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miércoles, 27 de enero de 2016

Culpables por placer



A treinta años de su realización, LABYRINTH puede ser perfectamente identificada como una preciosista miniatura pop. Con todos sus condicionantes, sí; con sus licencias, y cardados, y muñequitos no del todo simpáticos. Con un uso, digamos, discutible de las canciones, y con una trama y desarrollo que hemos visto cientos de veces, tanto en cine como en literatura... ¡Pero pop! ¿Y por qué sigo insistiendo en esto? Pues porque lo que ha hecho que este film, éste y no otro, haya perdurado en nuestro inconsciente como una joyita de culto, en lugar de irse a las bajas estanterías del antaño uvehachesero, es la maravillosa desfachatez con la que George Lucas amparó una multitud de elementos aparentemente irreconciliables. Por un lado, al dirigirla Jim Henson estaba claro que los muppets harían acto de presencia, dando el toque onírico a este extraño y por momentos oscuro cuento de hadas, donde las hadas, por cierto, son seres despreciables... Luego, tengamos en cuenta que el guionista fue el genial Terry Jones, integrante de Monty Python, que no dejó pasar una para gamberrear a su gusto, sobre todo en la construcción de personajes, a cual más estrambótico (la escena del pantano de la peste eterna es puro MP's). Además, Frank Oz hizo un memorable trabajo de animación con estos entrañables muñecos, y la banda sonora es ya un clásico, obra del naturalizado compositor sudafricano Trevor Jones. Mención aparte merecen los dos protagonistas, una incipiente Jennifer Connelly, que ya apenas lograba infantilizar sus rasgos de quinceañera, y el "elemento desestabilizador", a mi entender, un imponente David Bowie. Su caracterización del Rey Goblin Jareth se hace imposible de pensar para ningún otro actor sin que pensemos en lo ridículo que se vería haciendo de este siniestro monarca de peinado imposible y canciones no muy juveniles, la verdad. De hecho, me resulta más que sugerente recordar la escena en la que Bowie intentó trajinarse a la "cándida" Jennifer... No sabemos si consiguiéndolo, claro... Pero qué recuerdos...
Saludos.











jueves, 19 de mayo de 2011

Cuando la magia es cine



El otro día me dispuse, no sin algo de nerviosismo y curiosidad, a rescatar THE DARK CRYSTAL, aquella fábula hecha de marionetas que el maestro Jim Henson ideó allá por 1982 para deleite y disfrute de nuestros inocentes e infantiles ojos. Han pasado casi 30 años y el milagro del cine, del buen cine, vuelve a producirse una vez más y en plena era del "proto-audiovisual digital". THE DARK CRYSTAL es imaginación pura, un cuento enclavado en una tierra imaginaria donde un gran suceso está a punto de suceder tras mil años de oscuridad. "El Cristal Oscuro" es una fuente de poder que posee la cualidad de mantener el siempre difícil equilibrio de un mundo sumido en la oscuridad tras ser dañado dicho cristal, que es custodiado por los siniestros Skekses en su inexpugnable fortaleza. Los Místicos, que son los seres luminosos y que anhelan la vuelta de la luz al mundo, ponen en manos de un Gelfing, el último de su especie, la difícil tarea de encontrar el fragmento escindido de cristal y reponerlo antes de que los Skekses se hagan con el control total de la fuente de poder. Los más avispados no habrán tenido que estrujarse mucho la sesera para encontrar similitudes más que evidentes con la obra más famosa de J.R.R. Tolkien, algo que pasa más a menudo de lo que creemos; sin embargo, Henson prescinde, como a lo largo de toda su propia obra, de cualquier aire de grandeza, y THE DARK CRYSTAL transita por lo que busca sin embozo, que es entretener al público más joven dándole una preciosa lección de tolerancia y respeto por los demás. El trabajo técnico es asombroso, mucho más realista y creíble que algunos bodrios digitales de ahora; destacando la dualidad entre los Skekses, una repulsiva mezcla de buitres e insectos, y los Místicos, cuyas formas suaves y apacibles nos remiten directamente a aquellos entrañables e inmortales Teleñecos, aquel otro gran legado que este maestro de las marionetas nos dejó antes de su prematuro fallecimiento hace algunos años. Estoy seguro de que a los chavales de hoy les puede sorprender algo tan decididamente orgánico, mientras que los que crecimos a la sombra de esta maravilla no podemos sino esbozar una sonrisilla cómplice mientras murmuramos... "Qué tiempos..."
Saludos oscurecidos.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!