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sábado, 9 de junio de 2018
¿La intención es lo que cuenta?
Quizá sepan ustedes de la existencia de una película, una película terriblemente mala, horripilantemente realizada y con fama de ser la peor película de la historia. Sí, es THE ROOM, aquella cosa infausta que se sacó de la manga un tipo a quien el término "singular" le queda pequeño; un tipo tan indescifrable, inclasificable y hermético que ni siquiera se sabe a ciencia cierta quién es, dónde nació o su edad exacta. Y aún mas misterioso es de dónde sacó los seis millones de dólares para realizar una película que parece dirigida por un niño de diez años, y que probablemente no debería haber costado más de los 1.800 dólares que logró recaudar mientras estuvo en cines, y más exactamente en oscuras sesiones de medianoche por las que este señor llegó incluso a pagar para que no la retiraran. James Franco retoma este asunto, que a estas alturas pertenece a la nómina de leyendas extravagantes del cine, y filma una película, curiosamente, muy inteligente. THE DISASTER ARTIST apenas se sale de la hoja de ruta marcada por la relación de amistad y profesional entre Tommy Wiseau y Greg Sestero; el primero, el tipo antes mencionado, con un acento que no parece de New Orleans, sino de algún lugar de Europa del Este, y un aspecto que yo señalaría como una mezcla ente Stallone, Karloff y Alex Sanders (no el ocultista, sino el actor porno). Así, lo más emocionante es comprobar cómo una falta absoluta de talento puede ser suplida por una determinación a prueba de bombas, como también podría ocurrir al contrario. Franco, que interpreta al propio Wiseau con un asombroso mimetismo, consigue una inusual mezcla de admiración crítica despiadada, y su película ganó la Concha de Oro en San Sebastián no por casualidad, sino por imantarse de esa extraña honestidad que destilaba la ¿película? de Wiseau. Sí, una comedia involuntaria, pero descacharrante como pocas, y THE DISASTER ARTIST, al igual que aquella obra maestra titulada ED WOOD, es como esos dos amigos que necesitan sincerarse en una noche de borrachera, probablemente ridícula, pero sin una sola mentira, y también se pueden hacer películas así, por muy malas que sean.
Saludos.
jueves, 22 de enero de 2015
Un juicio justo
James Franco se quedará por el camino... o triunfará. El actor, desde hace algún tiempo metido a director, está buscando en la literatura americana más estimulante glosar una especie de estética propia que le permita tanto poner imágenes a obras aparentemente inadaptables, como encontrar un camino autoral al margen de la industria. Esto sólo puede salir muy bien o muy mal, y dependerá de la habilidad de Franco para intuir qué debe ser puesto en imágenes y qué no. En CHILD OF GOD, por ejemplo, la obra de Cormac McCarthy es un bálsamo que actúa sobre cualquier tendenciosa tentación de "barroquismo naturalista". Quien le haya leído, sabe de su prosa al mismo tiempo fluida y sincopada, desnuda y descriptiva. Pero es literatura, y en el cine es más complicado sugerir, porque todo está (aparentemente) más expuesto. CHILD OF GOD contiene tres partes bien diferenciadas: el brutal encontronazo con Lester Ballard; la brutal peripecia del propio Ballard, una vez ha sido rechazado por la gente (así, en general); y, por último, la brutal caza a la que es sometido como un animal. Si Lester Ballard es un hombre o un animal depende de quién le juzgue; en todo caso, no parece que pueda haber un juicio justo sobre un ser que elige la soledad absoluta como único consuelo a la imposibilidad de ser socialmente aceptado. Ahí la película cobra fuerza, porque no juzga a Ballard, tan sólo lo expone ante nuestros ojos domesticados y sociales; y podría haber sido así todo el tiempo, pero Franco no es un director con tablas ni oficio, y su discurso peca de coherente, por increíble que parezca. CHILD OF GOD es un muy buen film que casi nadie va a comprender, porque sus formas no son las esperadas; no es ni un thriller, ni un relato de terror, ni una denuncia, aunque todo esto esté contenido en sus poderosas imágenes, a mayor gloria de un Scott Haze al que habrá que seguir la pista de aquí en adelante. En todo caso, queda tatuado en nuestra memoria reciente como una adaptación valiente y terriblemente emocional; cine vibrante y que descubre a un cineasta que, aún por pulir, sabe qué íntimas cuerdas pulsar en su discurso.
Muy recomendable.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
¡Cuidao con mis primos!