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martes, 24 de septiembre de 2024

Quien no puedes ser


 En 1988, Woody Allen eligió a Gena Rowlands para protagonizar ANOTHER WOMAN, en el que es uno de sus trabajos más complejos y matizados. La historia de una profesora de filosofía, en excedencia para trabajar en un libro, sirve a Allen para tejer un sentido y simbólico tapiz de miedos, inseguridades y otros engaños en las relaciones de pareja. Ella, atada a un hombre que no la ama, e incapaz de dejarlo por otro que la venera, comienza a dudar de todas sus certezas al escuchar a esa "otra mujer" a través de un respiradero de su apartamento, contiguo a la consulta de un psicoanalista. El film nos habla de las vidas que elegimos, las que soñamos o simplemente forzamos a plegarse a nuestros deseos, cuando siempre estaremos ese paso por detrás, incapaces de obtener la vida ajustada a nuestro ideario. Posiblemente la película más adusta e incómoda de su director, menos mordaz, más resentido, con la intención mostrar las ataduras para romperlas, pero sabiendo que no siempre los cautiverios son tan visibles como creeríamos. 
No la recomendaría en estados depresivos.
Saludos.

jueves, 19 de octubre de 2023

Polvo de estrellas


 

Primero, no entiendo la ojeriza que le profesa el personal a STARDUST MEMORIES, que parece algo patológico, y, visto con perspectiva, un poco absurdo, ahí están los trabajos más recientes de Woody Allen para corroborarlo. Después, tampoco sé por qué no apropiarse de Fellini; nadie decía nada con Bergman, supongo que por la condescendencia que despierta ver a un neoyorquino neurótico moviendo las manos mientras habla sobre lo horrible de las dependencias conyugales, pero de ahí a estamparse con carruseles imaginarios mediará un abismo, digo yo. Finalmente, es 8 1/2, claro, pero en deliberado y justo interdicto. Las mujeres, la obsesión por encontrar un sentido último, la angustia por saberse mortal sin un dios que lo remedie... Son temas constantes, que han cimentado la obra de Allen a lo largo de más de cincuenta años, pero pareciese que rechina no haber tenido un pimpampún anterior, y que alguna tenía que ser. Con todo, hay escenas magníficas, como el arranque en el tren (con una juvenil Sharon Stone como una presencia fantasmal); la fractura emocional de Charlotte Rampling (que Allen se toma muy en serio); o mi favorita, un diálogo con unos extraterrestres, que terminan confesándole que pese a su extraordinaria inteligencia (la de los marcianos), no entienden por qué se empeña en tirar su vida (la de él) por la borda, en lugar de simplificar, disfrutar y abandonarse al dulce júbilo de un paseo por el campo... No sé, será porque las he visto infinitamente peores, pero no seré yo quien hable mal de ella, sin volverme loco, claro...




PD:

Esta peli no iba aquí, no hoy. Esta peli va aquí hoy para despedir a un grande, porque para mí lo era. La cuestión es simple: uno aprende a amar el cine por un solo motivo, y antes no se es un cinéfilo, sino un patán que ha ido a ver películas por diversos motivos. Yo me topé con un programa que empezaba muy tarde en la radio, a veces tardísimo, porque antes había uno de deportes con carta blanca para acabar cuando fuese. Eran otros tiempos, pero aquello me hizo pulsar las imágenes aún sin verlas (cosa mágica), despertar de mi letargo adolescente con los gritos e improperios de un cuarentón que parecía querer repartir bastonazos. Aquel señor, que sabía una barbaridad de cine sin mirar google, podía pasar de la abulia más indiferente al nudo en la garganta cuando alguien le preguntaba por cualquier cosa de Ford, Capra o Vidor. Eso, por si no lo saben, es amar el cine, abrazarlo sin medias tintas, sin que nadie te pare los pies con tonterías fabricadas en serie por tenebrosos prescriptores sin media neurona cinematográfica. Carlos Pumares me convirtió en algo más que un espectador, y eso no tiene precio, aunque por su culpa nunca haya podido volver a acostarme temprano, ni hacerlo sin escuchar voces en el oído... Hasta siempre, maestro...
Saludos.

sábado, 29 de mayo de 2021

Todos juntos de la mano...


 

De repente, estás pensando en como beneficiarte a esa primita tuya, un poco estrábica, con labios de pastelillo y un poco de pelusilla encima que la hace tan adorable. Pero ella no te hace ni caso, y se acostaría con un estibador birmano antes que dejarse manosear por un pusilánime sin agallas ("sin agallas", creo que dijo), ni dinero, ni ambiciones, ni un triste suéter de lana. Así que sigues con el pastrami con cebolla y sueñas con la manera que tendría un imbécil como tú de impresionar a esa prima, que ya no lleva la cuenta de todos los tipos que han pasado por su cama. Podrías decirle que lo tuyo es amor, pero también te estarías engañando a ti mismo, porque ¿qué es el amor sino una manera de cortarle los bordes al sexo? Bueno, podrías alistarte en el ejército, sobre todo ahora que viene un dictador gabacho a invadir tu país; te convertirías en un héroe (si sigues vivo) y entonces caería rendida a tus pies. Es un inconveniente que se haya casado con un viejo vendedor de arenques, pero nunca hay que desfallecer cuando hay pescado de por medio, por supuesto. Luego puedes seguir haciendo acopio de hombría batiéndote en duelo con un experto duelista, algo que nunca falla en ningún sentido. Recuerdas que tu prima, en lugar de acercarse trémula y desprenderte del jubón, prefería indagar en Schopenhauer y convencerte de que no eras nada excepto materia en descomposición, incluso delante de ella. Lo más seguro es que, en tu vertiente de superviviente nato, seas capaz de vencer todas esas adversidades, y ella acceda a dejarse tentar mientras su psique conjuga todas las formas en las que le pareces despreciable. No te importa, el fin último de la filosofía moderna te protege (sin darte la razón) y logra un mínimo resquicio por el que acceder a esa feminidad almenizada, como la probóscide de una frigánea. Luego hará de ti lo que ella quiera, incluso comer nieve, rezar o suplantar a un noble español para matar a Napoleón en sus mismos aposentos... Y tampoco es seguro que esa noche vaya a mostrarse cariñosa contigo... quién sabe. 
Saludos.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Películas para desengancharse #72



¿En qué momento se desenganchó Woody Allen de la manera de filmar que él mismo inventó en ZELIG? Es una pregunta con poco sentido, ya que aquel insólito film estaba enclavado en la mejor época creativa del neoyorquino, y Allen siempre ha tenido el derecho a hacer lo que le venga en gana. Pero es curioso observar esta especie de anomalía tantos años después, cómo ha influido en tantos directores, que luego se han erigido en meros émulos de eso tan complicado de digerir que es el "metraje encontrado". A través de la delirante personalidad (personalidades, sería más correcto) de Leonard Zelig, un insignificante judío de New York, Allen crea un guion capaz de adentrarse en todas y cada una de las miserias que han conformado la historia del siglo XX. Zelig es un tipo que tiene la cualidad de "mimetizarse" con cualquiera que esté a su lado; si es un negro se volverá negro, si es chino igual, si es un corredor de bolsa empezará a especular y ganar dinero. Y todo por desarrollar un ansia enorme por agradar, tras una infancia en la que era sistemáticamente despreciado o directamente ignorado. Con un uso de la "imagen insertada" que deja en pañales a FORREST GUMP, Allen despliega su habitual diatriba existencialista para mirar directamente a los ojos a la sociedad norteamericana, basada en el juego de las apariencias y en la que el mediocre puede prosperar si tan sólo "cae bien". Y lo hace como un extraño documental perdido, con sonido impostado y una fotografía de Gordon Willis deliberadamente dañada. Es una de esas películas que te hacen recuperar la confianza en un tipo tan agudo e inteligente, sobre todo porque sólo a Woody Allen podría ocurrírsele insertarse a sí mismo detrás del mismísimo Hitler dando un discurso...
Saludos.

martes, 4 de julio de 2017

Viaje de ida y vuelta



La última película hasta el momento de Woody Allen (se encuentra rodando otra ahora mismo) es CAFÉ SOCIETY, una película que amalgama otras tantas películas del propio director, y me extraña que esto haya pasado desapercibido para la crítica, pues es el sustento principal de una trama más que floja y de una dirección de actores que desmerece en mucho al director neoyorquino. Aquí están presentes tanto MANHATTAN como ANNIE HALL, BALAS SOBRE BROADWAY y PODEROSA AFRODITA, pero sobre todo ACORDES Y DESACUERDOS, con la que comparte estar situada en una época que el director no ha llegado a conocer. No es este el problema de CAFÉ SOCIETY, Allen es aún capaz de recrear ambientes, atmósferas (Storaro no es moco de pavo) que suplan la economía de medios, pero le falla algo menos tangible aún, una partícula en alguna parte del entramado que lo cohesione, que nos invada y nos haga partícipes de la ensoñación del joven Bobby Dorfman (si Woody Allen volviese a ser joven sería Jesse Eisenberg), recién llegado a Hollywood desde Nueva York para ponerse al servicio de su tío Phil, un conocido productor y agente de estrellas. Bobby quiere medrar, ascender en la escala social, Phil quiere dejar a su mujer, y ambos están enamorados de la misma chica, una lánguida y marmórea Kristen Stewart. A partir de ahí, Allen se sirve de la excusa romántica para hablarnos de actores, actrices, directores, productores, guionistas. Pero también de gangsters, políticos, chicas de mal (o buen) vivir y una cantidad ingente de judíos hablando sobre otros judíos. El resto, ya lo conocen, Allen se lo ha contado a todos ustedes una y mil veces, algunas con más gracia, o con más ingenio, e incluso con bastante más mala leche misántropa.
¿Es entretenida?... Se deja ver, pero, teniendo en cuenta que lo mejor es el arranque (la primera media hora para ser exactos), yo me esperaba otra película muy diferente.
Saludos.

lunes, 3 de julio de 2017

Teoría del crimen y práctica del castigo



La opinión generalizada opina (como no puede ser de otra manera) que Woody Allen vegeta, desde hace demasiados años, en un confortable paraíso de autocomplacencia que le permite seguir rodando cine aun sin ideas nuevas y tocar el clarinete los sábados. No es que IRRATIONAL MAN sea una excepción, no para mí, que detesto a Allen cuando se pone pretendidamente profundo, pero lo considero un mago de los momentos espontáneos, un genio de lo naif, porque en su cine, en el bueno, lo más sencillo de descifrar es lo que de verdad deja pensando al espectador. Y entiendo que no debe ser fácil comprimir a Dostoyevski en hora y media, como tampoco debe ser fácil encontrar química entre una de las parejas más improbables del cine reciente, un Joaquin Phoenix que no sabe si explotar su comicidad abstracta o dar rienda suelta a toda su ferocidad dramática. No está bien dirigido, y su interesantísimo Abe Lucas, un profesor de filosofía borracho y autodestructivo, va mutando en lo que al final todos sospechábamos: sí, un trasunto de Allen. A su lado, Emma Stone haciendo de pija que quiere pasarse al lado oscuro. No le sale. La trama es eso, Dostoyevski mezclado con unas gotas de Kant y adobado un esquelético entramado sobre la moralidad, la culpa, las relaciones represivas y hasta la ruleta rusa. No es que sea mala, es sólo correcta, y esta película echa mucho de menos una mano más destroyer que la de Allen, este Allen, claro.
Saludos.

sábado, 11 de octubre de 2014

Películas para desengancharse #3



El motivo por el que yo me desengancharía de MIGHTY APHRODITE es, fundamentalmente, el estado de plácida complacencia en el que Woody Allen se confortó tras la gran acogida obtenida, tanto por el público como por la crítica. Es un buen film, no hay duda, y sus intenciones son honestas, pero (y no sólo por el curioso paralelismo) a mí me parece el gran punto de inflexión tras el que Allen se tomó demasiado en serio a sí mismo y no pudo desprenderse de la mirada condescendiente (para sí, para los demás) que le lleva pesando como una losa en los últimos veinte años. Tiene, debo reconocer, momentos sublimes, como las inenarrables incursiones de corte "sofocliano", con un coro anónimo que a la postre son lo mejor del film; aunque por otro lado, no consigo ubicar a una Helena Bonham Carter que no pega ni con cola, ni ella ni su circunstancia. Mención aparte para Mira Sorvino, una actriz que me provoca reacciones encontradas. De físico difícil y recursos típicos del Actor's Studio, éste es su gran papel, hecho con el mimo de un gran sastre de actores y ajustado hasta el paroxismo, el mismo que desgraciadamente luego le han hecho un flaco favor directores menos dotados y sensibles, y que han ido degradando su carrera hasta límites insospechados... excepto para la televisión por cable. No sé qué pretende contar exactamente Woody Allen en esta película, si no es, claro, algo que ya ha contado miles de veces; sé que todos los motivos sucedáneo-paternales le restan empaque, aunque intenta remontarlos cuando su personaje se queda a solas con el de Sorvino y da rienda suelta a una incorrección deslenguada e irrefrenable... ¿Como la vida misma? Como la de Woody Allen, puede. Pero qué lejos nos queda este otro New York...
Saludos.

viernes, 7 de marzo de 2014

Una mujer bajo la mentira



En BLUE JASMINE, Woody Allen intenta acercarse a John Cassavetes. Con todas sus fuerzas. Desgraciadamente no lo logra, pero esto de ninguna manera lastra los dos grandes sustentos de esta estupenda película; estupenda por entretenida, dinámica e incluso, por momentos, divertida dentro de su ponzoñosa trama. Lo primero que llama la atención es que por fin Allen parece haberse dado cuenta de lo poco que se parece este mundo al que él solía retratar tan bien hace treinta o cuarenta años, y un buen artista, un cineasta que no pretenda arrogarse la incesante infamia de ser "cronista de su tiempo" (y Allen sólo lo ha sido en los aspectos que él ha sabido manejar) no puede caer en los engaños que su ego le dicte, sino que su observación y posterior disección de un "estado de las cosas" en constante cambio le llevará a su propio cambio personal. En vez de creerse capaz de resolver cualquier asunto, BLUE JASMINE pone de manifiesto que el que va a quedarse atrás no será el que no posea cuentas millonarias, sino el que no sepa disfrutar de sus pequeños momentos de felicidad. Pero nos quedaríamos muy cortos si no hablásemos de Cate Blanchett; no sólo por su, creo yo, incontestable premio, sino por su capacidad para reinventarse, ofrecer cualquier variedad de registros, llevarlos al extremo y, aun así, resultar creíble. Blanchett es Jasmine, que vendió su alma al diablo de las finanzas fraudulentas y luego, cuando todo se fue al carajo, llegó al "terrible" purgatorio de ser normal. Demasiado tarde, porque este es un prototipo de persona neurasténico-histérica, incapaz de empatizar y con un egoísmo que la deja fuera de todo análisis objetivo. Jasmine es casi la Mabel cassavetiana, pero su desequilibrio alberga otra cosa, aún más terrible y despiadada; no el film, notablemente inferior a la obra maestra erigida en torno a la magistral interpretación de Gena Rowlands (de la que Blanchett extrae no pocos elementos), pero sí por la inteligente particularización que Allen hace del mundo tras el desenmascaramiento de las sanguijuelas que nos han llevado a esto que ahora conocemos como "crisis financiera". Por supuesto que hay películas infinitamente más agudas y reveladoras sobre este tema, pero no deja de tener su importancia que un director inevitablemente en su propio final de trayecto tenga este tipo de consideraciones, y que además sea ésta una de sus mejores (recientes) películas.
Saludos.

viernes, 1 de febrero de 2013

El Bálsamo de Fierabrás



Invocar una y otra vez al mismo fantasma puede llegar al límite de lo funcionarial, y aunque hablando de Woody Allen su talento quede fuera de toda discusión, nos hemos acostumbrado (desgraciadamente) a observar la habitual retahíla de producciones del neoyorquino con menos entusiasmo del que un cineasta de su talla, en teoría, debería merecer. Así, YOU WILL MEET A TALL DARK STRANGER vendría a corroborar la versión, mantenida por la mayoría de la crítica, de que Allen, a lo mejor, quién sabe, llevado por el desánimo de una muerte cada vez más cercana, ha blindado su cerebro a base de incrementar su ya de por sí frenético ritmo de producción. De acuerdo, es comprensible que uno no pueda mantener una calidad excelsa, pero yo sí le pediría a Woody Allen (como buen seguidor que he sido desde siempre) que, al menos, eligiese un poco más los temas a tratar. Ya sé que lo suyo siempre ha sido dar vueltas alrededor del sexo, la muerte y los apartamentos de Manhattan, pero no es menos cierto que el posible diálogo de una obra con su propio tiempo, en el caso de Allen, es algo cada vez más lejano. Curiosamente, MIDNIGHT IN PARIS usaba esta dejadez como inusitada reverberación poética, pero en el título que nos ocupa, repleto de personajes con menos problemas (y ya ni siquiera neurosis) de los que se empeñan en demostrar que tienen, la sensación de agotamiento es francamente palpable. Allen sigue su incansable tanteo de actores, unos encajan y otros no, y en este ir y venir son también los géneros los que se resienten. Porque no es lo mismo poner a Owen Wilson como alter ego que a un Josh Brolin que, siendo de lo mejor de la función, no puede evitar desatar su lado más oscuro y, lástima, demasiado alejado del (anti)héroe alleniano. En un reparto decididamente extensivista, encontramos a un correcto Anthony Hopkins, una perdidísima Naomi Watts, a la veterana Pauline Collins tirando de oficio o a la magnífica Gemma Jones (ésta, sí, absolutamente "alleniana") como una esposa y madre que, tras perder el amor de su marido, acabará víctima de chanchullos esotéricos, y son sus repentinas irrupciones en la sosísima trama lo más agradecible de una película que es imposible que pase a ninguna posteridad, y que además nos encasqueta al esforzado Antonio Banderas en un personaje simple y llanamente ridículo.
Ustedes serán saludados por un bloguero alto y moreno...

jueves, 13 de septiembre de 2012

Hacia el Otoño...



Es cierto que sobre casi todo el cine de Woody Allen planea la sombra de Ingmar Bergman, aunque no lo es menos que esto es más notorio en según qué títulos. Me acuerdo ahora mismo de ANOTHER WOMAN, BROADWAY DANNY ROSE o INTERIORS, que evocaban al maestro sueco en sus diferentes vertientes, aunque todas pasando por su particular manera de entender el existencialismo, la insignificancia humana y la perpetua dualidad entre el bien y el mal, lo correcto y lo prohibido. De todas, una de las que más me gustan es SEPTEMBER, que no entendí muy bien la primera vez que la vi (era un adolescente), pero que, Bergman mediante, pasa por ser un buen aperitivo (entremés) para ir directo de cabeza a, por ejemplo, BERÖRINGEN (LA CARCOMA) o SCENER UR ETT ÄKTENSKAP (SECRETOS DE UN MATRIMONIO), sin obviar, por supuesto, SARABAND. En SEPTEMBER, Allen nos propone un juego de equívocos que no es tal, sino que simplemente oculta las frustraciones y miedos de un grupo de personajes  que prefieren mantener los trapos sucios en el armario, pero cuyas emociones estallan por los aires cuando las verdades se hacen evidentes delante de sus narices. Lane, que no sabe qué hacer con su vida, está enamorada de Peter, que finge ser escritor y bebe los vientos por Stephanie, que está casada. Al mismo tiempo, se nos sugiere otro amor, el de Howard por Lane, que es amigo de la familia, pero que es mucho mayor que ella; y la esfinge que todo lo observa y controla con un falso sentido del laissez passer, Diane Fraser, madre de Lane y olvidada estrellita del Hollywood "errolflynniano", que vive un tardío romance con Lloyd, físico espacial y rendido amante. Todos se dan cita en la casa de verano de Vermont, propiedad de Lane, y de la que nunca veremos los exteriores, de hecho, la única noción del exterior es la tormenta que no cesa durante la noche en la que transcurre gran parte del film. La habilidad del Allen guionista es no embrollarlo todo ni hacerlo caer en la típica comedia de enredos, sobre todo porque la angustia y la pesadumbre se respiran desde los primeros instantes, en los que los personajes se presentan a sí mismos con inusitada agilidad. SEPTEMBER no es lo que parece, es teatro filmado, pero su buen uso del fuera de campo le da empaque y proporción, y uno se pregunta cómo es posible que Woody Allen siga prefiriendo filmar fruslerías en el ocaso de su carrera, en lugar de apostar por un órdago sin nostalgias. Al fin y al cabo, Bergman lo hizo.
Saludos a mediados de mes.





lunes, 19 de marzo de 2012

Por amor al arte



MIDNIGHT IN PARIS logró un único oscar, el de mejor guion original; no me extraña, y ahora menos aún. Entiendo todas y cada una de las motivaciones que llevan a Woody Allen a filmar su enésimo re-refrito autoeditado, pasarlo por un elegante y refinado paseo visual, rozando la postal, y además puntearlo con ciertos "retoques" de ironía a la vieja usanza, la suya para entendernos. Y lo sé, y lo comprendo, y hasta lo apruebo, porque MIDNIGHT IN PARIS debería haber sido un tremendo fiasco, pero no lo es por haber sido rodada precisamente ahora. Sí, precisamente ahora que para hablar de la crueldad uno debe mostrar dinosaurios digitales o que nos creamos una serie de búsquedas que nadie en su sano juicio emprendería; o que el amor deba pasar por puntos de sutura y comas irreversibles. En cambio, Allen nos recuerda (se recuerda) que una comedia debe ser, ante todo, graciosa, divertida, y si encima está bien rodada mejor aún, y si los actores están en su papel, entonces ya es el acabose. Y más aún, porque tras nada menos que 42 películas, Allen da la enésima bofetada sin manos, que es algo que a él siempre se le ha dado de maravilla; destilando un cierto aire naif, casi distraido, y apoyado en la estupenda versión de sí mismo que muy acertadamente pone en manos de un Owen Wilson irreconocible, es capaz de olvidarse por un momento de la crisis económica para filmar uno de los mejores alegatos contra la misma, y hay que ser muy sutil y llevar muchos años en el oficio para eso. MIDNIGHT IN PARIS es lo que a esos estúpidos cinéfilos de saloncito les gusta llamar "una comedia deliciosa". Sí. Pero no es menos cierto que tras su aparente frivolidad, su mensaje más vivo y reivindicable es (incluso por encima del que nos recuerda que ningún tiempo pasado fue necesariamente mejor) que si desatendemos al arte, si lo seguimos considerando algo "no productivo" (y la expresión misma me da escalofríos), entonces estaremos realmente perdidos, tan perdidos como un escritor de tres al cuarto que tiene la oportunidad de tener a sus dioses cara a cara sólo para constatar que, efectivamente, eran tan humanos como cualquiera. No se la pierdan.
Saludos noctámbulos.

martes, 12 de octubre de 2010

Películas para después del Prozac #2



Y si ayer traíamos aquí al maestro Bergman, hoy debíamos hacer lo mismo con su más aventajado discípulo y, cómo no, su film más bergmaniano. INTERIORS es el claustrofóbico retrato de la incapacidad del ser humano para mostrar sus sentimientos sin que medien el egoísmo, la crueldad o salgan a la luz todas las rencillas familiares que tan cuidadosamente nos esforzamos en mantener ocultas durante nuestra vida. Woody Allen lo sabe desde que decidió contar historias para ganarse la vida, así que dejó de lado sus gags, sus postales neoyorquinas, sus neurosis hipocondríacas y quiso emular al maestro hurgando en una herida abierta. La experiencia no es tan demoledora como la que comentamos ayer, pero sí que tiene no pocos puntos de interés que la elevan como una de las mejores cintas de su autor. Diseccionados como cobayas humanas, los personajes se observan, chocan, atacan, se desploman, gimen; los interiores aludidos no son sólo los de dichos personajes, sino que aluden a esos espacios cerrados de donde no se puede escapar (el hogar); existen infinidad de interiores en las relaciones humanas. Hay un encuentro entre tres hermanas (estupendas las tres); Diane Keaton, que es escritora y su pareja es escritor, y que representa el arte como sublimación pero también como imposibilidad de empatizar con las emociones más mundanas; Kristin Griffith, que es una actriz de poco talento pero gran popularidad, en la que quedan plasmadas las vanidades de la farándula; y por último, Mary Beth Hurt, eterna mediadora, que envidia secretamente el intelecto de una hermana y el éxito de la otra y que es incapaz de decidir su propio futuro. La madre (impresionante Geraldine Page, que estuvo nominada al oscar) busca un consuelo imposible en el vórtice de sentimientos encontrados que exhalan tres personalidades tan distintas cuando ha de enfrentarse al abandono de su acaudalado marido, pero descubrimos en su velada demencia el nulo cariño que dio a sus hijas, perfectamente mostrado en unos diálogos terribles. Por último, el padre, quizá el único personaje capaz de ver la luz entre las sombras, llega para presentar a la que será su futura esposa, una chispeante y colorista Maureen Stapleton, que protagonizará ya al final uno de los mejores momentos de una cinta que, pasados sus más de treinta años, adolece de cierta severidad en las formas, que la esquematizan y encorsetan de una manera que quizá no hacía falta; todo lo anterior conforma un amargo retrato familiar con un final para la esperanza, plasmado en el bellísimo fotograma que ilustra esta reseña y donde, al fin, las personas son capaces de atisbar su humanidad.
Saludos por dentro.

sábado, 16 de enero de 2010

Eran otros tiempos

De repente me he ido acordando de algunas películas de Woody Allen, un director al que me entrego obsesivamente durante una temporada para luego enterrarlo en el olvido más absoluto; unos sentimientos, éstos, tan encontrados como los que dieron base a uno de sus mejores trabajos, curiosamente uno de los que no ha pasado a la posteridad, pese a contener algo que es más bien escaso en su amplísima filmografía: amplitud de miras.
SWEET AND LOWDOWN fue el sentido, cariñoso, agridulce y dinámico homenaje de Allen a la enigmática y controvertida figura de Django Reinhardt; un músico de tanto genio como difícil personalidad. Por supuesto, todo esto se encargan de magnificarlo tanto Allen, con uno de sus trabajos de dirección más completos y menos ombliguistas y un inmenso Sean Penn, dando vida a Emmet Ray, hilarante e hiperactivo trasunto de Reinhardt. Penn borda el desarraigo de este complicado personaje, dotándolo siempre de un aura de malditismo y salpicándolo de una extraña misoginia, capaz de provocar tanta repugnancia como ternura, pues Ray es un perdedor y un genio, un pendenciero que quiere ser libre a toda costa pero que no puede vivir sin las mujeres; mujeres que aquí fluctúan entre la carnalidad hecha perdición de Uma Thurman y el otro hallazgo de esta película, una maravillosa Samantha Morton (¿para cuándo la consagración de una de las mejores actrices de los últimos tiempos?) encarnando a una dulce mudita que (se) enamora (de) a Ray, provocándole una urticaria emocional de la que salen los mejores momentos de esta espléndida comedia que sabe dosificar el humor y mezclarlo con momentos de alta sensibilidad. Emmet Ray (Django Reinhardt) es uno de los personajes más complejos, inasibles, estrafalarios y conmovedores que ha dado el cine de Woody Allen; esto, dicho tras los últimos fiascos del neoyorquino, es mucho más que suficiente para colocar ACORDES Y DESACUERDOS en una posición de privilegio.
Saludos con fondo de guitarra.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Crisis de los 40

Debe ser porque este año que entra ingresaré irremediablemente en el club de los que están más cerca de los 40 que de los treinta, aunque lo más seguro es que se trate de un irrefrenable acceso de melancolía por un cine que ya no volverá; me refiero al cine que encumbró a Woody Allen a base de contar lo que se le pasaba por la cabeza, ni más ni menos. Bueno, por eso y porque alguien me recordó el otro día que qué me pasaba con Allen, que sólo había comentado MANHATTAN. Casi todo el mundo considera que MANHATTAN es el mejor film del neoyorquino; a mí, la que más me gusta es ANNIE HALL ¿Por qué?... Pues no sabría dar una respuesta satisfactoria, quizá sólo sea porque el núcleo de obsesiones e ironías de Allen se encuentran condensadas en su escasa hora y media, que pasa como un suspiro, y además nunca chirrían, son más naturales que nunca. O: ¡qué carajo! Era el momento, era 1977 y era el momento justo para ganar el oscar con una comedia que busca más la sonrisa cómplice que la carcajada hilarante; empezaba a gestarse el Allen más metafísico y menos pajillero.
ANNIE HALL es la enésima vuelta de tuerca al "chico conoce chica", lo que la hace especial es la franqueza con la que Allen destapa sus miserias e inseguridades, y que lo hace exclusivamente por amor, porque todo el mundo estaba enamorado de aquella chica desgarbada y desaliñada que se ponía gafas enormes, sombrero hongo y una corbata bajo el chaleco; quizá la antítesis del erotismo, quizá la llegada de una mujer que prefiere escuchar a un hombre antes que compadecerlo. La película gira casi exclusivamente en torno a esta peculiar relación y está repleta de momentos únicos y salvajemente divertidos, pero yo me quedaría (y seguro que muchos de ustedes también) con esa maravillosa escena en la cola del cine, que es una de mis escenas favoritas de todos los tiempos y que veo de vez en cuando para subirme el ánimo. Cada vez que veo a ese guionista salir de la enfurecida mente de Allen para dar una lección al pedante de turno... ¡es que me parto!...
Saludos muy cinéfilos.

martes, 10 de junio de 2008

Una cierta frontera emocional

Bueno, supongo que será algo de sobra comprobado a estas alturas por la hinchada indéfila que se intenta por parte de este modesto redactor un cierto repaso por lo más granado del séptimo arte, tratando, al menos en estos primeros e inciertos meses, de no repetir autor, aunque espero no dejarme alguno en el teclado.
Para regocijo del gran cinesnablista Wedge, mitómano impenitente donde los haya, estaba claro que había ya una cierta demora en cuanto a uno de sus (nos) directores favoritos, el gran Woody Allen.
Personalmente sigo prefiriendo el incontestable derroche de imaginación verborréica y ególatra de ANNIE HALL, pero ¿para qué engañarnos?, la película por excelencia del "neuroyorquino" es MANHATTAN.
Por muchas razones, pero fundamentalmente porque supone el perfecto manual introductorio a las obsesiones y hallazgos de este genial bufón de nuestro tiempo. Todo Allen está en MANHATTAN al igual que toda New York está en Allen, o por lo menos su vertiente más cinematográfica.
Es cierto que Woody Allen es un creador que sigue reinventándose a sí mismo constantemente, conocemos todos sus giros y salidas y, sin embargo, nos siguen emocionando, nos hacen reír, llorar, pensar... Creo que en eso consiste la verdadera magia del cine, en encontrar su auténtico lugar cada vez, independientemente de las veces que seamos testigos de su fascinante liturgia.
Allen se desnuda y confiesa, no le importa esa imagen de tierno perdedor marciano y derrotista, al final todos (sobre todo los hombres) tenemos una cierta y malsana envidia ante este tipo que, utilizando el ingenio como antídoto a su natural torpeza, es admirado por las mujeres que le rodean, y este es el verdadero sueño de todo hombre, lo cual pone de relieve, sobre todo, lo poco que conocemos del sexo opuesto y lo engañados que estamos al sentirnos ufanos de lo contrario.
Y también están esas típicas escenas a lo Cassavettes alrededor de una mesa con varias personas departiendo sobre lo divino y lo humano. Y la música de Gershwin, que casa a la perfección con esa melancólica fotografía (sobre todo sublimes los exteriores; por favor, revísese cien veces la fotografía que encabeza esta reseña) en la que todo el film parece estar suspendido, casi en un estado extrañísimo de atemporalidad, dado que Allen siempre ha presumido de su contemporaneidad. Está ese intento bienhumorado de aprehender lo eterno de la nouvelle vague en un puñado de frases que pasarán a la historia (¿A que sí, Wedge?). Y el intento desesperado por acercar (mundanizar diría yo) el refinamiento de las artes; en casi todas sus películas, Allen va al cine, o a un museo, o a un concierto, o integra con naturalidad a pesos pesados de la literatura como si fueran de la familia.
En definitiva, como tampoco me gustaría hacerle la pelota a un tipo que desde hace algunos años parece haber entrado en barrena de la peor manera, es decir, establecido en un confortable semiendiosamiento, terminaré recomendando esta y las 15 o 20 películas que están entre TAKE THE MONEY AND RUN y MANHATTAN MURDER MYSTERY, la última suya que considero sobresaliente.
Saludos rapsodianos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!