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sábado, 29 de septiembre de 2018
Una piscina con pelotas de ping pong
KAGEROZA, de 1981, es probablemente la más intrincada y surrealista de las tres "Taisho", un delirio asimilacionista e irrefrenable acerca del deseo y la pasión, siempre desde el punto de vista del extraño que debe desentrañar un misterio en un entorno que le es hostil e incomprensible a partes iguales. La película, que alcanza casi las dos horas y media, es otro festín de imaginación y libertad creativa, pero con un tono tan disruptivo que obliga al espectador a estar atento e implicarse con lo que ve, tanto como con lo que pueda intuir, pues hay una subtrama aún más interesante que el argumento principal, y que es revelado en todo su esplendor en un cierre en clave de representación teatral infantil, que es una pasada de puesta en escena y despliegue de recursos visuales. La historia, sacada de una novela original de Kyoka Izumi, gira sobre la obsesión de un hombre con una mujer que luego resulta ser otra, o quizá el fantasma de la anterior, aunque a lo mejor no es más que una advertencia sensorial de que los peligros los tenemos al lado, y que confiar en nuestra vista nos puede llevar al desastre. Decir que KAGEROZA es una obra maestra es decir mucho, probablemente sea más ajustado hablar de una obra sin restricciones aparentes, y que su lugar en la trilogía no es casual, pues explica las otras dos sin rozarlas apenas.
Saludos.
martes, 25 de septiembre de 2018
Bandeja con cabeza de toro
Retomo el mini serial dedicado a Seijun Suzuki, disculpándome por la tardanza, ya que diversos avatares me han impedido ejercer mi habitual regularidad. De hecho, ni siquiera voy a seguir el orden cronológico de las tres películas, sino que me iré directamente a la última, YUMEJI, que narraba (es un decir) la vida, arte y pasión del pintor y poeta Takehisa Yumeji, que fue un precursor del malditismo en Japón y que se pasó casi toda su vida entre alcohol, drogas y geishas, a las que pintaba para poder pagarles sus servicios. Es necesario recordar el poco apego a la linealidad narrativa de Suzuki, siempre más preocupado por epatar desde la impresión subjetiva que de resultar inteligible, por lo que YUMEJI termina siendo una orgía desordenada y vitalista sobre un hombre asustado, incapaz de vivir entre iguales, y que arrastraba una especie de maldición que le obligaba a no poder echar raíces en ninguna parte. Suzuki lo filma todo con fiereza y amplitud, sin dejarse un solo detalle, aunque conminando al espectador a mantener su atención en constante alerta si quiere disfrutar plenamente de esta joya, que tenía como grandes baluartes la exquisita fotografía de Junichi Fujisawa y, sobre todo, la impresionante partitura de Shigeru Umebayashi, que más tarde utilizaría Wong Kar-wai en uno de sus films más conocidos.
Imperdible.
Saludos.
lunes, 17 de septiembre de 2018
Los huesos rojos
Cuando se tiene talento es mejor no tratar de demostrarlo. Desconozco si alguien más inteligente que yo hizo esta afirmación en algún momento, así que me la apropio por si acaso. Pero me sirva perfectamente para el pequeño homenaje que en los próximos tres días haremos al genial Seijun Suzuki, fallecido el año pasado y del que muy pocos parecen acordarse, quizá por el carácter inclasificable e insobornable de su cine, al que tengo un especial cariño y admiración, por lo que no me explico cómo no había aparecido ni una sola película suya por aquí. De momento, me atrevo con la tremebunda trilogía Taisho, un descomunal fresco rodado entre 1980 y 1991, y al que es difícil atribuirle un género en concreto, dado el carácter libérrimo de Suzuki, altamente propenso a hacer las cosas de la manera más exactamente inversa a como cualquiera podría suponer que haría. Despedido y casi desterrado de los grandes estudios japoneses, Suzuki fue saltando por productoras más pequeñas, con menos restricciones y donde le permitían toda clase de experimentaciones. TSIGOINERUWAIZEN es la primera de ellas, partiendo de una novela del escritor Hyakken Uchida, "El disco de Sarasate", en el que un disco que contiene una grabación original del gran violinista navarro alberga una misteriosa voz que obsesiona a un profesor de alemán. A partir de ahí, intentar hilar un conducto que no sea el del subconsciente íntimo puede resultar una gran decepción, pues Suzuki se interna en una especie de laberinto estructural de alegorías y metáforas. El profesor viaja a una pequeña población costera para visitar a un amigo, que es una especie de protopunk desarraigado y salvaje, y cuya afición consiste en matar gente para extraerles los huesos... para ver de qué color son... Me niego a seguir narrando lo que sólo puede ser explicado en la experiencia propia, pero me atrevo a decirles que corren el riesgo de perder pie y equilibrio, de ver sus teorías y convicciones cinéfilas socavadas y hasta violadas. Sólo por eso merece la pena ver este increíble film, que por lo visto fue de cabecera para Quentin Tarantino, aunque yo veo a un director mucho más cercano a Suzuki, que no es otro que el francés Bruno Dumont, especialmente en sus últimos films.
No se la pierdan.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
¡Cuidao con mis primos!