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sábado, 16 de octubre de 2021

La fascinación del encoñamiento


 

El capricho más indefendible, siempre es aquél que proviene de las posturas irreflexivas, tanto como de un proceso de insatisfacción permanente, y nunca sometido a la autocrítica. Así dicho, es un encabezado demasiado frío para un asunto tan candente como el "amor loco", que suele ser el mejor y el más breve. Lubitsch lo entendió a la perfección, y de ahí que sus comedias tuvieran una apariencia frívola, pero escondieran esa "sorprendente redención" para sus zarandeados personajes, casi siempre superados por sus propios deseos. El más evidente homenaje a esa manera de entender el cine, las historias, lo hizo Billy Wilder en 1957, y aún se permitía un volteo más a estas historias de enredos amorosos, en los que merece la pena hurgar para encontrar una mirada más honda, retorcida y, en último término, aguda de las pasiones humanas, sus porqués y sinsentidos. LOVE IN THE AFTERNOON podría durar apenas una hora, que es lo que necesita Wilder para presentarnos el colapso entre dos mundos contrapuestos: el de la dulce, adorable y virginal Ariane (Audrey Hepburn más frágil que nunca), y el socarrón, imperturbable y un poco ajado playboy, Frank Flanngan (Gary Cooper esforzándose por encajar donde nunca lo hizo). La película es larga, porque hay una progresión constante del guion, muy sutil y agazapada tras la apariencia de comedia romántica, pero que fuerza a sus protagonistas a metamorfosearse en lo contrario de lo que suponemos que son. Ella, que estudia chelo y no sabe nada de la vida, entra en shock ante ese hombre maduro (aunque moral y emocionalmente inmaduro), que posee toda una lista de conquistas y no permanece demasiado tiempo en una misma ciudad. El personaje interpretado por Maurice Chevalier (que hubiese bordado el de Cooper) es quien provee la excusa por la que ambos se encuentran. Se trata de un detective especializado en infidelidades, y resulta que Flannagan es su más frecuente objetivo (por motivos obvios); hasta que un marido despechado resuelve acabar con el playboy, y Ariane, que en realidad es la hija del detective, siente el impulso de salvar la vida a un hombre que no conoce, dando pie de manera absolutamente ingeniosa al juego de equívocos y malentendidos. 
Ni de lejos es una obra maestra, y tiene un problema evidente de ritmo, sobre todo para engarzar la comedia delirante con lo que de verdad subyace en su interior, que es una reflexión sobre la futilidad y ligereza con la que a menudo juzgamos, miopes, a quien se nos pone delante. Eso por parte de él, pero ella tiene aún menos justificación, y de no ser ese ser adorable y luminoso, la tildaríamos poco menos que de "loca del coño"...
Buena y reivindicable película, en todo caso.
Saludos.

viernes, 7 de febrero de 2020

Celebración del sufrimiento



ACE IN THE HOLE es una de esas películas que suelen pasar inadvertidas para casi todo el mundo, puede que por lo complicado que resulta conectar su duro e impactante mensaje con el de su director, Billy Wilder. Kirk Douglas interpreta a Chuck Tatum, un tipo sin escrúpulos, un pseudoperiodista de los que abundan hoy día, que da con sus huesos en una minúscula redacción pueblerina, tras ser despedido de multitud de periódicos por sus métodos al borde de la ley. La larga introducción, con el personaje principal presentándose ante sus nuevos compañeros, mientras los va analizando uno a uno, es magistral, encadenándola con el hastío acumulado tras un año que ha pasado sin que pase nada. De repente, un golpe de suerte le lleva hasta una montaña de carácter sagrado para los indios, donde un hombre se encuentra atrapado por un derrumbamiento, sin que se pueda hacer nada por él. La complejidad del film estriba en los distintos niveles de percepción: Tatum es un oportunista, pero es el único que se atreve a entrar en la angosta cueva; fuera hay quien lo idolatra y quien lo desprecia, pero cada vez que está junto al hombre atrapado, al que sólo puede ver por un agujero, es su único rayo e esperanza. Por un lado parece contribuir al imposible rescate, pero por otro sabe que su fama y su cuenta corriente aumentarán mientras el hombre siga atrapado. Un amargo y muy actual tratado sobre el dudoso poder de los medios, cuando éstos prescinden de la ética y sólo se preocupan del beneficio inmediato. Una excepcional película del maestro Wilder, en un registro inesperado, y uno de los trabajos más matizados de Douglas, siempre al borde del patetismo.
Saludos.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Vidas privadas #3



THE PRIVATE LIFE OF SHERLOCK HOLMES fue uno de los últimos títulos dirigidos por Billy Wilder y uno de sus proyectos más personales y controvertidos. Era 1970, y a esas alturas Wilder podía hacer ya lo que le diese la gana, pero el film tuvo una, por decirlo suavemente, tibia acogida. Fue un fracaso en taquilla y los críticos, por una vez, dieron la espalda al autor de EL APARTAMENTO. Han tenido que pasar varias décadas para que se empezara a apreciar el notable juego de apariencias que es su guion, centrado en iluminar los aspectos menos tratados del detective más famoso de todos los tiempos, y especialmente su discutible relación con el doctor Watson. Wilder incide en el carácter cínico y misógino de Holmes, constantemente flirtea con la posibilidad de su homosexualidad, e incluso habla sin ambages de su adicción a la cocaína "lo único que consigue salvarlo de la letal monotonía del mundo"... Pero este es un film eminentemente narrativo, y no tan oscuro como parece, sino que enreda diabólicamente cada detalle de su afilado guion, obligando al espectador a afinar su vertiente detectivesca, si no se corre el riesgo de perder el hilo, aunque es cierto que el terrible montaje al que fue sometida la cinta (Wilder no quiso intervenir) hace complicado su seguimiento. Pero aun así son muchos los puntos de interés, empezando por la estupenda interpretación de Robert Stephens (uno de los actores más flemáticos de la historia), la aparición estelar de Christopher Lee interpretando al mismísimo hermano de Holmes, la partitura de Miklos Rozsa o la cuidadísima ambientación, con un magnífico gusto por los detalles. Incluso hay un hueco al final para el monstruo del lago Ness, ahí es nada... Una delicia para recuperar en cualquier momento.
Saludos.

sábado, 25 de mayo de 2013

El borracho



La imagen es tan poderosa como devastadora: una ventana filmada desde fuera de la que cuelga una botella de una cuerda; de repente, una mano nerviosa busca la cuerda, iza la botella y estamos dentro del apartamento, pero apenas el hombre destapa la botella y la mira con deseo febril, es interrumpido por unas voces y su expresión torna a un fastidio desesperado. Así describió magistralmente Billy Wilder el día a día de un alcohólico irredento en THE LOST WEEKEND, probablemente el más crudo y certero retrato de la adicción a la botella jamás filmado. Ray Milland (un actor que debo confesar que nunca ha sido de mi gusto) da vida a Don Birnam, uno de esos millares de escritores sin páginas realmente escritas y que ahogaban la frustración de su fracaso en litros de alcohol. Ésta podría haber sido otra historia de borrachos, de perdición, fracasos, mujeres enamradas de fracasados y barras de bar, pero a mí me parece sobre todo un magistral tratado sobre el tiempo, tiempo que pasa pastoso y comprimido, un tiempo en el que no pasa nada y que da la espalda al Hollywood de las consonantes y las pautas bien marcadas. Wilder coloca excepcionalmente dibujado a Birnam frente a un camarero que se sabe verdugo, que le sirve la copa a regañadientes; el whisky hasta el borde, tembloroso, como si cada gota que se pudiera derramar fuesen trozos de vida que se escapan. Tiempo. THE LOST WEEKEND es el descenso a la mierda, no a los infiernos, y es el triste devenir de un hombre reducido a la nada, porque nadie puede ayudarle y él no quiere ayuda. Una manera de suicidarse como otra cualquiera, entre el placer y el dolor, pero que al durar más tiempo intensifica el dolor producido a su alrededor. Nunca el sonido de una botella vacía había sido tan terrible...
Ya lo dijo Chinaski: "... el borracho sabe..."
Saludos empapados.

sábado, 7 de julio de 2012

Solo en casa



Yo creo que en este momento exacto del año no hay un título mejor para hablar de él que THE SEVEN YEAR ITCH; y por varios motivos. Primero porque parece existir una especie de revival alrededor de la controvertida figura de Marilyn Monroe, que cada vez es menos mito erótico y, a medida que se indaga un poco en su triste vida, más juguete roto, vapuleado por un entorno al que nunca le interesó como persona. Después porque sigue siendo una de las mejores comedias de Billy Wilder, y sobre todo una comedia complicada de filmar sin caer en el manierismo propio de provenir de una obra de teatro que la gente, por entonces, se sabía de memoria, y que además tenía pocos de los latigazos que el propio Wilder le imprimió a posteriori y que la convirtió en todo un alegato contra la hipocresía del hombre común, atrapado entre sus deseos y la seguridad asfixiante de la vida familiar. Tom Ewell, que la representó en teatro durante años, tenía la difícil misión de no caer en una parodia demasiado evidente, al tiempo que lograba no desentonar junto a una actriz a la que no le hacía falta casi nada para centellear en cada aparición. THE SEVEN YEAR ITCH es más de lo que aparentemente parece, y a sus chisporroteantes diálogos y elocuentes monólogos por parte del propio Ewell, síntoma viviente de un hombre al que le cuesta recordar si alguna vez tuvo algún atractivo o talento que le hiciese destacar más allá de su jornada de trabajo y los problemas para mantener a su familia; familia que, claro, está de vacaciones y cuya (no)presencia pesa como una losa en el inconsciente de alguien que descubre por casualidad que la tentación vivía en un piso comunicado por unas escalerillas plegables, una especie de invisible "paraíso" del que desciende puntualmente aquel ángel de modos descarados y pensamientos en absoluto malintencionados, porque los malpensados siempre fuimos nosotros... Bueno, tenía que hablar de esta maravillosa película por todo eso y, efectivamente, porque este mes también yo estoy de Rodríguez... En fin...
Saludos encima de una boca de metro.

martes, 5 de octubre de 2010

Nadie es perfecto



Creo que hoy, como otras veces ha ocurrido, no podía ser de otra manera; así que he elegido como homenaje a un gran actor la que creo que fue, es y siempre será su mejor película y su mejor interpretación.
Todo, absolutamente todo en SOME LIKE IT HOT es perfecto, exactamente todo lo contrario a la frase con la que el gran Joe E. Brown cerraba una de las mejores (si no la mejor) comedias de todos los tiempos. Y no son pocos los que señalan que, de no haber estado en manos del maestro Wilder, esta delirante historia que mezclaba impúdicamente gangsters de opereta, músicos de alquiler, orquestas femeninas, solteros millonarios y hasta dos travestis, podía haberse ido al garete con el peor de los ridículos. Pero si es que hasta los dos números musicales interpretados por Marilyn Monroe están perfectamente encajados en la historia, sin hacerle perder ritmo ni humor. Y eso sin hablar del punto fuerte del film, el derroche interpretativo de dos monstruos como Tony Curtis (a cuya memoria queda dedicada esta humilde reseña) y, sobre todo, un espectacular Jack Lemmon, que dan vida a dos músicos de mala muerte (contrabajo y saxo tenor) que en el Chicago de los "Felices Veinte" se ven involucrados en un ajuste de cuentas entre mafiosos y su única oportunidad de escapar consiste nada menos que en hacerse pasar por mujeres e ingresar en una orquesta femenina rumbo a Florida. La vorágine de sucesos y equívocos derivados de esta tremebunda situación jamás llegan a ser ridículas, sino que, amparadas en la aparente suavidad de la comedia de enredo, dan paso a un extenso ramillete de sensaciones y emociones; hay lirismo, patetismo, tragedia, egoísmo, generosidad, camaradería y mucha fisicidad, la que desprenden esas imposibles Josephine y Daphne, y, por supuesto, cada aparición de ese mito llamado Marilyn Monroe, una bomba sexual pero sin suerte en el amor llamada Sugar Kane. El cóctel, 51 años después, sigue igual de agitado y burbujeante que entonces; una obra maestra que merece la pena revisarse de vez en cuando para volver a contagiarnos de todo su entusiasmo y recordarnos lo maravillosa que puede ser la vida frente a una pantalla.
Saludos a lo loco.

domingo, 22 de agosto de 2010

Sólo una lección más



Hoy me apetecía desquitarme un poco de los últimos sinsabores y hablar de una de esas obras imperecederas que yo le recomiendo a todo el mundo y que nos renuevan las pilas y la confianza en esto tan complicado de las películas.
Y es que WITNESS FOR THE PROSECUTION, del maestro Wilder, es un prodigio de todas y cada una de las claves que hicieron grande al Hollywood de los títulos míticos; una especie de "Gran Estudio" capaz de revelar con suma sencillez lo que a la mayoría de los directores les cuesta un mundo siquiera rozar. Se nos cuenta la típica historia del acusado de asesinato al que todas las pruebas apuntan en su contra; a partir de ahí, Wilder muestra, esconde, sugiere, rebate y desconcierta con multitud de giros y recovecos que van urdiendo una trama tan ingeniosa como estimulante. Aunque no soy muy devoto de las "novelas circulares" de Agatha Christie, la verdad es que esta adaptación es simplemente apabullante, aunando dinamismo en la puesta en escena, unos diálogos sobresalientes  y, por encima de todo, un espectacular compendio de actuaciones, de las que nos resultaría imposible quedarnos sólo con una. Porque está Tyrone Power (que jamás alcanzaría una cota similar) como el escurridizo acusado; Marlene Dietrich, en esa segunda juventud que tuvo en los cincuenta; Elsa Lanchester, que puso unas deliciosas intervenciones de tono cómico, como enfermera todoterreno e insoportable. Pero no podemos hablar de WITNESS FOR THE PROSECUTION si no es refiriéndonos al monumental trabajo del gran Charles Laughton, que pone en pie uno de los personajes más soberbios e irresistibles de la historia; un abogado a punto de jubilarse, histriónico, borracho, lacerante, de una agudeza e inteligencia extrema, tanto como su "saludable misantropía". Un personaje eterno con el que nos entregamos desde la impresionante primera escena y que decide, en un arrebato de sinceridad (o poco juicio, la verdad sea dicha), aceptar un caso totalmente perdido, demostrar lo indemostrable y dejarnos con la boca abierta hasta ese final que no pienso revelar por mucho que me torturen; uno de los mejores y más sorprendentes finales de la historia del cine y por el que matarían la mayoría de directores que se pretenden "originales"... con todo el peso de la palabra...
Saludos presenciales.

lunes, 1 de marzo de 2010

Estado puro

Empecemos bien el mes... Tiremos la casa por la ventana y hablemos de una de las películas más grandes de la historia del cine.
Es posible que THE APARTMENT sea uno de los films (y esto es francamente curioso) más densos y complicados que he tenido la oportunidad de ver; esto, si tenemos en cuentra su "tono" de comedia clásica (ojo, esto no es cierto, sino otra prueba de maestría de Wilder), la convierte en un objeto único, inclasificable e institucional (fundacional, más bien) ¿Qué les parece a ustedes contar la peripecia vital de un don nadie que se resigna a su suerte de empleado que alberga vanas ilusiones de ascender por méritos propios en su (ya entonces) alienada empresa, mientras sus superiores vilipendian su dignidad (menuda alegoría) usando su apartamento de soltero para llevarse a sus amantes? ¿Y qué les parece la hermosa historia de amor no correspondido, soterrado, entre dicho empleado y una bella pero esquiva ascensorista? ¿Y la cuadratura del círculo entre ambas situaciones y la entrada en escena del jefe de este empleado? ¿Y la terrible soledad que desprende este empleado cuando al fin puede hacer uso de su propio apartamento? ¿Y el terrorífico desenlace que tiene a un inocente bombín como inesperado detonante?... ¿Aún les sigue pareciendo THE APARTMENT una simple comedia? Yo puedo asegurar que esta obra maestra absoluta de Billy Wilder, ni es simple ni es comedia, sino un sarcástico, amargo y demoledor retrato del "nuevo hombre impotente", esclavo de sus deseos no satisfechos y vapuleado por su estatus social que, sin embargo, acepta sin rechistar. Y sólo un genio de la interpretación como Jack Lemmon podía dar vida a este don nadie que debe resultar gracioso cuando todo lo que le ocurre es francamente dramático; su oscura epopeya es la del hombre moderno, incapaz del más mínimo movimiento que provenga enteramente de su propio interior; una grotesca marioneta que celebra el año nuevo frente al televisor y prostituye su falta de carisma en una deseperada búsqueda de reconocimiento.
Hablamos de una de las más grandes películas de todos los tiempos, personalmente el techo cinematográfico de Wilder. Una de esas joyas que se pueden ver una y otra vez, porque sabemos que de nuevo se nos va a congelar la sonrisa al mismo tiempo que Lemmon se congela en un banco del parque porque no puede dormir en su propio apartamento.
Maravillosa, genial, irrepetible...
Saludos indefílicos.

lunes, 16 de febrero de 2009

Michael York

Sólo a un maestro como Billy Wilder se le puede perdonar cerrar su imponente filmografía con una película como FEDORA. Bueno, la penúltima, para ser exactos.
FEDORA no es más que el infructuoso intento de Wilder por refinar lo irrefinable. Porque no se puede mejorar SUNSET BOULEVARD... no, no se puede. Ni contando de nuevo con el gran William Holden (en el ocaso [paradójicamente] de su propia carrera); ni desplazando la trama a los sugerentes espacios de la isla de Corfú; como tampoco funciona la apropiación del viejo maestro de una estética más moderna (1978) o intensificar el lado cómico de una historia trágica y decadente.
Y si vieron aquella obra maestra que giraba en torno a la FASCINACIÓN y su decadencia, ya lo saben todo sobre FEDORA, a la que se presenta en todo momento más como un fantasma, un mito, que como una persona. De nuevo aparecen aquí las manipulaciones a cargo de unos aprovechados que basan su existencia en la figura de la enigmática actriz a la que nunca vemos el rostro, sólo que el giro final a lo "Daphne du Maurier" significaría el reverso jocoso del desolador destino de Norma Desmond.
Ah, el detallito que Wilder introduce como desestabilizante formal viene de la mano del actor mencionado en el título de la reseña, que se interpreta a sí mismo y que supone, posiblemente, lo más interesante de un título menor para Wilder pero inalcanzable, seguro, para muchos geniecillos así autoproclamados.
Pues no les queda...
Saludos con gafas, pamela y foulard...

miércoles, 14 de mayo de 2008

Fascinación y divinidad

Fijando poco a poco la propuesta indéfila diremos: "estaremos siempre al lado de los grandes porque ellos siempre estarán al lado de los grandes..."
O más o menos.
La luz que acompaña al alucinado sueño que es SUNSET BOULEVARD tiene algo de enfermizo, de aire encerrado, de agua muerta. Al final, tras un descenso de escaleras que encierra mil posibilidades de análisis, esa luz se torna borrosa por los flashes que dan la despedida a Norma Desmond en su última actuación.
No creo que Billy Wilder, probablemente el director más agudo de la historia, pretendiera un ejercicio de nostalgia gratuita, ni chantajear a una generación perdida de estrellas, ni siquiera su personal y ácida visión del género negro.
Es posible que sea ésta la venganza filmada de un genio al que nunca se le permitió dar rienda suelta a su poliédrica visión del mundo, un creador como pocos que dio siempre mil vueltas para evitar la censura, incluso formó insólito tándem con Charles Brackett, guionista conocido por su talante conservador, lo que le permitió evitar la caza de brujas.
Las críticas a SUNSET BOULEVARD fueron devastadoras por parte del organigrama hollywodiense, que se vio reflejado y ofendido hasta la médula, mientras el público aclamaba una obra que estaba destinada a pasar a la historia del cine.
Porque es cine dentro del cine, pero desnudo, sin paños calientes, llamando a los indeseables por su nombre y destapando la hipocresía vivida en los años que consolidaron al sonoro.
No diré nada de las interpretaciones porque tanto Gloria Swanson como William Holden están simplemente magistrales, en uno de los duelos interpretativos con más matices que puedo recordar. En medio, un inquietante Erich von Stroheim que se erige como testigo mudo de la decadencia que terminará por consumir a la estrella olvidada.
Maravillosa.
Un saludo.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!