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miércoles, 18 de enero de 2012

Calculada naturalidad



Wayne Wang es uno de esos directores perfectamente asentados entre la industria y la independencia (con más de la primera que de la segunda) y que no necesita demostrar gran cosa a estas alturas. Sea esto mejor o peor, la cuestión es ¿qué película puede (y el verbo ha de ser necesariamente este) hacer ya el director de origen hongkonés? Es curioso comparar sus dos últimos films para borrar de un plumazo cualquier tentación de duda. La que hoy nos ocupa, A THOUSAND YEARS OF GOOD PRAYERS y la muy reciente SNOW FLOWER AND THE SECRET FAN; incluso, en menor medida, la fallida y confusa THE PRINCESS OF NEBRASKA. Y esto es dar cuenta de cómo y cuánto ha supuesto la integración de la comunidad china en Estados Unidos con una visión demasiado respetuosa para ser sarcástica y manteniendo una especie de fe inconmovible por "lo tradicional", sin que existan grandes traumas ni fracturas por ello. La mínima, casi aséptica historia de Yilan, que recibe a su padre, recién jubilado, parece prometer mucho más de lo que finalmente ofrece; Yilan se acaba de divorciar y su padre, evidentemente, es incapaz de concebir un asunto tan nimio en nuestra cultura. Esto, unido a "lo bien" que se integra el señor Shi en un sitio tan radicalmente distinto al suyo es, prácticamente, el menú mediante el que Wang quiere contarnos... no sé exactamente el qué, a menos que su tibieza estructural se invista (y esto ya es más preocupante) de los sosos oropeles de la autoayuda más convencional. Todo es demasiado previsible y demasiado machacón, la hija no llega a arrepentirse pero "aprenderá una valiosa lección", mientras el paciente e hierático señor Shi comprobará de primera mano que el american way of life no es el mejor de los caminos, pero es, al fin y al cabo, un camino como cualquier otro. Es decir, hora y media después nos seguimos preguntando si merecía la pena tanto esfuerzo conceptual para un par de apuntes a pie de página.
Mil saludos.

jueves, 19 de febrero de 2009

Que el humo no ciegue tus ojos

Es Wayne Wang un director con una carrera ciertamente curiosa, llena de altibajos, con aciertos más que notables y sonrojantes ventas de alma al mainstream más desgraciado y risible. Wang ha rodado cerca de una veintena de películas y la mayoría han sido en Estados Unidos; podría decirse que ha encajado perfectamente en un sistema de artesanía cinematográfica consagrada a la facturación de "productos", en la más amplia acepción del término. Si nos fijamos bien, la historia del cine, de hecho la mejor historia del cine, está plagada de este tipo de directores, tan alejados del "autor" pensante que asume la absoluta responsabilidad de la obra.
Pero Wang tuvo un breve momento de suerte cuando Paul Auster se cruzó en su camino; y sé que hay gente que me tacha de frívolo y sabelotodo por esto, pero hay un abismo insalvable entre dirigir las paupérrimas SLAM DANCE o EAT A BOWL OF TEA y facturar en apenas dos años dos de las cintas más importantes de la década de los noventa: SMOKE y BLUE IN THE FACE.
El detonante y factor decisivo: la perfecta conjunción entre el costumbrismo despojado de innecesarios galimatías narrativos de Wang y esa música del azar que tan bien viene dominando Auster desde hace ya un par de décadas. En realidad la historia es lo de menos cuando nos vemos envueltos en un incesante trasiego de personajes, todos con una historia que contar, con esa tridimensionalidad que tanto falta en el cine americano. Y Harvey Keitel como paciente confesor, acodado en el mostrador de ese estanco (estancia), con la mística del tabaco y del humo danzando sobre ese mar de impresiones que nos revela que todo el mundo tiene algo que contar y nadie que le escuche.
Saludos humeantes.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!