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jueves, 2 de junio de 2022

La memoria perdida


 

THE CITY OF YOUR FINAL DESTINATION fue la despedida oficial de James Ivory, su última película, que cerraba así una larga trayectoria. La rodó con 81 años, y se notaba que su pulso narrativo, aun manteniendo gran parte de su elegancia y sobriedad, no dejaba avanzar una historia que se intuye potente, pero que se va desinflando entre un mar de titubeos. Cuenta el rocambolesco viaje de Omar, que se prepara para ser profesor de literatura, por lo que prepara una biografía sobre Jules Gund, enigmático escritor de una sola novela "La góndola", que se refugió en un apartado rincón de Uruguay, tras huir del nazismo. Gund, de carácter depresivo, se suicidó en misteriosas circunstancias, dejando en su decadente mansión a su esposa, la joven amante con la que tuvo una hija, su hermano, y el amante de éste, un japonés al que sacó de la miseria cuando era adolescente. Omar se presenta allí sin previo aviso, para intentar convencer a la viuda de que apruebe la biografía, pero ésta se niega por motivos que no quedan claros, mientras el resto de la "familia" lo ve con buenos ojos. 
Es una película que nunca logra despegar de un tono más meloso que amable, y cuyo nudo central (ese secreto enterrado desde hace años) ni siquiera es tan interesante como para alentar a un grupo de actores que parecen un poco perdidos. Y eso que el reparto es magnífico, con Anthony Hopkins y Laura Linney en cabeza, y Charlotte Gainsbourg, Omar Metwally y Alexandra Maria Lara intentando segir su estela. A destacar también la bella fotografía de Javier Aguirresarobe, o la calmosa partitura del uruguayo Jorge Drexler. Todo muy bonito, muy decadente, muy Ivory, por supuesto, pero que no puede considerarse como uno de sus trabajos más memorables, ni siquiera por ser el último.
Saludos.

jueves, 31 de octubre de 2019

Películas para desengancharse #71



No hace falta extenderse mucho sobre THE REMAINS OF THE DAY para convencerse de que tampoco puede hacerse algo comparable hoy día. Parecido, sí, pero no igual. No puedes rodar como James Ivory rodaba. Porque Ivory tenía a Ismail Merchant. Y a Ruth Prawer Jhabvala. Y a Pierce-Roberts fotografiando esas mansiones por fuera, testigos mudos de lo que sucede dentro de sus paredes, que es la extrañísima relación entre personas que no son iguales. Ya estaba en la novela original de Kazuo Ishiguro, pero Ivory logra no ya captar su esencia, sino engastar un relato sobre otro, sin que las constantes idas y venidas temporales afecten en absoluto a lo que se quiere contar. Y lo que se quiere contar es el rostro de Anthony Hopkins en el que creo que es uno de los trabajos de interpretación más grandes de todos los tiempos. No puedes rodar como Ivory, porque sólo Ivory podía lograr que nos apiademos de un hombre capaz de defender hasta las últimas consecuencias a su señor, colaboracionista con los nazis antes de la guerra; hasta tal punto, que ni siquiera va a ver a su padre recién fallecido, escaleras arriba, por no interrumpir su servidumbre. Un hombre tan incapaz de mostrar su sentimientos, que quizá sólo el desprecio le sirva para intentar (en una escena de hermosa contención) decirle sin palabras cuánto ama a esa mujer a la que da por perdida desde que la vio por primera vez.
LO QUE QUEDA DEL DÍA es retrato en ámbar detenido, y es una de las mejores aproximaciones a un mundo que no puede volver a ser filmado. No así.
Saludos.

lunes, 11 de junio de 2012

Tiempo suspendido



A mí me parece muy complicado hacer películas sobre baile, sobre bailarines, gente que baila al fin y al cabo; me parece difícil porque existe (o existió) el musical, donde el baile no es el tema sino la excusa sobre la que gira la infalibilidad de un mundo fantástico que no existe, una "imitación a la vida" que pretende mejorarla y hasta sublimarla, rozando en ocasiones el onirismo. Otra cosa son las entrañas del mundo del baile, que lo intentó, sobre todo, Bob Fosse, aunque el genial coreógrafo y director nunca se despegó realmente del alma más ortodoxa del musical. En ese sentido, una de las películas más inteligentes que he visto sobre la pasión misma de bailar, pero más aún, de sus alrededores y circunloquios sentimentales, es ROSELAND, de James Ivory. Y ROSELAND es uno de esos extraños ejercicios de sensibilidad en los que nos parece habitar en mitad de un sueño fuera del tiempo común, el que impera en la sala de baile a la que acuden puntualmente una serie de personajes en búsqueda (a menudo desesperada) de otra vida y otro rol más allá de la cotidianidad. El relato de Ruth Prawer Jhabvala es desmenuzado por el bisturí de Ivory y descentralizado casi episódicamente, pasando de un personaje a otro (aunque casi todos estén relacionados de una u otra forma), desde una mujer madura (magnífica Teresa Wright) que es incapaz de despegarse del fantasma de su marido fallecido, al que cree encontrar en la pareja de baile más inesperada; o un jovencísimo Christopher Walken (que ha dejado muestras sobradas de su soltura bailando), que interpreta a un tipo encantador aunque sin oficio ni beneficio, y que pasa el tiempo en el Roseland "al cuidado" de sus amigas, mujeres mayores que le mantienen por apenas unos minutos de baile. Todo con un cuidadísimo trabajo de fotografía y una colección de temas clásicos bien seleccionados. Una película que pasa por ser uno de los títulos menos recordados del director estadounidense, pero que, 35 años después, mantiene vigente su deliberada intemporalidad. Muy recomendable para descubrir.
Saludos acompasados.

sábado, 7 de enero de 2012

Especia emocional



Algún día se empezarán a recoger las semillas de los trabajos que James Ivory realizó en la India junto a Ismail Merchant y Ruth Prawer Jhabvala allá por los años sesenta y primeros setenta, y no tanto por sus valores culturales en sí, que son incontables, sino por los curiosos significantes que pueden extraerse de la obsesión del cineasta estadounidense por la fusión, el bastardeo de unos parámetros que, en sus manos, cobran nuevos prismas. Es el caso de SHAKESPEARE WALLAH, una película sobre una compañía de teatro inglesa que lleva años recorriendo la India para representar a Shakespeare, digamos que con su particular y muy libertaria filosofía de trabajo. Aparentemente, a Ivory le sirve esto para introducir una algodonada historietilla de amor entre la joven hija de los actores principales y propietarios de la compañía, y un joven hindú de clase acomodada. Poseedor de una mirada sofisticada e inteligente, Ivory emplea un argumento en principio superficial para arremeter (casi como pidiendo perdón, lo que no deja de ser una gran jugarreta) contra el progresivo desvío de una India ya independiente hacia una europeización mucho más totalista incluso que en pleno colonialismo. Y no tanto por querer resultar falsamente paternalista, sino porque su discurso se enriquece a medida que observamos el devenir de unos ingleses imbuidos de los valores indios, mientras las nuevas generaciones de indios (las de entonces, claro) comenzaban a adorar al nuevo dios Bollywood, no ya para desentenderse (por ejemplo) de Shakespeare, sino de su propia tradición escénica. Un film, sin embargo, que sufre de la habitual morosidad de Ivory, lo que requiere un punto alto de cinefilia y paciencia; toda esta riqueza de matices está encajada hábilmente entre minutos y minutos de diálogos un poco bobos, así que, una vez más, cine inteligente para gente preparada. Aburrida, dirán otros...
Saludos indostanís.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!