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martes, 2 de julio de 2024

La loca soy yo #5


 

Hay quien le achaca a FURIOSA: A MAD MAX SAGA un flow continuista, como incapaz de dar un solo paso más allá de todo lo ya apuntado en los cuatro films anteriores. Puede ser, y añadiría la extraña decisión de George Miller de rodar una precuela, que en realidad no es más que el apunte explicativo acerca del origen del personaje de Furiosa, que tampoco sé si había mucha gente pidiendo. Todo ello palidece ante el despliegue de ¡cine! que Miller hace explosionar ante nuestras narices, por el puro deleite de ensombrecer a quienes siguen pensando que la cinemática de la imagen está acabada, e incluso que la narratividad ha de ser excluida de donde las palabras no formen nido. FURIOSA... mantiene, eso sí, todo el expresionismo del director australiano, con un par de ideas básicas sobre las que pivotar un relato, sucio y maloliente, sobre venganzas implacables, pero también sobre alianzas forzosas, construcción de los mitos o la inmanencia de una memoria mutable y autodestructiva. Yo, que me confieso fanático de toda la saga, he disfrutado cada minuto del salvajismo hecho imagen, para atestiguar uno de los mejores y más originales westerns de los últimos tiempos; un clásico moderno que ya ni siquiera necesita a su máximo protagonista, y se desborda por sobre la pléyade de personajes que se desparraman por sus hipnóticos 150 minutos, convertidos en una orquesta caótica pero siempre perfectamente afinada. Aun sin ser tan brillante como su predecesora, conserva una energía impresionante, un puñado de imágenes que se clavan sin esfuerzo en las retinas más aleccionadas, haciéndonos sacudir el polvo de las butacas mientras suben las pulsaciones y susurramos entre dientes que vamos a querer más de esto, y que no tarde mucho...
Por momentos, llegas a preguntarte cómo diablos han llegado a rodarse algunas escenas. Apabullante y, dentro de poco, mítica.
Saludos.

jueves, 22 de diciembre de 2022

Cuéntame un cuento


 

Siempre he tenido la certeza de que George Miller es, por encima de todo, un romántico, y que su romanticismo puede rastrearse en cada una de sus películas, incluso en las menos previsibles. Y de repente llega THREE THOUSAND YEARS OF LONGING, que bien visto podría ser una especie de compendio de estas "pistas románticas", entendidas como componentes necesarios de una narración que parece engañosa, falsamente megalómana, cuando es un pieza a mi entender minimalista, y que celebra el placer de las narraciones episódicas. De hecho, es tan burda su premisa, tanta la premura con la que se nos presenta su trama, que sólo puedo entenderlo como un gigantesco McGuffin, cristalizado apenas en sus emocionantes minutos finales, de una extraña hondura sentimental. No voy a ser yo quien desvele dicho giro, porque desarmaría el motivo principal, latente, veladamente visible a través de los cuentos que un "genio de la botella" (literalmente) le va contando a la escéptica erudita que ha destapado a este ser milenario en un viaje a Turquía. La gran química entre Idris Elba y Tilda Swinton salva cada salto al vacío del ridículo, y nos prepara sigilosamente para ese impensable giro, hermoso, eficaz, y que te deja con una sonrisita satisfecha. Los románticos somos así...
No es ninguna maravilla, pero tiene y debe tener su público que la entienda.
Saludos.

domingo, 28 de enero de 2018

Rincón del freak #300: En los límites de la realidad



Un conductor recoge a un autoestopista, y en mitad de la noche charlan animosamente, escuchan música, cantan, hacen adivinanzas. En un momento dado hablan sobre "The twilight zone", aquel mítico programa de televisión con episodios autoconclusivos de temática fantástica y de ciencia ficción. El conductor dice que recuerda un episodio terrorífico y bromea apagando las luces, lo que asusta a su acompañante. Luego, éste le pregunta si quiere ver algo realmente terrorífico; le pide que pare el coche, se da la vuelta y...




Un hombre entra en un bar. Un hombre amargado, resentido. Un racista, un xenófobo, que culpa de sus males a los negros, a los judíos, a los vietnamitas... Cuando sale a la calle no está donde debería. Se le acercan unos oficiales nazis hablando alemán, le colocan una estrella en el pecho, intenta escapar pero todo el mundo lo delata. Luego levanta la vista y le rodean encapuchados blancos. Van a lincharlo, porque para ellos no es más que un negro. Luego está con el agua de un río vietnamita hasta la cintura, frente a él unos soldados americanos abren fuego. Él es el enemigo.
A través de unas tablas ve a sus amigos salir del bar, pero no le escuchan. Está encerrado en un tren que quizá vaya hacia un campo de concentración...




En una residencia de ancianos, todos sueñan con su juventud, lo libres que eran. Lo hacen mientras esperan la muerte tragando pastillas. Pero un hombre les propone un juego, patear la lata y ser jóvenes, aunque sólo sea por esa noche...





Una joven maestra de escuela viaja hacia su nuevo destino. En un bar de carretera conoce a un niño muy especial, al que lleva a su casa tras un accidente. Allí descubre que todos en su familia le tienen un terror reverencial, porque el niño puede hacer cualquier cosa que pase por su mente... literalmente. Su ideal infantil le ha llevado a convertir la casa en un entorno de dibujos animados. Pero los dibujos animados rara vez son amables, más bien todo lo contrario...





Un hombre en un avión. Un hombre con miedo a volar. El avión se encuentra en mitad de una enorme tormenta. Podemos masticar su miedo, su incertidumbre, su nerviosismo. Las azafatas intentan calmarlo, que duerma. Todo pasará cuando estén en tierra. Entonces mira por la ventanilla y no puede creer lo que está viendo. Una extraña criatura está en el ala, destrozando uno de los motores. Por supuesto nadie le cree, quizá esté loco, en pánico. O quizá haya algo más, algo que sin que lo sepamos se desliza hasta nuestro mundo desde una quinta dimensión donde todo es posible... Estamos EN LOS LÍMITES DE LA REALIDAD...

Saludos.

viernes, 14 de agosto de 2015

El loco soy yo #4



Hay un aspecto fundamental para abordar el regreso de Mad Max treinta años después. El vilo de la cartelera lo componen, así a vuelapluma, las andanzas pixerianas, las comedietas de frescor vaginal, la de Neeson vs. las siestas (o peor: Cage insomne perdido), la de miedo que no da miedo (así que no tiene género), la de superhéroes (cada vez más infantiles), alguna de algún festival... Y de repente, esto.
MAD MAX: FURY ROAD es la forma en la que George Miller le dice a la gente, en mitad del pastoreo, que otra cartelera es posible, que aún quedan cosas por hacer y que la pasta, de tener que llevársela antes, es preferible que se la lleven los profesionales de lo que una vez, por un momento, fue arte y séptimo. estamos tan acostumbrados a encasillar cada cosa por culpa del insoportable ordenamiento de celdas, rejillas y ventanas, que todo lo que ocupe un lugar amorfo y grosero es radicalizado de inmediato. A esta película le ha venido bien, porque la respuesta ha sido unánime; a la gente le ha gustado, y lo mejor es que todos los que la alaban coinciden en señalar que se trata de un trabajo hecho con tripas y corazón, que no da lecciones morales y que a su evidente pesimismo lo engulle un sentido del ritmo que Miller lleva perfeccionando desde 1979. Sus travellings, irrupciones en escena, zooms y encadenados musicales llevan sello propio; tienen, por así decirlo, la misión de narrar sin que se esté diciendo nada. Porque MAD MAX: FURY ROAD es, no puede ser de otra manera, parca en palabras, rica en miradas y bella en el caos. Hay quien le achaca a Tom Hardy el desaparecer de escena en favor de una Charlize Theron mucho más orgánica y respondona; revisen las otras tres entregas, Max es un tipo siempre a punto de salir del cuadro, como John Wayne, alguien que no quiere ser protagonista, pero que siempre acaba arrastrado por las circunstancias. Las circunstancias son tremendas en esta entrega: el malo (muy malo) es Immortan Joe, que anda obsesionado con procrear antes de la esterilización total, y para ello tiene a varias vestales encerradas. Theron es Furiosa, una Lugarteniente que idea un plan desquiciado para burlar al dictador y largarse con las jóvenes. La persecución está servida, la acción asegurada, nada puede fallar; los personajes se suceden sin que se nos explique nada sobre ellos, pero su naturaleza va siendo descubierta en mitad del fragor. Ni un segundo de calma... ¿Cuál es la función de Max, entonces, una vez despojado de su condición de salvador y mesías? Max es la pausa que hace ver, el tipo que comprende y no impone, con un doloroso anclaje en el pasado que aún no lo ha convertido en un ser sin sentimientos. Furiosa es la protagonista, sí, pero Max es su conciencia, el que ya sabe lo que hay dentro de la gigantesca tormenta de arena y electricidad (espectacular escena, por cierto), y el que es temido por todos los locos a los que se enfrenta, precisamente por su cordura...
Por todo ello, MAD MAX: FURY ROAD se erige como uno de los títulos más importantes de la temporada y se perfila como uno de los eventos a seguir en los próximos años. Se espera continuación para dentro de un par de años; a mí sólo me queda añadir que si tiene la mitad de sustancia que ésta podemos estar de enhorabuena.
Cine con mayúsculas.
Saludos.

jueves, 13 de agosto de 2015

El loco soy yo #3



El caso de MAD MAX BEYOND THUNDERDOME es más que curioso. Preparada con todo lujo de detalles durante cuatro años, incorporaba ya un personaje femenino lo suficientemente poderoso como para ensombrecer el protagonismo del propio Mel Gibson. Tina Turner, de la que poco o nada se recuerda como actriz, sale bien parada con su Tía Ama, la cacique que domina una sociedad basada en el trueque llamada BarterTown (NegoCiudad). Es esta primera parte del film, con una excelente ambientación y un ritmo trepidante la que sostiene una historia que se derrumba incomprensiblemente en la segunda. Max quiere recuperar su caravana (robada por el Capitán Gyro), lo que es aprovechado por Tía Ama para que éste se enfrente al Maestro Golpeador, un enano sobre un gigante que rige en inframundo, donde se obtiene la energía mediante el metano proveniente del excremento de miles de cerdos. El punto culminante es la batalla entre Golpeador y Max en la Cúpula del Trueno, una especie de circo, sin reglas, y con un solo lema: "Dos hombres entran, uno sale"...
Hasta aquí, la tercera parte de las andanzas de Max Rockatansky no tiene casi nada de malo, una película con nervio, inventiva y una pléyade de personajes a cual más interesante. Y desconociendo si fue George Ogilvie (en un insólito ejercicio de democracia extrema) el que se ocupó de dirigir la segunda parte, lo cierto es que pareciera que esta película nos la han cambiado. Max vaga por el desierto, condenado a muerte, y es rescatado por un grupo... ¡de niños!... Y no sólo eso, encima resulta que viven en una especie de paraíso que, oh casualidad, nadie ha encontrado jamás. Los niños son insoportables y tienen a Max hasta las pelotas, porque encima le insisten en que es el capitán del avión en el que se estrellaron y que quieren que les lleve de vuelta. Total, un pastelazo que podría haber colado en una producción Disney, pero que amputa de raíz todo el interés de una película, ya digo, extrañamente dirigida, que tuvo una buena acogida en taquilla y que supuestamente le restó a Miller las ganas de volver sobre su personaje más famoso... Supuestamente...
Saludos.

miércoles, 12 de agosto de 2015

El loco soy yo #2



Si te cuentan que una franquicia ha de continuarse con un héroe cojo, que sale vapuleado cada dos por tres y come comida para perros... O que los malos llevan una máscara de hockey y escurreverduras en la cabeza... Que este héroe va a ser la única alternativa de supervivencia de unos tipos que visten trajes de esgrima y, ni se sabe cómo, habitan una especie de refinería en mitad de un desierto, y que el personal se pelea por la gasolina en vez de por el agua... Que todo esto, lejos de acabar siendo pasto de la temida autoparodia involuntaria, dé como fruto la mejor película de dicha franquicia, es lo que ha hecho que MAD MAX 2: THE ROAD WARRIOR sea el verdadero eje motor alrededor del que han de girar los temas más recurrentes y celebrados de, al menos, las dos siguientes entregas. En su magnífico y conciso prólogo queda perfectamente explicado el giro radical respecto a su antecesora; no sólo el personaje, tras perderlo todo, ha mutado en un solitario vagabundo en busca de los últimos litros de gasolina, tampoco queda ya nada de algo que fue conocido como "civilización". MAD MAX 2 es un excelente western clásico, mucho antes que una distopía futurista, y su desarrollo lo hemos visto cientos de veces, porque a lo ya contado añadasele una persecución final absolutamente trepidante y un estupendo retrato de todos y cada uno de sus personajes, todos con entidad propia y ese sentido del humor inclasificable que recorre todo el cine de Miller. Desde el colosal Humungus al "Niño Feroz" y su letal boomerang; pasando por el destartalado piloto de autogiro (el mítico Bruce Spence) o el explosivo Wez, al que Miller ni siquiera le camufla la condición homosexual. Este guerrero cojo, que usa los mismos hierros que la anciana de la primera entrega, demuestra dos cosas importantísimas: Si no puedes huir, estréllate. Y si vas a morir, llévate lo que puedas por delante...
E-S-P-E-C-T-A-C-U-L-A-R...
Saludos.

martes, 11 de agosto de 2015

El loco soy yo #1



Mad Max, el salvaje de la autopista, el patrullero loco, ha vuelto, está de actualidad, creo que para quedarse durante otros treinta años en nuestro imaginario cinéfilo... Y yo que me alegro, porque me encanta, siempre me ha encantado.
Yo sostengo varias teorías acerca del funcionamiento interno de este personaje/franquicia/microverso, pero la que más me suele motivar es la que viene a decir que, totalmente a la contra de lo que suele suceder en el cine de acción yanqui (vertiente comercial), lo de menos aquí es el protagonista, un tipo hierático, seco, repleto de debilidades y que apenas se mueve por un par de ideas fijas y no siempre comprensibles para el público, acostumbrado a tenerlo todo bien mascadito. Aquí todo es sugerido y ambiguo, y no siempre se sabe quién es el malo y quién el bueno, porque todos comparten un fin común: la carrera por la supervivencia.
Todo comenzó en 1979, con un presupuesto de broma, un chaval que venía apuntando maneras como dudoso galán sin mucho glamour, un director hiperactivo de ideas y entusiasmo, y un montón de gasolina derramada sobre las carreteras australianas, interminables y desoladas, un paisaje siempre al borde del crepúsculo, augurando el desastre total... aunque eso vendrá un poco más tarde. MAD MAX inauguró, casi sin proponérselo, todo un señor exploitation: el postapocalíptico. Una mezcla de western desaforado, cambiando caballos por V8-Interceptors, y un derrumbe de los valores morales que devenía en unas imágenes tan depuradas como cargadas de sadismo ¿A quién le importaba lo que estaba pasando? Lo que prima en este compendio de veleidades motorísticas es recuperar el sabor de una diligencia asediada por los indios o un tren acosado por los ladrones a caballo. MAD MAX (y prácticamente todo lo que vino después) era un guion básico y reduccionista, pero que sabía tocar la tecla adecuada para ofrecer un espectáculo entretenido e impactante, y que con las siguientes entregas siguió incrementando el volumen del Rock'n'Roll. Como un concierto de AC/DC... Como el primer número de Metal Hurlant... Como un aviso de que nunca estivimos a salvo... y nunca lo estaremos. El comienzo de una leyenda, y las leyendas se imprimen a sangre y fuego...
Un clásico.
Saludos.

viernes, 4 de julio de 2008

¡Buen rollo!

Aquí estamos que tiramos la casa por la ventana. Somos los más punkis, los más viciosos, los más duros, los más indéfilos... ¿y por qué no? los más sensibles.
Nunca digas nunca jamás, que diría Mr. Bond, chulo entre los chulos. Y nunca jamás se me hubiese ocurrido acercarme a lo que aparentemente era, a todas luces, una cinta infantiloide para mantener a los niños quietecitos una tarde de domingo. Aquello era BABE, la historia de un cerdito que se empecinaba en demostrar que en realidad era un perro ovejero.
Bien, mi idea del cine suele ir por otros sitios algo diferentes a esta propuesta, así que aquello pasó desapercibido para mí.
Más tarde, encontrábame yo en una situación nada, pero que nada, usual; esto es: precisamente una aburrida tarde de domingo frente al televisor, con la primera cadena sintonizada y esperando a ver cuál era la maratón programada para ese día (sabemos que las películas en televisión, con todos sus anuncios, apenas bajan de las cuatro horas. La gallina de los huevos de oro, vamos), cuando de repente veo una granja con perros que hablan, ratones que cantan a lo Andrew Sisters, un pato más chulo que Pete Doherty y unos diálogos desenfrenados, delirantes; como si Monty Python se hubiesen disfrazado de educadores infantiles y, claro, todo les hubiese salido al revés.
Sin salir de mi asombro, la película, en vez de echar el freno, se dispara hasta el improbable viaje del cerdito protagonista, junto a su oronda ama, a la ciudad, que resulta ser un prodigio de decoración, mezclando la bahía australiana con canales venecianos y una arquitectura deudora de un Gaudí jocoso y juguetón. Una maravilla visual.
El cerdito se queda solo y encuentra una casa habitada por un montón de animales a cual más estrambótico. Un orangután refinado que ejerce de patriarca; un diminuto tití experto en robos de guante blanco; un gatito con el que no se puede evitar derramar alguna que otra lagrimilla; un perro inválido con silla de ruedas y todo (impresionante); un aterrador pitbull con collar punky, que terminará siendo colega íntimo de nuestro cerdito... en definitiva, toda una galería absolutamente valleinclanesca que no deja paso a respiro alguno.
Y el ideólogo de esta barbaridad (que diría el gran Diego Manrique) no es otro que (asómbrense) George Miller. Sí, sí, el mismo que impulsó al mentecato de Mel Gibson con su ultraviolenta saga de Mad Max y al que desde aquella inane tontería llamada LORENZO´S OIL yo, al menos, había perdido la pista.
Por cierto, antológica la escena de la persecución del cerdito por parte del pitbull, rodada de la misma forma (y hay que tener huevos) que aquellas persecuciones desérticas que Miller ideó para Max el loco.
Bueno, pues esto y mucho más es BABE 2: PIG IN THE CITY. Puro cine de entretenimiento con altas dosis de imaginación y toneladas de buen rollo. Que de vez en cuando bien que nos hace falta.
Saludos ibéricos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!