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miércoles, 28 de febrero de 2024

Los agentes íntimos


 

Cierto que acabamos el kilométrico monográfico dedicado a Raoul Walsh la semana pasada, pero aún queda alguna curiosidad pendiente por ahí. Llámenlo completismo, afán acaparador o cosas menos amables, pero la vinculación de Walsh con el cine se amplió más allá de su faceta como director, aunque más como un hobby de final de trayecto. THE DELTA FACTOR, de 1970, adaptaba la novela homónima de Mickey Spillane, un multiventas conocido por sus libros de policíaco y espionaje, siempre en un tono más bien desenfadado, y que tuvo como buque insignia al detective Mike Hammer. Aquí nos encontramos con una ligerísima trama sobre agentes secretos, cuya excusa argumental para convertirla en una comedia de alto voltaje sexual era el matrimonio forzoso entre un ladrón y estafador y una brillante agente de la CIA, con la intención de que el primero logre infiltrarse en una extraña organización criminal situada en una isla del Caribe. Allí, un sátrapa mantiene cautivo a un científico, suponemos que brillante, y la misión consistirá en meterse en la boca del lobo y salir de allí con dicho profesor. Antes, lo mollar es una sucesión de tensión sexual no resuelta entre los protagonistas, el limitado Christopher George y una explosiva Yvette Mimieux, que llevan la trama casi a los terrenos del serial subidito de tono. Como film de espionaje es más bien flojito, sin decidirse a explotar un solo concepto, y quedándose en una curiosidad simple e intrascendente, que funcionaría por entonces pero hoy día ha quedado tremendamente anticuada, aunque intuyo que Walsh (no acreditado)se lo pasó pipa en esta faceta más descocada, y que siempre fue impensable para su filmografía, aunque, recordemos, algo de ello podemos encontrar en sus últimos westerns, por ejemplo.
Saludos.

martes, 31 de agosto de 2010

Almas cruzadas



THE POSTMAN ALWAYS RINGS TWICE adaptó la lúbrica novela de James Cain, que ya por aquel entonces encendía pasiones por sus momentos "subidos de tono" y puesta al día del género negro, sin bandas criminales ni atracadores de bancos, pero con la representación de unas almas negras de avaricia y rojas de lujuria, un cóctel difícilmente rechazable para la sociedad americana de posguerra. Si a esto le añadimos a Lana Turner...
Ésta es una sórdida historia de las que sólo pueden ocurrir en uno de esos no-lugares que el cine tanto y tan bien ha retratado desde siempre; la historia de un hombre que llega de ninguna parte, sin nada, a un sitio igual de impersonal, una gasolinera-drugstore regentada por un afable señor mayor, que asimismo está casado con una exhuberante chica que acudió a él para dejar atrás un pasado de prostitución y delincuencia. El dueño (Cecil Kellaway) acepta, en un rapto de bonhomía, contratar al desdichado desconocido (John Garfield), por lo que el desastre cobra vida en forma de los inefables cuernos y, ya sin freno posible, un terrible pacto que derivará en una tragedia casi de índole moral.
En su momento (tengamos en cuenta que nos encontramos en 1946), esta producción de la Metro supuso toda una conmoción por su atrevimiento formal y, sobre todo, por la confirmación de que Lana Turner era esa mujer a la que no debías acercarte si tenías en aprecio tu propia integridad (tanto la física como la moral). Están avisados.
Saludos sin remitente.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!