lunes, 7 de octubre de 2024
El escritor y su público
jueves, 3 de junio de 2021
Esbozos de lealtad objetiva
jueves, 13 de mayo de 2021
La conciencia inconsciente
jueves, 22 de abril de 2021
A un palmo
jueves, 1 de abril de 2021
La fina línea de la ironía
jueves, 11 de marzo de 2021
Sombras de leyenda
jueves, 18 de febrero de 2021
De buena voluntad
jueves, 28 de enero de 2021
El cuento más hermoso
jueves, 7 de enero de 2021
De 7 a 7
jueves, 17 de diciembre de 2020
El buen ladrón
jueves, 26 de noviembre de 2020
Hombre bueno/hombre malo
jueves, 5 de noviembre de 2020
Los poresitos
jueves, 15 de octubre de 2020
Todos a cubierta
MISTER ROBERTS (que aquí fue conocida como ESCALA EN HAWAI), es, más que una película, un compendio. Una suma de talentos puestos a prueba por un rodaje extremadamente dificultoso y extraño desde su mismo concepto: toda la "acción" transcurre en un barco de guerra en los estertores de la WWII, donde la tripulación se aburre o debe soportar la inclemencia de un capitán que no les permite ir a tierra desde hace más de un año. En las antípodas de un film bélico, la obra original de Thomas Heggen y Joshua Logan, y adaptada por este último y Frank S. Nugent, intentaba desmitificar y desterrar cualquier heroicidad, en base a unas situaciones que van de lo absurdo a lo cómico, pero que progresivamente agrava su tono hasta un desenlace que pone los pelos de punta. Y ahora lo interesante: Henry Fonda, James Cagney, William Powell y un fabuloso Jack Lemmon, que se llevaría el oscar a mejor secundario. El corolario de emociones y caracteres que transmiten estos cuatro actores es lo que verdaderamente eleva una película que parece abocada a ser irregular per se, si es que eso significa algo, mientras el Mr. Roberts del título intenta poner un poco de cordura en un trato a todas luces injusto por un capitán que parerce la mezcla de un niño y un psicópata (grande Cagney), y escoltado por el médico (Powell), de larga trayectoria, y el joven y perezoso guardamarina, interpretado por Lemmon. Y mención aparte merece la dirección, aquí compartida por dos titanes como John Ford y Mervyn LeRoy, aunque no por razones tan nobles, sino porque a Ford le dio por la botella más de lo recomendable, lo que lo llevó a tener continuas broncas, sobre todo con Fonda, por lo que LeRoy tuvo que ser contratado por la Warner para encargarse estrictamente del trabajo actoral. Aunque, más allá de las curiosidades, lo exótico de su naturaleza, en mi opinión, la emparenta, adelantándolas por supuesto, a obras tan paradigmáticas como M.A.S.H. o CATCH 22. Y como no podía faltar el apartado de curiosidades, la de hoy proviene de una de las escasas féminas que aparecen en el film, y que es nada menos que Betsy Palmer... ¡La mala malísima de VIERNES 13!... En fin...
Saludos.
jueves, 24 de septiembre de 2020
De obras maestras
Doce años, maldita sea. Si me lo dicen hace algunos no lo hubiera creído. Doce años (y algunos meses) han tenido que pasar para que apareciera aquí una de las obras maestras más incontestables de todos los tiempos. STAGECOACH, de John Ford; o cómo contener toda la condición humana en el exiguo espacio de una diligencia, maravillosa metáfora de lo que somos en tanto que seres humanos, pero también de lo que nos gustaría ser, de lo que nunca seremos. Una película rarísima en su concepción, casi suicida; que presenta a su protagonista con un salto de eje tan mal hecho que ya es historia del cine, y que luego Ford emplea como un recurso narrativo, inventando la "imagen psicológica". Cine imperfecto, cine perfecto. Una película donde las apariencias importan más que las certezas, y en el que el arrollador guion de Dudley Nichols apoya a sus personajes en perpetuos fueras de campo, como una historia que no cesa de contarse, precisamente para comprender lo que sucede en tiempo real. Y son muchas cosas. Un médico alcohólico, cuya condición apenas le permite ayudar a los demás, y de ahí su abandono autodestructivo, aunque punteado de jocosas sentencias, como las que dedica a un apocado representante de whisky, al que todos confunden con un reverendo, y al que (evidentemente) se pega como una lapa. Dos mujeres, tan distintas que casi parecen dos caras complementarias de la feminidad; una es la angustiada esposa de un militar, al que no logra llegar para que éste vea nacer a su hija, y la joven de vida disoluta, harta de ser zarandeada y expulsada por la hipocresía de las "defensoras de la moral", a quienes representa el marido de una de ellas. Y, por si fuera poco, un jugador profesional, ambiguo en sus rendidas atenciones a la mujer embarazada, o quizá sincero, como él mismo se encarga de revelar en su última frase. Y ese protagonista desenfocado, marcado por la imposibilidad de encontrar su lugar, cautivo del sheriff al mismo tiempo que inusitado (e involuntario) líder de este heterogéneo grupo, y que también parece atisbar su última esperanza en la desesperanza de la mujer expulsada, aunque no le quede más remedio que batirse en un último duelo que podría costarle la vida. Esa diligencia, barco de almas, asediada por los indios, contenedora de toda nuestra incomprensión y crueldad, pero también de toda la esperanza y solidaridad (el bebé como metáfora de que la vida siempre se abre paso), viaje infinito que nos devuelve y nos pone en nuestro sitio, y nos recuerda que enfrente hay otro, y a la izquierda, y a la derecha quizá...
Obra maestra absoluta.
Saludos.
jueves, 3 de septiembre de 2020
Crónicas de muerte
John Ford era tan grande, tan sumamente dominador del medio cinematográfico, que era capaz de hacer una especie de "película narrativa" de un mediometraje devenido en panfleto de propaganda. Durante la WWII fueron muchos los documentales que aún se conservan, pero no es tan conocida su labor, a principios de los cincuenta, en aquella terrorífica masacre que fue la Guerra de Corea. THIS IS KOREA! es prácticamente una película en sí, o una crónica desencantada del que posiblemente fue el mayor desatino, en cuanto a relaciones internacionales, tras el fin de la "gran guerra", y que terminó por iniciar lo que hoy conocemos como "guerra fría". Ford filma al pueblo norcoreano, mayoritariamente campesino, y las incursiones del ejército norteamericano en apoyo a los habitantes del Sur; los intentos por reconducir lo que se intuía una matanza, ejemplificada más tarde en los bombardeos con Napalm. No es, ni mucho menos, de lo más conocido de Ford, ni siquiera en su faceta documental, pero merece la pena echar un vistazo a sus escasos 50 minutos, incluso para admirar el montaje final, con la voz de John Ireland desplegando una tétrica elegía sobre un campo minado de cruces.
Saludos.
jueves, 13 de agosto de 2020
El barco que siempre zarpa
THE LONG VOYAGE HOME es una película que urge reivindicar por varios motivos. Primero, porque suele ser uno de esos títulos "fordianos" que pasan desapercibidos, sin que se sepa por qué, puesto que su lectura se reinventa, vigente, a cada visionado, conformando un retrato impresionista sobre muchas más cosas de las que un siempre incompleto vistazo podría resultar. A grandes rasgos, su argumento gira en torno las vicisitudes de la tripulación de un barco, un carguero que tiene la difícil misión de transportar un cargameno de dinamita desde las Antillas hasta Europa, en plena WWII. Quedarse en eso es quedarse en nada. El portentoso guion de Dudley Nichols adaptaba cuatro obras de Eugene O'Neill, con la habilidad suficiente para trazar un rico corolario de personalidades, que asimismo son la patente de ilusiones y desencantos de un grupo de hombres unidos por una inquebrantable camaradería. El film se abre con algunas de las imágenes más sensuales filmadas por Ford, en la jornada de descanso de los marineros en las Antillas, y la llegada de un grupo de exóticas meretrices que revolucionan a la tripulación. Después, el barco zarpa, y es cuando vamos conociendo más a fondo a cada tripulante, desde el veterano Driscoll (Thomas Mitchell) al enigmático Smitty (Ian Hunter), cuyo secreto es revelado en una emotiva escena; aunque es reseñable el papel de John Wayne como un fornido sueco, de nombre Ole, que encarna a ese marinero que anhela volver a su casa, pero siempre pierde el barco. El ataque sufrido a cargo de unos cazas alemanes da paso a una parte final, en mi opinión la mejor, cuando el Glencairn llega a puerto y los marineros juran solemnemente no probar una gota de alcohol hasta que Ole, al fin, embarque hacia Suecia... Pueden imaginarse el resto.
Tengamos en cuenta que Ford rodó ese mismo año (1940) LAS UVAS DE LA IRA, por lo que es lógico que HOMBRES INTRÉPIDOS, como se la conoció aquí, no haya gozado de un alto predicamento, pero insisto, es una película mucho mejor de lo que parece.
Saludos.
jueves, 2 de julio de 2020
Reloj de plata
Una cosa lleva a la otra. Uno ve un precioso homenaje en imágenes a John Wayne, e inmediatamente cae en la cuenta de lo rápido que pasa el tiempo; tanto, como que hacía nada menos que cinco años que no escribía nada sobre John Ford, y al maestro conviene no olvidarlo nunca. Y entonces busco, elijo, encuentro SHE WORE A YELLOW RIBBON y convengo que no ha envejecido un ápice, y tiene 71 años. Y me encuentro una película soberbia, que no recordaba así, como si hubiera cobrado otra dimensión; más sosegada, más sabia, más filosófica si se quiere. LA LEGIÓN INVENCIBLE (así se llamó aquí) es casi un western cubista, un amasijo de intrahistorias en torno a las últimas horas de un hombre que se retira, aunque se resista todo y más. En apariencia es eso, pero el uso del paso del tiempo, aunque sea breve, permite que todas las subtramas se deslicen con naturalidad, encontrando su punto y momento justos. El capitán Brittles acepta escoltar a la mujer y la hija del mayor, pero al mismo tiempo debe evitar que los indios se hagan con el control de unos territorios gracias a la venta ilegal de rifles. Uno no sabe hacia dónde mirar, se solapa la emoción de Brittles cuando visita la tumba de su esposa e hijo con sus descacharrantes encuentros con el sargento Quincannon (Victor McLaglen); su amistad con los indios, que choca con la obligación de luchar contra ellos; o la caprichosa hija del mayor, jugando con sus dos enamorados (la cinta amarilla del título lo atestigua), y que vuelve escarmentada tras ver cómo se jugaban la vida. Una historia que en otras manos haría aguas, pero que Ford conjuga con mano maestra, sin grandes alardes, y con asombroso equilibrio entre los momentos íntimos y los épicos. Remachando, cómo no, con una pelea casi de cine mudo, y con una fotografía antológica a cargo de Winton C. Hoch, uno de los verdaderos padres del Technicolor, y que se llevó un merecido oscar.
Obra maestra, se la mire por donde se la mire.
Saludos.
miércoles, 28 de octubre de 2015
El escritor en guerra
Es innegable que fue John Ford el director que más y mayor gloria dio a Maureen O'Hara, sea por la naturalidad que lograba extraer de ella, por la versatilidad que demostraba en cada trabajo con el maestro... o quizá fuera simple afinidad paisana... ¡Quién sabe! El caso es que las películas más famosas ya han aparecido aquí anteriormente, así que me ha parecido una extraordinaria ocasión para hablar de THE WINGS OF EAGLES, que en España tuvo el acertado título (sin que sirva de precedente) de ESCRITO BAJO EL SOL. Y es una película esquiva ésta, no del todo bien tratada por una crítica que aún tenía demasiado reciente CENTAUROS DEL DESIERTO, pero que tiene algunos puntos interesantísimos que trascienden sobradamente tanto al dulzón homenaje a las Fuerzas Armadas de la Marina como al guiño de camarada que suponía a la figura del mítico guionista Frank "Spig" Wead, autor, entre otros grandes guiones, de MOON OVER BURMA, THEY WERE EXPENDABLE o THE CITADEL. A Wead, aventurero y romántico incurable, que pasó de ser expulsado del ejército a ser héroe de guerra, y que tuvo un absurdo accidente doméstico que lo dejó parcialmente paralítico, le daba vida un soberbio John Wayne, en uno de los papeles suyos que más me gustan. Wayne, sin perder el gesto, es capaz de ser un feroz socarrón, un enfermo derrotado o un descreído repleto de medallas al que sólo salva el tardío descubrimiento de la escritura durante su larguísima convalecencia. A su lado, Maureen O'Hara da asimismo otra lección de versatilidad, pasando de ser una alocada compañera en la juventud de Wead a una alcohólica que descuida a sus hijas y que termina separándose cuando se da cuenta de que su relación les está destruyendo a los dos. La película, ya digo, empieza con una jocosa recreación del ejército, casi en clave de comedia muda (arranca en los años veinte), continúa mostrando las luces y miserias (a la misma altura ambas) de la pareja protagonista, y es capaz incluso de jugársela con las escenas de un Wayne bocabajo, recién operado de la columna vertebral y luchando por mover un dedo del pie, contraviniendo los estrictos cánones del Hollywood clásico acerca de la inconveniencia de mostrar la crudeza de una enfermedad. Incluso el empalagoso Dan Dailey, habitual del musical, está estupendo como rival de la sección de las Fuerzas Aéreas que se revela como el gran amigo del alma de Wead, pasando más tiempo con él incluso que su mujer.
No sé si es una obra maestra, ni me parece relevante dicha designación, pero les aseguro que son dos horas que les encantará pasar en compañía de Johnny, Maureen y todos los demás...
Saludos.
jueves, 18 de junio de 2015
La pelota y la piedra
[Atención: Sentencia]: "No es lo mismo tener la pelota en tu tejado que tirar piedras sobre él, aunque ambas cosas impliquen una responsabilidad".
Primero, mi ánimo a todos aquellos que recién comienzan a descubrir el cine de John Ford, porque de ellos será este mundo un poco más adelante. Luego, tengo que empezar a resarcir algunos huecos imperdonables en este blog, donde queda demostrado que ni una entrada diaria da para abarcarlo todo, porque es imposible y porque, de hacerlo, también tendríamos que cerrar el chiringuito antes de tiempo. Pero el otro día (como me suele ocurrir de vez en cuando) me acordé de que aún no había hablado de THE MAN WHO SHOT LIBERTY VALANCE, en mi opinión uno de los tres mejores westerns rodados por Ford, lo que ya nos pone en cotas simplemente insuperables. Es, para quien no la haya visto todavía, una película fascinante, de una madurez y empaque soberbios, y una irrepetible lección de cine y de principios morales, no sólo por el ejemplar dueto formado por James Stewart/Ransom Stoddard y John Wayne/Tom Doniphon, paradigma de la integridad desde dos puntos de vista diferentes (la ley escrita y la de las armas), sino por ese deseo postrer de un maestro, que lo había rodado todo y que seguía siendo uno de los directores más lúcidos de Hollywood, por ejercer una responsabilidad al tiempo que efectuaba un inimaginable salto al vacío para un tipo a punto de cumplir los setenta años. Lo que Ford pone de manifiesto es la posibilidad de la modernidad sólo si se respetan los códigos del clásico; maravillosa taxonomía que se corresponde inteligentemente con el relato que se cuenta. El progreso es el hombre que hace prevalecer la ley sobre las armas, pero a veces la ley se enfrenta a la sinrazón y la brutalidad de ese viejo mundo que pretende desterrar (Lee Marvin/Liberty Valance), y ahí es donde surge la figura del hombre de una pieza pero incapaz de asumir el cambio, aunque aún necesario desde las sombras, oculto porque los actos que una vez fueron cotidianos empezaban ya a imprimirse con los ornamentos y veleidades de la leyenda. EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE establece, punto por punto, la metáfora y simbología de un momento y un mundo del que apenas estamos seguros si realmente existió, al menos en la forma que todos hemos llegado a pensar que existió; es un complejo estudio sobre las motivaciones personales, una hermosa historia de amor y amistad a tres bandas y un film trepidante, no precisamente por sus escenas de acción, sino por la agilidad de su ritmo interno y esos actores en estado de gracia. El conjunto es (y no por mucho repetirlo va a ser menos cierto) una obra maestra intemporal y la constatación de que, si bien no hay nada nuevo bajo el sol, siempre habrá esperanza si brilla fuerte desde Shinbone...
Saludos.
sábado, 4 de octubre de 2014
Los cojones sobre la mesa
Los grandes (casi) siempre se despiden dando un portazo, un último ruido y un último estertor de furia que parece avisar: "Porque me muero ya pronto, si no...". 7 WOMEN es la última película de John Ford, y ni es un western (aunque podría serlo), ni muchísimo menos es un film acomodado en el respeto ganado por un maestro de maestros. En lugar de ello, Ford elige una tremenda historia protagonizada por mujeres en una situación límite, una misión en la frontera de China con Mongolia en 1935, justo cuando el brutal y despiadado Tunga Khan lo arrasa todo a su paso. Serán tres llegadas, tres recibimientos, a cuál más dispar. Primero, una doctora (magnífica Anne Bancroft), una mujer totalmente liberada y cuyas ideas chocan frontalmente con la estricta moral de la directora de la misión (una Margaret Leighton algo pasada de vueltas). Más tarde llegarán los restos de otra misión que ha sido atacada por Tunga Khan, y que además trae, sin saberlo, un enfermo de cólera. Finalmente, será el terrible bandido quien llegue, lo que dejará a estas mujeres en una situación absolutamente desesperada.
Un film de aventuras, sí, pero con un poso amargo y desencantado, empezando por el espacio único, que no sólo debe ser visto como un tema de presupuesto, sino como un recurso para acentuar el tono claustrofóbico y malsano que se respira desde su chocante arranque. No recuerdo a muchos directores clásicos de Hollywood mostrando el lesbianismo de una forma tan evidente y, al mismo tiempo, elegantemente sutil; al igual que degrada a sus (anti)heroínas hasta un punto en el que el sacrificio necesita de la pérdida de la dignidad. A mí me parece una película magnífica, sorprendente, con un brío increíble para un señor de 71 años y con 130 películas a sus espaldas, pero sobre todo es un portazo en las narices de quienes no supieron ver en John Ford su verdadera altura moral, la de un humanista al que se la traían floja los prejuicios. Los cojones, hasta el final, sobre la mesa...
Saludos.
¡Cuidao con mis primos!