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martes, 25 de marzo de 2025

Un policíaco kafkiano


 

Me pregunto qué habría sido de REBEL RIDGE de haber tenido media horita menos. Lo primero, que seguramente no habría ido directamente a un catálogo (Netflix), en el que se ha diluido entre thrillers mediocres y acción vacua, que es lo imperante por aquellos lares. El nuevo film de Jeremy Saulnier llega indemne hasta la hora y cuarto, más o menos, con un arranque magnífico, que presenta personajes sin esfuerzo, plantea un preámbulo magnético y comienza a atar y desatar cabos con insultante facilidad, la de un director y guionista que te lleva a lugares sórdidos, pero con los pies muy bien asentados en el suelo. Magnífico está Aaron Pierre como ese fascinante combatiente total, que sin embargo siempre intenta ir por el lado civilizado, aunque no se lo ponen fácil desde ese inicio sin solución de continuidad, en el que unos agentes le confiscan el dinero con el que va a pagar la fianza de su primo, lo que inicia una carrera contra el tiempo, pero sobre todo contra una burocracia cuyos absurdos métodos no hacen más que encubrir a un cuerpo policial corrupto como ni es capaz de imaginar. No son problema ni lo arquetípico de la mayoría de personajes, ni exponer con tanta claridad las claves de la trama; lo es el hecho de llegar a un punto en el que el ritmo se resiente, curiosamente por no abandonarse a la locura (como sí ocurría en BLUE RUIN o GREEN ROOM), como si Saulnier se disculpara por los cristales rotos y se viese obligado a sobreexplicar lo que, ya digo, es cristalino. El film tiene momentos brillantes y de gran tensión acumulada, pero se queda como un trabajo correcto, paradigma de un cierto tipo de "acción realista" que cala desde hace algunos años. Merece la pena, pero este director es capaz de bastante más.
Saludos.

viernes, 7 de junio de 2019

Los detectives salvajes III



Parecen significativos los cuatro años que la HBO se tomó antes de decidir a ponerse manos a la obra con la tercera temporada de TRUE DETECTIVE, que en principio siempre se pensó que no se terminaría rodando. Empezando por el principio, me parece la temporada más floja de las tres, pero tampoco creo que hablemos de ningún desastre ni nada parecido. El problema es que lo que se cuenta ya ha sido contado, y mejor, y la sensación es un poco la de aprovechar una ola que, desgraciadamente, ya hacía tiempo que se iba retirando. Como si de una versión alternativa de la antológica primera temporada se tratase, de nuevo estamos ante una desaparición misteriosa y dos detectives obsesionados con resolver un caso que se va tornando más opaco e indescifrable. Lo novedoso aquí es que Pizzolatto emplea el elemento temporal a lo largo de toda la serie, en un arco de 35 años, en el que los detectives Hays (omnipresente, Mahershala Ali) y West (atención a un superlativo Stephen Dorff, con momentos de brillantez dramática que yo no le recordaba) investigan la desaparición de dos hermanos en un pueblecito de Arkansas. Todo comienza en 1980, hasta que la fiscalía decide dar el caso por cerrado, ante la imposibilidad de encontrar pruebas determinantes, pero vuelve a abrirse en 1990, cuando West es ascendido y decide reclutar a su compañero y amigo Hays, ya que se cree que pueden existir nuevas certezas en el caso. Intermitentemente, sin que cese la alternancia entre estos dos segmentos temporales, vemos también a un Hays en la actualidad, con graves problemas de memoria, pero aún obsesionado con un caso que le ha perseguido toda la vida y prácticamente fue destrozándosela. Es ahí donde Pizzolatto (que por cierto, se lanza a dirigir él mismo un par de episodios) habría tenido la oportunidad de lucirse, escarbando en la indescifrable memoria de un detective demente, y sembrar la duda de si no sería todo inventado. Desgraciadamente, esta tercera temporada es mucho más prosaica de lo que cabría esperar, y, además de unas muy buenas interpretaciones (estupendo también Scoot McNairy), apenas quedan para el recuerdo los tres primeros episodios, filmados con gran pulso por Jeremy Saulnier. Luego todo se alarga demasiado, con demasiados giros innecesarios y que casi nunca llevan a ninguna parte, creando un efecto francamente curioso: Por momentos, era más interesante ver las muchas disputas de pareja que la trama principal... Una lástima.
Y vuelvo a preguntar... ¿habrá cuarta temporada?
Saludos.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Poesía o ensimismamiento



Lo dijimos. A un director que aún se está haciendo, lo peor que le puede pasar es que se lo crea antes de tiempo. Jeremy Saulnier ha demostrado con creces que es un cineasta poderoso, poseedor de un discurso propio y con un campo amplísimo por delante para ser una referencia imprescindible en los próximos años. HOLD THE DARK es, hasta el momento, su primer tropiezo, y lo es consigo mismo, o quizá con un guionista, su habitual Macon Blair, que parece incapaz de trasladar a la pantalla el verdadero espíritu de la novela original de William Giraldi. La historia, a medio camino de todo lo que propone, arranca admirablemente, con un experto en lobos que recibe la llamada desesperada de una mujer, en un remoto poblado de Alaska, cuyo hijo ha desaparecido, supuestamente, a manos de una manada de estos animales, que llevaban tiempo merodeando. Tras esta apertura, fantásticamente tenebrosa, el relato se dispersa incomprensiblemente hacia varios terrenos, sin que termine por adaptarse a ninguno en particular. Tenemos la figura del hombre que viene a dar caza a los lobos, pero que descubre un terrible secreto tras el escabroso suceso (un Jeffrey Wright que es, con mucho, lo mejor del film); la mujer, que desaparece misteriosamente al regreso del cazador; El marido, que llega tras servir como soldado en Oriente Medio; y el sheriff, que intenta esclarecer de una vez por todas qué está pasando exactamente. Lo que se propone Saulnier es difícil, un relato físico y etéreo a la vez, con todos los componentes del western clásico, pero salpicado de una baja frecuencia esotérica que, una vez acabada, no le sienta del todo bien. Hay varias situaciones de una inconexión alarmante, como si en lugar de elipsis estuviéramos ante un montaje cercenado por un ignorante del ritmo. Esto es letal para un narrador profundamente secuencial como Saulnier, al que se le nota que necesita tocar tierra constantemente y no perder de vista sus puntos de apoyo. Sin decidirse por tirar hacia el cuento de horror, el haiku trascendente o el thriller puramente físico, lo que queda es una historia infinitamente menos profunda de lo que está empeñada en parecer, y que nunca llega a la incontestable brutalidad de los dos anteriores títulos de su autor. Está más bellamente rodada y se permite menos licencias, pero a lo mejor resulta que Jeremy Saulnier no es este tipo de director, quién sabe. En mi opinión es un tropiezo, pero sigo manteniendo la fe en este señor.
Saludos.

sábado, 20 de mayo de 2017

El arte de la referencia



Uno de los ejercicios más divertidos y gratificantes a lo que puede enfrentarse un cinéfilo es ahondar en la filmografía de un director al que haya descubierto recientemente. Aún con lo escaso que es su bagaje, lo cierto es que Jeremy Saulnier es uno de los nombres a seguir de esta década desde que una modesta producción, BLUE RUIN, llamara la atención tras su exitoso paso por festivales de medio mundo, y por la gozosa confirmación de su poderoso y personal estilo en GREEN ROOM. Pero el debut de Saulnier se produjo hace exactamente diez años con un film de presupuesto inexistente, levantado rigurosamente gracias a la colaboración desinteresada de sus amigos y familiares (ahí estaba ya Macon Blair) y que atendía al sugestivo título de MURDER PARTY, o la constatación de que con imaginación se puede hacer cine de género fresco, divertido y, en este caso, sangriento y repleto de referencias a una multitud de lugares comunes perfectamente reconocibles para ese cinéfilo irredento al que parece dirigirse el cine de Saulnier. Con una estética que no dista mucho de aquellas infectas teen movies ochenteras, que sólo la nostalgia ignorante ha mantenido como pasables, MURDER PARTY parece una broma, una película hecha para el mero disfrute, pero Saulnier demuestra que llegó para quedarse y que sabe modular sus guiones para lograr diferentes efectos sobre el espectador. De la parodia a la comedia negra, pasando por el giro referencial y autoconsciente y desembocando en una brutal explosión gore que da bastante mal rollo. El argumento no tiene desperdicio: un tipo bastante panoli va a pasar la noche de Halloween junto a su gato, pero una misteriosa invitación que encuentra por casualidad le lleva hasta un apartado lugar donde se va a celebrar una "fiesta sangrienta", y como no tiene nada mejor que hacer se pondrá un disfraz ridículo y allí le esperan unos estudiantes de arte ligeramente "particulares", que planean asesinarle y hacer de ello una obra que les abra las puertas de la alta cultura... Pero lo ingenioso del guion es hacer creíble que un tipo que es carne de cañón no sólo logre sobrevivir, sino que se convierta en un inesperado quebradero de cabeza. Una película que pasa en un suspiro (dura poco más de una hora) y que merece la pena rescatar para olisquear la génesis de este interesante y personal director que es Jeremy Saulnier.
Saludos.

martes, 4 de octubre de 2016

La hora de los covers



Hace poco más de dos años, instaba desde aquí a mantener alerta el periscopio respecto a Jeremy Saulnier tras el éxito de su anterior film, BLUE RUIN, en Cannes. Dos años después, Saulnier ha sido capaz de mantener el listón bien alto y demostrar que el cine de género puede ser renovado con garantías y seguir aportando nuevas y estimulantes ideas. GREEN ROOM es una especie de festival de mezclas, donde podemos advertir al genuino cine de asedio, al gore de última generación y a la crítica social más inteligente, precisamente por no ser enfática, sino por dejar que el espectador saque sus conclusiones acerca de lo que está viendo y se pregunte, por ejemplo, sobre lo "normal" que es una sala de conciertos, en las afueras de Portland, regentada por un numeroso grupo de neonazis (yo le quitaría el "neo"). Saulnier no sólo se limita a narrar, sino que hábilmente extrae de su indiferencia argumental una tensión creciente que se nota en cada gesto y en cada frase, y eso es cine en estado puro. A dicho antro llega un grupo de hardcore, que los más puestos en el género identificarán con una sonrisa nostálgica, y, de una manera bastante curiosa, consiguen meterse al público (por llamarlos suavemente) en el bolsillo, pero justo cuando se disponen a cobrar sus pocos billetes un ocurre algo que lo hace saltar todo por los aires, y en un instante pasan a ser un elemento extraño al que los regentes del local no pueden dejar salir bajo ninguna circunstancia. La pregunta es si lo harán en algún momento... y de qué forma.
La manera en la que Saulnier logra captar el sudoroso aquelarre de este tipo de conciertos, obtiene momentos mágicos: el público que abuchea, escupe y tira botellas, pero que acaban como zombis mansos cuando la versión que escuchan es la adecuada. Y es que pocas secuencias de tensión terrorífica hemos visto en el cine reciente como tener los huevos de tocar el "Nazi punks fuck off" enfrente de un montón de tipos rapados con una esvástica tatuada en el cuello... Aparte, hay un par de secuencias en las que será mejor que aparten la mirada...
Saludos.

miércoles, 25 de junio de 2014

Una historia de venganza



Hay un aspecto fundamental que distingue a los grandes nombres de los nombres "a tener en cuenta", que los primeros cuentan con la ventaja de haberlo hecho antes y, por añadidura, con un estilo propio que luego ha sido objeto de imitación. No pasa nada por parecerse a tal o cual director en los primeros trabajos, que en la mayoría de ocasiones amplían la mesa de experimentos como una necesaria búsqueda de esa impronta o sello. En la edición del año pasado de Cannes, el FIPRESCI de la Quincena de Realizadores recayó en una minimalista producción estadounidense que, casi deliberadamente, osaba no ocultar su gran fuente de inspiración, que no es otra que los hermanos Coen. Es cierto que en BLUE RUIN (título que no logro descifrar más allá del regusto estético), Jeremy Saulnier, en el siempre difícil ejercicio de la segunda entrega, intenta minimizar los tics y exageraciones de los responsables de INSIDE LLEWYN DAVIS, con la que participaban en ese mismo certamen y que refleja el avance y metamorfosis de su cine. El film en sí es un solipsista retrato de vagabundo huidizo e inofensivo que se cuela en casas vacías para tomar un baño o "tomar prestada" una camisa limpia; un desecho de la sociedad del bienestar al que, menos mal, Saulnier no psicoanaliza en ningún momento. Se trata esto de que este peculiar tipo se entera por casualidad de que "alguien" ha salido de la cárcel, y de su reacción, mezcla de miedo incontrolable e insensato acopio de valor; de cómo tomará una decisión inesperada y de la precipitación de los acontecimientos, que desatará una vorágine de violencia de consecuencias impredecibles. Más cerca, por ejemplo, de BLOOD SIMPLE que de la transparencia de un Jeff Nichols, comparte con ambas propuestas el gusto por el desorden y la inclusión de lo imprevisto como dispositivo de extrañamiento; no es una película magistral, ni marcará época por su timidez formal, pero puede que estemos asistiendo a algún tipo de (necesario) relevo generacional. Estaremos atentos.
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!