar como Camarón.
Al principio el espectador no sabe muy bien si se enfrenta a un documental o a una ficción, no hay actores, los personajes hablan como si no existiese la cámara frente a ellos, y eso crea una magia especial en torno a situaciones que nacen desde el interior y se expanden en mil caminos.
Yo, personalmente, espero que trabajos tan magníficos como el de Rosales y Lacuesta influyan en cineastas en ciernes, abriendo la puerta a un estancamiento que ya empezaba a durar demasiado.
Saludos flotando como un velero...
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!