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viernes, 11 de noviembre de 2022

Performance


 

FLUX GOURMET viene a decirnos, sobre todo, que una película como ésta sólo la puede hacer Peter Strickland. No sólo por su carácter excéntrico, dedicado a hurgarse, masturbarse en su circunstancia estética una y otra vez, sino por otra cuestión que a mi parecer la sitúa entre sus mejores obras. Srickland consigue algo muy difícil y muy estimable en esta descacharrante orgía de platos exquisitos, performances musicales extremas, flatulencias y dilemas ocultos del pasado. Esto es, contarnos una historia plenamente coherente, donde lo extravagante nunca prevalece sobre lo que realmente importa, ahondar en los caracteres de un grupo de personas, que sólo parecen encontrar algo de estabilidad confluyendo a través del arte. El argumento nos traslada hasta una mansión, donde una enigmática mecenas decide "adoptar" a un grupo musical, al tiempo que los introduce en su exclusiva sociedad culinaria, repleta de códigos internos, con los que tendrán que convivir varios meses, mientras todo queda registrado por un "escribiente". Las actuaciones son extraordinarias, y no omiten ningún detalle, por escatológico que pueda resultar; y la interrelación entre los personajes termina siendo el perfecto contrapunto, obviando la arrogancia artística y dejándonos ante esos fantasmas del pasado, a menudo la única llave para comprender nuestro presente. 
Una película, entiendo, no apta para paladares abotargados, pero que es tremendamente disfrutable si se le pilla el punto exacto, momento en el que deja de ser un festín excesivo y sí un delicado retrato emocional.
En Sitges tampoco sé si fue comprendida del todo.
Saludos.

sábado, 1 de octubre de 2016

El contagio



La idea primordial que subyacía en el "Nosferatu" ideado por Murnau, no era otra que la de un ser corrupto e inhumano contagiando enfermedades incurables, una especie de manifiesto oscuro de todos nuestros temores y debilidades, quizá un símbolo, o una advertencia. Lo que proponía Peter Strickland en su sorprendente debut tiene mucho de todo ello, tanto en la forma como en el fondo; primero por estar rodada y situada intencionalmente en Rumanía, pero también, o sobre todo, por la angustia desprendida por su personaje protagonista (una apabullante Hilda Péter), una mujer que es repudiada por todos a partir del descubrimiento de que su hijo es fruto de una violación que ella mantuvo oculta durante once años. A partir de ahí, como si realmente ya fuese una muerta viviente contagiada por un virus maligno o una maldición, escapa con el niño con la idea fija de encontrar al causante de su desgracia, y nadie podrá interponerse.
KATALIN VARGA es una película pequeña, concebida como una especie de shock, y que adelanta muchas de las constantes que luego hemos visto en el cine de Strickland, pero en mi opinión sigue siendo su mejor obra, la más contundente (apenas dura 80 minutos) y original, un desafiante órdago visual y conceptual que me recordó por momentos al primer Grandrieux y sus sombras en movimiento, pero también al cine telúrico y repleto de miradas de Béla Tarr, si es que podemos cobijar cada fotograma bajo un denominador común: Dostoievski siempre...
Saludos.

viernes, 30 de septiembre de 2016

La caricia de la polilla



La última película de Peter Strickland hasta la fecha, THE DUKE OF BURGUNDY, de hace un par de años, denota un inteligente movimiento por parte del británico. En lugar de buscar un sentido a su propio talento a la hora de armar imágenes únicas, prefiere, en mi opinión acertadamente, vaciar el psicologismo de las mismas y dejarse arrastrar al territorio de los sentidos, confiando en que el espectador y su inteligencia hagan el resto. En esta ocasión, Strickland opta por acercarse al Bergman de PERSONA y embadurna su córtex retiniano de un agrio sentido del humor, que va tornándose ponzoñoso y deliberadamente triste a medida que la pareja protagonista, sobre la que recae todo el peso del film, va despojándose de las muchas máscaras con las que son presentadas ambas mujeres, sin que podamos afirmar rotundamente qué rol ocupa cada una en una relación de ama y esclava, consentida o no, que inesperadamente muta en otra cosa aún más retorcida, al tiempo que (he aquí el milagro) la película se humaniza de manera brusca, mostrando su rostro menos pintarrajeado. Es, sí, una historia de amor corvo, de párpados cansados y polvo sobre los muebles, pero anhelamos tanto un poco de calor en los fríos tonos digitales contemporáneos que la sintonía es inmediata, comprendemos la farsa, la aceptamos del mismo modo en que los personajes aceptan que no pueden alcanzar la plenitud fuera de la falsedad, porque lo que más daño hace siempre es mostrarse como uno es en realidad, y además es tan aburrido...
Magnífica.
Saludos.

jueves, 29 de septiembre de 2016

El sonido oscuro



El británico Peter Strickland pertenece a esa estirpe de "raros" que tanto han proliferado de un tiempo a esta parte. Directores jóvenes, de acusada cinefilia y gestos que identificamos brevemente con tener un pie en un sitio y en otro, en este caso más bien un tiempo y otro, éste y otro. Reconozco que lo he descubierto hace relativamente poco y que solamente he podido acercarme a su aún corta obra con la calma que da la desconfianza de quien recela de cualquier modernidad vacua. Así, me encontré viendo BERBERIAN SOUND STUDIO (título hipster donde los haya), una imposible mezcla entre Argento, Lynch y Gilliam, que Strickland pretende domesticar a base de autoimponerse cartujo dominio de un artefacto que corre el peligro constante de deflagrar por implosión. Sin embargo, lo logra, en parte, gracias a la esforzada interpretación de Toby Jones, que nos recuerda que es un actor kafkiano por los cuatro costados y que no necesita de gestos innecesarios para mostrarse creíble en una historia que no haría justicia al término "delirio psicótico"... Un ingeniero de sonido de (suponemos) la BBC setentera llega a Italia, al estudio del título, para intentar relanzar la decadente carrera de un (suponemos) maestro del giallo en su última película; el problema es que, poco a poco, y pese a ser recibido con entusiasmo, su presencia cada vez será más anecdótica en las psicotrópicas sesiones de grabación,hasta el punto de entrar en una espiral de desconfianza en la que ficción y realidad llegan a ser indisolubles. Efectivamente, Strickland filma con depurada devoción lo que (suponemos) fue aquella época de artesanos entregados a una tarea casi religiosa, pero la artificiosidad se apodera más de una vez de la narración y casi podemos afirmar que, en un momento dado, importan más las lechugas machacadas y las cortinas de terciopelo que intentar averiguar qué está pasando exactamente, porque tampoco es que importe mucho...
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!