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viernes, 11 de julio de 2025

Distintas lecturas, mismas víctimas


 

Encomiable, de generoso esfuerzo, mirada lúcida, valiente, necesaria. Sorprende que tenga que venir una venerable veterana como Anieszka Holland a abrir la herida de la inmigración en una Europa cada vez más deshumanizada, hurgar en ella, exponer la infección, que repugne a este milenio que, lejos de erradicar la barbarie, la enmascara con festivales de música y políticas medievales. Hasta ahí el valor (no es poco) de esta película por momentos estremecedora, casi insoportable por su crudeza formal, pero a la que le puede el ímpetu desarrollado en su primera mitad (de un total de dos horas y media), descompensando su potente mensaje. GREEN BORDER habla de una cosa exponiendo aquello de lo que no se habla, en un punch directo que se va convirtiendo en una denuncia un poquito ingenua y finalizar en una coda deliberadamente acusadora. En un blanco y negro de infinitos matices, Holland comienza, sin ahorrarse referencias explícitas, registrando el infierno en el que cae una familia siria, que supuestamente viaja a Suecia, pero se ve atrapada en una "tierra de nadie", comprendida en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, donde la política autoritaria de Lukashenko, sumada a la dejadez de los militares polacos, convierten a todos estos migrantes en un incesante pinball humano, con la intención de ir arrebatándoles todas sus posesiones en interminables idas y venidas por esta "frontera verde". Seguidamente, la historia deriva hasta una mujer polaca, psicóloga de profesión, que vive en una apartada casa junto a la frontera, y que se convierte en activista tras un traumático (muy traumático) encuentro, que la lleva hasta un grupo radical que ayuda a quienes nadie ayuda. Es esta ruptura de foco la que lastra ligeramente a un film, por otra parte, magnífico, imprescindible para airear los cuartos de una Europa mohosa y con olor a rancio. La parte final, como decía, es la de la derrota, pero también la de la esperanza, aunque sea en ínfimas dosis. De nuevo sin medias tintas, vemos, tras el horror inhumano, otras migraciones, extrañamente más amables. Como dicen algunos bots fascistas: busquen las diferencias, sólo ucranianos blancos y rubicundos... Tssss...
Saludos.

lunes, 30 de noviembre de 2020

El jardín de la memoria


 

En 1993, Francis Ford Coppola produjo la que considero la mejor adaptación que se ha hecho de la obra de Hodgson Burnett. THE SECRET GARDEN tiene la virtud de captar toda la esencia alegórica del relato original, y además proponer la siempre personalísima visión de la realizadora polaca, capaz de internarse en mundos retorcidos con una mirada llena de pureza. Al film le cuesta arrancar, con un mínimo dato sobre la desgracia de Mary Lennox en la India, pero poco a poco va remontando a su llegada a Misselthwaite, logrando momentos de sobria belleza a lomos de la espectacular fotografía de Roger Deakins y la bella partitura de Zbigniew Preisner. También es de destacar el reparto, con la joven Kate Maberly como gran protagonista, aunque en esta versión también tienen un peso destacado sus compañeros, Heydon Prowse y Andrew Knott. Encarnando a los adultos, la elección es estupenda, con la gran Maggie Smith bordando el personaje del ama de llaves, y John Lynch como el atormentado padre, sumido en la depresión que le produjo la muerte de su esposa, una Irène Jacob prácticamente anecdótica. La película es más emocional que preciosista, y sin ser ninguna obra maestra tiene la suficiente solvencia para salir airosa de la complejidad que requiere este sutil paso de la infancia a la madurez, bordeando el cuento de hadas, pero con los pies bien asentados en la tierra.
Saludos.

martes, 24 de mayo de 2011

Ensayo sobre el merecimiento



No sé si hemos sido muchos o en realidad soy el único que demandaba una puesta al día de la tremebunda novela de Henry James que William Wyler adaptó en 1949 con el nombre de THE HEIRESS; no por ser ésta fallida, antes al contrario, pues se trata de una obra maestra, sino por el carácter adelantado a su tiempo de la obra literaria, que permitía un paso adelante en busca de su propia circunstancia inconformista y hasta revolucionaria, mirando siempre en esa dirección que James manejó magistralmente y que consiste en reventar los valores del sistema desde dentro. Así, la directora polaca Agnieszka Holland, habitual ayudante de Krzysztof Kieslowski, aceptó el reto de trasladarse a Norteamérica para acometer dicha adaptación, con la condición de trabajar con su propio equipo de profesionales. El resultado es tibio, retraído, con momentos sumamente brillantes, fundamentalmente en lo que se refiere a la exquisita y muy cuidada ambientación y, sobre todo, el trabajo de los actores, con una Jennifer Jason Leigh que redobla el grado de (per)turbación de Catherine Sloper, esa desdichada y poco agraciada solterona, sobreprotegida por su adinerado y estricto padre, un impresionante, como casi siempre, Albert Finney, que cae rendida ante los muchos encantos del joven y astuto Morris Towsend, que busca asimismo su ascensión social. Servido el conflicto de intereses, el padre le hará la vida imposible a su hija mientras ésta se enclaustra literalmente ante la imposibilidad de materializar su desmedido amor, mientras que el escaldado Towsend, aquel prometedor actor que fue Ben Chaplin, ha de aceptar su fracaso, no sin antes sincerarse tanto con el padre como con la hija, haciéndoles ver que en modo alguno son más virtuosos que él, sino que simplemente poseen una fortuna. WASHINGTON SQUARE habla de muchas cosas, del materialismo, de los deseos reprimidos, de rebeldía ante una sociedad asquerosamente puritana, de equívocos sentimentales... Puro Henry James, sin duda; y como apuntaba al principio de la reseña, el film de Holland intenta dar ese paso adelante, pero, una vez más, les remito a la obra maestra de Wyler, superior en la mayoría de aspectos.
Saludos en soltería.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!