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viernes, 26 de abril de 2024

Mugre


 

La mugre es más que suciedad, casi un elemento visible y autónomo que se arrastra por las paredes, impregnando un aire que parece viejo y marrón, que se pega a los sillones asfixiados, queda a merced de un suelo pegajoso y culmina en una ristra de vasos amarillos de baba. Sólo hay dos caminos hacia la mugre, o se rechaza en imperdonable arcada, o se abraza en la celebración de los sentidos anulados, con la certeza de convertirse uno mismo en parte de ese festín de decadencia y corrupción. En este siglo XXI, tan dado a las lejías y ceramismos de la "imagen-asepsia", me parece que pocas películas vamos a ver como DER GOLDENE HANDSCHUH, inesperadísimo (al menos por mi parte) retrato de un infraser, o como queramos llamarlo, que vivió realmente, y cuya truculenta historia fue plasmada primero en un libro, tomando el nombre del infecto tugurio donde Fritz Honka pasaba el tiempo emborrachándose y buscando mujeres desesperadas por una copa de aguardiente. Nunca me ha entusiasmado el cine de Akin, siempre con un punto de pedantería propia de principiantes con ínfulas, pero aquí el cineasta, de origen turco, consigue un demencial y complicado equilibrio entre la crudeza de una puesta en escena radical (llegando a mostrar un asesinato en larguísimo plano secuencia) y un rigor casi obsesivo por visibilizar un tiempo y un lugar (los años setenta en un depauperado Hamburgo) que tienen tanta importancia como su terrible protagonista, que la posteridad conoció como "el destripador de St. Pauli". Película incómoda, incluso desafiante en su interludio central, pero trufada de imágenes que se quedan impregnadas como el hedor que literalmente parece desprenderse del ático de los horrores. Mención especial al joven actor Jonas Dassler, que con apenas 25 años realiza un trabajo de transformación brutal, enmarcando en esa mirada perdida a un monstruo inescrutable, y por tanto aún más aterrador.
No sé si recomendarla por ser de visionado especialmente duro, pero a mí me ha parecido un descomunal film de algo que va más allá del horror, y que no sé dar un nombre ajustado. 
Saludos.

jueves, 28 de abril de 2011

Algunas postales sueltas (y urbanas)



NEW YORK, I LOVE YOU fue la respuesta americana (extraña respuesta, todo hay que decirlo, por lo cosmopolita de su elenco) al magnífico film coral PARIS JE T'AIME. Me cuesta hablar de este tipo tan particular de películas, sobre todo si no consigo dar con el tono general, algo que ocurre aquí de manera insistente. El único tono general es pasteloso y poco fiable: el amor curalotodo y fidedigno; bien cimentado sobre valores universales que los americanos han ido inyectando en su mitología particular a lo largo de los años. De principio a fin, y sin extenderme en demasía, sería algo así:
En Chinatown, Jiang Wen dirige a Hayden Christensen, Rachel Bilson y Andy Garcia. El primero es un improbable carterista que roba una cartera y descubre en ella la foto de la chica de sus sueños; el problema, una vez que da con ella, es que su novio es un sinvergüenza aún mayor. Es un intento de realismo mágico alegórico, pero en realidad no es más que un inicio blandito y que augura lo de después.
Mira Nair, siendo fiel a sí misma, firma un episodio intrascendente y un poco tontuelo en el que un vendedor indio de diamantes (Irrfan Khan) y una chica judía que va a casarse en breve (Natalie Portman) se pegan un rato hablando de cosas tan interesantes como el valor espiritual de los diamantes..., en lo que no es más que un sonrojante encubrimiento pseudofilosófico de lo que no es más que avaricia pura y dura.
Shunji Iwai dirige el segmento del Upper West Side, en el que Orlando Bloom se dedica a componer la banda sonora de un film de animación sin salir de su apartamento, y con el único contacto con el exterior de las llamadas telefónicas que recibe de la asistente del director, que resulta ser Christina Ricci. Le gustará a quien disfrutó con... no, no lo sé, la verdad...
El nivel sube un poquito (algo no muy difícil) en el episodio dirigido por Yvan Attal y dedicado al Soho, donde un estupendo Ethan Hawke encarna a un entrañable aspirante a escritor que en realidad no es más que un encandilador de féminas, ducho en el arte de la conversación y que caerá en una inesperada trampa dialéctica cuando intente seducir a Maggie Q en una situación que ya se nos va haciendo familiar: fumar fuera del restaurante. De lo más interesante del montante.
De nuevo otra gilipollez para no perder perspectiva. Brett Ratner intenta convencernos de que la vida es como una comedia chispeante en Central Park; para ello convoca a un excesivo James Caan, que embauca al pipiolo Anton Yelchin para que lleva a su hija, Olivia Thirlby, a una fiesta de graduación (¿Hay algo más asquerosamente americano que eso?). La sorpresa es que ella está en silla de ruedas. Pero no se preocupen, el episodio es igualmente insoportable.
La película toca fondo cuando Allen Hughes se interna en Greenwich Village e intenta convencernos de que es capaz de dirigir a actores hablando. cinco minutos nos bastan para constatar que esto es una falacia. Su segmento es una bobada face to face entre Drea de Matteo y Bradley Cooper, que se acostaron un día y aún les pica... No sé, de verdad ¿a quién carajo le importa?...
A partir de ahí el film no puede sino despegar, y vaya si lo hace. Lo mejor de NEW YORK, I LOVE YOU es una surrealista y delicada pieza de cámara que comenzó a dirigir Anthony Minghella, pero que éste tuvo que delegar en Shekhar Kapur, ante la enfermedad que terminaría trágicamente con su vida. En ella, una impresionante Julie Christie (ustedes lo saben, para mí lo más bello que ha surcado jamás una pantalla) vuelve a un hotel en Manhattan que le es entrañable y allí se encuentra con un peculiar botones, un Shia LaBeouf excepcional, que recupera la esencia del gran Charles Chaplin. El episodio posee una perturbadora y magnética belleza que hace que nos preguntemos si lo que vemos es real o, por ejemplo, sólo sucede en la mente de esa mujer madura que mira directamente a los ojos al desconsolado botones al que todo parece salirle mal. Maravilloso episodio del que podía haberse hecho una película al margen y que choca ineludiblemente con la monotonía del resto.
El film sigue con la curiosa dirección de la propia Natalie Portman, que sorprendentemente mantiene el tipo con dignidad en una hermosa historieta de equívocos que se nutre de su loable falta de pretensiones. Una niña (Taylor Geare) juega en Central Park con Carlos Acosta, del que deducimos por la conversación que se encarga de cuidar a la niña mientras su ocupada madre, Jacinda Barrett, está con su pareja. Sin embargo, nada es lo que parece; el día acaba y las máscaras caen... También de lo mejor del total.
Antes de que todo acabe, Fatih Akin recupera sus mejores sensaciones en el episodio que dirige en Chinatown, el mejor junto al de Kapur. Aquí, Ugur Yucel encarna a un terrible artista que parece perdido en ninguna parte, mientras se autodestruye en un mar de alcohol. Un día descubre que las musas existen y que pueden tener el exótico rostro de la taiwanesa Shu Qi. Él intenta convencerla para que se deje pintar, lo que despierta reticencias en ella que terminarán en una intensa lucha al atisbar el artista que su final está próximo. Este episodio contiene algunos de los mejores momentos de la irregularísima filmografía del director de origen turco.
Y para terminar, el inefable baboseo y lloriqueo yanqui, sin el cuál ninguna retahíla de episodios podría conformarse en el país de las oportunidades. Se trata de un episodio dirigido por Joshua Marston, pero que podía haber sido firmado por el mismísimo Emilio Aragón... Sí, es entrañable ver a dos veteranísimos como Cloris Leachman y Eli Wallach (bastante deteriorado, todo hay que decirlo) paseando por Brighton Beach y echándose las cosas en cara con la ternura y el desparpajo que sólo pueden desprender dos ancianos. Lo que me jode es tener que acabar así, buscando el pañuelo descaradamente; aunque, la verdad sea dicha, teniendo en cuenta el deslavazado resultado final de esta desafortunada copia repleta de filtros... qué más da...
Saludos neoyorquinos.


PD: podían haber invitado a Woody Allen, digo yo...

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Tira los dados



Una película puede ser alocada y salir bien; nada tiene que ver una cosa con la otra. Por otra parte, hay películas que, más que alocadas, son dislocadas, por lo que un poco de senso no les vendría nada mal; lo malo es saber parar a tiempo, "echar el freno", disponer del ritmo y el tempo adecuadamente, que es lo mínimo que se le pide a un director. Esto es lo que veo en SOUL KITCHEN, el último film del que considero que es el director europeo más sobrevalorado (por encima de von Trier, sí), Fatih Akin. SOUL KITCHEN cuenta la enésima historia "artesanos vs. capitalistas", esta vez con la excusa de un tipo algo desastroso que posee un restaurante, digamos peculiar; su estilo, mezclar sabores del mundo con actuaciones en directo y un ambiente decididamente abierto y familiar. Como está claro, el éxito de la propuesta será olida por unos sabuesos capitalistas, que intentarán comprarle el local a toda costa. En medio de esto, los típicos personajes que el director se empeña en colarnos como atípicos; una cascada de situaciones que hemos visto ya demasiadas veces, con gente que se enamora casi por sortilegio y sin que medien relaciones humanas; un optimismo casi impuesto y que se salta las leyes de la lógica... Sí, claro que puede sonar a cualquier título mítico de la screwball comedy de la época dorada, pero no se lleven a engaño, SOUL KITCHEN es un film sin ritmo (cuando alardea de todo lo contrario) y sin nada importante que contar, así que puede que sólo logre contentar a los incondicionales del director de origen turco, un tipo al que se puede aplicar la misma máxima que, por ejemplo, Emir Kusturica. Esto es: si dejas atrás tus prejuicios y sólo quieres pasar hora y media de evasión sin muchos remilgos al trazo grueso, entonces ésta es tu película; el resto, absténgase ante el peligro de insatisfacción crónica.
Saludos suculentos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!