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A ver. Como lo primero siempre es lo primero, me parece vital resaltar principalmente que ese pictorismo radical de McKean alcanza más su plenitud como portadista (para mí, simplemente el mejor) que como narrador visual. Demasiada poesía para ser esclava de la repetición de la prosa. Y ahí es donde entra Neil Gaiman para compensar la balanza. Gaiman es, al contrario, un narrador al más puro estilo gótico que se esfuerza por dotar a sus pesadillas oníricas de un sentido intrínseco, inteligible. Esta explosiva mezcla ha dado frutos inigualables a la historia del cómic, pero claro... el cine es otra cosa, amigos. En el cine no basta (y menos ahora) con deslumbrantes efectos visuales, pues también hay personas (actores) que deben respirar con la historia y no quedar sepultados por tanta parafernalia que, en la mayoría de los casos, suele ser del todo inútil.
No se nos cuenta nada en MIRROR MASK, así de simple. Al menos nada fuera de la sempiterna y aburridísima cosa esa de bien vs. mal, claro. McKean empequeñece el ya de por sí mínimo guión de Gaiman a base de gigantismo digital y figuras imposibles, quizá intentando escapar de un convencionalismo que curiosamente es la tónica general de esta producción de la bastante venida a menos factoría Henson. Momentos interesantes, sí, como esos gigantes gravitando extrañamente en un espacio vacío o el baile de autómatas, aunque habrían lucido más fuera de la película, como obras conceptuales, no intentando cohesionar una historia (insisto) que es una tontería infantiloide.
Quizá conmueva a los seguidores de este duo genial y probablemente sorprenda a quienes no les conociesen de nada. A los que no somos ni una cosa ni la otra, simplemente ni fu ni fa. Pero, hombre, bien mirado, mejor para ponerle a tu hijo que las repetitivas e histéricas producciones Disney.
Saludos espejeados.