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jueves, 28 de septiembre de 2023

Fragmentos de una mente perdida


 

IMAGES pasa por ser uno de los films menos recordados de Robert Altman, sea por su arriesgada propuesta o por su apreciable intento por despegar el "yugo americano", en busca de una dimensión más cercana a autores europeos, como ya hiciera, por ejemplo, John Cassavetes. Se trata de un inquietante retrato femenino, el de Cathryn, una escritora de fantasía que se traslada a una casa de campo junto a su marido, tras sufrir una crisis nerviosa. Lo que Altman propone es un incómodo vistazo a una psique atormentada, esquizoide, pero también necesitada de comprensión. El triángulo compuesto por su marido, frío y distanta, su amante, brutal y pasional, y el fantasma de lo que suponemos otro antiguo amor, pero que bien podría ser la conciencia latente de su propia incapacidad de amar, nos lleva hasta una espiral de apariencias y apariciones, y realidad trufada de una ficción que pugna por imponerse a la misma. El trabajo de Susannah York es tremendo, componiendo una figura frágil, dañada, acosada por fantasmas indistinguibles de una realidad de la que sólo puede escapar componiendo sus relatos sobre seres que buscan unicornios, toda una alegoría. En mi opinión ha envejecido mal, muy a la sombra de los excepcionales tratados femeninos, por ejemplo, de Bergman, Polanski o Fellini, de quienes se anexiona el regusto amargo y punzante de una feminidad aplastada, pero sin llegar a concretar el punto exacto, a modo de guía, para un espectador que puede sentirse tan desorientado como su protagonista. Y no, la banda sonora de un joven John Williams es la canónica, mientras que los "chirridos" (recuerden INSIDIOUS) provenían del artista japonés Stomu Yamashta. Ambos nominados a la mejor banda sonora en los oscar, que no es poco para Altman...
Justamente olvidada.
Saludos.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Rincón del freak #369: La extinción como solución



Es curioso esto del cine, cómo uno va encontrando correspondencias donde no podría ni imaginar, o cómo se descubre el carácter tectónico de una industria volátil como ninguna. Muy curioso, porque hace apenas unos días comentaba las maravillas de la gran despedida de Robert Altman, mientras que ayer mismo hacía lo propio con un film de ciencia ficción que mantiene intacta su potente originalidad. Pues aquí estamos, con un batacazo tan tan grande que la memoria cinéfila lo ha desterrado convenientemente de cualquier listado. Y, sí, el despropósito lo firmó Robert Altman, puede que pensando que era capaz de hacer algo parecido a STALKER, y encima resulta que el elenco es como para pensr que estamos ante una obra magna: Paul Newman, Bibi Andersson, Vittorio Gassman o Fernando Rey, entre otros. Ni lo piensen, QUINTET es tan sumamente aburrida que más bien parece un ensayo de otra cosa, como un borrador o un descarte de fondo de armario. El argumento se resume rápido: el futuro. La Tierra está literalmente congelada y la raza humana diezmada. Sobreviviendo en pequeñas concentraciones, los supervivientes se dedican a esperar la muerte sin mucho que hacer, excepto beber y jugar al juego que da nombre al film. Hay miradas chungas, frases sentenciosas (hasta en latín), el vestuario está compuesto por trapos y los acuchillamientos son el deporte nacional. Pero nada, no esperen ninguna revelación filosófica, ni tampoco algún destello de truculencia; Altman filma con un filtro empañado que apenas deja ver nada y a los veinte minutos te da exactamente igual lo que está pasando. Una de esas películas que sólo admiten un calificativo: incomprensible.
Saludos.

lunes, 26 de agosto de 2019

Películas para desengancharse #51



¿Se acuerdan de este monográfico? ¿De dónde lo dejamos hace ahora un par de años? ¿De lo complicado que me resultaba explicar el porqué de según qué desenganches? En este tiempo he entendido que lo que quería trasladar no era estrictamente a ustedes como espectadores, sino que competía también, cómo no, a los propios integrantes de la industria. Productores, actores, directores... Quizá lo que amablemente llamamos "homenaje" o incluso "tendencia", no es más que la copia burda del incapaz; y es por ello que también, queridos lectores y cinéfilos, existe otra categoría de film del que es preciso desengancharse, aquél cuya calidad proviene de su carácter seminal, aun tratando temas universales. En esta categoría incluyo la última obra maestra que filmó Robert Altman, allá por 2001 (aunque creo que Altman mismo debería ser mencionado como "director del que desengancharse"). GOSFORD PARK aludía al espíritu de aquella maravillosa serie que sólo los más veteranos del lugar recordamos (aunque yo la vi un poco después de su estreno) y que fue "Arriba y abajo", para levantar un lúcido e incontestable fresco en clave intimista sobre la insalvable diferencia de clases en el marco de una mansión en los años treinta. Lo prodigioso, en el caso de Altman y del guion de Julian Fellowes, es que este "tema" ni siquiera importa para desarrollar la trama, que igual puede tratar lo jocoso o lo escabroso, el drama costumbrista y hasta un inesperado giro policíaco "a lo Agatha Christie". Altman era así, siempre ha sido así, un "hombre-lupa" ("hombre-zoom" sería más ajustado), atento a ese detalle que se nos escapa entre las rendijas de la coralidad, y que en este apasionante retrato ambarino se nos muestra como el viejo creador que ya era, repleto de amor y compasión por sus personajes, y me atrevería a afirmar que por sus actores, porque algunos no volvieron a estar tan bien dirigidos como entonces. Es una película por la que no pasan los años, que gambetea con elegancia y sin trampas, y que, al menos a mí, me reconforta saber que es la última de su especie. Porque son legión los que han intentado tirar de época para hacer lo mismo, pero ni de lejos...
Soberbia película y soberbios actores y actrices.
Saludos.

sábado, 26 de enero de 2019

El rey tuerto



Nadie, absolutamente nadie entendió la adaptación que Robert Altman realizó en 1980 del famosísimo personaje de tiras cómicas creado por E.C. Segar allá por principios del siglo XX. POPEYE (el cómic) es una obra maestra porque habita un mundo propio, fuera de los límites y la lógica convencional que rige el nuestro; es, no hay quien lo ponga en duda, una obra maestra de la fantasía de todos los tiempos. Ahora bien, hay dos problemas fundamentales con la película: primero, Altman es un genio creador, por lo que nunca habría intentado fundamentar su versión en nada que no fuera una fidelidad que rozara el paroxismo, lo que da una sensación agotadora y muy complicada de seguir; y luego, POPEYE se mueve entre el slapstick, el musical y la comedia surrealista, por lo que es difícil atribuirle un género reconocible. Así las cosas ¿a quién diablos podría gustarle algo así? A mí me encanta, y no sólo porque Altman me encante, sino porque confirma mis sospechas de que sería imposible realizar algo semejante hoy día, y eso no habla en su contra, sino más bien a su favor como objeto inasible y genuinamente de culto. Es una película extrañísima, no digo lo contrario, pero también posee un encanto que tan sólo le pertenece a ella, porque no quiere agradar a toda costa, sino elaborar un discurso que fluctúa entre lo metronómico y lo caótico, como si mezcláramos a Béjart con Xenakis, a Mondrian con Pollock... Sí, a lo mejor no fue más que una broma de un director insobornable a los grandes estudios, que tantas trabas económicas puso a su libertad creativa, precisamente en el proyecto más ancho que tuvo, y a partir del cual inició su particular crisis financiera. Ahora bien, no puedo dejar de señalar la maravillosa ubicación de ese Sweethaven en una cala perdida en Malta, las impecables caracterizaciones de Robin Williams (por entonces un desconocido) y Shelley Duvall, o las canciones de Harry Nilsson y Van Dyke Parks, con ese poso de melancolía que tampoco es lo que uno esperaría encontrar en un musical al uso. El resultado es el film marciano e inclasificable que nadie defiende a estas alturas, pero que yo seguiré reivindicando como modelo de valentía y amor por una historieta y un personaje simplemente únicos.
Por cierto, se espera una versión en 3D para este mismo año, de la que personalmente no espero nada positivo.
Saludos.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Elogio del hijo de puta



Recuerdo ver THE PLAYER en el cine el año de su estreno, estrenando apenas yo mi mayoría de edad. Por aquel entonces me fascinaba el cine de Robert Altman, aquel director que amaban en Europa y odiaban en América, y que por entonces, a comienzos de los noventa, no atravesaba su mejor época. Sin embargo, pese a los fracasos y errores personales, Altman siempre tuvo algo que fue lo que le mantuvo con vida y le permitió disfrutar de un tardío pero merecido éxito: el respeto y la admiración del gremio del cine. Por ello seguía teniendo a los mejores actores y actrices a su disposición, el mejor equipo y los mejores guiones. Altman podía permitirse planos secuencia de cinco minutos y localizaciones en casi cualquier lugar del planeta, y quizá sólo era porque, al fin y al cabo, "todos querían trabajar con Robert Altman". Y mucho de eso hay en THE PLAYER, aunque también hay mucho más, cómo no. Embutido en un dilema moral dosteivskiano, se nos cuenta el día a día de un reputado productor de Hollywood, que empieza a recibir cartas amenazadoras, supuestamente de un guionista al que rechazó en algún momento. Cuando cree haberlo identificado, urede un plan para tenerlo frente a frente y averiguar qué ocurre realmente, pero las cosas se desmandan y el guionista muere a manos del productor (y es sólo una de las múltiples metáforas metanarrativas que se desparraman por toda la película), por lo que seguidamente pasa a ser sospechoso. Tim Robbins encarna genialmente al tiburón frío y calculador, pero que no puede evitar, por ejemplo, conocer en persona a la pareja del hombre que acaba de asesinar y verse embarcado en una espiral de sucesos inexplicables. Su papel explica por sí solo a una industria, a la que Altman amaba y detestaba por igual, y sus actos la definen a la perfección: Hollywood como la fábrica de sueños por fuera, que se tornan en pesadillas cuando estás dentro. Y el guion, adaptado por Michael Tolkin sobre su propia obra, erige en protagonista al despreciable, indaga en sus motivaciones e incluso se permite compadecerlo cuando nadie más lo hace; y en su bilioso e inesperado desenlace, hay más verdad que en las noticias, que casi nunca nos permiten acceder al triunfo de un hijo de puta cualquiera, ni a los cadáveres que deja a su paso...
Magistral.

sábado, 6 de junio de 2015

Piscinas abandonadas



La película de la que todo el mundo hablaba en aquel Cannes'77 no era europea, sino americana, y sin embargo 3 WOMEN parece más europea que americana, aunque vista detenidamente ahora, 38 años después, uno rastrea a los últimos renovadores del cine americano en esta extrañísima fantasmagoría de Robert Altman. Esta es, totalmente, una película para pensar en ella, sobre ella; yo pensé que debe haber apenas una quincena de películas con la capacidad de descolocar a cualquiera, dejarle con algunos de sus esquemas inservibles y lograr algo muy complicado, que es redefinir su concepto de lenguaje cinematográfico. Porque, aunque toda la narrativa de Altman parece lúcida y transparente, hay una bruma en cada palabra, cada gesto, como si todos los personajes desearan ocultar algo más que mostrarlo. Parece una ensoñación, una pesadilla que a cada uno le tiene reservada su cuota de crueldad; a una la indiferencia general hacia su persona, simplemente como si no existiera; a otra la asunción de su insignificancia, precisamente por admirar obsesivamente a este fantasma de carne y hueso; la última, por tener que soportar la maldición de un hombre zafio y vulgar, que no sólo la engaña constantemente, sino que es ajeno a sus asombrosas cualidades artísticas. 3 WOMEN habla de lo solos que estamos, de lo difícil que es relacionarse con el otro, aceptarlo tal como es sin perder nuestra propia identidad; precisamente, esa pérdida de identidad se hace patente en el tremebundo tramo final, cuando el típico bloque de apartamentos californiano con piscina se convierta en una especie de vertedero humano, donde van a parar quienes no poseen nada ni nadie. Es en ese reverso tenebroso del sueño americano donde Altman se encuentra más cómodo, estirando las situaciones hasta la incomodidad consciente y apurando el talento de unas actrices en perpetuo estado de gracia, especialmente una estupenda Shelley Duvall y Sissy Spacek, si cabe, aún más terrorífica que en CARRIE. No sólo me atrevo a afirmar que en nada ha quedado antigua, sino que sus imágenes parecen provenir de algún futuro indeterminado y al que difícilmente podremos llegar desde este presente tan poco dado a apostar fuerte. Apostemos pues.
Saludos.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Lo que oculta el camuflaje



El tercer ejemplo de incorrección política en el cine norteamericano, tomando como base un trasfondo bélico, es tan famoso como paradigmático, y ha suscitado tantos debates alrededor de su auténtica naturaleza que, más de cuarenta años después de su tumultuoso estreno, sigue teniendo una actualidad que no es fácil mantener intacta. Será por la inesperada aceptación de crítica y público, o por el masivo éxito de la serie de televisión (más comedida, es cierto), pero lo cierto es que M.A.S.H., más allá de su corrosiva visión del absurdo de los conflictos bélicos, creó una nueva forma de desarrollar una trama, por cruda que ésta fuese. El truco consistía en reírse de todo, pero sin omitir los detalles más escabrosos; y qué mejor marco para ello que un hospital de campaña en mitad de una guerra, la de Corea en este caso, aunque a nadie se le escapa que la intención de Robert Altman era reflejar el por entonces aún candente desastre de Vietnam. Altman fue el único que le echó un par al texto de Richard Hooker (asimismo, médico en Corea) y consiguió camelarse nada menos que a la FOX, con el pretexto de realizar una comedia que cambiase la negrísima percepción que la sociedad norteamericana tenía por entonces de su ejército. En lugar de ello, M.A.S.H. parece un exótico cruce entre cualquier comedia adolescente, con unos personajes subidos de hormonas, borrachuzos e irreverentes, y un feroz alegato en contra de la guerra. Súbitamente, y con el particular estilo de filmar de Altman, repleto de planos generales y zooms nerviosos, podemos pasar de los líos de cama de los imposibles cirujanos "Hawkeye" (Donald Sutherland) y John McIntyre (Elliot Gould), a cómo diariamente deben dar lo mejor de sí mismos para salvar vidas. Es decir: siempre se puede camuflar el horror de la guerra con una exaltación del valor, el honor y esas cosas, pero resulta más realista cuando percibimos que quienes están allí también son personas, con todos sus defectos y debilidades. Y eso es M.A.S.H., ni más ni menos; quizá no tan "cinéfila" como para llevarse la Palma de Oro de aquel año, aunque visto con calma aquel Cannes fue de los más flojos de la década, lo que no sé si es necesariamente bueno, claro...
Saludos.

domingo, 1 de junio de 2008

El declive del imperio americano

Existen muchas maneras de traspasar el lenguaje literario, sus recursos, al cinematográfico; no quiere decir esto que sea sencillo ni que el resultado satisfactorio esté garantizado. Primordial suele ser partir de una buena obra literaria; de gran ayuda que el adaptador sea hábil y domine el medio en el que incurre o, como mínimo, que se trate de un buen y abnegado artesano y no líe más de lo imprescindible el mejunje.
La adaptación perfecta es SHORT CUTS. Sí, claro, podríamos poner doscientos ejemplos y todos diferentes, pero voy a intentar explicarme y trataré, como en ocasiones anteriores,ser breve.
Lo primero es que Robert Altman es uno de esos casos excepcionales dentro de la industria yanqui en los que se puede (y debe) hablar de un autor de plenos poderes. La obra a adaptar no es única, sino que se trata de una serie de relatos de Raymond Carver, al que no dejaremos de recomendar desde aquí. Altman propone unir varios relatos y darle una estructura única, movible pero cohesionada. Hasta aquí, si fallase algun elemento de los anteriormente descritos, lo más lógico sería encontrarnos ante un pretencioso ejercicio supuestamente autoral que va a poner patas arriba la historia del cine. No, los ejemplos de MAGNOLIA (burda copia de la cinta de Altman, aunque con interesantes hallazgos interpretativos) o CRASH (la peor película que he visto en años) reafirman el hecho de que SHORT CUTS es una obra seminal y una enorme prueba de virtuosismo narrativo.
Sería interminable relatar el extensísimo reparto (excelentes, en todo caso, Tim Robbins y Tom Waits) y, además, creo que la idea de Altman consistía en esa coralidad bien entendida que, curiosamente, cuenta con un gran maestro en España, como es Berlanga. Pero esa es otra historia.
Aparte de lo fundamental e impactante que resulta su estructura, SHORT CUTS es también un acertadísimo retrato de las frustraciones, fobias y fracasos del americano medio, algo que siempre ha presidido el imaginario del director de Kansas y le ha conferido la etiqueta de autor incómodo de asimilar para una industria poco acostumbrada a la autocrítica.
Descubrí a Altman con este film y en plena adolescencia, con ansias de nuevas sensaciones y con a amplitud que da la inexperencia; quince años después, me parece más necesario que nunca el visionado de esta obra nada moralista en unas escuelas (las nuestras) que contribuyen demasiado a la idiotización de nuestro relevo generacional. Pero "aplíquese el cuento" debe ser una frase que desaparece instantáneamente cuando la cosa esa de la toma de poder.
Saludos cruzados.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!