A medida que uno va sumando años y películas, el margen de maniobra que se les va dejando a estas últimas es cada vez más estrecho.
A la primigenia fascinación por lo que de mágico contienen las imágenes en movimiento, le sigue un proceso de selectividad a través del cual toma forma el espíritu crítico. Posteriormente, se ven as películas por dentro y por fuera, es decir, las interpretamos según nuestra propia experiencia personal y no sólo rescatamos el espectáculo, sino que añadimos éste al total del imaginario de la obra.
La que hoy nos ocupa no tiene nada que ver con nada de lo que acabo de escribir. Simplemente, si se quiere saber qué es una obra maestra absoluta, fuera de debate alguno, no hay otro ejemplo más significativo que este.
THE SEARCHERS, CENTAUROS DEL DESIERTO en español (probablemente de las pocas traducciones que superan al original), es una lección de cine. John Ford es el mejor director de la historia y John Wayne demuestra que no es un actor, sino un ente al servicio de la odisea personal y colectiva que es esta brutalidad de cinta.
Contar su argumento no es tanto como intentar desentrañar por qué nadie puede filmar jamás como Ford. Con casi doscientas películas rodadas, está clara la premisa de que a uno la inspiración lo coge trabajando.
Si Norteamérica carece de una mitología propia, el western lo ha suplido con creces. La biblia del western (y eso sí que son palabras mayores), paradójicamente, no nos habla de héroes en constante lucha contra el mal (el western mal entendido), sino que destapa las inquietudes, temores y renuncias de unos personajes al límite en un entorno extremo.
Ford fue absurdamente acusado de reaccionario cuando nadie denunció con tanta fiereza los abusos del rostro pálido. Posteriormente, por trabajos como éste, McCarthy (qué guasón) dijo que pertenecía al fantasmagórico colectivo comunista ¿? Me pregunto si no se trataría nada más que de pura envidia ante el maestro de los matices.
Sea como sea, una cosa hay que tener clara cuando de gigantes de la pantalla se habla: no hay nada más allá. Existe la copia y el homenaje, la admiración y el desprecio del que no entiende, pero la obra magna siempre subsiste, está por encima del bien y del mal.
Busquen, comparen, pero no encontrarán nada mejor.
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