El éxito masivo de la ciencia ficción durante gran parte del siglo XX podría ser explicada, en parte, si no nos dejamos llevar precisamente por su aura de grandilocuencia, si nos atenemos a su fastuosa revisión y renovación de ciertos motivos mitológicos, o mejor dicho, lo que nunca ocurrió como camino para comprender lo que ocurrió pero que apenas ya importa con el transcurrir del tiempo.
Se alude constantemente al espectáculo, la acción, la épica, todos meros instrumentos al servicio de un simbolismo que, unas veces con mejor fortuna que otras, hace que abramos los ojos ante nosotros mismos sin que percibamos que se habla de nosotros mismos.
BLADE RUNNER es, posiblemente, el caso más flagrante dentro de lo que el cine ha podido aportar a esta casuística de lo impensable y, de paso, renueva totalmente el género al introducir magistralmente elementos del cine negro.
Aún no sabemos, dada su irregular filmografía posterior, si algún primo listo le hizo la película a Ridley Scott, artesano sobradamente contrastado aunque carente de personalidad propia; pero lo cierto es que la adaptación de la novela del inquietante Philip K. Dick (éste sí siempre armado de un talento inabarcable) sigue reinando en el olimpo de la ciencia ficción cinematográfica, ya sea por sus apabullantes hallazgos visuales, como por sus excelentes interpretaciones. Yo, personalmente, me inclino por la potencia narrativa resultante de dotar de credibilidad (humanidad) a unos personajes demasiado a menudo estereotipados, infantilizados, y que aquí cobran inusitada madurez. Sin olvidar, claro está, el discurso filosófico que K. Dick introduce de manera inteligentísima y que nos plantea un dilema eterno aunque de tremenda actualidad: ¿Quién o qué es verdaderamente dios?
Esperando una minuciosa disección por parte del experto indéfilo en detalles Wedge, yo me despido con un saludo que probablemente se perderá como tags en la red...
4 comentarios:
Dice el obrero infatigable "¿Quién o qué es verdaderamente Dios?". Una pregunta difícil, incontestable, parece extraida de una película del loco Bergman.
A los ateos no nos importa quién es dios ni donde vive ni que piensa.Dios ha muerto.
Se me ocurre que si dios ha muerto para los ateos es porque los ateos, en algún momento, le han atribuido existencia. Curiosa paradoja.
Sin duda otra de las grandes riquezas de Blade Runner, aparte de su poderío visual, es el gran contenido filosófico que encierra. Estamos ante una película que, además de embelesarnos estéticamente, hace pensar al espectador, práctica casi en desuso en la cinematografía actual.
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